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Crónicas
Historia de Todas las Cosas que han Acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575)
Estructura de la historia de Góngora Marmolejo

De manera casi unánime, quienes se han referido a la Historia de Chile desde su descubrimiento hasta el año de 1575 de Alonso de Góngora Marmolejo han reparado en la escasa presencia de él como personaje de los hechos que narra. Este "verdadero arte con que ha sabido dejar entre bastidores su personalidad para no ocuparse más que de sus compañeros le sean simpáticos o no, I de los indios, sus enemigos...", al decir de José Toribio Medina(1), es signo de una modestia digna de destacar, pero a la vez, para el historiador interesado en la figura de Góngora Marmolejo, constituye una "falta grave" pues ese olvido de sí priva de antecedentes necesarios para configurar con exactitud la semblanza de quien no sólo es el relator de los sucesos ocurridos en Chile entre 1536 y 1575 sino también soldado, héroe que ha desempeñado en esa historia "un papel no despreciable". Insistiendo en ello, Francisco Esteve Barba señala "si su vida nos resulta oscura es porque tiene la rara modestia de relatar las hazañas de todos, mientras él se queda en penumbras"(2).

Sale de esa penumbra sólo en contadas ocasiones para mostrarse no tanto en cuanto actor del acontecer sinobásicamente como testigo u observador directo de él avalando con ese "estar presente" o "haber visto" los hechos, la verdad de lo narrado. Así lo señala Medina al decir que "el falso silencio" de Góngora se rompe "cuando se trata de vindicar la memoria de un compañero ultrajado por falsos díceres, cuando se trata de una acción sorprendente o de una curiosa ceremonia", en esos casos -agrega Medina- "ahí está él siempre para testificar y dar peso a sus palabras, expresando que se halló presente al acto"(3). Esteve Barba destaca los capítulos XXV, LII y LXXVIII, final, como lugares de presencia notoria de Góngora Marmolejo en el discurso; en el capítulo XXVI, narrativo de la batalla de Millarapue, esa presencia se hace manifiesta en un enunciado que se destaca porque va puesto entre paréntesis y en el cual se afirma la condición de testigo y actor del sujeto, al decir el enunciante: "(que me hallé presente y peleé en todo lo más contenido en este libro)"; en el capítulo LII reitera su situación de observador del acontecer al advertir que estuvo presente cuando el Licenciado Peñas exigió pago para pronunciarse en el conflicto creado por las diferencias de pareceres respecto a quien detenta el cargo de gobernador, si Pedro de Villagra o Rodrigo de Quiroga. El momento de más relevante presencia de Alonso de Góngora Marmolejo es, para Esteve Barba, el capítulo LXXVIII, en el cual el sujeto no se muestra como mero testigo sino como persona a quien afectan de modo directo las decisiones del gobernador Bravo de Saravia. Ese episodio, a juicio de Miguel Ángel Vega, da lugar a la "única queja que hemos encontrado en el relato"(4) por constituir para el afectado una situación de injusta postergación y no reconocimiento de sus méritos y dilatados servicios. Esta misma situación es destacada por Luis Montt(5) como la "única vez" en la que Góngora "se menciona para decir que se halla sin recompensa de sus largos servicios", lo que para este autor es, además, indicio que puede verificar la sospecha que él tiene acerca de que Góngora Marmolejo fue uno de los "secuaces de Gonzalo Pizarro" a quienes se les conmutó la pena de muerte por la del destierro del Perú, los cuales en su casi totalidad corrieron luego su misma suerte en cuanto a la no retribución de servicios.

En la mayoría de los autores que se han ocupado de la obra de Góngora Marmolejo este aspecto de la escasanotoriedad de su presencia en el relato se articula con rasgos de su obra valorados como meritorios. Así, Esteve Barba señala que de esa modestia del autor "podemos inferir su sobriedad, su elegancia espiritual y el sentido ecuánime de la vida que confirma su obra"(6), lo que se ilustra cabalmente en la narración del episodio del capítulo final en la cual, "en vez de prorrumpir en denuestos", registra la negativa de: Bravo de Saravia de otorgarle el cargo al que aspira "tan sencillamente como haría constar un dato histórico, sin apasionamiento". De esto deriva Esteve Barba que Góngora Marmolejo "debió de ser un hombre ni envidiado ni envidioso, pues no puede decirse que en las páginas que escribió delatara ninguna ambición, ningún deseo, ninguna predisposición a favor o en contra de cualquier persona, ningún prurito de adulación"(7)

Además de esa objetividad, imparcialidad, desapasionamiento se reconocen como méritos de la Historia... de Góngora Marmolejo la exactitud de los datos consignados, la directez de sus enunciados que refieren sólo hechos, lo que él vió, y que no se "desvían del curso de los acontecimientos para pintar imaginarias costumbres indígenas o aburrirnos con declamaciones"(8); tampoco aparecen en la obra esas "chocantes exageraciones que consisten en contar a los enemigos por decenas o centenares de miles, pues si sus cifras son muchas veces muy elevadas, son casi siempre inferiores a las que se hallan en otras relaciones"; "ni se encuentran en su libro esa abundancia de cuentos y de patrañas que con el nombre de milagros han hecho ridículas a otras crónicas"(9); todo lo cual, a juicio de Barros Arana, revela que Góngora Marmolejo poseía "una razón que debía elevarlo muchos codos sobre la gran mayoría de sus contemporáneos", además de estar dotado de "un juicio recto y de una notable honradez de carácter" que le hace mostrarse "equitativo y desapasionado en sus apreciaciones de los hombres y de los sucesos, de tal suerte que en la mayor parte de los casos el historiador puede aceptar sus opiniones como la expresión de la verdad, o como algo que se le acerca mucho"(10). Esos mismos rasgos de exactitud en la narración de los sucesos y "una notable ponderación de juicio" son destacados por Encina que ve en ellos el único mérito de esta crónica de "forma incorrecta y ramplona, fiel reflejo de la inhabilidad de un soldado sin mayores dotes naturales de escritor ni cultura literaria"(11), aspecto éste sobre el cual hay distintos pareceres y acerca del cual me referiré más adelante.

Casi todos los autores citados, concuerdan en que esa objetividad y ponderación de juicio se muestra con relieve en la caracterización de las figuras, en especial las correspondientes a los seis gobernadores. Así lo señala Luis Montt:

"Como figuras de primer término de ese cuadro, los gobernadores aparecen retratados con su abnegación, su intrepidez, sus talentos, sus perfidias, sus crueldades, su venalidad, su fortuna, sin manifestar el autor por ninguno de ellos cariño o aversión que le haga suavizar o ennegrecer las tintas. Igualmente alejado de todos, estuvo en aptitud de aplicarles un criterio uniforme que inspira confianza y hace de su libro un guía seguro para conocer aquel período"(12). Barros Arana alude también a ello, diciendo que Góngora Marmolejo "en su crónica no oculta los defectos de los jefes, pero tiene cuidado de señalar sus buenas cualidades y de reunir los antecedentes necesarios para que el lector pronuncie su fallo sin prevenciones y sin parcialidad"(13) ;. Miguel Ángel Vega observa en el discurso de Góngora un resentimiento contra Francisco de Villagra por haberle privado de su repartimiento de indios en Cañete y una "crítica acerba y amarga contra el gobernador Bravo de Saravia"; pero también afirma que el interés del relato reside en la "imparcialidad de su palabras y en la dignidad severa con que juzga a los hombres y a los hechos de aquella época"; y, añade Vega: "no hay que engañarse con este cronista. Recto y filudo como una espada, cuenta sus impresiones sin eufemismos ni medias tintas; Valdivia, Villagra, García Hurtado de Mendoza, Rodrigo de Quiroga, etc. , gobernadores y capitanes insignes de la conquista y de la colonia pasan por las páginas del libro vistos sobria y directamente tales como ellos eran" (14).

Otros lugares del texto en los que se manifiesta la imparcialidad del narrador son aquellos frecuentes enunciados en los que recoge juicios y murmuraciones, "lo que corría como voz general, lo que se pensaba y se decía, sin manifestar odio y sin dejarse seducir por el halagüeño prisma de la amistad"(15), "sin desviarlo de su propósito justiciero e independiente"(16).

También se atraen como signos de la modestia del autor que busca "desaparecer a nuestra vista", la ausencia de ejemplos tomados de autores antiguos, "las muestras de falsa erudición", según afirma Medina. En palabras de Esteve Barba: "no pretende que le supongan o reconozcan una cultura de la que no hacía gala: ni una sola vez incurre en alusiones pedantescas con la pretensión de demostrar a sus lectores una erudición inoportuna y fácil"(17). Sobre lo mismo y con énfasis valorativo, Barros Arana dice: "Sea obedeciendo a una inspiración de buen gusto literario, raro entre los escritores de su tiempo, o sea, por escasez de ilustración histórica, Góngora Marmolejo cuenta los hechos normalmente, al correr de la pluma, sin embarazar su narración con digresiones estrañas al asunto, sin esas frecuentes referencias a la historia bíblica ni a los griegos y romanos que alargan y afean otros escritos" (18).

Siendo, en general, pertinentes las descripciones del discurso de Góngora Marmolejo que proponen Medina, Barros Arana, Montt, Esteve Barba, Vega y el relieve que confieren a algunos de sus rasgos dominantes, conviene, sin embargo, hacer algunas necesarias precisiones.

Considerando las proposiciones que sobre el discurso histórico han formulado Roland Barthes, Hayden White y Walter Mignolo(19), corresponde señalar que, como todo discurso, el histórico es una estructura verbal en la que se postula un sentido para los hechos narrados, sentido que se construye en la red de relaciones internas que se establecen entre diferentes planos y elementos discursivos. Para el logro de los propósitos que me animan de revisar la propiedad de la reiterada afirmación acerca de la escasa presencia y notoriedad de Alonso de Góngora Marmolejo en su Historia... requiero advertir, apoyándome en las proposiciones de Roland Barthes, que deben distinguirse dos planos para observar este fenómeno discursivo. Esos planos son el de la enunciación y el del enunciado(20). En éste se constata no la ausencia, pero sí la escasa presencia de Góngora Marmolejo como personaje de la historia narrada puesto que sólo en muy pocas unidades del enunciado es él el sujeto de las proposiciones; ni siquiera aparece en ellas en la forma menos perceptible que sería aquella del pronombre 'nosotros' que lo incluyera corno uno de los sujetos participantes en los hechos narrados. Regularmente en el discurso de Góngora Marmolejo los sujetos de las proposiciones que designan acciones son el nombre propio, cuando se trata de protagonismo individual, o los sustantivos "soldados", "españoles", "vecinos" y, dominantemente, "cristianos", cuando se trata de la mención de hechos o situaciones de participación grupal o colectiva.

Sin embargo, tal como lo han advertido los estudiosos de la obra, hay algunas unidades del enunciado en las que el 'yo' que identifica a Góngora Marmolejo es el sujeto de las proposiciones. No son más de diez en todo el discurso. De ellas, cinco se construyen con la forma verbal "me hallé presente"; en dos de estos casos, los determinativos del verbo expanden el significado de él más allá de la situación particular aludida; son los enunciados de los capítulos XXVI y XXXIV: "(que me hallé presente y peleé en todo lo más de lo contenido en este libro)", "porque yo me hallé presente con Valdivia al descubrimiento y conquista, en la cual hacia todo lo que era en sí como cristiano "(21). En tres unidades del enunciado, se reconocen los signos que Barthes denomina shifters "de escucha" o testimoniales(22) que señalan a Góngora Marmolejo no tanto en cuanto actor o testigo presencial de los acontecimientos, sino en cuanto sujeto que procura o recibe información necesaria sobre sucesos en. los que no estuvo presente. Así, por ejemplo, en los enunciados finales del capítulo XIV, en los que declara: "El cómo murió (Valdivia) y de la manera que dicho tengo, yo me informé de un principal y señor del valle de Chile en Santiago, que se llamaba Don Alonso, y servía a Valdivia de guardaropa, que hablaba en lengua española, y de mucha razón, que estuvo presente a todo, y escapó en hábito de indio de guerra sin ser conocido y aquella noche llegó a la casa fuerte de Arauco y dio nueva de todo lo sucedido a los que en ella estaban: ..." (p. 39). Otras escuetas menciones -'supe yo después" (p. 102), "dijéronme" (p. 140)- operan también como shifters testimoniales mediante los cuales el enunciante consigna en su discurso que su conocimiento de los hechos, si bien proviene básicamente de su propia experiencia, acoge también informaciones de otros no identificados en cuanto fuentes precisas, salvo en el caso del informante de la muerte de Valdivia de quien se entregan todos los antecedentes necesarios para representarlo como testigo confiable, digno de crédito.

Todas estas unidades discursivas contribuyen a instaurar la imagen de Góngora Marmolejo como testigo de la historia que narra y no como activo participante en ella, de lo cual el único signo sería "peleé" que alude a su condición de soldado. Y como el ser testigo y poseer un saber, un conocimiento de los hechos que se funda en su propia experiencia y en lo dicho o informado por otros, es atributo de quien registra los hechos históricos, todos esos signos del discurso antes que mencionar a Góngora Marmolejo soldado, refieren a él como historiador y más aún como historiador que afirma la verdad de los hechos y de su escritura desde "lo visto y lo vivido" que es, en la época y especialmente en el discurso hispanoamericano sobre el descubrimiento, conquista y colonización de América, concepción dominante y privilegiada acerca de la realidad y la verdad históricas(23). Por ello, esos signos no aluden a Góngora Marmolejo sujeto del enunciado, sino más bien a él en cuanto sujeto de la enunciación que se hace presente en el discurso para exhibir su competencia en cuanto emisor de un discurso histórico que exige, entre otras cosas, de acuerdo a la preceptiva de la época, regularse por el "criterio de verdad" (24), el que en este caso es el de "lo visto y lo vivido".

Se concluye, entonces, que es efectivo lo aseverado por Medina, Barros Arana, Montt, Esteve Barba acerca de la renuncia de Góngora Marmolejo a representarse en su Historia... como personaje o actor del acontecer, pues en el plano del enunciado la única forma de presencia que adquiere es la de observador o testigo y ello incluso no marcado de manera relevante sino con gran contención que se manifiesta en el número reducido de unidades del enunciado que lo indican como sujeto. Pero lo que acontece en el plano del enunciado no es proyectable al de la enunciación, pues se constata en el discurso de Góngora Marmolejo la presencia de múltiples signos que se refieren a ella; unos remiten a la situación, acto y proceso de enunciación, otros, a los protagonistas de ella: el destinatario y el enunciante del discurso. Si los signos de destinación son escasos en la Historia de Chile desde el descubrimiento hasta el año de 1575 pues, como señala Barthes, "en el discurso histórico están generalmente ausentes y sólo se encuentran cuando la historia se presenta como lección", abundan los signos del enunciante los que van llenando ese yo que identifica al emisor del discurso de "predicados diversos destinados a fundarlo como una persona, provista de plenitud psicológica o, más aún (la palabra es una figura) de una capacidad"(25).

Probaré lo dicho mostrando los diversos modos de la presencia personal -y no mera voz que emite el discurso- de Góngora Marmolejo enunciante, historiador, en su Historia. Con ello demostraré que son muy relativas la 'objetividad', desapasionamiento e imparcialidad que se le han asignado como rasgo relevante, pues de las dos opciones polarmente diferentes que tiene el historiador para construir su discurso: "hacerse presente", en él o "ausentarse", él ha elegido la primera y no aquella otra, propia del discurso histórico llamado "objetivo" en el cual "la carencia sistemática de todo signo que remita al emisor del mensaje histórico" y la consiguiente anulación de la "persona pasional" del enunciarte para sustituirla por la "persona objetiva", procura producir el efecto de que el historiador no interviene y los hechos hablan por sí mismos, "la historia se cuenta sola"(26). Nada más distante, a mi juicio, de lo que ocurre en la Historia de Góngora Marmolejo en cuyo discurso la figura del enunciante, además de instaurarse como historiador que avala en su condición de testigo la verdad de lo dicho, se representa con una identidad personal que se manifiesta variadamente como perspectiva y conciencia cognoscitiva, interpretativa, valorativa, reflexiva sobre el mundo, sobre su propio quehacer escritural y sobre el discurso mismo; pero, además el enunciante en su discurso se manifiesta, si bien con contención y mesura, como interioridad traspasada de afectividad. De esas plurales dimensiones del sujeto dan cuenta los signos que remiten al enunciante, esparcidos profusamente a lo largo del discurso; ésos son los signos que lo fundan como "persona, provista de plenitud psicológica", pero además de ellos, la persona del historiador se manifiesta en la selección de los hechos que narra, en la elaboración a que los somete y en la disposición narrativa con que los organiza en la Historia. De ello me ocuparé a continuación.

Ya me referí, aunque de manera parcial a algunos de los signos que indican en el discurso de la Historia... el acto de proferirlo, pues los shifters testimoniales o "de escucha", que conectan los hechos narrados con el acto del informante y la palabra del enunciante, al mencionar recurrentemente la experiencia personal del sujeto o el testimonio de testigos como fuentes de información y conocimiento, definen el acto de enunciación como actividad de un historiador testigo que registra hechos cuyo conocimiento proviene básicamente de la experiencia personal, de la observación directa del acontecer, fundando en ellas el valor de verdad de su discurso. Así, el acto del enunciante y la situación de enunciación de la Historia... de Góngora Marmolejo se instaura con los rasgos propios de la tendencia historiográfica "realista" para la cual discurso verdadero es la reproducción fiel de "lo visto y lo vivido" por un sujeto que narra lo que constituye su experiencia de observador y actor del acontecer histórico.

Pero también se observan en la Historia... de Góngora Marmolejo enunciados como los siguientes: "como tengo dicho", "para hacerse lo arriba dicho", "los nombres de los cuales (soldados) dijimos en el capítulo de atrás", "ya dije atrás como...", "como adelante se dirá", "otros muchos (nombres de soldados) que dejo por evitar prolijidad". Son éstos indicadores de organización interna del discurso, reveladores de diversos movimientos de éste respecto a su materia y al desarrollo que va adquiriendo, signos mediante los cuales el enunciante "organiza su propio discurso, lo retoma, lo modifica a lo largo de su camino, en una palabra, le asigna referencias explícitas"(27); indicios, por lo tanto, de la conciencia que tiene el enunciante de la estructura y disposición de su discurso en el cual articula las unidades constitutivas con un orden que no es sólo el de la sucesión, sino también, espacial y formal (división en capítulos). Esa conciencia es la que lo faculta para decir "ya dije atrás" o "se dirá" y también "lo arriba dicho" o "dijimos en el capítulo atrás".

Algunos de estos shifters de organización, además de indicar movimientos discursivos y mostrar al enunciante en su actividad de ordenar el discurso, lo señalan también como historiador que tiene clara conciencia de su quehacer, de los propósitos que lo animan a escribir y de las finalidades que se propone alcanzar con su escritura. En varios momentos aparecen enunciados como éstos: "acaeció una cosa dina de escribilla" (p. 41), "sucedió una cosa en aquel tiempo que por ser notable la quiero escribir" (p. 54), "acaeció una cosa entonces, que por ser dina de memoria la escribo para que entienda el que esto leyera y considere cuán valientes son estos bárbaros y cuán bien defienden su tierra" (p. 75). Todos ellos son shifters de "anuncio", según la clasificación propuesta por Barthes. Pero esos enunciados, además de cumplir con la función de proponer un asunto que luego se desarrollará e indicar el movimiento posterior del discurso, son indicios que advierten acerca de concepciones de la actividad historiográfica que sustenta el enunciante. De acuerdo a lo dicho, son los sucesos notables, los dignos de memoria los que constituyen la materia de la escritura histórica y es ésta la que, al registrarlos y fijarlos, los conserva en el recuerdo y los perpetúa. Esas afirmaciones aproximan a Góngora Marmolejo a la tendencia historiográfica, propia de los círculos caballerescos medievales y renacentistas que concibe la realidad histórica en relación con esferas de valores, modelos y paradigmas de conducta dentro de los cuales, los heroicos adquieren especial relieve. Son entonces los hechos históricos que objetivan esos valores, los dignos de ser notados y anotados por el historiador en una escritura cuya función primordial es hacer manifiesto ese fondo valórico que existe tras el acontecer particular y concreto, destacarlo y proponerlo como paradigma digno de ser imitado. Escritura, por lo tanto, que advierte y conserva, e incluso, confiere valores a los hechos y a los hombres que los protagonizan y así los rescata del silencio y del olvido, los graba en la memoria y reconocimiento de las generaciones presentes y futuras, inscribiéndolos en el ámbito de la fama(28).

A esta historiografía de la fama que tanto relieve adquirió en Hispanoamérica en el siglo XVI, se adscribe la Historia... de Góngora Marmolejo, según lo dicho en enunciados como los anteriormente transcritos y en los de la Dedicatoria a Don Juan de Ovando, Presidente del Consejo de Indias, a quien el autor dirige la obra. En el texto de la Dedicatoria, que cumple la función retórica del exordio, Góngora Marmolejo expone su concepción de la historiografía, los principios y normas que regulan su escritura de los acontecimientos ocurridos en el reino de Chile, ,los modelos en que se inspira, los propósitos que le mueven a escribir y las finalidades que se propone alcanzar con su obra. Por todo ello, la dedicatoria se constituye en metatexto historiográfico(29), lugar en el que se formula la teoría que sustenta el discurso y donde se muestra la conciencia que el historiador tiene de su quehacer y de su texto.

Conviene detenerse a considerar esta dedicatoria. Ya en su primer párrafo, Góngora Marmolejo afirma la concepción de la escritura histórica como conservadora de los "acontecimientos grandes y hechos de hombres valerosos", ocurridos en el pasado y del historiador como persona virtuosa. Así dice: "Si los acontecimientos grandes y hechos de hombres valerosos no anduviesen escriptos, de tantos como han acaecido por el mundo, bien se cree, Illmo. Señor que de mui poco dello tuviéramos noticia, si algunas personas virtuosas no hubieran tomado trabajo de los escribir" (p. XI). De ello dan prueba griegos y romanos que dejaron registro no sólo de los grandes hechos heroicos sino incluso de las "menudencias" pues, como dice Salustio, como hombres sabios que eran, además de virtuosos, "entendiendo que con la vida todo se acaba, procuraron escribir todas las cosas que en su tiempo acaecían" (p. XI).

Ese modelo de historiografía que es la que confirió gloria a griegos y romanos -"pues con su elocuencia mucha levantaron sus hechos en tanta manera, que las demás naciones los tienen por espejo y dechado; y si a otros hombres honraron en casos grandes fué para más gloria suya, que al cabo ellos los vencieron y triunfaron de sus reinos" (p. XII)- es el que declara seguir Góngora Marmolejo para narrar en prosa lo que nadie hasta entonces ha narrado, salvo Ercilla en verso y buen estilo, pero no en la forma "tan copiosa cuanto fuera necesario para tener noticia de todas las cosas del reino" (p. XII). Para llenar ese vacío de información(30), Góngora Marmolejo se propone narrar "las cosas del reino", "desde el principio hasta el día de hoy no dejando cosa alguna que no fuese a todos notoria" (p. XII). Y así propone como materia de su discurso "los muchos trabajos e infortunios que en este reino de Chille de tantos años como há que se descubrió han acaecido, mas que en ninguna parte otra de las Indias, por ser la jente que en el hai tan belicosa" (p. XII).

Muchas de las afirmaciones contenidas en la Dedicatoria revelan la preferencia de Góngora Marmolejo por la tendencia historiográfica que concibe la escritura histórica como registro que conserva los grandes hechos y las hazañas de hombres valerosos y así los perpetúa en el recuerdo y les confiere gloria. A ello apuntan tanto las referencias a la historiografía de la antigüedad clásica como a La Araucana, texto también inspirado en la concepción de las letras como dadoras de fama; enunciados del prólogo y del exordio de la primera parte del poema de Ercilla resuenan como un eco en la dedicatoria de la Historia... de Góngora Marmolejo. Así, lo dicho sobre los historiadores romanos, quienes "si a otros honraron en casos grandes fue para más gloria suya, que al cabo ellos los vencieron y triunfaron de sus reinos" apunta al mismo sentido de la segunda octava real de La Araucana:

Cosas diré también harto notables
De gente que a ningún rey obedecen
Temerarias empresas memorables
Que celebrarse con razón merecen;
Raras industrias, términos loables
Que más los españoles engrandecen;
Pues no es el vencedor más estimado
De aquello en que el vencido es reputado.

También se percibe la relación con el poema en la proposición del asunto de la Historia... en la cual se señala que el carácter extraordinario de los sucesos de Chile, que sobrepujan todo lo acontecido en Indias, se debe a "se la jente que en el hai tan belicosa", lo que es también rasgo central de la caracterización de los araucanos en el texto de Ercilla, enunciado ya en la sexta estrofa con que se inicia la descripción de Chile, en los tan citados versos.

La gente que produce es tan granada
Soberbia, gallarda y belicosa
Que no ha sido por rey jamás regida
Ni a extranjero dominio sometida(31)

A la luz de lo dicho en la dedicatoria de la Historia..., todo parece apuntar a la voluntad de Góngora Marmolejo de inscribir su texto dentro de 1a historiografía de la fama. Y de hecho, algunas unidades del discurso lo confirman. Así, por ejemplo: "Y por no dejar sin gloria a quien lo merece n; es justo en toda suerte de virtud, diré lo que aconteció a un soldado llamado Diego Cano, natural de Málaga" (p. 49) y narra a continuación el episodio en el que el personaje, dando prueba de su virtud de esforzado y buen soldado, arriesga su vida cumpliendo la poco prudente orden de Francisco de Villagra de alancear un indio de extraordinaria valentía y destreza en medio del fragor de una batalla. Ese mismo sentido de conferir gloria, honor, fama tiene el consignar en el discurso nombres de soldados distinguidos en combate o muertos en los encuentros con los araucanos; o el procedimiento contrario, silenciar el nombre de quien no supo actuar de acuerdo a la condición de soldado leal, valeroso y fiel cumplidor de su deber, como el caso de aquél "que se durmió en la vela, que por su honor no digo quién es, o según otros decían haberse ido a visitar ciertos amores que tenía" (p. 103) y por cuya negligencia se perdió la ciudad de Cañete.

Sin embargo, casi toda vez que Góngora Marmolejo, enunciante del discurso, anuncia que "aconteció una cosa notable", "digna de escribirse" no se refiere a "acontecimientos grandes y hechos de hombres valerosos" sino más bien a ese tipo de sucesos que en la dedicatoria denomina "menudencias". Así, por ejemplo, en el capítulo II, propone como "cosa notable" el caso de Pedro Cano, un soldado español que se encuentra Almagro, convertido en señor de comunidades indígenas del valle de Aconcagua donde llegó huyendo del Perú luego que allí le cortaron las orejas como castigo por el delito de hurto. También en el capítulo XX en que se expone como notable lo acontecido con una negra de Valdivia a quien los indios llevaron a la ribera de un río y la ataron de pies y manos, tendida a lo echaban cántaros de agua encima y con arena la fregaban con toda la cabeza a ellos posible, creyendo que la color no era natural, sino compuesto les que vieron que no podían quitarle aquella color negra la mataron, desolándola como gente tan cruel; y el pellejo lleno de paja traían por la provincia" (pp. 57-58). Y también la escena protagonizada por un soldado " llamado Juan Morán de la Cerda, natural de Guillena, en la ribera del Guadalquivir, junto a Alcalá del Río" que se propone como "cosa dina de e.,;cribilla" y cuya narración, si bien destaca el heroísmo del soldado, pone ,acento en la nota de horror: "y fué que, andando peleando, le dio un indio una lanzada en un ojo que se lo sacó del casco y lo llevaba colgando sobre el rostro; y porque le impedía pelear y recibía pesadumbre traerlo colgando, asiéndolo con su mano propia lo arrancó y echó de sí..." (p. 41).

Escasas son también las unidades en las cuales el narrador por la vía de exclamaciones manifiesta su entusiasmo, admiración, júbilo o valoración positiva de los hechos bélicos que narra. Frente a frecuentes expresiones del tipo: "¡cuánto puede el miedo en casos semejantes!", "¡tanto iban medrosos!", "¡tan enemistados estaban con estos indios!", "¡cosa. de gran crueldad!"; muy pocas semejantes o equivalentes a la exclamación "¡era hermosa cosa de ver!", intercalada en la narración de la batalla del fuerte de Quiapo (capítulo XXX) y que con su resonancia épica atrae una nota de exaltación de los valores heroicos que españoles y araucanos despliegan en la lucha.

De todo esto resulta que hay en la Historia... de Góngora Marmolejo una efectiva reducción del componente heroico, lo que ya se manifiesta en los términos empleados en la dedicatoria para hacer la proposición del asunto que se desarrollará en el discurso. Reparemos en que lo propuesto allí no son hazañas propiamente tales sino "los muchos trabajos e infortunios que en este reino de Chile de tantos años como há que se descubrió han acaecido mas que en ninguna parte otra de las Indias".

La mención de los hechos a narrar como "trabajó, e infortunios" pone el acento en el carácter dificultoso e infausto del acontecer que será materia de la narración, no en su relieve o grandeza heroica. Cabe advertir que la palabra "trabajos" en su acepción de dificultades, impedimentos, perjuicios, penalidades, sucesos infortunados, es modo habitual de mención de las situaciones que constituyen la materia de la literatura picaresca española y dentro del discurso historiográfico narrativo de la conquista de América, es término de presencia recurrente en el llamado "discurso del fracaso"(32) y no en aquél que estructura e interpreta el proceso como una aventura heroica coronada por el éxito.

Todos estos signos y muchos otros esparcidos en el discurso revelan que la adscripción de la Historia... de Góngora Marmolejo a la historiografía de la fama es relativa, opera sólo en forma parcial pues, si bien la obra se propone en la dedicatoria en términos que la articulan con esa tendencia historiográfica, hay muchos elementos en el discurso -incluso ya en la formulación de la misma proposición del asunto- que advierten acerca de orientaciones y sentidos diferentes a los propios del tradicional discurso narrativo de hazañas. Y eso está en directa relación con la conciencia y perspectiva del enunciante. Para precisar estos asuntos y los alcances que ellos tienen en la estructura y sentido de la Historia, será necesario volver sobre la persona de quien enuncia el discurso para determinar su condición, posición y situación desde la que narra y organiza los procesos históricos que constituyen la materia de su discurso.

Debo aquí atraer el segmento del capítulo final sobre el cual ya señalé que constituye el lugar del texto donde el personaje Alonso de Góngora Marmolejo, sujeto del enunciado, alcanza el mayor grado de notoriedad. En ese capítulo se hace la caracterización del gobernador Melchor Bravo de Saravia poniendo especial acento en su condición de ser "amigo de hombres ricos y por algunos de ellos hacía sus negocios, porque de los tales (era presunción) recibía servicios y regalos: sus cargos de correjidores y los demás que tenía que proveer como gobernador, los daba a hombres que estaban sin necesidad. Presumíase lo hacía por entrar a la parte, pues había en el reino muchos caballeros hijosdalgo que a su majestad habían servido mucho tiempo, a los cuales no daba ningún entretenimiento, y dábalo a los que tenían feudo del Rey en repartimiento de indios" (pp. 210-211); se ilustra esta situación de injusticia con la mención del otorgamiento de "un cargo de protector de indios, con seiscientos pesos de salario" a "Francisco de Lugo, mercader, hombre rico y que al Rey jamás había servido en cosas de guerra en Chile" (p. 211); y a continuación el narrador declara: "Este cargo lo pidieron muchos soldados, y yo Alonso de Góngora fui uno de ellos que desde el tiempo de Valdivia había servido al Rey, y ayudado a descubrir y ganar este reino, y sustentado hasta el día de esta fecha, y estaba sin remuneración de mis trabajos" (p. 211).

Esa postergación que padece el sujeto es para mí determinante de la posición que él asume frente a los hechos y de la situación en que se establece como enunciante del discurso. Desde ella, su visión, su perspectiva, su interpretación de la realidad, se condicionan y desde ella también se definen los propósitos y finalidades que pretende alcanzar con su Historia... que son bastante más amplios que proporcionar información sobre lo acaecido en Chile desde su descubrimiento hasta 1575 o que otorgar "el talento que merece" a la "belicosa, ardidosa y arriscada" gente araucana por la denodada defensa que ha hecho de su tierra; intenciones y propósitos bastantes más serios también que el simple dar a Juan de Ovando "algún rato de entretenimiento en el tiempo desocupado que tuviere" (p. XII) o procurar que genéricos lectores se huelguen de saber sobre los exóticos asuntos relativos a esta "jente desnuda, bárbara y sin armas", "que en el cabo del mundo" luchan por su tierra.

Desde esa conciencia de ser un soldado meritorio, injustamente tratado por quienes han tenido autoridad y poder en el reino, pues no han retribuido como corresponde sus dilatados servicios, encontrándose, por ello, en el "agora" que identifica el presente de la enunciación, en situación de menoscabo y postergación, Góngora Marmolejo enuncia un discurso que se orienta a obtener la reparación de hechos injustos, pero planteando que éstos no le conciernen sólo a él sino al conjunto de antiguos y leales soldados y de vecinos, buenos servidores del rey que han padecido los mayores "trabajos e infortunios" sin obtener nunca la debida retribución o recompensa y sin que esa injusticia se repare por no estar el monarca enterado de lo que sucede, pues "como el reino de Chile estaba tan lejos de España, no podía su majestad ser informado con tanta brevedad como convenía, pasábase todo, recibiendo los vasallos del Rey tantas vejaciones" (p. 2 11). En la confianza de que el soberano es un justo gobernante que, enterado del mal o de la injusticia que impera en sus dominios, actuará para corregirlos, Góngora Marmolejo cumple la misión de proporcionar esa información, si no directamente al rey, a uno de los representantes del poder real -Don Juan de Ovando, Presidente del Real Consejo de Indias- a quien por su investidura y autoridad se concibe como el juez que deberá pronunciarse sobre los hechos que se le presentan en esta Historia... que, junto con referir los sucesos ocurridos en Chile, incluye la discusión y debate de un problema de justicia, la presentación y exposición de una causa en términos de defensa de los derechos de los antiguos soldados y vecinos del reino de Chile y de acusación de quienes -los gobernadores, especialmente- los han tratado injustamente manteniéndolos en situación de marginación y postergamiento dentro de la sociedad colonial. Se incorporan así a la Historia... los elementos propios del discurso judicial y también los del deliberativo o político(33), pues la causa expuesta compromete problemas de gobierno y administración del reino de Chile y de conducción de la guerra de Arauco que también serán objeto de las referencias y de la severa crítica del narrador.

De ese carácter judicial del discurso de Góngora Marmolejo se deriva la sobriedad, contención y ponderación con que él, como personaje y enunciante, se exhibe en su Historia..., respetando así la recomendación de la retórica que advierte sobre la conveniencia de que el orador se presente en términos de modestia y evite toda manifestación que lo haga sospechoso de arrogancia, todo lo cual vale como recurso apto para lograr la persuasión del juez sobre la justicia de la causa que el sujeto expone y defiende. Por eso también, y siguiendo los dictados de la retórica, como también los postulados ciceronianos sobre el historiador, el enunciante de la Historia... se muestra como "vir bonus" persona virtuosa que, por ese atributo necesario tanto al orador como al historiador, da garantías de verdad, credibilidad, objetividad e imparcialidad de juicio y también de honestidad y carencia de interés mezquino y egoísta, pues como hombre de virtud no actúa por personales motivaciones sino por el bien comunitario.

En varios momentos del discurso aparecen esas protestas de virtud y exigencias al lector de ser comprendido e interpretado como uno de esos hombres virtuosos que asumen el trabajo de escribir la historia (así alude en la Dedicatoria al historiador). Especialmente enfáticas son esas declaraciones en el capítulo final, donde, a modo de conclusión del discurso y para precaverse de cualquier impugnación que pudiese hacérsele de aparecer desfavorablemente inclinado hacia el gobernador Bravo de Saravia, el enunciarte dice: "Son tantas las cosas que podría escribir del doctor Saravia, que porque el lector no me tenga por sospechoso; determino no decir más, aunque con verdad habia mucho. Y pues he cumplido mi promesa, quisiera que el dejo de este gobernador fuera de hechos valorosos y virtudes encumbradas; mas como no puedo tomar lo que quiero, sino lo que sucesive detrás de los demás gobernadores ha venido y tengo de necesidad pasar por lo presente, suplico al lector no me culpe el no pasar adelante porque en solo esta vida quedo fastidiado, por cierto no la escribiera, si no me hubiera ofrecido en el principio de mi obra escribir vicios y virtudes de todos los que han gobernado; y porque me he preciado escribir verdad, no paro en lo que ningún detractor puede decir" (pp. 211-212).

La condición de "vir bonus" que Góngora Marmolejo enunciante proclama para sí, se demuestra en múltiples unidades del discurso que van construyendo su imagen de sujeto de ponderado juicio, que no se inclina caprichosamente en pro ni en contra de nada o nadie y cuyo acto de narrar se motiva en el deseo de procurar la justicia y el bien comunitarios y no en su personal interés egoísta. De los signos que van trazando esa imagen, no es el menos significativo el de la ausencia -alterada sólo una vez en el capítulo final- de enunciados en los que el enunciante narre su propia experiencia o haga explícita la protesta, el reclamo por su propia situación personal; siendo lo normal y frecuente que hable por y en defensa de soldados meritorios o esforzados vecinos que no han recibido retribuciones de sus servicio; narrando situaciones generales que afectan a ese colectivo o casos particulares (como el del infortunado soldado Martín de Peñalosa, en el capítulo XLII) que se atraen como pruebas efectivas del injusto trato que ese sector de la sociedad ha recibido de los gobernadores y autoridades del reino. Todo ello opera en el discurso como argumentación narrativa en defensa de la causa que Góngora Marmolejo sustenta, argumentación que se refuerza con frecuentes y enfáticos momentos de discurso del comentario en los cuales el enunciante expone su posición, reflexión e interpretación de los hechos. Decenas de segmentos de ese tipo se registran en la Historia... transcribiré uno de los que me parece más ilustrativo del fenómeno que estoy describiendo. Se nos ofrece en el capítulo LIV: "Y porque los vecinos de Santiago habían gastado mucho en aquella jornada como de ordinario lo han hecho con todos los gobernadores, siguiéndolos y sirviendo al Rey, aunque de ello nunca fue informado, pues es cierto han merecido mucho; porque el sustento ordinario de todo el reino ha dependido de ellos, recibiendo soldados en sus casas, curándoles sus enfermedades, dándoles de comer a ellos y a sus criados y caballos, vistiendo a los desnudos, dando caballos a los que estaban a pié, gastando en general sus haciendas sirviendo al Rey; que de justicia habian de ser jubilados, lo que no se ha hecho ni hace; sino derramas e pensiones, si en el reino se echan por los gobernadores con los colores que quieran, ellos han sido los primeros que las pagan y lo son en el día de hoy, sin tener atención a lo que tengo dicho; porque en las Indias del Rey D. Felipe, nuestro señor, no es tan señor de ellas como lo son sus gobernadores, que les parece que el tiempo que gobiernan lo han heredado todo de sus padres. Y es verdad, por la profesión que tengo de cristiano, no me mueve a lo que dicho tengo sino decir la verdad" (p. 146).

De lo dicho resulta entonces que la escasa notoriedad de Góngora Marmolejo en su discurso no es otra cosa que "arte", como lúcidamente observara Medina, esto es, diestro manejo retórico para encubrir su figura y las condiciones o situaciones que pudieran suscitar, de parte del receptor, impugnaciones respecto a la legitimidad, competencia y autoridad que posee para enunciar un discurso histórico que integra, además, un importante componente judicial-deliberativo. Por eso, en el plano del enunciado Góngora Marmolejo sólo ocasionalmente se muestra como soldado meritorio, no reconocido ni retribuido por sus servicios, que reclama por ello y exige justicia, limitándose a presentarse casi únicamente como testigo del acontecer histórico; por eso también, en el plano de la enunciación, para convencer a la autoridad de la legitimidad y justicia de la causa que defiende, no la presenta como la suya propia sino como problema de justicia que afecta, en general, al conjunto o grupo social al que el capitán Góngora Marmolejo pertenece: el de los antiguos soldados y vecinos del reino de Chile, meritorios servidores del rey que permanecen sin reconocimiento ni retribución de servicios y de los cuales él se constituye en vocero y defensor de sus derechos. Así anula toda posible impugnación de incompetencia jurídica pues no aparece como defensor de su situación personal sino de los intereses de ese colectivo en un discurso en el cual su caso particular no será hecho central de la causa, sino una de las muchas pruebas efectivas que el enunciante presenta en apoyo de su argumentación de defensa. Con ello, además de acreditarse el receptor del discurso como sujeto moralmente irreprochable, aumenta el grado de defendibilidad de la causa que de ser presentada por un sujeto que fuese a la vez "persona de quien trata la causa" y enunciante del discurso en que se la expone "chocaría contra el resentimiento jurídico o contra la conciencia de los valores y de la verdad del público", constituyendo una causa del "admirabile genus" que según la clasificación retórica "plantea elevadas exigencias al orador"(34) para su defensa. Y esa causa del "admirabile genus" se transforma en causa del "honestum genus"(35) en virtud de las estrategias discursivas de ocultamiento de sí que Góngora Marmolejo emplea en su Historia... las que, difuminando su presencia en el enunciado, lo descubren en el plano de la enunciación como autorizado y competente enunciante de un discurso judicial de defensa de una causa difícil por su reducido grado de defendibilidad.

Todo esto significa que, para la conciencia del enunciante, el "status"(36) de la causa o "cuestión capital" que sedebate en su discurso no es tanto la ocurrencia misma de los hechos, ni su definición o cualidad jurídica inobásicamente la legalidad de "la actio", es decir, de los componentes del proceso y concretamente la suya, pues por su condición de soldado postergado y no reconocido como tal ni como historiador ni orador, puede ser objeto de impugnaciones por parte de detractores, hombres no virtuosos y murmuradores que, según lo dicho en la Dedicatoria, abundan "porque la malicia el dia de hoy es mayor que nunca ha sido". Causa, por lo tanto, del "status translationis"(37) que resuelve las dudas sobre la legalidad del proceso mediante el recurso de la "translatio"(38) que desplaza en el enunciado el centro de la "cuestión capital" desde lo particular personal (el caso del soldado Alonso de Góngora Marmolejo) a lo general (la situación del conjunto de antiguos y meritorios soldados y vecinos) y últimamente en lo que concierne a la persona de Góngora Marmolejo, lo establece no como sujeto de la causa sino como enunciante del discurso donde ella se expone y donde él da pruebas de su competencia y autoridad, siendo el discurso mismo, prueba efectiva de ello; todo lo cual opera como argumentación que da fuerza a la defensa de la causa y como recurso para el convencimiento del receptor -el Presidente del Consejo de Indias y a través de él, el monarca español-, concebido como juez y como autoridad que representa el poder político, de quien se espera un fallo favorable y justo y una decisión conveniente para el interés de un sector postergado- de la sociedad chilena colonial.

Pero también la estructura que el enunciante confiere a los hechos en la narración es elemento fundamental de la argumentación de defensa. Observemos este aspecto de la Historia...

Discrepando de lo señalado por Encina respecto a "la forma incorrecta y ramplona" de la obra de Góngora Marmolejo, afirmo que ella presenta una estructura regular perfectamente atenida a las normas establecidas por la retórica para la "dispositio".

Primeramente se observa la organización del discurso en tres partes perfectamente identificables: El discurso se inaugura con la Dedicatoria a Juan de Ovando que cumple la función de exordio; a partir del capítulo primero se desarrolla la "narratio" que es la expansión narrativa del asunto propuesto en el exordio, la que se extiende hasta el capítulo LXXVIII en el cual se contiene la conclusión, esparcida en varios segmentos del final del capítulo.

En la narración, los acontecimientos que conforman la historia de Chile desde el descubrimiento hasta el año de 1575, se organizan en seis grandes unidades construidas en torno a las figuras y actuación de los seis primeros gobernadores del reino; ellas van precedidas por dos unidades introductoras: descriptiva del territorio y caracterizadora de la gente araucana, la del capítulo I, y narrativa, de modo muy sumario, de la frustrada expedición de Diego de Almagro, en el capítulo II. A partir del capítulo III la narración dispone los hechos en la sucesión de los gobernadores, ateniéndose al criterio natural de ordenamiento cronológico sin que ello signifique rigor en la precisión de fechas de ocurrencia de los sucesos, pero sí respecto a la linealidad de la cronología. La secuencia de gobernaciones se inicia con Pedro de Valdivia, sigue con García Hurtado de Mendoza, Francisco de Villagra, Pedro de Villagra, Rodrigo de Quiroga para terminar con Melchor Bravo de Saravia. Los hiatos producidos en esa sucesión -entre Valdivia y Hurtado de Mendoza y entre Quiroga y Saravia- se llenan con la narración de las querellas y pugnas por el poder entre Francisco de Aguirre y Francisco de Villagra y con el relato de los sucesos ocurridos durante el gobierno de la Audiencia, respectivamente.

Cada una de estas seis unidades narrativas se estructura de acuerdo con un esquema mantenido que dispone el relato, organizándolo en secuencias centradas en la figura de cada gobernador el que se representa en diversos planos: el de su acción guerrera en el que se muestra a la figura como capitán de las tropas españolas en su lucha con los araucanos, en sus aciertos y desaciertos en la conducción de la guerra, en el éxito y fracasos obtenidos en ello; el de su acción colonizadora, atraída en las referencias a fundaciones de ciudades, puertos, fuertes y refundaciones de ellos por destrucción y pérdida provocadas por los araucanos; en el de su acción política de gobernante y administrador del reino, plano éste en el que la figura se representa enfrentada a los conflictos del poder, a las dificultades en la conducción del reino y a los diversos modos de relación que establece con los gobernados, todo ello valorado en términos de aciertos y errores, logros y fracasos, buen y mal gobierno; en su condición de cristiano ante las alternativas de vicio y la virtud, del bien y del mal, tanto en la vida pública como en la privada.

La representación de la trayectoria cumplida por cada gobernador en el reino de Chile hasta su término, ya sea por muerte, dejación del cargo o poca airosa sustitución, culmina con el retrato del personaje en el que se construye su imagen en torno a los siguientes aspectos: origen, edad, aspecto físico señalando siempre forma y rasgos del rostro y del cuerpo; gestión de gobierno, duración, bondades y defectos de él, fortuna propicia o adversa que tuvo; opinión o disposición favorable o no favorable que tuvieron los gobernados sobre él; virtudes personales, generalmente las mismas en todo los retratos: entendimiento, elocuencia, prestancia y distinción en el vestir, generosidad; vicios, enfatizando siempre codicia, avaricia, sensualidad o debilidad ante las mujeres. La enumeración de estos rasgos se despliega a partir de la fórmula introductora: "Era" más el nombre del gobernador ("Era Valdivia. . . ", "Era Francisco de Villagra. . . ").

Destacado como mérito por casi toda la crítica que se ha ocupado de la Historia... de Góngora Marmolejo, el retrato de los gobernadores revela técnica, destreza retórica al construirse y disponerse como unidad discursiva que reúne sintéticamente al final de la narración de los hechos protagonizados por cada uno de ellos, los rasgos más relevantes de la figura, anteriormente esparcidos a lo largo del discurso narrativo en el que el personaje se ha mostrado actuando en diversos planos. El esquema del llamado "sintagma diseminativo recolectivo"(39), sirve aquí al propósito de trazar la semblanza de los seis primeros gobernadores del reino de Chile desde una perspectiva que los caracteriza tanto en el dinamismo de su acción y comportamiento como en la fijeza del retrato que condensa e integra los rasgos más relevantes para la identificación de la figura.

Con estos retratos, Alonso de Góngora Marmolejo se inserta en la tradición representada por Fernán Pérez de Guzmán en sus Generaciones y Semblanzas (1450) y Fernando del Pulgar en Claros varones de Castilla (1486) que revalidaron en España el antiguo prestigio de Valerio y Plutarco, del francés Vernada y del italiano Bartolomé Faccio.

Esos retratos, al estructurar la imagen de los gobernadores en torno a la oposición vicio/virtud, revelan también con evidencia la perspectiva ética desde la cual el enunciante registra, comprende e interpreta la historia y la realidad del reino de Chile, las que en la narración se representan como ámbitos en los que se objetivan valores morales y como proceso cuyo curso se determina desde ellos, pues si bien el enunciante afirma la intervención de Dios en la realidad histórica ella se manifiesta como mala o buena fortuna, castigo o premio, fracaso o éxito concedidos por la divinidad en conformidad con los vicios y virtudes de los hombres. Así dice el enunciante, por ejemplo: "mas cuando las cosas están ordenadas por el Divino juez, no se puede ir contra ellas: y así es de entender que quiso a Valdivia castigarlo por sus culpas y vivienda pública, dando mal ejemplo a todos, con una mujer de Castilla siempre amancebado" (p. 35); o por el contrario, "como dicen de ordinario a los hombres que con ánimo valeroso se determinan a cosas grandes, cuando son justas Dios les favorece"
(p. 11).

Resulta entonces que esa oposición vicio/virtud, mal/bien se instaura en la narración de Góngora Marmolejo como principio o ley interna que regula, ordena y estructura el discurso y desde la cual se proponen sentidos para la historia y la realidad chilenas representadas en él, las que así se verán reducidas en su dimensión heroica por el relieve que alcanza la dimensión moral que es la enfatizada por el enunciante, quien antes que orientar la narración hacia la representación de "acontecimientos grandes y hechos de hombres valerosos" -como proponía en la Dedicatoria, la encamina a dar cuenta de los "vicios y virtudes de todos los que han gobernado", como declara en la conclusión.

En conformidad con esa ley de estructuración discursiva, la historia del reino de Chile desde su descubrimiento hasta 1575 se organiza en un relato que, en cada una de las unidades narrativas correspondientes a las seis gobernaciones, da relieve a las secuencias de las motivaciones que inspiran el actuar de los gobernadores y de quienes han tenido participación relevante o secundaria en el acontecer. Se observa en esas secuencias que, salvo las excepciones de Rodrigo de Quiroga y unos cuantos capitanes y soldados meritorios, verdaderos paradigmas de virtud, lo que domina son los vicios y pecados de los hombres que actúan en el plano histórico de lo cual derivan errores, desaciertos, inadecuados modos de acción que tienen negativas consecuencias para el reino, pues ellos son la causa de la dilación de la guerra con los araucanos y también de un estado de permanente inestabilidad y conflicto que afecta a la realidad chilena donde las cosas están siempre "tan vedriosas" que cualquier hecho por nimio que parezca, representa riesgo grave de alteración, de pérdida y retroceso en los logros penosamente alcanzados.

Así, la soberbia y sobre todo, la codicia y ambición de Valdivia, oscurecen sus virtudes de prudencia, valentía, habilidad y destreza en "los cargos y cosas de guerra" y son determinantes no sólo de su muerte en manos de los araucanos, sino de las posteriores pérdidas de lo conquistado y colonizado que sufre el reino a lo cual contribuyen también las querellas y rivalidades de los que se disputan la sucesión en la gobernación. El caso de Valdivia, para el narrador, resulta ejemplar y lo propone como motivo de reflexión y advertencia para el cristiano que debe atenerse a los designios de Dios y no actuar impulsado por sus personales ambiciones que llevan a transgredir las normas éticas que deben regular las conductas. Así lo manifiesta el narrador luego de referir la muerte de Valdivia: "Este fué el fin que tuvo Pedro de Valdivia, hombre valeroso y bien afortunado hasta aquel punto. ¡Grandes secretos de Dios que debe considerar el cristiano! Un hombre como éste, tan obedecido, tan temido, tan señor y respetado, morir una muerte tan cruel a manos de bárbaros. Por donde cada cristiano ha de entender que aquel estado que Dios le da es el mejor; y si no le levanta más es para bien suyo; porque muchas veces vemos procurar los hombres ambiciosos cargos grandes por muchas maneras y rodeos, haciendo ancha la conciencia para alcanzarlos; y es Dios servido que después de haberlos alcanzado los vengan a perder con ignominia y gran castigo hecho en sus personas, como a Valdivia le acaeció cuando tomó el oro en el navío y se fué con él al Perú, que fué Dios servido y permitió, que por aquel camino que quiso ser señor, por aquel perdiese la vida y estado" (p. 39).

Las ambiciones de poder, las querellas entre Francisco de Aguirre y Francisco de Villagra por la gobernación que no logran resolver ni los letrados licenciados Altamirano y Peñas y que hacen que anden "todos revueltos y desasosegados con aquella manera de discordia" (p. 53), unidas a la desastrosa conducción de la guerra que Villagra lleva a cabo como capitán general, son determinantes del estado de alteración y penuria que padece el reino luego de la muerte de Valdivia y que se traduce en alzamiento general de los araucanos, derrotas militares, pérdida y despoblamiento de fuertes y ciudades.

La restitución del orden, el rigor y eficacia en la organización y la práctica guerrera que derivan en recuperación de territorios, reconstrucción de ciudades y fuertes y control del alzamiento araucano, los trae Don García Hurtado de Mendoza. Pero en contraste con esas virtudes marciales, incluso la de la generosidad para retribuir servicios a algunos soldados, dos pecados se ponen de manifiesto en su comportamiento: la ira y la soberbia que son causa de que el gobernador no fuese "bien quisto", especialmente por los soldados más antiguos. Objetos de esa ira sin freno son, entre otros, Ercilla, en el famoso incidente de los "juegos de caña y correr sortija" en Imperial (cap. XXIX) "y un hombre extranjero que había trabajado mucho, natural de la isla de Lipar, frontero de Nápoles, estando el pobre cansado, se escondió para tomar algún reposo y comer; Don García lo mandó con mucha diligencia buscar; y luego que pareció lo mandó ahorcar. Sin admitirle descargo alguno, mandaba se pusiese en efecto, y porque no había árbol en la parte en donde estaba para ahorcarlo, era tanta la cólera que tenía, que sacando su espada misma de la cinta la arrojó al alguacil para que con ella le cortase la cabeza. A este tiempo llegaron unos religiosos frailes que en su campo llevaba; estos le amansaron, y el pobre hombre volvió a remar" (p. 71).

A pesar de que el narrador justifica en atención a la juventud, el comportamiento de Don García, destaca sus vicios, especialmente la soberbia, de la cual y de sus consecuencias, el joven gobernador será caso ejemplar no imitable así como Valdivia lo fue de la codicia y ambición. En varios momentos del discurso, el enunciante se refiere a la altivez del gobernador, y así dice: "porque en aquel tiempo Don García estaba tan altivo como no tenía mayor ni igual. Libremente disponía en todas las cosas como le parecía, porque en el tratamiento de su persona, casa, criados y guardias de alabarderos estaba igual al marqués su padre; y como era mancebo de veinte años, con la calor de la sangre levantaba los pensamientos a cosas grandes" (p. 70); "Don García después de haberlos oído y enojado con las disculpas que daban (Reinoso y Juan Ramón) les dijo que no habia ninguno de ellos que tuviese plática de guerra a las veras, sino al poco más o menos, y que vía y sabía que no entendían la guerra, por lo que ellos había visto, más que su pantuflo. Entre los presentes tenido fué por blasfemia grande para un mancebo reptar capitanes viejos y que tantas veces habían peleado con indios, venciendo y siendo vencidos por hombres tan torpes de entendimiento. Fué causa lo que aquel día dijo para que desde allí adelante en los ánimos de los hombres antiguos fuese malquisto" (p. 73).

Pero el más ilustrativo de los segmentos del discurso, en el que, además de representar a Hurtado de Mendoza en su soberbia, el narrador lo propone como caso digno de no ser imitado y así evitar las negativas consecuencias que derivan del actuar soberbio, es el siguiente:

"Luego mandó se juntasen todos los que andaban en el campo, que les quería hablar, puesto en frente de los que cupieron en el aposento, les dijo entendiesen de él, que a los caballeros que del Perú había traido consigo no los había de engañar, y que les había de dar de comer en lo que hubiese porque en Chille no hallaba cuatro hombres que se les conociese padre; y que si Valdivia los engañó, o Villagra, que engañados se quedasen; y en el cabo de su plática les dijo: "¿En qué se andan aquí estos hijos de las putas?". Fueron palabras que, volviendo con ellas las espaldas, los dejó tan lastimados, y hicieron tanta impresión en los ánimos de los que las oyeron; estando delante muchos hombres nobles que habían ayudado a ganar aquel reino y sustentarlo. Desde aquel día le tomaron tanto odio y estuvieron tan mal con él, que jamás los pudo hacer amigos en lo secreto; tanto mal le querian. Después se ofrecieron algunas cosas que en ellas se lo daban a entender, y así cuando salió de Chile, como le querían mal, se holgaban vello ir pobre y malquisto. Luego, desde a poco, vino Villagra por gobernador, y en la residencia que le mandó tomar dijeron contra él tantas cosas que por ellas en el consejo real le pusieron mal: por donde ninguno, por poderoso que sea, trate mal a ningún pequeño, ni a otro ninguno, porque si es de ánimo noble tiene tino a vengarse por su persona y si es bajo, de la manera que puede" (pp. 80-81).

"La ambición y deseo de mando" que no trepida ante obstáculos ni escatima medios, incluidos el engaño y la traición, se manifiestan como los móviles de Francisco de Villagra ya durante la gobernación de Valdivia. En esa ambición y deseo de poder se generan estratagemas como aquella narrada en el capítulo VIII, de las dos probanzas que Villagra hace de Valdivia, una en favor y otra en contra, y que envía al Perú con enemigos del gobernador "para si hallarse a Valdivia mal puesto con el que gobernaba el Perú, le ayudase a derribar con la que llevase contra él; y si lo hallase bien puesto, lo pidiese en nombre del reino y presentase en su favor la otra probanza: todo esto vino después a saber Valdivia y dello resultó a Villagra mucho daño y desasosiego" (pp. 16-17); o la "diligencia" mediante la cual Villagra vino a ser gobernador y que consistió en enviar a España con Gaspar Orense, probanza en su favor y cartas de los cabildos en que le pedían para el cargo, cartas que son rescatadas del mar cerca de San Lúcar, luego que el mensajero se ahogó y que "mojadas y perdidas" salieron a tierra, fueron recogidas por unos mercaderes y luego "fueron a manos de un deudo de Villagra, hermano de su mujer, clérigo de misa, llamado Licenciado Agustín de Cisneros, el cual procuró favores de algunos grandes, y fué a negociar con su majestad, que estaba en Inglaterra, la gobernación; de manera que abrió la puerta para que adelante cuatro años el Rey se la diese: por aquí vino a ser gobernador, como adelante se dirá" (p. 55).

A pesar del boato y regocijo del recibimiento como gobernador que le tributa la ciudad de Santiago, y a la cual Villagra entra "encima de un macho negro, pequeño más que el ordinario, con una guarnición de terciopelo negro dorada, y una ropa francesa de terciopelo negro aforrada de martas" (PP. 93-94), los augurios que presiden el inicio de su gestión de gobernador son adversos, pues llegado a La Serena "parecía venir pronosticando al reino mal agüero, y que de su venida les había de venir mucho mal en general a todos porque en desembarcando se inficionó el aire de tal manera que dió en los indios una enfermedad de viruelas, tan malas que murieron muchos de toda suerte, que fué una pestilencia mui dañosa, y por ella decían los indios de guerra, que Villagra no pudiendo sustentarse contra ellos, como hechicero había traido aquella enfermedad para matarlos, de que cierto murieron muchos de los de guerra y de paz" (p. 94).

La narración posterior de los sucesos ocurridos durante la gobernación de Francisco Villagra confirma esos malos augurios en la sucesión de desastres militares que se refieren y que el narrador atribuye a la incompetencia del gobernador, "mohino en las cosas de guerra", constantemente aquejado de dolencias que le impiden participar en los combates, incapaz de tomar decisiones acertadas que corrijan los errores, remedien los males del reino y resuelvan las alteraciones y confusiones que ha generado la prédica de Frai Gil, quien decía a los soldados que "iban al infierno si mataban indios, y que estaban obligados a pagar todo el daño que hiciesen y todo lo que comiesen, porque los indios defendían causa justa, que era su libertad, casa y hacienda" (p. 95).

Ni el arrojo de su hijo, Pedro de Villagra, mozo inexperto, pero valeroso, ni la experiencia bélica de antiguos soldados como Lorenzo Bernal y el otro Pedro de Villagra, logran impedir las estrepitosas derrotas como la de Mareguano donde pierde la vida el hijo del gobernador.

Sólo las intervenciones sobrenaturales, como la aparición -supuestamente- de la "bendetísima Reina del cielo" en Angol logran hacer menos desastrosos los fracasos en los campos de batalla, donde capitanes inexpertos y poco prudentes acometen a los indígenas "sin orden" y sin emplear las "mañas y ardides", las estrategias que aconsejan los viejos soldados adiestrados en la guerra. De todo lo cual se van generando situaciones de penurias y necesidad extrema entre los combatientes españoles como aquellas que sufren en el fuerte de Arauco al cual los araucanos ponen cerco el 20 de mayo de 1562, asediando a la hueste comandada por Lorenzo Bernal, durante cuarenta días. La narración de dicho episodio en el capítulo XL de la Historia de Góngora atrae elementos del llamado "discurso del fracaso"(40) que problematiza y cuestiona el típico discurso de conquista y en el cual todos los contenidos y los signos de la gloria de la grandeza heroica, se desmitifican, reducen y trasladan a un plano humano donde el verdadero heroísmo no se define en el acto bélico y sus resultados exitosos, sino en el resistir y sobreponerse a la máxima limitación, necesidad y adversidad; así se manifiesta en las acciones que ocurren en el fuerte sitiado: "El capitán Lorenzo Bernal daba y repartía el agua con orden a todos los que en el fuerte estaban: los caballos era lástima de ver, que como no comían se enflaquecieron mucho, sustentándose de alguna paja, dándoles con ella juntamente a beber de dos a dos días; más como luego reconoció el cerco iba a lo largo, quitó el agua a los caballos, de que se comenzaron a morir muchos; mandábalos desollar, y aprovechándose de alguna carne, lo demás se enterraba y con los cueros daba el capitán orden repasasen las paredes de los cubos, porque no se cayesen a causa de las aguas que entraban del invierno. Era tanta la hambre que los caballos tenían, que muchas veces, y casi de ordinario, los indios tiraban flechas a lo alto, para que al caer dentro en el fuerte hiciesen algún daño, si algunas acertaban a caer entre los caballos, o encima de ellos, arremetían con gran ímpetu tomando la flecha con los dientes, y como si fuera manojo de yerba se la comían" (pp. 111-112).

El "discurso del fracaso" representa así el estado de máximo decaimiento a que ha llegado el reino de Chile por la desidia, incompetencia y múltiples desaciertos y errores de Villagra, a quien los viejos y experimentados soldados que entendían de la guerra no sólo enjuician y reprueban, sino empiezan decididamente a desobedecer por considerar que las medidas y órdenes que dispone el gobernador son imposibles de cumplir y "no convienen al bien del reino". Esa desobediencia, más los conatos de deserción de antiguos soldados agravan la situación general de descomposición y deterioro y anteceden a la poco gloriosa muerte de Francisco de Villagra en la que culmina su lamentable trayectoria de gobernador y capitán. Muerte que es también consecuencia de un acto erróneo que contraviene la orden del médico que intentaba curar "los grandes dolores que tenía (Villagra) de ordinario en los pies" con "unciones de azogue". "Como las unciones le provocasen sed, estando el médico un día ausente, pidió a un criado suyo le diese una redoma de agua; no se la queriendo dar, porque la orden que tenía era así, no dándosele su criado se la dió un pariente suyo, casado con una hermana de su mujer, llamado Mazo de Alderete, de la cual aquel bebió todo lo que quiso. Acabado de beber se sintió mortal, y mandó llamar al médico que le curaba: luego que vino, tomándole el pulso le dijo ordenase su ánima, porque el agua que había bebido le quitaba la vida: hízolo así, que se confesó y recibió los sacramentos de la iglesia" (p. 117).

Algún mejoramiento de la situación general se produce durante la gobernación de Pedro de Villagra, pero no precisamente por acción de él, sino de algunos de los distinguidos capitanes que, con eficacia y autoridad dirigen a los españoles y consiguen triunfos marciales que van controlando las rebeliones indígenas. Destaca entre esos capitanes, Lorenzo Bernal del Mercado del cual, en el capítulo XLIII, se hace una caracterización en la que el personaje se manifiesta como paradigma de virtudes guerreras y verdadera antítesis de quienes detentan el poder en el reino, especialmente en lo que concierne a las relaciones con los soldados. Así dice el narrador: "aunque Lorenzo Bernal tenía el supremo mando, era tan comedido con los soldados que en su compañía estaban, que ninguna cosa quería hacer sin su parecer y consejo, diciendo que más aventuraba él que ellos, y que tal soldado podía ser diese tan buen parecer que le hiciese ventaja, y que lo que aquel tal dijese fuese lo mejor, que es esta gran prudencia de un capitán" (p. 119). Contrasta con ello, la actitud de Pedro de Villagra que haciéndose eco de envidiosos que lo indisponen con Bernal, lo posterga no concediéndole el cargo de teniente general, dejándolo sin "cargo ninguno mas que un particular vecino" (p. 122) en una decisión que, además de injusta, trae nefastas consecuencias pues la conducción de la guerra se desplaza desde los capitanes avezados a otros como Juan Pérez de Zurita que, si bien es valeroso, "no se había visto en recuentro ninguno con aquellos indios", lo que determina desastres como el que sufren los españoles cerca de Concepción, al ser desbaratados por las tropas araucanas comandadas por Millalelmo, "valiente indio y plático de guerra" (capítulo XLV).

Numerosos otros actos de injusticia cometidas por Villagra con sus capitanes y soldados son materia de la narración: su deslealtad con el mismo Zurita al culparlo del fracaso militar; el trato cruel e injusto que da a Martín Ruiz de Gamboa "caballero vizcaino" a quien "por causas bien pequeñas lo mandó prender y tenerlo con guardas y prisiones hasta que pasados cuatro meses por sentencia le dió por libre, el cual estaba casado con una hija del capitán Rodrigo de Quiroga, que como era persona tan principal recibió disgusto del mal término, y de allí adelante en sus cosas no estuvo bien"
(p. 132); y la arbitraria discriminación con que retribuye servicios, concediendo subidas sumas a sus amigos y favoritos y no dando "socorro a todos".

Ese actuar injusto e imprudente de Villagra va suscitando rencores y odios entre soldados y vecinos, lo que será causa de su posterior destitución, pues cuando el capitán Costilla, enviado por el licenciado Castro, gobernante del Perú, para informarse sobre "el gobierno que traía Pedro de Villagra" y favorecerlo con refuerzos si era positivo, hace sus indagaciones, constata que el gobernador "estaba mal quisto en todas las ciudades del reino" (p. 137).

Pero la destitución, la precipita el propio Villagra con su actuar descomedido y violento contra Rodrigo de Quiroga. La narración del escandaloso incidente que provoca el gobernador intentando asaltar la casa de Quiroga, muestra la desmesura, la falta de prudencia y tino, en definitiva, la degradación del personaje que se consumará con su destitución posterior. Transcribo la escena: "Oído esto, salió (Villagra) con treinta hombres a la plaza, y con ellos fué a la casa del general Rodrigo de Quiroga y mandó le dijesen que estaba allí: los que dentro estaban no le quisieron responder. Pedro de Villagra quiso entrar, defendiéndole la entrada diciendo no estaba en su casa, tuvieron palabras los soldados de una parte a otra. Pedro de Villagra mandó le trajesen dos barriles de pólvora para derribadle la casa: no hubo efecto porque no se determinaba en lo que hacía y había de hacer sino tarde, y por su mucha tardanza se determinaba mal. Mandó así mismo que le trajesen el estandarte de la ciudad, a quien todos los vecinos y estantes estan obligados a acudir: el que lo tenia, que era un regidor, no se lo quiso dar, antes se fué con él a la casa del general. Quiso así mismo mandar repicar la campana que es con la que se da arma al pueblo: fuéronle a la mano sus amigos, diciéndole que no consistía en fuerza lo que había de hacer, sino en quien mejor papel tuviese, pues por él habían de determinar la justicia de cada uno, y que dado caso que quisiese salir al camino al capitán Costilla con mano armada, le era mucho inferior, porque demás de la jente que traía de los que estaban en la ciudad, habían salido más de treinta hombres e ido a juntarse con él y que la demás que quedaba era cierto tocando la campana se habian de juntar en la casa de Rodrigo de Quiroga y le hablan de acudir todos los mas" (p. 138).

Bajo la presión de la artillería y de las "mechas de los arcabuces encendidas" del escuadrón que el licenciado Costilla aposta en la plaza y advirtiendo que "todo el pueblo estaba de parte del general Rodrigo de Quiroga", el cabildo de Santiago, compuesto por amigos de Villagra "(que era una cautela que los que gobernaban a Chile en aquel tiempo tenian, como hacian las elecciones, procuraban granjear a los del cabildo y tenerlos propicios para casos semejantes)" (p. 139), acata la determinación de Costilla de nombrar gobernador a Quiroga, recibiéndolo además "con mucho regocijo, que adelante les salió a todos mui bien, porque fue buen gobernador y de mucha virtud" (p. 139).

Abandonado de todos, preso más de treinta días en un navío hasta que fue enviado al Perú por ser vecino del Cuzco, Pedro de Villagra termina de manera muy poco honrosa su breve y poco venturosa gestión de gobierno.

Su sucesor, Rodrigo de Quiroga, aparece en la Historia... de Góngora Marmolejo como encarnación de virtudes y modelo de buen gobernante. Contrastando con el actuar de los Villagra, Quiroga designa hombres competentes para los cargos de la guerra, así, por ejemplo, "proveyó por su teniente general a Martín Ruiz de Gamboa, hombre suficiente por la plática de la guerra, solícito y de buen entendimiento y discreto" (p. 144); dispone, manda, organiza las tropas, practica con sus soldados la "consulta de guerra" y participa en las batallas obteniendo triunfos y reparando las pérdidas provocadas por los desaciertos de los anteriores gobernadores: puebla lo que se había despoblado por "mala orden de gobierno" de Francisco de Villagra, reedifica fuertes como el del valle de Arauco "que despobló Pedro de Villagra", consigue pacificar a algunas comunidades indígenas y atraerlas al servicio de los cristianos e incluso avanza en la colonización, enviando a Martín Ruiz a poblar Chiloé "porque no solo se contentaba Rodrigo de Quiroga con restaurar lo que Francisco de Villagra había perdido, mas poblar al Rey una ciudad nuevamente, reparando lo que tenia presente y acrecentando por sus capitanes de lo lejos y tan sin costa del Rey que se juntaron en breves días en la ciudad de Osorno ciento y diez hombres, que era por donde se habia de entrar a hacer la jornada: que como tuvieron nueva iba a aquel efecto acudieron de muchas partes soldados para ir en su compañía" (p. 153). A todas esas virtudes de buen militar y gobernante, se agregan las del desprendimiento y generosidad que llevan a Quiroga a emplear su personal patrimonio en el servicio público. De ello da cuenta el narrador en esta escena ilustrativa: "El gobernador esperaba (en Cañete) a su general, que había ido a la ciudad de Santiago para traer indios amigos y ganado, que faltaba bastimento en el campo. Para aquel tiempo concertado vino y llegó en coyuntura tan buena que las vacas que a cuenta del Rey habían traído y carneros eran acabados. Trajo el general con los amigos mil cabezas de puercos, que es el mejor bastimento de todos para en la parte donde estaban, las cuales eran del gobernador de su propia hacienda; que en gastar de la del Rey fué tan templado, que antes gastaba de la suya que mandar gastase algo de lo que al Rey pertenecía, sino era en caso forzoso" (p. 148). Virtudes que el narrador destaca en el retrato del gobernador donde afirma que Quiroga era "nobilísimo de condición, muy generoso, amigo en extremo grado de pobres, y así Dios le ayudaba en lo que hacia: su casa era hospital y mesón de todos los que la querían, en sus haciendas y posesiones", agregando que el gobierno le costó "gran cantidad de pesos de oro" porque, entregado al servicio público, no pudo atender sus haciendas y ellas se gastaron y perdieron. El retrato culmina con enfáticas afirmaciones del enunciante que reiteran la condición virtuosa del gobernador, erigido como paradigma al buen gobernante y cristiano ejemplar. En definitiva, Rodrigo de Quiroga, en el discurso de Góngora Marmolejo se alza como la figura del imitable, sujeto en el cual se objetivan las virtudes y desde el cual irradian benéficos efectos sobre la realidad toda. "Gobernó bien con próspera fortuna sin tenerla adversa, ni salió de la guerra en todo el tiempo que gobernó, antes si alguna cosa se hacía que conviniese al bien público, era el primero que ponía las manos en ella, y así se trataba como un soldado particular, teniendo mucha cuenta y muy puesto por delante el gobierno que a su cargo tenía, para que en tiempo alguno -le fuese reputado; ni puesto por cargo haber dado ocasión alguna a mal suceso. No se le conoció vicio en ninguna suerte de cosa, ni lo tuvo, tanto fué amigo de la virtud" (p. 156).

Esa condición virtuosa se manifiesta cabalmente en la actitud con que Quiroga enfrenta el término de su gestión. A diferencias del alboroto que ocasionó Pedro de Villagra, en análoga situación, Quiroga entrega el gobierno del reino a los oidores enviados por el rey para que asienten la audiencia en Concepción, y luego de hacerlo "se fué a Santiago, donde tenía su casa" (p. 156).

El gobierno de la audiencia, a pesar de que consigue logros en la guerra, gracias a la pericia de Martín Ruiz de Gamboa a quien los oidores le encargan la conducción de la guerra contra "los indios alzados", no satisface las expectativas de justicia y mejoramiento económico de los soldados que "pasaban necesidad, y que con la ordinaria guerra estaban rotos y muy pobres, que era justo se les enviase alguna ropa con que cubrir las carnes" (p. 161). Se produce una generalizada situación de queja, reclamo e insatisfacción que deriva en negativa de seguir actuando en la guerra. "Entre estos (soldados) había muchos hombres nobles que en público delante de otros se quejaban de los oidores diciendo: que el Rey los había enviado al reino de Chile a tenello en justicia, y que ésta en los casos que se ofrecían en letijios, era cierto que los hacían bien y daban la justicia a los que la tenían; mas que en dar los aprovechamientos que había en el reino, no guardaban buena orden porque los daban a sus parientes y a otros que eran de sus tierras, sin debérselo aquel reino, estando tan adelante muchos hidalgos que desde el tiempo de Valdivia habian trabajado mucho y ayudándolo a ganar, y muchas veces aventurado sus vidas sirviendo al Rey, y al presente lo andaban, y que la instrucción que su majestad les había dado, mandaba en el proveer de los tales cargos que tuviesen cuenta con los hombres beneméritos y antiguos y que ellos no lo hacían así...". "De esto resultó una plática que se extendió por el reino afeándolo, diciendo era justo apartarse de la guerra; pues los que andaban en ella no sacaban mas de trabajos, hambres y muertes y los provechos daban a quien les parecía, no habiendo nunca andado en ella" (p. 163).

"En esta coyuntura vino el doctor Bravo de Saravia por gobernador del reino, y presidente de la audiencia y voz de capitán general" (p. 164) el que es recibido con "gran contento y alegría" por todo el reino "porque traia gran fama de hombre prudente, buen cristiano y de mucha discreción" (p. 164). La óptima disposición que la comunidad manifiesta por él se evidencia en el solemne recibimiento que le brinda la ciudad de Santiago, ceremonia en la cual Bravo de Saravia, a diferencias de lo que aconteciera con el orgulloso Francisco de Villagra, da muestras de "mucha humildad" y de llaneza, al negarse a entrar en la ciudad bajo palio.

En el inicio de su gestión, Bravo de Saravia procede en conformidad con la justicia, socorriendo a los soldados que estaban pobres y dotándolos de los elementos necesarios para la campaña militar del sur, con lo cual se granjea la confianza y el "grande amor" de los vecinos que le daban "sus hijos primogénitos que fuesen con él aquella jornada, y por el camino le fueron sirviendo y acariciando, proveyendo a toda la gente que consigo llevaba hasta el rio de Maule, que parte términos con la Concepción" (pp. 166167).

Pero a poco de iniciarse la campaña, empiezan a mostrarse las debilidades del Doctor Saravia: se deja persuadir por algunos "hidalgos mancebos" que enemistados con Lorenzo Bernal no lo quieren aceptar como general y desiste de nombrarlo, designando a Miguel de Velasco; distribuye cargos de guerra profusamente al punto que se comenta "que no había necesidad para tan poca gente de tantos capitanes"; sustituye la inicial práctica de aconsejarse con todos sus capitanes, por la de hacerlo con sólo cuatro soldados "los que su general le nombró, amigos suyos, diciendo que con ellos podía tratar en general todas las cosas que se ofresciesen tocantes a la guerra a causa que tenían plática y experiencia militar; aunque después sabido en el campo, se murmuraba; diciendo no se tenía atención al bien general, mas de solo amistad privada..." (p. 170); mal aconsejado, toma decisiones no recomendadas por los expertos soldados como la de la jornada del fuerte de Catiray que fue desastrosa para las tropas españolas comandadas por Don Miguel de Velasco que "abominaba de aquella jornada quisiera mucho no hacerla, mas no se atrevía a declararse con Saravia porque no le tuviese por hombre que en un negocio importante como era aquel no quería aventurar su persona" (p. 172).

El narrador atribuye la responsabilidad de los fracasos militares y de los daños que de ellos se derivan para el reino, a la "impaciencia" del Gobernador que se niega a "oir lo que no le daba gusto o le era en contrario" e impone su voluntad y opinión, las que, por estar influidas por el mal consejo de "muchos caballeros mancebos que consigo llevaba", "hombres que no tenían plática de guerra", resultan ser imprudentes y desacertadas. Esa mala conducción de la guerra, además de las nefastas consecuencias que tiene para el reino, va produciendo una evidente escisión entre el grupo de los antiguos y experimentados soldados que sufren todo el peso de la acción guerrera e incluso muchos de ellos rinden su vida en los combates y el grupo de amigos, deudos y favoritos del gobernador que se eximen de los riesgos y trabajos de la guerra. En la batalla del fuerte en Catiray, por ejemplo, mientras cuarenta y dos buenos soldados pierden la vida, "de los amigos (del gobernador) no murió ninguno, que como era cuesta abajo llevaban siempre la vanguardia sin que les hiciesen daño" (p. 176). Esa situación de división interna se agrava cuando empiezan las discordias entre los generales Miguel de Velasco y Martín Ruiz de Gamboa por diferencias en el modo de conducir la guerra, estas discordias alteran gravemente la realidad y hacen necesaria la intervención de soldados "desapasionados" para evitar que se produzca un rompimiento entre ellos que sería muy negativo para el reino. Para resolver el conflicto se acude a "un hidalgo, Pedro Lisperguer, natural de Bornes en Alemania, hombre plático y de buen entendimiento, por ser amigo de ambas partes; que por ser extranjero era hombre sin sospecha, y de su persona, noble, criado desde niño en la casa. del duque de Feria" (p. 182).

El narrador advierte que Bravo de Saravia tiene conciencia de que el estado de alteración que se vive es de responsabilidad suya: "Andaba en este tiempo Saravia muy desgustoso y mohino viendo que los caminos se le cerraban y todo se le hacía mal, por donde se conocía el arrepentimiento que en su ánimo tenía por no haberse desde el principio guiado con prudencia en la guerra y parecer de hombres viejos antiguos que la entendía" (p. 184). Se añaden otros factores de inestabilidad, como son los que provienen de la naturaleza, el terremoto y maremoto de 1568 en Concepción provoca enorme destrucción y pérdidas, todo lo cual va configurando una situación de ruina para el reino y de pérdida de la reputación del gobernante, incapaz de manejar adecuadamente los asuntos de la guerra, la administración y el gobierno. Algo se recupera su prestigio, luego de la vuelta de Don Miguel de Velasco desde el Perú, trayendo recursos que permiten continuar con la guerra, pero las enemistades de los capitanes, la actitud de los soldados "olvidados de las armas y riñiendo unos con otros sobre las ropas que tomaban" determinan derrotas vergonzosas como las del fuerte de Purén, donde, si bien los muertos fueron sólo dos españoles, las pérdidas materiales fueron ingentes pues los soldados, al huir hacia Angol dejaron a los indios "todas sus ropas y lo que les había dado Ramir Yáñez, hijo del gobernador Saravia, de socorro en Valdivia y lo que había gastado su padre en Santiago, que todo ello no fué para más de vestir los indios con muchas camisas, frazadas, jubones, capas y otras muchas galas que traían hechas, muchos caballos y otras cosas de precio" (p. 196). Pero la pérdida mayor y el mayor daño para los españoles fueron los de su honor y de la reputación que tenían entre los indios que de allí en adelante los tendrán en poco "viendo que en un llano los habían desbaratado y quitado sus haciendas, haciéndolos huir afrentosamente" (p. 196); de lo que resultará que los indígenas cobren gran ánimo "porque antes de esto en tierra llana nunca los indios osaron parecer cerca de donde anduviesen cristianos. Quedaron soberbios, y los españoles, corridos de su flaqueza y poco ánimo, llegaron a Angol esa noche". Para el narrador "fue una pérdida la que allí se hizo no vista ni oida en las Indias", expresión que enunciada en los términos del tópico del sobrepujamiento da cuenta del grado extremo de degradación que el narrador percibe en los acontecimientos y en sus protagonistas y que resulta ser severo enjuiciamiento y crítica de la gestión de los españoles en la guerra de Arauco, especialmente de quienes los comandan.

A consecuencia de estos desastres, Saravia requiere a Lorenzo Bernal que se encargue de la gente "pues no había ninguno que fuese supremo en el cargo sobre él y sino era él propio como gobernador del Rey" (p. 197); lo que Bernal acepta por servir al rey. Sin embargo, la acción del capitán se topa con el obstáculo de la desconfianza que los vecinos del reino empiezan a manifestar hacia Saravia al considerar que es el interés personal del gobernador el verdadero móvil de los requerimientos de recursos para el sustento de la guerra que éste les hace.

A partir del capítulo LXXV, múltiples enunciados refieren a la ambición de dinero que impulsa a Saravia y a las quejas y protestas que esa actitud provoca en antiguos soldados y vecinos que no sólo son obligados a contribuir para la continuidad de la guerra, con su acción y bienes, sino que además se ven postergados en las retribuciones y pagos por la práctica del gobernador de vender repartimientos de indios y cargos a quienes bien se los pueden pagar. Así ocurre con el tesorero de Osorno a quien Saravia le vende un repartimiento de indios, a propósito de lo cual, el narrador registra los reclamos, quejas y protestas de los soldados: "Los soldados que con Saravia andaban pretendiendo en nombre del Rey les pagase sus servicios, como vieron que vendió estos indios, que es la paga que los gobernadores en Indias dan a los conquistadores, quejábanse unos a otros diciendo que no había qué esperar del doctor Saravia, pues vian que vendía el patrimonio real, sino irse del reino y apartarse de los trabajos, por la orden que tenía en su gobierno, que no se desvelaba sino en juntar dineros" (p. 198).

Ambición, codicia, venalidad, poca atención a los asuntos de gobierno, transgresión de las leyes y disposiciones reales y drásticas exigencias de tributos a los gobernados impuestas por Saravia van produciendo un estado general de convulsión: los indios de paz se conjuran con los de guerra para alzamientos, en Concepción; el mestizo Juan Fernández incita a la rebelión a "muchos soldados descontentos" en Angol, otros intentan huir al Perú, y aunque todo ello se sofoca con dificultad, la realidad del reino se manifiesta en una crisis tal que, conocida en España, obliga al monarca a instruir al virrey del Perú, Don Francisco de Toledo, para que tome medidas tendientes a resolver los conflictos, designando como "General y maestro de campo que hiciesen la guerra a los naturales rebelados en el reino de Chile, y que los tales que proveyese fuesen de los que en el propio reino asistian y habian seguido la guerra en él" (p. 208). El virrey designa en los cargos dichos a Rodrigo de Quiroga y a Lorenzo Bernal, respectivamente; pero Quiroga no acepta "el generalato diciendo que no se estaba bien haber sido gobernador, sin tener supremo alguno sino sola su voluntad, ser ahora general volviendo atrás y con un gobernador al lado y una audiencia que ambas dos cosas eran suficientes para no poder hacer efecto alguno de la guerra porque los hombres nobles que habían servido a su majestad decían no les podía hacer ninguna merced, mas de solo darles trabajos de guerra, de lo cual estaban cansados y los aprovechamientos era cierto los tenía Saravia de proveer en quien le paresciese, como lo hacía; por cuya causa se querían andar con él más que con Rodrigo de Quiroga, y así no quiso aceptar el cargo de general" (p. 208).

A la negativa de Quiroga se unen los conflictos entre la audiencia y el gobernador que provocan tensiones y variadas reacciones entre los vecinos y que se va a resolver sólo por la decisión real de "quitar la audiencia" y designar gobernador a Rodrigo de Quiroga, quien acepta por servir al rey. "Llegada y publicada esta nueva, fué tanto el contento que en la ciudad de Santiago se recibió, que andaban los hombres tan regocijados y alegres, que parecían totalmente tener su remedio delante. Era de ver el repique de campanas, mucha gente de a caballo por las calles, damas a las ventanas, que las hay muy hermosas en el reino de Chile, infinitas luminarias, que parecía cosa del cielo: fué luego recibido al gobierno tornando toda cosa a su cargo. Fué de ver los hombres que andaban por los montes huyendo de la guerra por no servir a Saravia, venían a ofrecerse que le servirían en todo lo que quisiera mandarles" (p. 209).

Todo ello es signo propicio de que el proceso futuro del reino se orientará hacia un real mejoramiento dado que vuelve a asumir la gobernación el personaje que encarna las virtudes de buen militar y gobernante. Incluso la naturaleza se vuelve más benigna pues el temblor de tierra que sacude a Santiago el jueves 17 de marzo de 1575, a las diez horas del día, y que "tomó tanto ímpetu que traia las cosas y edificios con tanta braveza que parecía acabarse todo el pueblo" (p. 210), sólo agrieta algunas casas, sin que ninguna se derrumbe. El suceso, dice el narrador, fue comprendido por los habitantes de la ciudad como "aviso que Dios les enviaba para enmienda de vida" (p. 210).

Al igual que las restantes unidades narrativas referidas a la gestión de cada gobernador, la correspondiente a Melchor Bravo de Saravia se clausura con el retrato de éste. El discurso de caracterización condensa los rasgos negativos de la figura y con variados procedimientos, especialmente, el de la ironía, constituye una imagen en la que el gobernador se muestra en sus múltiples imperfecciones desde las físicas hasta las morales, con énfasis en su mezquindad y codicia, en su venalidad funcionaria y en la arbitrariedad e injusticia de su trato a los meritorios soldados, de lo cual Alonso de Góngora Marmolejo es una de las víctimas. El severo enjuiciamiento al gobernador y la nula simpatía que manifiesta el enunciante por él se evidencian en ese retrato, el más extenso de los seis y en el cual parecen integrarse e intensificarse todos aquellos vicios, pecados y defectos que se pusieron de manifiesto en la caracterización de los anteriores gobernadores. Conviene transcribir los segmentos más significativos del retrato de Saravia en el cual incluso los rasgos que podrían ser positivos o neutros se reducen en tal significado por los enunciados adversativos o explicativos que funcionan como determinativos de las oraciones principales: "Era el doctor Saravia natural de la ciudad de Soria, de edad de setenta y cinco años, de mediana estatura, y no en tanta manera que se le echase de ver, sino era cuando estaba junto a algunos que fuesen más altos que no él, angosto de sienes, los ojos pequeños y sumidos, la nariz gruesa y roma, el rostro caido sobre la boca, sumido de pechos, jiboso un poco y mal proporcionado porque era mas largo de la cintura arriba que de allí abajo; pulido y aseado en el vestir, amigo de andar limpio y que su casa lo estuviese; discreto y de buen entendimiento, aunque la mucha edad que tenía no le daba lugar a aprovecharse de él; codicioso en gran manera y amigo de recibir todo lo que le daban; enemigo en gran manera de dar cosa que tuviese, enemigo de pobres, amigo de hombres bajos de condición que era (por ello) detractado en todo el reino; y aunque él lo entendía y sabia, no por eso dejaba de darles el mismo lugar que tenían: amigo de hombres ricos y por algunos de ellos hacia sus negocios porque de los tales (era presunción) recibía servicios y regalos: sus cargos de correjidores y los demás que tenía que proveer como gobernador, los daba a hombres que estaban sin necesidad. Presumíase lo hacía por entrar a la parte, pues había en el reino muchos caballeros hijosdalgo que a su majestad habían servido mucho tiempo, a los cuales no daba ningún entretenimiento, y dábalos a los que tenían feudo del Rey en repartimiento de indios...". Situación que se ilustra con el otorgamiento del cargo de protector de indios a que aspiraba Góngora Marmolejo al mercader Francisco de Lugo y que se señala como una de las vejaciones que padecen los leales servidores del rey en Chile, con desconocimiento del monarca por la lejanía de esta tierra que impide la pronta información. Continúa el retrato con la narración de escenas que concretan en acto los vicios del gobernador: "Era tanta su miseria y codicia, que mandaba a su mayordomo midiese delante de él cuantos cubiletes de vino cabían en una botija, teniendo cuenta cuánto se gastaba cada día a su mesa, en la cual sólo él bebía vino, aunque valía barato, para saber cuántos días le había de durar; y porque vió un día unas gallinas qué comian un poco de trigo que estaba al sol enjugándose para llevarlo al molino, y era el trigo suyo, las mandó matar; y como después supiese del mayordomo que eran suyas, habiéndolas repartido a algunos enfermos, los trató mal de palabra. Decían así mismo que no veía, y para el efecto traía un antojo colgado del pescuezo, que cuando quería ver alguna cosa se lo ponía en los ojos, diciendo que de aquella manera vía, y era cierto que sin antojo vía todo lo que un hombre de buena vista podía ver cuando quería, que una sala todo el largo de ella vía a un paje meterse en la fadriquera de las calzas las piernas de un capon, siendo buena distancia; lo cual yo vi y me hallé presente. Tenía una doble condición, que no agradecía cosa que por él se hiciese y quería que en extremo grado se le agradeciese a él lo que por alguno hacia" (p. 114).

Con esta caracterización que cierra la galería de retratos con la figura del gobernador que resulta ser el más negativo de todos los que ha habido en el reino, termina el narrador su relato de la historia del reino de Chile desde su descubrimiento hasta 1575, señalando que "acabo con esta representación de tragedia, pues lo ha sido, el doctor Saravia en su tiempo y gobierno, con casos tan adversos como por él han pasado" (p. 210), lamentando que sea imposible terminar la narración de otra manera pues "quisiera que el dejo de este gobernador fuera de hechos valerosos y virtudes encumbradas; mas no puedo tomar lo que quiero, sino lo que sucesive detrás de los demás gobernadores ha venido y tengo de necesidad pasar por lo presente, suplico al lector no me culpe el no pasar adelante, porque en solo esta vida quedo bien fastidiado, que cierto no la escribiera, si no me hubiera ofrecido en el principio de mi obra escribir vicios y virtudes de todos los que han gobernado; y porque me he preciado escribir verdad, no paro en lo que ningún detractor puede decir" (pp. 211-212).

Estas declaraciones y protestas de verdad y objetividad que el narrador enuncia en la conclusión de su discurso, confirman la visión y concepción dominantes de la historia y de la escritura de la historia que él sustenta; ambas establecidas desde categorías éticas. Desde éstas, el proceso histórico ocurrido en el reino de Chile en los cuatro primeros decenios de la conquista y colonización se percibe e interpreta como permanente conflicto entre las fuerzas del Bien y del Mal. Se reconoce en ello el gravitar de la concepción mística-agonal-dualista de la realidad y la verdad históricas que tiene su fuente en San Agustín(4l), sólo que en la Historia de Góngora Marmolejo esa concepción se proyecta en la interpretación del mundo histórico chileno, con algunas variantes significativas.

A diferencia de lo que acontece en numerosos textos historiográficos hispanoamericanos de los siglos XVI y XVII, el esquema agustiniano que funda la imagen del acontecer histórico como objetivación terrena de la mística lucha entre ejércitos celestiales y los de Satán, representados en el pueblo cristiano enfrentado a bárbaros, infieles, herejes, opera en la Historia de Góngora como mero trasfondo que confiere un sentido general a la lucha de los españoles con los araucanos en el reino de Chile; pero el verdadero conflicto entre las potencias del Bien y las del Mal ocurren en el interior del sector cristiano, concretamente en la interioridad y en las conductas y acciones de los hombres que llevan a cabo la conquista y la colonización y muy especialmente en quienes tienen rol protagónico en esos acontecimientos por ser los detentadores del poder y la autoridad. Esa lucha se manifiesta como constante confrontación entre vicios y virtudes humanas, que en la narración se resuelve dominantemente con el triunfo o imperio del vicio y del pecado en los personajes que han gobernado el reino, causantes de los males que lo aquejan, puesto que son sus vicios y pecados los factores determinantes del mal gobierno y de la conducción de la guerra de Arauco que tiene en ello, más que en la valentía y resistencia de los indígenas, la causa principal de su dilación.

El esquema agustiniano desde el cual se interpreta la historia del reino de Chile desde su descubrimiento hasta 1575, sirve así al propósito judicial del discurso de Góngora Marmolejo, pues constituye base de la argumentación acusatoria a los malos gobernantes y capitanes del reino que, con olvido de la ley y de las disposiciones reales e inspirados en su particular interés y ambiciones, no han velado por el bien común y han llevado al reino a un estado de crisis que requiere ser superado con urgencia. Pero a la vez, la concepción místico-agonal-dualista desde la que se propone el sentido del proceso histórico narrado, constituye fundamento de la argumentación de defensa de los derechos e intereses de los antiguos soldados, experimentados capitanes y nobles vecinos, postergados por los gobernadores y autoridades. En la imagen de la realidad histórica que configura el narrador, en ese sector marginado de la sociedad chilena, residen los auténticos valores y virtudes que al tener ocasión de manifestarse, traen inmediato remedio a los males del reino, como lo prueban la gobernación de Rodrigo de Quiroga y la actuación en la guerra de algunos virtuosos capitanes, como Lorenzo Bernal del Mercado, todos ellos leales y meritorios servidores del rey, paradigmas de virtud, verdaderos modelos de buenos gobernantes y guerreros. En ellos el narrador cifra las esperanzas de un futuro que represente la superación del estado de deterioro en que se encuentra el reino. Esas esperanzas son las que parecen concretarse en la escena final narrada, con la que Góngora Marmolejo clausura su discurso. En ella se representa la restitución de la vigencia de la ley y de la justicia que trae la presencia de Rodrigo de Quiroga, nuevamente designado gobernador de Chile en reemplazo de Bravo de Saravia; a lo que se suma el cumplimiento estricto del mandato real de "tomar visita a presidente y oidores de la audiencia", de lo cual resulta la cesación de la audiencia dispuesta por el visitador licenciado Gonzalo Calderón siguiendo las órdenes del monarca que tienden a resolver los problemas del reino mediante la restauración del orden, la justicia y la ley, tantas veces transgredidos por los anteriores gobernantes.

Resulta, entonces, que la narración de los acontecimientos históricos sucedidos en Chile, sostenida desde la perspectiva ética del narrador de la Historia de Chile desde su descubrimiento harta el año de 1575, es argumentación narrativa de un discurso judicial -deliberativo cuya finalidad no es sólo persuadir a la autoridad acerca de la justicia de la causa que se defiende, esto es, los derechos de antiguos y meritorios soldados y vecinos para que ellos sean respetados-,sino que, además, y proyectándose ello desde el discurso acusatorio de los malos gobernantes, el enunciante se propone actuar sobre la conciencia del receptor para advertir sobre los problemas del reino y recomendar medidas destinadas a superarlos. Para ello propone las bases de lo que concibe como un buen gobierno.

Y esa propuesta, fundada en la concepción de que el buen gobierno se funda en la virtud moral y en la experiencia y conocimiento auténticos de la realidad del reino que deben tener los gobernantes es también argumento en favor del sector social que el enunciante defiende, pues los antiguos soldados y vecinos son los que, en el curso de la historia, han demostrado poseer esos atributos y los que efectivamente han dado testimonio de virtud y competencia en el manejo de los asuntos públicos.

En la dimensión señalada del discurso deliberativo que entraña una propuesta política, la Historia... de Góngora Marmolejo se articula con el discurso "de regimine principum"(42), de vasta y prestigiosa tradición. La consejería de los príncipes y gobernantes es aquí asumida por este postergado antiguo soldado del reino de Chile que si bien protesta y reclama por su propia situación y la del colectivo que representa, se erige como autorizada conciencia ética que denuncia los males y propone remedios, en la confianza que el receptor de su discurso, representante del poder y la autoridad, se convenza de la verdad y legitimidad de lo dicho y disponga lo necesario y conveniente para la implantación de un orden político y social que supere las limitaciones y diferencias observadas en un proceso de cuarenta años que, en gradual degradación, han conducido al reino de Chile hasta el decaído presente, ese ‘agora’, en el que se sitúa el sujeto para enunciar su discurso.

Por eso, en su discurso, la realidad histórica del reino de Chile se representa casi totalmente privada de grandeza heroica, disminuida y degradada por el vicio y el pecado de quienes lo han gobernado, en estado permanente de alteración e inestabilidad, siempre un riesgo de ruina por los desaciertos de sus gobernantes y por la acción de las fuerzas adversarias encarnadas en los hombres -aguerridos y belicosos araucanos y en una naturaleza amenazante y violenta. Pero a la vez la realidad se representa también como ámbito que contiene en sus bases los elementos imprescindibles para su regeneración y para proyectarse en un futuro que realice efectivamente las esperanzas de un orden nuevo y mejor, pues las virtudes de sus hombres permanecen a pesar de todos los avatares de la historia. En la construcción de ese futuro, el discurso de Góngora Marmolejo es instrumento necesario, pues, además de narrar los hechos históricos del pasado, acusar y defender, aconsejar y desaconsejar, propone, en múltiples momentos del comentario -muchos de ellos enunciados en la forma de la sentencia moral-, motivos de reflexión no sólo a su particular receptor- Don Juan de Ovando, presidente del Real Consejo de Indias-,sino a un genérico lector que reflejándose como en un espejo en las figuras y hechos de los que han constituido la historia pasada del reino, deberá advertir y adquirir conciencia de los valores y antivalores que en ellos se manifiestan y, en conformidad con ello, orientar su conducta.

Al igual que La Araucana que le sirve de fuente, la Historia de Góngora Marmolejo nos propone la narración de los acontecimientos históricos ocurridos en el reino de Chile como relato del cual el lector podrá obtener ejemplos, pruebas, ilustraciones de los vicios y virtudes que inspiran el actuar humano y determinan el destino histórico de los pueblos. Y así, el texto de Góngora Marmolejo comparte con el de Ercilla, la dimensión ética que parece ser una de las constantes de la literatura colonial chilena.

__________

Notas

 

(1)

Medina, José Toribio, Historia de la Literatura Colonial de Chile, Santiago de Chile, Imprenta de la Librería del Mercurio, 1878. Tomo II, p. 11.
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(2)

Esteve Barba, Francisco, "Introducción". Crónicas del reino de Chile, Madrid, Ediciones Atlas, 1960 (Biblioteca de Autores Españoles, CXXXI), pp. XXX-XXXI.
Con muy pocas variantes, se reproducen las consideraciones contenidas en este estudio en Esteve Barba, Francisco, Historiografía Indiana, Madrid, Ed. Gredos, 1964, pp. 520-525.
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(3)

Medina, op. cit., p. 12.
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(4)

Vega, Miguel Ángel, Historia de la Literatura Chilena de la Conquista y de la Colonia, Santiago, Ed. Nascimento, 1980, tomo I, p. 50.
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(5)

Montt, Luis, "Primeros cronistas de Chile", Revista Chilena, VI (1876), p. 209.
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(6)

Esteve Barba, Francisco, op. cit., pp. XXX-XXXI.
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(7)

Esteve Barba, Francisco, op. cit., p. XXXI.
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(8)

Medina, José Toribio, op. cit., p. 15.
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(9)

Barros Arana, Diego, "Los antiguos cronistas de Chile" en Estudios Histórico- bibliográfico, Obras Completas VIII, Santiago de Chile, Imprenta Cervantes, 1910, p. 188.
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(10)

Barros Arana, Diego, op. cit., p. 187.

(11)

Encina, Francisco Antonio, "Breve bosquejo de la literatura histórica chilena", Atenea XXVI (1949), p. 28.
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(12)

Montt, Luis, op. cit., p. 210. Sin embargo, Montt advierte sobre el lisonjero retrato de Rodrigo de Quiroga.
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(13)

Barros Arana, Diego, op. cit., p. 187.
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(14)

Vega, Miguel Ángel, op. cit., p. 45.
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(15)

Medina, José Toribio, op. cit., p. 17.
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(16)

Barros Arana, Diego, op. cit., p. 187.
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(17)

Esteve Barba, Francisco, op. cit., p. XXXII.
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(18)

Barros Arana, Diego, op. cit., p. 188.
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(19)

Remito al trabajo de Barthes "Discurso de la historia" en Barthes, Roland et al. Estructuralismo y Literatura, Bs. As. Ediciones Nueva Visión, 1970, pp. 37-50; a los importantes aportes de Hayden White en: "The value of narrative in the representation of Reality", Critical Inquiry, 57 (Autum, 1980), pp. 5-27 y Metahistory: The historical Imagination in Nineteenth Century Europe, Baltimore, John Hopkins University Press, 1973 y "The Historical Tex as Literary Artifact" en Tropics of Diacourse, Baltimore, John Hopkins University Press, 1978, pp. 81-100; y a los trabajos sobre el discurso historiográfico hispanoamericano de los siglos XVI y XVII, de Walter Mignolo, "Cartas, crónicas y relaciones del descubrimiento y la conquista", en Historia de la Literatura Hispanoamericana. Época Colonial, tomo I, Madrid, Ed. Cátedra, 1982 (Coordinador Luis Irrigo Madrigal); y especialmente "El metatexto historiográfico y la historiografía indiana", Modern Lenguages Notes, vol., 96 (1981), pp. 358-442.
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(20)

El enunciado representa "aquello de que habla la historia", el contenido; es susceptible de segmentación que permite reconocer unidades del contenido que más tarde pueden ser clasificadas. "El enunciado histórico, así como el enunciado frástico, comprende "existentes" y "ocurrentes": seres, entidades y sus predicados", Barthes, op. cit., p. 43. El plano de la enunciación comprende la situación, el acto mismo y el proceso de emisión del discurso y también los protagonistas de la situación enunciativa: el enunciante y el destinatario. Este plano se hace presente en el discurso mediante signos que lo manifiestan: 'shifters' (embragues o conectores), algunos de los cuales indican el acto mismo de proferir el discurso y el proceso de enunciación, mientras que otros mencionan a los protagonistas de la instancia enunciativa. Según Barthes, el discurso histórico opera dos tipos regulares de shifters: los "de escucha" y los "de organización". Mediante los shifters "de escucha" se mencionan a la vez en el discurso el hecho relatado, el acto del informante y la palabra del enunciante. "Ese shifter designa, pues, toda mención de fuentes y testimonios, toda referencia a una "forma de escuchar" del historiador que recoge un "afuera" de su discurso y lo dice. La explicitación de lo escuchado es una elección puesto que es posible no referirse a ello; hace del historiador casi un etnólogo cuando aquél menciona a su informante; por tanto, este tipo de shifter de escucha abunda en historiadores-etnólogos tales como Heródoto. Adopta diversas formas: desde los incisos del tipo según he oído, por lo que sabemos, hasta el presente del historiador (tiempo que atestigua la intervención del enunciante) y toda mención de su experiencia personal..." (p. 38).
Los shifters "de organización" "son los signos declarados por medio de los cuales el enunciante, en este caso el historiador, organiza su propio discurso, lo retoma, lo modifica a lo largo de su camino, en una palabra, le asigna referencia: explícitas" (p. 38). Este tipo de shifters es importante y puede recibir diversas expresiones; éstas, sin embargo, pueden reducirse a la indicación de un movimiento del discurso con respecto a su materia o, más exactamente, a lo largo de esa materia, un poco a la manera de los deícticos temporales o locativos he aquí / he ahí; se tendrá entonces con relación al flujo de 1a enunciación: la inmovilidad, el descenso, el ascenso, la detención, el anuncio" (p. 39).
Otros shifters mencionan al enunciante y/o al destinatario. En el discurso histórico, generalmente los signos del destinatario están ausentes, y "sólo se encuentran cuando la historia se presenta como lección" (p. 41). Los signos del enunciante "son mucho más frecuentes; hay que agrupar allí todos los fragmentos del discurso en que el historiador, sujeto vacío de la enunciación, se va llenando de predicados diversos destinados a fundarlo como una persona, provista de plenitud psicológica o, más aún (la palabra es una figura) de una capacidad" (p. 41).
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(21)

Góngora Marmolejo, Alonso de, Historia de Chile desde su descubrimiento hasta el año de 1575. Santiago, imprenta del Ferrocarril, 1862 (Colección de Historiadores de Chile y documentos relativos a la historia nacional, tomo n).
Las citas corresponden a las páginas 75 y 95 de esta edición, que es la que manejo y a la cual remitiré siempre en este trabajo.
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(22)

Véase nota 21.
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(23)

Al respecto dice Víctor Frankl que la concepción historiográfica de "lo visto y lo vivido" alcanza su mayor trascendencia y pleno despliegue "en las Crónicas de los historiadores de Indias, en parte, por la situación de éstos, de actores y testigos oculares de hechos inauditos, contrapuestos por su interés personal en la conservación de la verdad de sus acciones a los escritores eruditos europeos, quienes, apoyándose en un saber meramente libresco y teórico respecto a la conquista y en un estilo culto, describieron defectuosamente los hechos transoceánicos, y en parte, tal vez, en virtud del tradicional "verismo" de la literatura española y del influjo de la tradición de Tucídides y Polibio". La cita, corresponde ala página 84 de El antijovio de Gonzalo Jiménez de Quesada y las concepciones de realidad y verdad en la época de la Contrarreforma y Manierismo, Madrid, Ed. Cultura Hispánica, 1963. Esta obra de Frankl resulta fundamental para la comprensión de las concepciones historiográficas del siglo XVI y su modo de manifestación en el discurso sobre conquista y colonización de América.
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(24)

En el trabajo de Walter Mignolo "El meratexto historiográfico y la historiografía indiana", ya citado, se señala: "Si hay un principio general necesario en la definición de la formación discursiva historiográfica, éste es –a no dudarlo- el criterio de verdad. No obstante, sería equívoco encontrar en él la differentia specifica del discurso historiográfico, puesto que también la filosofía y la lógica apelan a la verdad. Por lo tanto, no es el principio mismo el que se constituye en uno de los rasgos distintivos, sino la manera en que se concibe la verdad y la manera en que se relaciona con otros principios que delimitan la formación discursiva historiográfica" (p. 368).
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(25)

Barthes, Roland, op. cit., p. 41.
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(26)

Barthes, Roland, op. cit., p. 41.
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(27)

Barthes, Roland, op. cit., p. 38.
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(28)

Vid. Victor Frankl, op. cit., pp. 193-235.
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(29)

Metatexto historiográfico es aquel que contiene referencias a situación de producción y génesis de la obra, intenciones y propósitos de su autor, finalidades que persigue, problemas de estructura y organización; en fin, texto que refiere al propio texto histórico, que lo hace objeto de referencias explícitas. En él se enuncia la reflexión o teoría historiográfica que sustenta el enunciante. Frecuentemente, se contiene en prohemios, y dedicatorias que inauguran y presiden el discurso, pero también en éste, en unidades no miméticas que manifiestan al enunciante como conciencia reflexiva sobre su actividad escritural y sobre el producto de ella, que es el texto.
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(30)

De manera constante, en el discurso histórico sobre los sucesos que ocurren en el Nuevo Mundo, en los siglos XVI y XVII, especialmente en aquél enunciado por los que han sido agentes protagonistas de ese acontecer, se declara que el acto de enunciarlo se motiva en la necesidad de informar sobre hechos no conocidos o completar informaciones anteriores que son insuficientes o parciales. Ello determina que la situación de enunciación de estos discursos se defina por la diferencia en el grado de conocimiento sobre el objeto o materia del discurso que tienen el emisor y el destinatario; mientras el primero se representa como poseedor del conocimiento, el receptor es quien carece de él, o lo posee de modo sólo parcial. El discurso viene a ser así el medio para llenar ese vacío o carencia cognoscitivos. Así en las relaciones, crónicas, historias sobre el descubrimiento, conquista y colonización de América en los siglos XVI y XVII se actualiza la estructura de la enunciación del discurso que la Retórica denomina "obscurum genus" el que se refiere a una materia de "difícil comprensión para la facultad cognoscitiva del público" y exige del enunciante el despliegue de todos los recursos aptos para favorecer la intelegibilidad del discurso y la comprensión de la materia por parte del receptor. Sobre discurso del "obscurum genus", vid. Heinrich Lausberg Manual de Retórica Literaria, Madrid, Ed. Gredos, 1975, 3 vols. (Biblioteca Románica Hispánica), p. 115, vol. I; sobre su actualización en el discurso histórico chileno de los siglos xvi y xvii, mi artículo "La representación de la tierra de Chile en cinco textos de los siglos XVI y XVII ", Revista Chilena de Literatura N° 23 (abril, 1984), especialmente pp. 6-8.
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(31)

Muchos enunciados del prólogo de la primera parte de La Araucana también afirman la intención de Ercilla de constituir una narración que rescate las hazañas de españoles y araucanos del "perpetuo silencio" en que podrían quedar, "faltando quien las escriba".
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(32)

Beatriz Pastor describe el "discurso del fracaso" en Discurso narrativo de la conquista de América, La Habana, Ed. Casa de Las Américas, 1983, pp. 265-337. Esas páginas se refieren a Naufragios de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, relevante manifestación de este tipo discursivo.
Para la autora, el "discurso del fracaso" transforma las estructuras, contenidos y sentidos del típico discurso narrativo de la conquista, cuyo modelo es el de Hernán Cortés, produciendo una desmitificación que afecta básicamente a la representación de América y del proceso de conquista y de sus protagonistas. Las imágenes de ellos, reducen e incluso cancelan los rasgos de idealidad, grandeza y magnitud heroicas con que se muestran en el discurso de la conquista. Sobre Naufragios y la actualización en él del discurso judicial del "ancepts genus" que confiere al "discurso del fracaso" el sentido de instrumento de persuasión de la conciencia del receptor español, moviéndola a advertir la necesidad de ver, comprender e interpretar de un modo diferente, la realidad del Nuevo Mundo, vid. también mi artículo "Naufragios e Infortunios. Discurso que transforma fracasos en triunfos". Revista Chilena de Literatura, N° 29 (abril, 1987), pp. 7-22, en especial 7-16 (Publicado también en Dispositio 28-29 (1986).
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(33)

Discurso judicial: "El caso modelo y denominativo es el discurso ante un tribunal, pronunciado ante los jueces, a quienes se invita a emitir un juicio sobre un estado de hechos pertenecientes al pasado, en el sentido de la acusación (demanda) o de la defensa". Discurso deliberativo: "El caso modelo y denominativo es el del discurso pronunciado ante una asamblea popular que se ha reunido para deliberar y a la que se invita a tomar una decisión respecto a una acción futura que el orador aconseja o desaconseja". Para la caracterización de ambos géneros de discurso retórico, remito a Heinrich Lausberg, op. cit., pp. 108 y 109, especialmente, pp. 153-203 ("genus iudiciale"), pp. 203-112 ("genus deliberativum").
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(34)

Lausberg, Heinrich, op. cit., pp. 113-114.
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(35)

"Honestum genus" es el nombre del grado de defendibilidad de una causa que responde total y plenamente al sentimiento jurídico (o generalizando por encima del campo jurídico: a la conciencia general de los valores y de la verdad) del público". Lausberg, Heinrich, op. cit., p. 112.
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(36)

Concepto y clasificación de "Status", en Lausberg, Heinrich, op. cit., pp. 122-153; sobre los cuatro "status" –‘coniectura’ , finitionis", 'qualitatis' y "translationis", en el género judicial, vid., pp. 164-184.
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(37)

"El 'Status translationis' consiste en la impugnación de la legalidad de la actio misma provocada por la respuesta del acusado... afecta en definitiva a todos los componentes de un proceso" (Lausberg, op. cit., p. 148 y p. 183). Agrega Lausberg que "en el fondo el esfuerzo de la defensa en todos los status viene a parar en una translatio" (op. cit., p. 183). ;8 "La translatio", en el discurso judicial, opera toda vez que cualesquiera de los componentes del proceso -el tribunal o el acusador principalmente- son impugnados en su legalidad, competencia jurídica o autoridad, obligando a argumentar en su defensa mediante el recurso a elementos que sean probatorios de competencia.
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(39)

Dámaso Alonso y Carlos Bousoño en Seis calas en la expresión literaria española, Madrid, Gredos, 1951, se ocupan de las diversas modalidades con que la literatura reproduce o expresa analíticamente la abigarrada variedad y pluralidad de lo real, la plenitud del mundo.
Entre esas formas de "reproducción analítica de las pluralidades" empleadas por la literatura en sus diversos géneros, está el llamado "sintagma diseminativo-recolectivo" cuyo esquema se observa en numerosas composiciones literarias, especialmente sonetos, canciones, romances, monólogos dramáticos del siglo de Oro español. Lope de Vega, Góngora, Calderón, ofrecen en sus obras una muestra amplia del fenómeno en referencia.
El rasgo característico de la estructura diseminativo-recolectiva es que la pluralidad se "disemina" a lo largo del discurso y luego, hacia el final de él, se reúne (recolecta). En los sonetos, a veces en un solo verso, el final, o en los dos versos finales, se recoge, también analíticamente, las pluralidades anteriormente esparcidas en la composición. Así acontece, por ejemplo, en el famoso soneto a Córdoba de Luis de Góngora. Vid., op. cit., pp. 23 y 76 y en especial, pp. 59-62.
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(40)

Beatriz Pastor, destaca el carácter transformador del modelo del típico discurso de conquista y el sentido desmitificador de sus contenidos que tiene el llamado "discurso del fracaso" que la autora describe e ilustra con Naufragios de Alvar Núñez Cabeza de Vaca.
Entre los elementos caracterizadores de este discurso que importan para nuestro propósito, Beatriz Pastor, señala los siguientes: " la transformación de la acción heroica de la Conquista en lucha desesperada por la supervivencia", lo que lleva al reemplazo de las motivaciones, situaciones y objetivos propiamente épicos del relato de conquista -gloria, fama, elevación heroica de las acciones- por otras más humanas como son entereza y fortaleza interior para sobrellevar la necesidad extrema y los padecimientos. Con lo cual, "la figura del conquistador se problematiza y resquebraja", "se humaniza y yerra, sufre, duda y fracasa"; el resultado es entonces, "la liquidación del héroe y la aparición del hombre".
Lugar relevante ocupa en estas transformaciones la figura de los caballos. Ellos, en el discurso heroico de conquista son "símbolo de la superioridad militar española y representan para los indígenas la naturaleza sobrehumana de los "teules"; mientras que en el "discurso del fracaso", los caballos aparecen "tan despojados de magia como de gloria"; a veces, como elemento incapaz de moverse con expedición en una naturaleza hostil, transformándose así de instrumento de guerra en obstáculo que interfiere la acción de los soldados; otras veces, el caballo se transforma en bastimento, que permite sostener a los soldados en las situaciones de extrema necesidad y carencia de recursos; su carne sirve de alimento, su cuero y crines se emplean para fabricar objetos útiles para la supervivencia como recipientes para conservar agua, cuerdas, jarcias, etc. De la misma manera otros signos del poder, de la gloria y del heroísmo como son las armas y los objetos de guerra españoles se convierten en herramientas de trabajo necesarias para procurarse el sustento, construir la morada o el fuerte que permite resistir la adversidad (vid, Pastor, Beatriz, op. cit., pp. 294-309).
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(41)

Sobre las concepciones transcendentalistas de la realidad y verdad históricas y en articular, sobre la místico-agonal-dualista, véase, Frankl, Victor, op. cit., pp. 237-297; pp. 245-268.
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(42)

Referencias sobre el discurso "de regimine principum", su estructura, orígenes y tradición, y además sobre su actualización en textos historiográficos hispanoamericanos coloniales como Primer nueva corónica y Buen gobierno de Huamán Poma de Ayala y Cautiverio feliz de Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán, se encuentran en los excelentes artículos de Mercedes López-Baralt, "La iconografía de vicios y virtudes en el Arte de Reinar de Guamán Poma de Ayala. Emblemática política al servicio de una tipología cultural americana", Dispositio, vol. IX, N° 24-26 (1984), pp. 105-122; y de Denis Pollard, "The King's Justice in Pineda y Bascuñan's, Cautiverio feliz", Dispositio, vol. x1, N° 28-29 (1986), pp.
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