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Crónicas
Historia de Todas las Cosas que han Acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575)
V. De cómo Pedro de Valdivia envió al Perú al capitán Alonso de Monroy por gente y de lo que sucedió

Después que Valdivia vió el mucho oro que de las minas sacaban y entendió que en general era así y que los indios alzados venían a darle paz, pareciéndole se hallaba con poca gente para asentar la provincia quiso enviar personas al reino del Perú que diesen razón de lo mucho que serían aprovechados los que viniesen, dándoles a entender la grosedad grande que el reino tenía de naturales, así como de oro: y para que hubiese buen efecto envió al capitán Alonso de Monroy que era caballero, y en el Perú conocido, de buen crédito, hombre de verdad y buen entendimiento, y con él a Pedro de Miranda con otros cuatro soldados en su compañía, porque mejor y con más seguridad pudiesen pasar ayudándose unos a otros. Y para que en el Perú les diesen crédito ser la tierra de Chile próspera, mandó que todos hiciesen los estribos de las sillas, guarniciones despadas, todo de oro, con otras cosas en que lo podían llevar sin ninguna pesadumbre para jornada tan larga. Con esta orden salieron de Santiago después de despedirse de sus amigos, caminando con cuidado, recatándose siempre de los indios, que aunque algunos estaban de paz, era cautelosa. Llegaron al valle de Copiapó, que está de la ciudad de Santiago ciento y veinte leguas, donde queriendo proveerse de algún matalotaje para el despoblado, fueron salteados de los indios; peleando con ellos, sin dejarlos subir a caballo ni dalles lugar para ello, mataron a los cuatro, y al capitán Monroy y Pedro de Miranda prendieron y los llevaron presos a un ayuntamiento de principales que estaban bebiendo a su usanza, donde llegados los indios regocijaron más su conversación con ellos.

Fué Dios servido que sin pensarlo y acaso vió allí Pedro de Miranda una flauta, la cual tomó y comenzó a tocar, que lo sabía hacer. Como los principales indios lo vieron, dióles tanto contento la voz y música de ella, que le rogaron los vezasse(1) a tañer, y no lo matarían. Él, como hombre sagaz, viendo que no le iba menos que la vida, les dijo que lo haría y les mostraría muy bien; mas que les rogaba que al capitán Monroy no lo matasen que era su amigo y le quería mucho. Fué tanto lo que persuadió a aquellos principales con la flauta, que condescendieron a su petición, remedando en parte a Orfeo, cuando fué en busca de su mujer al infierno. Dijéronle que por su amor lo harían, mas que Monroy les había de servir de caballerizo y mostrarles a andar a caballo, quedando con esta orden. Desde allí adelante les pusieron guardias por que no se les huyesen: ellos entre sí siempre comunicaban en su libertad y cómo se huirían. Sacando los principales al campo los hacían subir a caballo y les decían cómo y de la manera que se habían de poner, de que recibían grandísimo placer en saber manejar sus caballos, tocar la flauta, que todo lo tomaban bien. Un día después de haber entre sí comunicado la orden que tendrían para libertarse, escondieron dentro de los borceguíes cada uno un cuchillo bien amolado, que otras armas no las podían llevar a causa que siendo vistas se las quitaran o los mataran sospechando de ellos mal. Aquel día, viendo tiempo cual siempre estuvieron esperando, salieron al campo al ejercicio ordinario, y viendo oportunidad para su desinio, arremetieron a los principales, que eran dos. Estando todos cuatro a caballo les dieron de puñaladas, de manera que dejándolos mal heridos, fueron de presto al alojamiento donde vivían, tomando algunas armas, que por respeto de dejar los principales heridos en el campo, lo pudieron hacer. Los indios viendo a sus señores a la muerte, procurándoles algún remedio, pudo Monroy irse a su salvo y por que no quedase cosa que les dañase atrás, mandaron a Barrientos que estaba allí con ellos subiese a caballo. El cual Barrientos (por otro nombre se llamaba Gasco) estaba entre los indios preso muchos días había, no pudiendo hacer otra cosa, aunque se quisiera quedar allí, porque lo mataran, y con lo que repentinamente pudieron haber porque les convenía así, antes que los indios se juntasen, se metieron por el despoblado: cosa de grandísimo temor pensar de caminar ochenta leguas de arenales sin llevar que comer para ellos ni para los caballos; donde les acaeció, como dicen, de ordinario a los hombres que con ánimo valeroso se determinan a cosas grandes, cuando son justas Dios les favoresce. Porque yendo tristes y desconsolados, faltos de toda cosa, les deparó su suerte en el despoblado un carnero cargado de maíz que les pareció ser milagro. Teniendo el carnero en su poder, repartieron el maíz entre ellos lo que bastaba para el camino; lo demás dieron a sus caballos, y con los tasajos que del carnero hicieron, tuvieron matalotaje con que llegaron a Atacama. Allí hallaron comida la que hubieron menester, deteniéndose poco por respeto de que no les acaeciese otro revés de fortuna, y pasaron adelante su camino.

Entrando por la tierra de Perú, supieron cómo don Diego de Almagro, hijo del Adelantado, era muerto, y también el marqués Francisco Pizarro, y que gobernaba el reino del Perú el licenciado Vaca de Castro. Con esta nueva, yendo en su busca, lo fueron a hallar en el río de Calcas cerca de Guamanga, donde fueron de él bien recibidos, dándole cuenta de su peregrinación. Fué grandemente tratado ser viaje próspero para los que quisiesen ir a él, por ser grande la voz que dió en el campo los estribos de oro que llevaban viéndolos presentes en obra tosca; juntamente con lo que decían, y los presentes veían, les levantaron los ánimos tratando de cosas de Chile. Vaca de Castro desde algunos días les dió setenta hombres bien aderezados con que se volviesen, y no le dió más porque en aquel tiempo había acabado de ganar la batalla de Chupas y estaba sospechoso de la gente que tenía. Con este número, Alonso de Monroy se volvió a Chile proveyéndose en Atacama para pasar el despoblado; llegó a Copiapó, donde en aquel valle siendo conocido, los principales señores lo vinieron a ver y le dieron los estribos de oro que habían quitado a sus compañeros, cuando los mataron. Dióles a entender que de allí adelante fuesen buenos y mirasen que los cristianos habían de permanecer: no quisiesen perder sus vidas bestialmente, sino conservarse con ellos en amistad. Pasando adelante su camino llegaron a Santiago, donde fué en general bien recibido.

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Notas

(1)  Que los avezase o enseñase a tañer.
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