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Crónicas
Historia de Todas las Cosas que han Acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575)
XI. De cómo Valdivia pobló la ciudad de Concepción y de cómo los indios vinieron a pelear con él y los desbarató. Está esta ciudad poblada en treinta grados y medio

Habida esta victoria Valdivia con tanta felicidad, otro día luego retiró su campo porque el hedor de los muertos no le inficionase la gente, y también por buscar asiento conveniente donde poblar. Habiendo visto mucha parte de la comarca, no hallando otra tan a propósito como la de Penco, por tener buen puerto en una bahía grande, después de bien reconocido, trazó y pobló la ciudad de la Concepción. Dió solares a los soldados que allí habían de ser vecinos, y tomando para sí una cuadra, dió orden cómo hacer un fuerte torreado donde pudiesen estar seguros, velándose de noche y de día a las puertas de él. Y para hacerlo era necesario que los propios soldados ellos mismos se cargasen de piedras y hiciesen los adobes y los acarreasen a los hombros; con esta orden lo hicieron en breve. En este tiempo los indios naturales de aquella comarca, aunque habían sido desbaratados en la batalla que a Valdivia habían dado de noche, no por eso desmayaron cosa alguna para dejar de probar otra vez su suerte y ventura. Con deseo de venganza y por echar de sus tierras tan grandes enemigos y tan aborrecidos de ellos, buscaron favores de toda la provincia, enviando mensajeros hombres pláticos y belicosos a hablar con los señores más lejanos, diciéndoles: que el danio todo era general, y que tanta parte les cabría a ellos como a los demás, pues era gente que a todos igualaban en el servicio; porque era cierto les habían de hacer casas, sacarles el oro, darles sus hijos y hijas que les sirviesen, hacerles las simenteras, y que el ganado que entre ellos había también lo tenían por suyo; de manera que no reservando cosa alguna estaban muy cerca de perder su libertad: que se juntasen y peleasen con los cristianos hasta echarlos de sus tierras y de toda la provincia. Tales cosas les dijeron y tanto hicieron, que de conformidad se juntaron más número de cincuenta mil indios. Habiéndose reparado de armas, repartido capitanes que los acaudillasen y señalado el día que se habían de mostrar sobre la ciudad, comunicándose por sus mensajeros, aquel día entre ellos concertado, antes del medio día se mostraron por los altos sobre la ciudad y de allí vinieron abajando hacia el pueblo por tres partes, en tanta cantidad que cubrían el campo, con infinitos géneros de armas y muchas cornetas y cuernos grandes y otros infinitos instrumentos de guerra usados entre ellos.

Valdivia mandó tocar arma y que todos estuviesen a punto para hacer lo que por su consejo y acuerdo se determinase. Hubo varios pareceres entre sus capitanes, como suele acaecer en semejantes casos de guerra: unos decían que el primer ímpetu lo deberían de esperar dentro en el fuerte, y después hacer como mejor viesen que les convenía; otros decían que no, sino que luego antes que más se les llegasen habían de salir y pelear con el escuadrón más cercano, antes que todos se hiciesen un cuerpo y llegasen todos juntos; porque si con aquél les iba bien, los demás no osarían llegar, y si lo desbarataban como creían, los demás no osarían pelear: que era bestial cosa esperar que unos bárbaros llegasen a ponerles cerco, pues era cierto que les habían de faltar todas cosas y que los indios viéndolos encerrados tomaría ánimo, y de cada día se les juntarían más; sino que luego peleasen no dándoles lugar a juntarse. De este parecer fué Valdivia y lo tuvo por el mejor. Luego mandó a jerónimo de Alderete y a Pedro de Villagra que con cincuenta soldados a caballo rompiesen con el escuadrón que más cerca les venía. Estando él presente les salieron luego al encuentro, y acertaron de su ventura y suerte que aquellos indios con quien iban a pelear eran reliquias de los que habían desbaratado cuando pelearon de noche en Andalien, porque los demás escuadrones, tratado entre ellos, les habían dado este lugar, diciéndoles que ellos habían de trabar primero batalla con los cristianos, y con esta orden venían delante. Llegados que fueron los capitanes cerca de el escuadrón, todos los demás indios mirando tan bravo espectáculo, porque como no habían visto cristianos a caballo hasta aquel tiempo, y los veían armados, relumbrando los hierros de las lanzas y las cotas, embrazadas sus dagas, era bravo el miedo que tenían, aunque después acá han ido en tanto crecimiento de guerra con el ordinario uso que se dan hoy los indios por [causa de] los cristianos en esta tierra, menos de lo que en aquel tiempo se daban los cristianos por ellos. Villagra y Alderete, apellidando el nombre de Santiago, puestos en ala, con grandísima determinación rompieron con todos los soldados que llevaban, donde pareció una cosa digna de memoria, y fué, a lo que después se supo por dicho de los indios, no pudiendo sufrir tan bravo acontecimiento, como vieron venir a los cristianos con aquella determinación tan grande contra ellos, no teniendo ánimo para pelear, siendo número de más de quince mil indios, volvieron las espaldas a huir: los demás escuadrones como vieron huir a éste hicieron lo mismo, retirándose en su orden. Decían después que los cristianos no los habían rompido, sino una mujer de Castilla y un hombre en un caballo blanco los habían desbaratado: que ésta fué una terrible vista para ellos que en gran manera los cegaba. Esto se publicó; después, diciéndoles otros indios cómo los habían desbaratado tan pocos cristianos, daban este descargo; y es de creer así, porque aquel día vinieron sobre la ciudad más número de cincuenta mil indios, por donde parece ser creedero fué Dios servido los cristianos no se perdiesen y que los quiso socorrer con su misericordia, pues de la entrada que entonces hicieron ha resultado en este reino muchas ciudades pobladas y muchas iglesias donde se predica el Evangelio, y monasterios de religiosos que hacen con su doctrina mucho fruto entre los naturales, y grande número de indios que son cristianos y viven casados debajo de el matrimonio de la iglesia. Habiendo seguido el alcance, mandó Valdivia que se recogiesen al fuerte, porque era este hombre tan ajeno de toda crueldad en caso de matar indios, que fué mucha parte para su perdición la clemencia que con ellos tenía, como adelante se dirá.

Luego desde a pocos días, llegó al puerto de aquella ciudad un barco en que iba don Rodrigo González, primero obispo de Chile, con mucho refresco y medicinas para curar los heridos; que teniendo nueva en la ciudad de Santiago de la batalla que Valdivia tuvo en Andalien, como celoso de la Iglesia de Jesucristo y por su aumento, vino a hallarse allí.

Luego mandó Valdivia a sus capitanes saliesen por la provincia a traerla de paz, lo cual se hizo fácilmente. Vinieron muchos naturales a servir y de cada día venían más, viendo que no les aprovechaban las armas, dejándolas olvidar hasta conocer qué orden les convenía tener para volverlas a tomar.