ACTAS DEL CABILDO DE SANTIAGO PERIODICOS EN TEXTO COMPLETO COLECCIONES DOCUMENTALES EN TEXTO COMPLETO INDICES DE ARCHIVOS COLECCIONES DOCUMENTALES

Crónicas
Historia de Todas las Cosas que han Acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575)
XIV. De cómo se le alzó la tierra a Valdivia y la causa que para ello hubo; y de cómo saliendo a la pacificació le dieron una gran batalla en que lo mataron a él y cuantos con él iban

Después que Pedro de Valdivia hubo poblado la ciudad que de su nombre se llamó Valdivia, vuelto a la Concepción, estuvo allí el invierno, y el verano siguiente se fué a la ciudad de Santiago, dejando dada orden que le hiciesen sus casas con mucho cuidado, grandes y suntuosas, de manera que cuando volviese las hallase acabadas.

Llegado a Santiago, vendió los indios que tenía en su cabeza en aquella ciudad desde que la pobló, a quien más dinero le dió por ellos; pareciéndole que como eran conquistadores no era venta, sino ayuda que les hacía para sustentar el reino. Juntando la mayor suma de pesos de oro que pudo, con ellos y con lo que Alderete juntó de sus indios, envió a España al mesuro Alderete con más de treinta mil pesos, y con orden que le negociase con el rey don Felipe la gobernación por su vida, y título de Señor con perpetuidad de indios: y que después de sus días pudiese nombrar persona que le sucediese en el gobierno.

Despachado Alderete a España, llegó a la ciudad de Santiago don Martín de Avendaño con una compañía de gente y los capitanes Gaspar de Villarroel y Altamirano, cada uno con una compañía de soldados; que el visorrey don Antonio de Mendoza, que gobernaba el Perú, entendiendo la necesidad de gente que Valdivia tenía, prestó consentimiento para que de aquel reino la tal gente se sacase, y por supremo en el mando hasta llegar a donde Valdivia estaba, a don Martín de Avendaño: llegados a la ciudad de Santiago, Valdivia los salió a recibir. Después de haberse visto, y hécholes mucha merced en tratamiento y palabras amigables, desque hubieron descansando, holgándose en aquella ciudad por algunos avisos que tuvo en que le significaban cuan necesaria era su persona en aquella ciudad para el reparo de ella y proveimiento de las demás nuevamente pobladas, se partió. Y llegado que fué a la Concepción, quiso luego pagar al mariscal Alonso de Alvarado lo que por él había hecho cuando con el presidente Gasca hizo sus negocios (por ser don Martín cuñado suyo, casado Alonso de Alvarado con su hermana, persona principal), dándole un repartimiento de indios en la ciudad Rica. Habiendo ido con sus criados a tomar la posesión y ver la disposición de la tierra, habiéndola visto, quisiera que Valdivia le diera más número de indios y en mejor parte, porque algo de ello era en monte, y los soldados que los poseían se quejaban unos a otros, diciendo habían ellos ganado indios y tomado tantos trabajos para que después en remate de ellos los diese Valdivia a don Martín ni a otro ninguno, quitándoselos a ellos: que si era en obligación al mariscal y quería hacer por sus cosas, que le diese de sus haciendas o de los indios que tenía en su cabeza, y no de lo que ellos poseían y habían ganado. Don Martín, como era caballero y oía estas cosas que decían y aun delante de él, pesábale que se les quitasen aquellos indios a los que los tenían para dárselos a él, viendo que los habían merecido y trabajado, y que tenían razón, aunque en número eran más de dos mil indios. Sobre esto volvió a verse con Valdivia y tratar de sus negocios, sobre los cuales se desavinieron. Don Martín le pidió licencia para irse al Perú; diósela alegremente, porque en aquel tiempo Valdivia, como se vía tan señor, toda cosa despreciaba. Por respeto de don Martín se fueron número de más de treinta soldados que después le hicieron harta falta.

Desde a poco pareciéndole, según era mucha la gente que en la provincia había, era necesario para tenerla sujeta hacer algunas casas fuertes y tener en ellas guarnición de soldados, porque si los indios se quisiesen alzar no lo pudiesen hacer tan fácilmente, remedando a los romanos cuando se hicieron señores de España (que por los muchos castillos que hicieron en la provincia se llamó después Castilla), y como hombre que tenía los pensamientos tan altos, pareciéndole que fortuna le era en gran manera favorable, mandó que se aderezasen dos navíos con mucho bastimento y doblados marineros, y rogó a Francisco de Ulloa, caballero natural de Cáceres, que había sido su capitán, los llevase a su cargo y le descubriese el estrecho de Magallanes para tratarse por aquel camino con España y no por el Perú; porque, demás de no ser mandado por el Audiencia que en el Perú residía, como escueza tanto en los hombres poderosos ser a otros sujetos, y por tener las mercaderías en extremo más baratas, lo envió a la ciudad de Valdivia, que está de el estrecho de Magallanes doscientas y cincuenta leguas de navegación. De allí salió proveído bastantemente de matalotaje y gente. Hízose a la vela desde aquella ciudad, e yendo en su demanda llegó a un estrecho de mar que rompía la Cordillera Nevada y pasaba de la otra banda: entró por ella reconociendo si era el estrecho o no. Pareciéndole había hecho mucho, sin ver la mar de el Norte se volvió con sólo traer razón de haber visto y corrido la costa y reconocer los puertos que tenía, para poder a otro tiempo hacer mejor efecto para lo que adelante se quisiese hacer.

Mandó Valdivia así mismo en este tiempo a Villagra, porque no le quedase cosa alguna por hacer, que con ochenta soldados a caballo fuese de la otra parte de la Cordillera Nevada y le descubriese la mar de el Norte; porque si Francisco de Ulloa, a quien había enviado por la mar, no acertase por aquella vía o por estotra, tuviese razón de ella, y que fuese por la ciudad Rica, que era la mejor entrada que la Cordillera tenía. Decíase que más lo hacía Valdivia por apartarlo de sí que no por el descubrimiento; porque como Villagra había traído a Chile doscientos hombres, tan principal gente, y le eran amigos otros muchos, quería apartarlo y tenerlo lejos de sí.

Yendo Villagra su camino, que no osaba degustar en cosa alguna a Valdivia, pasó la Cordillera por buen camino. Siguiendo su viaje, llegó a un río grande que hacía unos despeñaderos grandes e iba hondo de tal condición que, siguiendo sus riberas muchas jornadas, y no hallando por dónde poderlo pasar, topó con un fuerte donde estaban recogidos hasta veinte poelches. Después de haberlos llamado de paz, visto que no querían entenderle y se daban poco por lo que les decía, lo mandó combatir, e que se entrase por poderlos castigar como a contumaces y malos. Pues yendo hacia él doce soldados disparando algunos arcabuces, los indios se defendieron de tal suerte, que peleando con ellos y con los demás que les fueron de socorro, mataron cuatro soldados; aunque después lo ganaron y se castigaron algunos. Yendo Villagra su camino llegó a un valle bien poblado de indios veinte leguas de Valdivia, llamado Maguey: desde allí se fué a la Concepción, no habiendo hecho más efecto en su jornada.

En este tiempo Valdivia para más sujetar los indios que no se le alzasen, pareciéndole que en la comarca de Angol sería bien poblar una ciudad por estar entre la Concepción e Imperial, mandó que los vecinos en cuya comarca estuviesen sus repartimientos fuesen a vivir allí: con esta orden fueron algunos y comenzaron a hacer sus casas. Mandó también algunos hombres pláticos de sacar oro y de conocer la tierra donde se cría, que lo buscasen con yanaconas que lo habían sacado en las minas de Santiago. Éstos entraron la tierra adentro y hallaron algunos ríos que lo tenían, en especial entre la Concepción e Imperial: dando tan buena muestra, sacaron en breves días mucho en que había granos tan grandes como nueces y como almendras. Desde que le trajeron la muestra de ello mandó a sus criados que con la más gente que pudiesen lo sacasen y que para ello los señores principales que a él servían lo mandarían a sus súbditos. También en aquel tiempo, junto a la ciudad de la Concepción, se hallaron otras minas muy ricas, que en las unas y otras traía ochocientos indios sacando oro; y para seguridad de los españoles que en las minas andaban, mandó hacer un fuerte, donde pudiesen estar seguros. Estando en esta prosperidad grande, le trajeron una batea grande llena de oro. Es batea un palo redondo, cavado el fondo de él, de manera que viene a quedar como una fuente de plata, así grande aunque más honda: con éstas sacan el oro en las Indias. Este oro le sacaron sus indios en breves días. Valdivia habiéndolo visto no dijo más, según me dijeron los que se hallaron presentes, de estas palabras: "Desde ahora comienzo a ser Señor". Sin dar gracias al Criador de todo aquello, que cierto no es creedero un hombre de tan buen entendimiento dejase de dar gracias a Dios, pues de un escudero había levantado tanto que era señor.

En este tiempo los indios, viendo cómo los trabajaban en hacer casas y simenteras con sacar oro, cosas que no estaban a ello vezados, pareciéndoles trabajos grandes y para ellos insufribles, trataron secretamente de se alzar, y después de haberlo tratado y comunicado entre sí, resumidos en que se hiciese, pues sabían cierto que si les decía mal, queriendo volver a servir Valdivia les había de perdonar lo pasado, y que para ello tenían delante el perdón que hizo a los indios de Quiapo y de Quedico, que están en el puerto de el Carnero, cuando mataron los cristianos que desembarcaron en su tierra tres años había. Y fué que Valdivia, estando en la Concepción falto de bastimento, envió al capitán Bautista de Pastene, natural de Génova, con dos navíos que los cargase de maíz por la costa en las partes o parte que le pareciese. Llegado a este puerto de el Carnero, echó veinte soldados en tierra para ver si tenían las casas comarcanas a la mar algún maíz que poder embarcar. Los indios, queriendo defender sus haciendas, se juntaron en un momento mucho número de ellos con sus armas y vinieron sobre los cristianos, los cuales comenzaron a pelear tirándoles arcabuzazos, y los indios muchas flechas. Fuéronse encendiendo en tanta manera, que se vinieron a revolver unos con otros a las manos; y como venían más y más indios, los que peleaban, acrecentando ánimo, apretaban a los cristianos de tal manera, que le convino al capitán Bautista, con ánimo de ginovés de que tanto abonda aquella nación belicosa en cosas navales, acudir en su favor y retirarlos. Con harto trabajo los hizo embarcar, quedando muertos seis soldados. Que es esto lo que los indios decían que Valdivia les había perdonado.

Para hacer lo arriba dicho, tomó la mano la provincia de Tucapel, que es la gente más belicosa de todos ellos. Éstos un día acordaron de matar la guarnición de cristianos que en la casa fuerte tenían, y para hacello se determinaron, cargados de yerba como otras veces habían ido, llevar sus armas secretas entre ella metidas, y que con este ardid descuidarían a los cristianos y entenderían que iban a servir como de ordinario lo hacían; y dentro en el fuerte, echando la yerba, tomarían las armas, y que así lo matarían repentinamente. En el fuerte estaban seis soldados bien aderezados de armas, caballos y con cuidado, porque entendiendo que los indios traían trato de alzarse, el que estaba por capitán, que era un soldado antiguo llamado Martín de Ariza, mandó prender los señores principales de aquella comarca en quien tenían más sospecha y ponerlos en prisiones: era Martín de Ariza vizcaíno de nación. Los indios, viendo a sus caciques presos, diéronse más prisa a poner en efecto lo concertado; y un día, luego después de haberse conformado, vinieron cargados de yerba: los cristianos los dejaron entrar, como siempre lo hacían, dentro del fuerte. Echando la yerba en tierra, tomaron las armas y arremeten a los cristianos, que, aunque no estaban bien aderezados, con sus espadas y dagas se defendieron por estar todos juntos y ser el lugar estrecho; y también los indios no eran más de hasta ciento, por venir más disimulados: echáronlos fuera a cuchilladas, dejando algunos muertos, y ellos también heridos.

Como los indios vieron descubierta su rebelión, juntáronse con otros muchos que venían detrás de ellos a ver cómo les sucedía, y esperaron a los cristianos fuera en el campo. El capitán Martín de Ariza salió a ellos con otros tres soldados a caballo y los desbarató muchas veces, quedando ellos tan mal heridos que luego dieron orden cómo irse antes que los indios viniesen de propósito a ponerles cerco, no esperando socorro tan breve; aunque Valdivia le había escrito que sería con él tal día señalado, no lo quiso llegar a prueba de si sería así o no, no queriendo poner su vida en condición de perderse. Y así no pudiendo sufrirlo en su ánimo, aquella noche desamparó el fuerte y con una barreta de hierro mató los caciques que tenía en prisión. Desde allí se fué a la casa de Puren, que era otro fuerte y estaba de allí ocho leguas. A los que estaban en su defensa dió aviso de lo que le había acaecido en Tucapel para que estuviesen recatados de allí adelante.

En estos mismos días, Valdivia salió de la Concepción con cuarenta soldados, los más de ellos capitanes, muy en orden; no llevó más número de gente porque en aquel tiempo eran los indios tenidos en poco, como gente que no sabía pelear ni aun tenían ánimo para ello; mas después que conocieron los caballos y trataron a los cristianos, supieron defender sus tierras. Valdivia fué al asiento de minas donde sacaban el oro, dejando reparado aquel sitio y dado orden que un vecino de la Concepción llamado Diego Díaz, natural de Sanlúcar, pusiese en defensa todo lo que entendiese que para buena seguridad convenía. Atravesó de allí y se fué a Arauco, donde tenía otra casa fuerte. Siendo allí informado de lo de Tucapel, partió luego con treinta y seis soldados; no llevó más porque había escrito a la ciudad Imperial que para tal día se juntasen con él en la casa de Tucapel veinte hombres principales, y de su letra todos señalados, que si quisiera llevar mucha gente, en el reino tenía mucha con que pudiera ir al seguro; mas cuando las cosas están ordenadas por el Divino juez, no se puede ir contra ellas, y así es de entender que quiso a Valdivia castigarlo por sus culpas y vivienda pública dando mal ejemplo a todos con una mujer de Castilla siempre amancebado. Dejados estos secretos para el juez justo que lo sabe, él fué camino de Tucapel, confiado en su ventura y buenos sucesos; los indios, como tuvieron plática de su venida se juntaron grandísimo número de ellos como a cosa que tanto les iba, y hechos grandes escuadrones fueron sobre el fuerte de Tucapel y lo quemaron. Estando todos juntos tratando qué orden tendrían para pelear con Valdivia, se levantó de entre ellos un yanacona llamado Alonso, que había sido criado de Valdivia y le había servido de mozo de caballos, y les dijo le escuchasen, que les quería hablar y decir cosas que les convenía. Estando atentos a lo que decía, en voz alta les comenzó a decir que los cristianos eran mortales como ellos y los caballos también, y se cansaban cuando hacía calor más que en otro tiempo alguno; que si ellos querían pelear bien no dudasen sino que los desbaratarían, y echarían de sí el yugo de servidumbre tan áspero, y que entendiesen que no era nada lo que al presente servían y trabajaban en comparación de lo mucho que habían de trabajar ellos y sus hijos y mujeres; que quisiesen más como hombres morir una muerte noble defendiendo sus casas, que no vivir siempre muriendo, y que si querían estar por lo que él les dijese, que les daría orden cómo habían de pelear y de lo que habían de hacer para desbaratarlos. Los indios principales, que son entre ellos los señores, le dijeron que en todo guardarían cualquier precepto de guerra que les diese. Luego les mandó que en una loma rasa que había cerca de la casa fuerte de Tucapel, el río enmedio, allí se juntasen y le esperasen dejándole llegar sin mostrársele hasta que estuviese con ellos; y entonces tomando las armas le defendiesen el camino poniéndosele delante un escuadrón, y que los demás escuadrones estuviesen a la mira esperando el suceso de aquel que peleaba: y que cuando aquél se viese rompido, se echase a las laderas, que era en donde los caballos no podían ser bien manejados, y saliese luego otro escuadrón a pelear y tras de aquél otro: que Valdivia no pensasen que era más de un hombre como los demás, y que aunque quisiese pasar adelante no lo osarían hacer sin desbaratarlos primero, de temor que perderían la ropa que llevaban que era para los cristianos grande afrenta; y demás de lo dicho, se había de poner un otro escuadrón junto al río por donde habían de pasar, que también los tendría suspensos viendo tanta gente delante: y que estando los caballos muy sudados, de que él tenía plática, arremeterían cerrados en su escuadrón con los cristianos, el cual tiempo y aviso él lo daría en voz alta que lo entendiesen todos; y que con esta orden no dudasen sino que los desbaratarían; mas que era menester para buen efecto dar aviso a todos los indios de la comarca que como viesen a Valdivia ir caminando que viniesen tras él a tomarle los pasos por donde había de volver desbaratado. Los indios lo hicieron así y despacharon mensajeros por toda la provincia que acudiesen con sus armas tras de Valdivia, y en pasando tomasen luego el paso; y así en todas las partes que era paso dificultoso lo fortificaban con gente, dándoles por aviso que en viendo un humo que en tal parte se haría, entenderían por él que estaban peleando.

Con esta orden que les dió este yanacona, que no debía de ser sino demonio contrario y enemigo a la próspera fortuna que Valdivia había tenido, quedaron tan animados los indios con la oración que les hizo este demonio, que puestos en sus escuadrones más número de cincuenta mil indios y más, a lo que después se supo, fueron a el lugar que les estaba señalado, siendo el camino aquel por donde Valdivia venía.

Envió cuatro corredores delante que le descubriesen el campo y camino. Ellos se adelantaron tanto, que sin entenderlo Valdivia ni oirlo, por la mala orden que llevaron en su caminar, no como hombres pláticos de guerra, cayeron en una emboscada. Llegados a ella los dejaron entrar, y luego que se les mostraron, como los tenían en medio cercados por todas partes, los hicieron pedazos, y al uno de ellos cortaron el brazo y se lo echaron a Valdivia en el camino por donde había de pasar, con su manga de jubón y camisa. El cual llegado allí, visto el brazo un yanacona que había criado y era ya hombre, llamado Agustinillo, le dijo muchas veces que se volviese y mirase que llevaba poca gente; porque este yanacona entendía la lengua de aquellos indios mejor que otro alguno, diciéndole: "Señor, acuérdate de la noche que peleaste en Andalien". Mas Valdivia, como era hombre de grande ánimo, lo despreció todo.

Yendo adelante llegó a vista de la casa fuerte de Tucapel, que desamparó Martín de Ariza, siendo aquél el día que le había avisado sería allí con él. Vídola estar humeando, que aún no era acabada de quemar. Dende a poco llegó donde los indios estaban encubiertos con unos pajonales grandes, porque no los viesen hasta llegar a ellos. Allí se le mostraron todos con grandísimo alarido y sonido de muchas cornetas, puestos los escuadrones a manera de batalla. Valdivia recogió su gente a un altillo parando en él el bagaje; repartió los soldados en tres cuadrillas, y mandó a la una que rompiese con los indios, los cuales, cerrados, con sus caballos puestos en ala, rompieron y anduvieron peleando, hiriendo y matando indios y recibiendo muchas heridas. Los demás escuadrones se estaban quedos guardando la orden que les estaba dada, y después de haberse cansado el escuadrón que peleaba, se retiró a una ladera, y salió otro escuadrón a pelear con la misma orden que el primero, al cual mandó Valdivia saliese otra cuadrilla: salieron y pelearon mucho. Viendo que no podía hacer el efecto que deseaba, dejando por guarda de el bagaje diez hombres, rompió él mismo con veinte y seis buenos soldados que le quedaban, que cierto Valdivia era buen soldado y de buena determinación, con grande ánimo. Después de haber peleado y echado los indios por las laderas, viendo que no los podía acabar de romper, y que otros escuadrones venían de nuevo, y los indios con quien peleaban se animaban más y volvían a pelear, y que tanta gente por momentos se descubría, arremetió con todos los que con él estaban y peleó hasta que le mataron tres hombres. Entonces mandó tocar a recoger las trompetas. Juntos todos les dijo: "Caballeros, ¿qué haremos?". El capitán Altamirano, natural de Medellín, hombre bravo y arrebatado, le respondió: "¡Qué quiere vuestra señoría que hagamos sino que peleemos y muramos!". Aunque Valdivia conocía su perdición, y vía que si perseveraba todos se habían de perder, como los vió tan animosos volvió a romper. Viendo que le iba peor, acordó retirarse dejándoles el bagaje en las manos: entendiendo que por respeto de robarlo, ocupados cada uno por haber su parte, se podría él salvar sin que le siguiesen los enemigos. Como tenía plática de guerra parecióle que estaba en razón lo que decía: mas los indios con la orden que el yanacona Alonso en aquel punto les dió, mandándoles que todos juntos cerrasen con los cristianos, porque ya los caballos estaban cansados con el calor grande que hacía, y que todos estaban heridos, con brevedad los desbaratarían y tomarían a las manos: que no les diese lugar se alentasen. Esto les dijo en voz alta que todos lo oyeron y entendieron. Con aquella orden arremetieron a los cristianos con brava determinación, donde después de haber muerto infinito número de indios, y ser algunos de ellos muy heridos y otros muertos, no pudiendo sufrir el ímpetu de aquellos bárbaros volvieron las espaldas por el camino que habían traído creyendo que pudieran llegar a Arauco; mas no le sucedió a Valdivia como él pensaba, porque los indios le habían tomado todos los pasos por donde habían de volver y las ciénagas que habían de pasar, que donde quiera que llegaba lo hallaba cerrado y puestos los indios a la defensa; y si dejaban el camino y se apartaban de él era peor, porque los caballos, como iban cansados, los indios que los seguían, viéndolos embarazados buscando caminos, los alcanzaban cobrando más ánimo del que llevaban, los derribaban de los caballos a lanzadas; porque los indios que habían peleado, aunque les dejó el bagaje, no se ocuparon en él, mas de dejar algunos principales con orden que lo guardasen y recogiesen el servicio que los cristianos traían; y los más ligeros fueron siguiendo el alcance por la orden arriba dicha, los iban alcanzando y matando. Valdivia, como llevaba tan buen caballo, pudo pasar algo más adelante, siguiéndole un capellán que consigo traía, clérigo llamado el padre Pozo. Llegado a una ciénaga, atolló el caballo con él. Acudieron los indios que la estaban guardando, y como estaba en aquella necesidad fatigado, lo derribaron de el caballo a lanzadas y golpes de macanas. Teniéndolo en su poder lo desarmaron y desnudaron en carnes, y ataron las manos con unos bejucos, y así atado lo llevaron a pie casi media legua sin quitarle la celada borgoñona que llevaba, que aunque lo probaron muchas veces no acertaron a quitársela; y como era hombre gordo y no podía andar tanto como querían, llevábanlo algunas veces arrastrando, diciéndole muchos vituperios y burlando de él hasta un bebedero, donde llegados con él se juntaron todos los indios y repartieron toda la ropa y despojo por su orden entre los señores, y al yanacona Alonso, que después se llamó Lautaro, y salió en ser belicoso más que indio, porque les dió la orden de pelear, le dieron la parte que él quiso tomar. Allí le trajeron a Valdivia su yanacona Agustinillo, el cual le quitó la celada. Viéndose con lengua les comenzó a hablar, diciéndoles que les sacaría los cristianos de el reino y despoblaría las ciudades y daría dos mil ovejas si le daban la vida. Los indios, para darle a entender que no querían concierto alguno, le hicieron al yanacona pedazos delante de él. Viendo el padre Pozo que no aprovechaban amonestaciones con aquellos bárbaros, hizo de dos pajas que par de sí halló una cruz, y persuadiéndole a bien morir, diciéndole muchas cosas de buen cristiano, pidiendo a Dios misericordia de sus culpas. Mientras en esto estaban, hicieron los indios un fuego delante de él, y con una cáscara de almejas de la mar, que ellos llaman pello en su lengua, le cortaron los lagartos de los brazos desde el codo a la muñeca; teniendo espadas, dagas y cuchillos con que poderlo hacer, no quisieron por darle mayor martirio, y los comieron asados en su presencia. Hechos otros muchos vituperios lo mataron a él y al capellán, y la cabeza pusieron en tina lanza juntamente con las demás de los cristianos, que no les escapó ninguno.

Este fue el fin que tuvo Pedro de Valdivia, hombre valeroso y bien afortunado hasta aquel punto. ¡Grandes secretos de Dios que debe considerar el cristiano! Un hombre como éste, tan obedecido, tan temido, tan señor y respetado, morir una muerte tan cruel a manos de bárbaros. Por donde cada cristiano ha de entender que aquel estado que Dios les da es el mejor; y si no le levanta más es para más bien suyo, porque muchas veces vemos procurar los hombres ambiciosos cargos grandes por muchas maneras y rodeos, haciendo ancha la conciencia para alcanzarlos; y es Dios servido que después de haberlos alcanzado los vengan a perder con ignominia y gran castigo hecho en sus personas, como a Valdivia le acaeció cuando tomó el oro en el navío y se fué con él al Perú, que fué Dios servido y permitió que por aquel camino que quiso ser señor, por aquel perdiese la vida y estado.

Era Valdivia, cuando murió, de edad de cincuenta y seis años, natural de un lugar de Extremadura pequeño, llamado Castuera, hombre de buena estatura, de rostro alegre, la cabeza grande conforme al cuerpo, que se había hecho gordo, espaldudo, ancho de pecho, hombre de buen entendimiento, aunque de palabras no bien limadas, liberal, y hacía mercedes graciosamente. Después que fué señor recibía gran contento en dar lo que tenía: era generoso en todas sus cosas, amigo de andar bien vestido y lustroso, y de los hombres que lo andaban, y de comer y beber bien; afable y humano con todos; mas tenía dos cosas con que oscurecía todas estas virtudes: que aborrecía a los hombres nobles, y de ordinario estaba amancebado con una mujer española, a lo cual fué dado.

El cómo murió y de la manera que dicho tengo, yo me informé de un principal y señor del valle de Chile en Santiago, que se llamaba don Alonso y servía a Valdivia de guardarropa, que hablaba en lengua española, y de mucha razón, que estuvo presente a todo, y escapó en hábito de indio de guerra sin ser conocido, y aquella noche llegó a la casa fuerte de Arauco y dió nueva de todo lo sucedido a los que en ella estaban, los cuales se fueron a la Concepción, que estaba de allí nueve leguas, antes que los indios les cerrasen el camino.