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Crónicas
Historia de Todas las Cosas que han Acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575)
XVI. De las cosas que hizo Francisco de Villagra después que supo la muerte de Valdivia, y de cómo yéndola a castigar lo desbarataron los indios

Luego que Pedro de Villagra tuvo por cierta la muerte de Valdivia, envió un hombre a caballo por la posta que diese aviso a las justicias de la ciudad de Valdivia del suceso, y avisasen a Francisco de Villagra para que como principal persona viniese a poner el remedio que convenía. Con esta nueva salió de la Imperial Gaspar Viera, y se dió tanta prisa a caminar, que en un día anduvo veinte y cuatro leguas de mal camino. Llegado con la nueva a la justicia despachó luego otro que fuese en busca de Villagra y le avisase de todo. Hallóle que andaba con cuarenta soldados visitando la comarca de la ciudad que después don García le puso por nombre Osorno, para poblar en la parte que les pareciese un pueblo, por comisión que Valdivia le había dado; pues eran sus amigos todos y él los conocía, que poblase y repartiese como él quisiese, con tal que de los indios que les diese fuesen por confirmación suya. Andando Villagra ocupado en esto, llegó la nueva. Luego mandó llamar a todos los que con él estaban; sin saber ninguno lo que de nuevo había, les dijo cómo Valdivia era muerto y de la manera que murió, y de cómo le enviaban a llamar de la Imperial para que tomase a su cargo la defensa del reino; que él se quería partir luego a reparar las ciudades pobladas, y sobre todo la Concepción, que tendría más necesidad; y que si, lo que Dios no quisiese, Valdivia era muerto, quél serviría a su majestad hasta que otra cosa le mandase, y pues eran sus amigos, les rogaba cada uno hiciese lo mismo, y que si era vivo, justo era todos le fuesen a servir y ayudar en la necesidad presente. Respondiéronle que hiciese su voluntad, que a todos hallaría propicios para lo que quisiese hacer.

Luego se partió para la ciudad de Valdivia, por el mes de Febrero de el año de mili quinientos cincuenta y cuatro años. Allí fué recibido con grande amor de todos, que era en aquel tiempo Villagra bien quisto y amado en general, sólo por buenas palabras y honra, y era amigo de hombres nobles; con estas solas partes atraía los hombres a sí, aunque después que fué gobernador por el rey se mudó de costumbres y condición. Luego, otro día, en su cabildo Cristóbal de Quiñones, que había sido escribano en Potosí y al presente era justicia en Valdivia, hombre de negocios, dió orden cómo lo recibiesen por justicia mayor y capitán general hasta tanto que su majestad otra cosa proveyere, y esto condicionalmente si Valdivia era muerto.

Villagra hizo reseña de toda la gente que había en aquella ciudad y halló ciento y cuarenta soldados bien en orden; de éstos dejó sesenta que le pareció bastante para su defensa, y llevó consigo ochenta; con ellos se partió otro día a la Imperial. Fué en ella recibido con alegría increíble. Tenía Villagra en aquella ciudad sus casas y repartimiento de indios, que le andaban sacando oro en un cerro más de quinientos juntos. Éstos como tuvieron nueva por sus vecinos de la muerte de Valdivia, luego se alzaron, y de los almocafres con que sacaban el oro hicieron hierros de lanzas, y toda la provincia hizo lo mismo. Villagra a todo esto tuvo buen ánimo pareciéndole que castigando a los que a Valdivia habían muerto, lo demás todo se allanaría breve.

Después de haber sido recibido conforme al recibimiento de Valdivia, les dejó a Pedro de Villagra por su teniente, lo que en Valdivia no quiso hacer sino a los alcaldes ordinarios. Después de haber dado orden con que Pedro de Villagra quedó contento, los dejó alegres y se partió con presteza a la ciudad de Concepción.

Yendo por sus términos caminando, no halló repartimiento alguno que le saliese a servir, todos los indios alzados. Llegado a la Concepción halló el pueblo muy triste y con mucho. temor; con su llegada se alegraron, y lo recibieron por su capitán general. Luego comenzó a proveer todo lo que convenía para salir al castigo de la muerte de Valdivia: hizo pertrechos de armas y aderezó soldados de lo que cada uno tenía necesidad, y hecha reseña de toda la gente del pueblo, halló que tenía doscientos y treinta hombres, todos hombres de guerra; de éstos sacó ciento y setenta, los más bien aderezados y encabalgados, dejándoles al capitán Gabriel de Villagra, deudo suyo, por su teniente y capitán para las cosas de guerra que se les ofreciesen. Proveído esto envió a Santiago testimonios de cómo era recibido en las demás ciudades por justicia mayor, para que conforme a ellos le recibiesen. El cabildo y vecinos no lo quisieron hacer, porque Valdivia había nombrado en un testamento que hallaron cerrado a Francisco de Aguirre que gobernase después de sus días por virtud de una provisión que tenía de el audiencia de los Reyes para que pudiese nombrar a quien le pareciese hasta tanto que su majestad proveyese, y como Valdivia había nombrado a Francisco de Aguirre no quisieron recibir a Villagra, antes enviaron a llamar Aguirre que estaba en los Juries: porque Juan Martínez de Prado, a quien Villagra había dejado en Santiago del Estero, poblado en nombre de Valdivia, no reconociéndole superioridad alguna como hombre mal agradecido y perjuro, envió Valdivia a Francisco de Aguirre que se lo enviase preso y quedase él en el gobierno de aquella provincia, la cual apartaba de su gobernación y le hacía merced del gobierno de ella, y para que mejor pudiese sustentarse y ser proveído de cosas de la mar, le daba la ciudad de Coquimbo, que él había poblado, y la juntaba con lo demás con tanto que lo negociase con el Rey; con esta merced le envió muy contento. Llegado a los Juries, que también se llamaba Tucumá, prendió luego a Francisco Martínez de Prado y lo envió a la Concepción, donde Valdivia estaba, y él se quedó conforme a la orden que llevaba gobernando aquella provincia; al cual los vecinos de Santiago enviaron a llamar como se ha dicho.

Volviendo a Villagra, concertada su gente, nombró por su maestro de campo al capitán Alonso de Reinoso, que lo había sido en su compañía cuando de el Perú partió hasta que entró en Chile, hombre de grande práctica de guerra y de mucha experiencia por ser muy antiguo en las Indias y haber tenido siempre cargos. Llegado, pues, al río de Biobio, pasó su campo por una barca. Puesto de la otra parte, con muchos indios que llevaba por amigos de los repartimientos que estaban de paz, llevando su maestro de campo el avanguardia, llegó a un valle que se llama Andalican. Haciendo allí dormida, salió el maestro de campo a cortarles las simenteras y arrancarles los maíces destruyéndoles todo lo sembrado. Otro día luego partió el campo de Andalican y llegó a otro valle que se llama Chivilinguo, donde después de haber asentado para hacer dormida, salió el maestro de campo a cortarles los maíces destruyendo todo el valle. Los indios en este tiempo de creer es que no estaban descuidados, que por espías que tenían en la Concepción sabían por momentos todo lo que hacían y el día que habían de pasar el río; los cuales se hablaron por sus mensajeros tratando de pelear y defenderse; pues veían que estaban culpables; pues era cierto que la muerte de Valdivia la habían que querer vengar, pues iba por todos, que todos saliesen a la defensa, y pues habían como hombres abierto camino para su libertad, que se juntasen y gozasen de una gran victoria, y que demás de ella los cristianos traían buenas capas y mucha ropa, muchas armas y caballos, que todo se lo quitarían; y pues sabían que habían de entrar por el camino de Arauco se juntasen en aquel valle, donde ellos pondrían bastimento para todos los que viniesen a hallarse en la guerra. Con esta plática, después de haberla comunicado entre sí los señores principales de el valle de Arauco, enviaron indios pláticos que lo tratasen en su nombre por toda la provincia con esta voz de guerra.

Persuadidos todos los comarcanos y aquellos persuadiendo a otros, se juntaron en el valle gente inumerable. Viéndose los principales juntos, señalaron capitanes menores dándoles número de gente a cada uno y por principal de todos al señor de Arauco llamado Peteguelen, y acordaron de esperar a Villagra en una cuesta grande que hace al asomada del valle, un pequeño río en medio de Arauco y de la cuesta, la cual cuesta está llana en lo alto de ella y se pueden bien manejar caballos. Y porque detrás de esta cuesta hacia la Concepción había otra áspera de monte y despeniaderos grandes hacia la mar que batía al pie de ella, pusieron un escuadrón grande, para que después de rotos, como cosa que en su pecho tenían ganada, yendo los caballos y cristianos todos cansados cerrándoles allí el paso los despeñarían y matarían. Y que un principal del valle llamado Llanganabal juntase todas las mujeres y muchachos con varas largas a manera de lanzas y se representase con ellos en una loma poco apartado de los cristianos, una quebrada en medio, que no los pudiesen reconocer, y que cuando comenzasen a pelear y hiciesen muestra caminando que les iban a tomar las espaldas, que sería grande ayuda para desanimarlos: y que enviasen avisar a los barqueros de Biobio que luego como pasasen los cristianos echasen a fondo la barca, y todas las demás cosas en que pudiesen pasar que las quitasen; y que los indios que habían de pelear se estuviesen quedos. Después de todas estas prevenciones dieron orden a los capitanes que no acometiesen a los cristianos hasta que fuesen descubiertos. En aquel tiempo había en la cuesta grandes pajonales que entre ellos podían estar secretos hasta que llegasen muy cerca. De esta manera y con esta orden se fueron a poner en el puesto. Villagra, después que hubo cortado las simenteras de este valle, sin hacer diligencia de hombre de guerra, aunque lo entendía, y con habérselo dicho su maestro de campo, por lo cual después nunca se llevaron bien, que él quería ir a descubrir el campo adelante hasta el valle y entrada de Arauco y ver de qué manera estaba el camino; que no lo tenía por buena señal no haber visto indios, ni haber podido tomar lengua de cómo estaban e informarse de lo que les convenía hacer, Villagra lo estorbó diciendo que no había necesidad de ello. Puestas sus centinelas para seguridad de el campo, durmieron aquella noche allí, estando los indios menos de media milla de ellos sin hacer muestra ninguna de haber gente. Otro día como fué amanecido tocaron las trompetas a partir. Puestos en sus caballos, cargados los bagajes tomó el maestro de campo la vanguardia, la cuesta arriba: llegó al llano donde los indios estaban, los cuales estuvieron quedos hasta que un perro les comenzó a ladrar; mirando hacia donde el perro ladraba, se levantaron y dieron una grande grita a su usanza atronando aquellos valles. Reinoso, viéndose con ellos a las manos, mandó subir el artillería y asestarla a un escuadrón que más cerca estaba; que aunque los indios se le mostraron no se movieron de su lugar. Los cristianos que a caballo estaban, rompieron con ellos y los echaron por una ladera abajo. En esto tuvo tiempo Villagra de subir con toda la gente, y juntos ciento y sesenta hombres bien armados pelearon con gran determinación, y el mismo Villagra le convino pelear y quitó del poder de los indios algunos cristianos que estaban en necesidad y perdidos, animando a los demás y llamando por sus nombres a cada uno para que la vergüenza les hiciese ser más valientes y pelear mejor, y así los rompió muchas veces. Mas los indios como tenían plática de guardar aquella orden, se echaban por las laderas de la cuesta, y como los caballos llegados allí volvían, salían tras ellos a manera de juego de cañas; habiendo muerto muchos indios se retiraron a su artillería. Fué cosa de ver una cuadrilla de soldados que peleaban a pie por no tener caballos que fuesen para pelear: éstos acometían a los indios y hacían muy buenas suertes en ellos, y se retiraban cuando les convenía, con buena orden. Villagra volvió a romper con los indios en cuya presencia un soldado llamado Cardeñoso, queriendo en público mostrar su determinación y ánimo se arrojó solo en un escuadrón de muchos indios; peleando lo derribaron de el caballo, y en presencia de todos lo hicieron pedazos sin poderlo socorrer. ¡Cosa de gran temor, cómo quiso este hombre desesperado acometer una cosa tan grande! Que cierto es de creer si todos tuvieran su ánimo hubieran la victoria.

Para esta batalla hicieron los indios una invención de guerra diabólica, que fué en unas varas largas como una lanza, ataban a ellas desde poco más de la mitad un bejuco torcido, que sobraba de la vara una braza y más; esta cuerda que sobraba era un lazo que estaba abierto, y de aquellos lazos llevaban los indios de grandes fuerzas cada uno. Éstos hicieron mucho daño, porque como andaban envueltos con los cristianos, tenían ojo en el que más cerca llegaba, y echábanle el lazo por la cabeza que colaba a el cuerpo y tiraba tan valientemente con otros que andaban juntos para efecto de ayudarles, que lo sacaban de la silla dando con él en tierra e lo mataban a lanzadas y golpes de porras que traían. Y así en una arremitida que hizo Villagra, lo sacó un indio de el caballo, y si no fuera tan bien socorrido, lo mataran. Algunos indios se ocuparon en tomar el caballo y se lo llevaban a meterlo en su escuadrón; mas cargaron tantos soldados sobre ellos, que se lo quitaron y volvió a subir en él; y en otra arremetida que hizo, le dieron un golpe de macana en el rostro que lo desatinaron. Después de haberles cansado los caballos por el mucho tiempo que habían peleado, Llonganabal, capitán de las mujeres y muchachos, comenzó a caminar haciendo muestra que iba a tomarles por las espaldas. Villagra se recogió a su artillería y mandó les tirasen algunas pelotas, entre tanto que se alentaban los caballos; y conociendo que el escuadrón que estaba de la otra parte de la quebrada iba caminando a sus espaldas, que era el camino que con el campo había traído, entró en consejo de guerra tratando qué se podría hacer para no perderse. Estando en esta plática con algunos hombres principales, los indios se sentaron y descansaron comiendo de lo que allí les traían sus mujeres. Habiendo descansado un poco se levantaron tan determinadamente, que posponiendo todo peligro y temor, cerraron con los cristianos de tal manera que les hicieron volver las espaldas. Los que peleaban a pie, que eran doce soldados desamparados de los de a caballo los hicieron pedazos, si no fueron algunos que acertaron a tomar caballos para huir; y así todos juntos bajaron la cuesta. Los indios les ganaron el artillería y toda la ropa que llevaban, siguiéndolos en el alcance hasta la otra cuesta que habían dejado a sus espaldas, donde hallaron un grande escuadrón con muchos lazos, lanzas e otros muchos géneros de armas, esperándolos en gran manera animosos. Como los veían venir desbaratados, llegados allí, como encamino era estrecho por donde habían de bajar, que aunque había dos caminos ambos eran malos, allí al bajar los apretaron de manera que por pasar los unos delante de los otros se embarazaban por respeto de ellos alanceando y matando; y como los apretaban tanto, viéndose morir sin poder pelear, por bajar a lo llano se echaron por la ladera abajo, camino de peñas y malo para bajar a pie cuanto más a caballo; por allí abajo iban los caballos despeñándose, que era grande lástima para los que veían así ir; ellos por una parte y sus amos por otra llegaban abajo. Los indios, como eran muchos, estaban repartidos a todos los pasos donde podían hacer daño. Como llegaban al pie de la cuesta aturdidos y desatinados -¡tanto puede el miedo en caso semejante!-,con grandísima crueldad los mataban sin se defender, donde les fuera mejor morir peleando como murió Cardeñoso, que para ser tanto número era muerte incierta, que no huyendo entre gente tan cruel que a ninguno tomaron vivo.

Desde allí, como hombres desbaratados, cada uno huyó por donde pudo, camino de la Concepción, sin tener cuenta con su capitán ni su capitán con ellos, ¡tanto iban de medrosos!; y fué su mohina tanta, que parecía fortuna hadada que a Villagra seguía y favorecedora de los indios, que por donde quieran que iban hallaban cerrados los caminos con madera y gente a la defensa puesta: en aquellos pasos mataron muchos cristianos y otros que por cansárseles los caballos murieron a manos de los enemigos que los iban siguiendo. No había amigo que favoreciese a otro; y por no dejar sin gloria a quien lo merece ni es justo en toda suerte de virtud, diré lo que acaeció a un soldado llamado Diego Cano, natural de Málaga, y fué que andando Villagra peleando en la cuesta antes que lo desbaratasen los indios, andaba un indio sobresaliente tan desvergonzado y tan valiente que con su ánimo y determinación mucha causaba en los suyos acrecentamiento de ánimo por muchas suertes que hacía. Villagra, viéndolo y no lo pudiendo sufrir, llamó a este soldado Diego Cano, y le dijo: "Señor Diego Cano, alancéeme aquel indio". Diego Cano le respondió: "Señor general, vuestra merced me manda que pierda mi vida entre estos indios, mas por la profesión y hábito que he hecho de buen soldado, la aventuraré a perder, pues tan en público vuestra merced me manda"; y puestos los ojos en el indio que andaba con una lanza peleando, y animando a los suyos, como lo vió un poco apartado de su escuadrón en un caballo que traía bien arrendado y buen caballo, conforme a su ánimo que era de buen soldado, cerró con él: el indio se vió embarazado y turbado, que ni se reportó para pelear ni para retirarse, con una demostración de querer huir. Diego Cano llegó a él, que ya se iba recogiendo hacia los suyos que venían en su defensa a paso largo, y dentro en sus amigos que le defendían con muchas lanzas, le dió una lanzada que le atravesó todo el cuerpo con grande parte de la lanza de la otra banda; y salió herido, aunque de las heridas no murió por las buenas armas que llevaba.

Pues volviendo a Villagra veinte hombres que iban par de él, viendo la desvergüenza que traían hasta treinta indios que lo iban siguiendo por tierra llana, les dijo: "Caballeros, vuelvan a lancear aquellos indios". Ninguno se atrevió volver el rostro hacia ellos por que llevaban los caballos tan cansados y encalmados, que no se podían aprovechar de ellos, si no era para andar, y poco a poco, su camino. Iba entre estos caballeros un soldado portugués de nación, natural de la isla de la Madera; este soldado con una yegua ligera en que iba revolvió a los indios, y con determinación, en efecto, de valiente hombre lanceó dos indios; los demás pararon allí no osando pasar adelante; que en este lance y buena suerte que hizo este soldado demás de merecerlo, escaparon de ser muertos algunos que allí iban desanimados y perdidos. Poco más adelante hallaron indios al paso de una puente que la defendían algunos por estar el camino estrecho de peñas y monte; mataron al capitán Maldonado sin que ningún amigo suyo lo socorriese, pudiéndolo hacer no siendo diez indios los que la guardaban; que como gente vencida no tenía cada uno tino más que a salvar su vida. Murieron ochenta y seis soldados, principal gente que habían ayudado a ganar y poblar todo el reino, y entre ellos muchos hijosdalgos conocidos, como el capitán Sancino, Hernando de Alvarado, Morgobejo, Alonso de Zamora, Alvar Martínez, Diego de Vega, el capitán Maldonado, Francisco Garcés, que por la prolijidad no pongo los demás. De esta pérdida daban la culpa a Villagra diciendo que estaba obligado a recoger su gente aunque iban huyendo, pues eran en número ochenta hombres: mejor pasaran los pasos que les tenían tomados todos juntos, que no tan divididos y sin orden. Villagra se disculpaba diciendo que le convenía llegar al paso de el río antes que los enemigos lo tomasen, porque si llegaban primero que no él era imposible escapar ninguno, y que a esta causa no se podía detener. Caminando todo lo que pudo y sin orden llegó al río al anochecer y a una hora de noche los más tardíos. Fué Dios servido que aunque los indios habían quemado la barca no miraron en unas canoas que tenían de su servicio, que son unos maderos grandes cavados por de dentro a manera de artesa, y en aquel hueco que en sí tienen pasan los ríos por grandes que sean; de estas canoas hallaron cuatro en que comenzaron a pasar, dándose tan buena maña -¡cuánto puede el miedo en casos semejantes!-, que cuando amaneció ya estaban de la otra parte casi todos sin peligrar ninguno: que fué caso harto dichoso, porque si aquella noche cuando estaban pasando les acometieran cien indios, creyendo que eran más y venían en su alcance, se perdieran todos. Aquel día llegaron a la Concepción tan maltratados que en general les tenían lástima.