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Crónicas
Historia de Todas las Cosas que han Acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575)
XX. De las cosas que acaecieron en este tiempo en la ciudad Imperial y ciudad de Valdivia

Como tuvieron nueva los naturales de todo el reino de la pérdida de Villagra y despoblada de la Concepción, en general se alzaron todos; y como eran tantos los que había en los términos de la Imperial. Pedro de Villagra tuvo temor no viniesen a ponerle cerco por respeto de el mucho bastimento que había en el campo, aunque en aquella coyuntura se halló con buen soldados y caballos, mas todo era nada si los indios con ánimo de hombres, como habían hecho lo demás, quisieran hacer aquella jornada: y por creballes esta voluntad entendió era necesario hacerles la guerra en sus casas, porque no tuviesen tiempo de venir a las de la ciudad. Anímabale mucho para poderse sustentar ver se llegaba el invierno, y para ponerles temor y dalles a entender que no sólo tenía ánimo para sustentar el pueblo, mas aún para destruirlos, salió de la ciudad no para hacer parada, sino correr la tierra, quemándoles las casas con la comida que dentro en ellas tenían, y a los indios que tomaban los alanceaban: tan encarnizados andaban que a ninguno perdonaban la vida. En este tiempo tenían unos perros valientes cebados en indios -¡cosa de grande crueldad!- que los despedazaban bravamente; hacíales la guerra la más cruel que se había hecho. De esta manera desbarató algunos fuertes que los indios hicieron para defenderse, entrándolos por fuerza, peleando; de tal manera los mataban, que viendo su destrucción andaban huyendo, que no sabían en dónde se meter ni qué hacer: y una vez que se metieron en una isla que había dentro de una laguna, repartimiento de Pedro de Olmos de Aguilera, vecino de la Imperial, tomándola para su reparo, entró Pedro de Villagra en ella con muchos indios que llevaba por amigos, y perros, los cuales mataron tantos indios, que con los ahogados pasaron de mil personas a lo que después se supo; que parecía su pretensión era destruirlos, y que no quedase indio vivo para estar ellos seguros. Por la orden dicha les hizo la guerra aquel verano; y el invierno, retirado a la ciudad, salían con cuadrillas y les hacía el daño posible, andando fuera diez días más o menos, como la suerte se le ofrecía hasta que llegó el verano.

Los indios, como les habían quemado sus casas y los bastimentos que tenían, y ellos andaban en borracheras y banquetes, después de haber gastado lo que quedádoles había, cuando vino el tiempo de la simentera no tuvieron qué sembrar, y si algo tenían no osaban de temor que los tomarían labrando la tierra. Juntóseles otro gran mal con éste, que entrando la primavera les dió en general una enfermedad de pestilencia que ellos llamaban chavalongo, que en nuestra lengua quiere decir dolor de cabeza, que en dándoles los derribaba, y como los tomaba sin casas y sin bastimentos, murieron tantos millares que quedó despoblada la mayor parte de la provincia; que donde había un millón de indios no quedaron seis mil; tantos fueron los muertos que no parecía por todos aquellos campos persona alguna, y en repartimiento que había más de doce mil indios no quedaron treinta. Vínoles otro mal allende de éste, que los que escapaban que eran pocos, teniendo algunas fuerzas, como no tenían qué comer, se comían los unos a los otros, ¡cosa de grande admiración!, que la madre mataba al hijo y se lo comía, y el hermano al hermano; y algunos hacían tasajos y les daban un hervor en algunas ollas con agua de arrayhan, y después puestos al sol y secos los comían, y decían hallarse bien de aquella manera. Andaban los indios en aquel tiempo tan cebados en carne humana, que traían la color del rostro tan amarilla, que por ella eran luego conocidos. Algunos indios de junto a la ciudad y a la costa de la mar, con el pescado y marisco se sustentaron, aunque no dejó de alcanzarles parte; y otros que tenían amistad en la ciudad con los cristianos y servicio, con la limosna que les daban, pidiéndolo ellos por amor de Dios, con una cruz en las manos -que la necesidad y el tiempo les dió a entender que les convenía así- se sustentaban y vivieron muchos.

En la ciudad de Valdivia se alzaron así mismo los naturales de ella; hízoles la guerra el licenciado Altamirano un año que la tuvo a su cargo, desbaratándoles muchos bucaranes(5), haciendo en ellos gran castigo. Estos indios, por respeto de tener montes en sus términos donde se recogían, no hubo tantas muertes como en la ciudad Imperial, aunque en ellos hubo la pestilencia que en los demás. Quedó Altamirano, por la buena orden que tuvo en las cosas de guerra, reputado por buen capitán para poderle encargar cosas grandes.

Estando la guerra de estas ciudades en este paso, llegó la provisión de el Audiencia de los Reyes a quien el reino de Chile estaba en aquel tiempo sujeto, en que mandaba los alcaldes administrasen justicia cada uno en su juridicción, y que ponían la tierra en aquel ser y punto que estaba cuando Valdivia murió. Con este proveimiento los alcaldes tomaron toda cosa a su cargo. Sucedió una cosa en aquel tiempo que por ser notable la quiero escribir. Cuando se alzaron los indios de la ciudad de Valdivia tomaron una mujer negra de un vecino llamado Esteban de Guevara; esta negra llevaron a la ribera de un río y la ataron de pies y manos; tendida a lo largo le echaban cántaros de agua encima y con arena le fregaban con toda el aspereza a ellos posible, creyendo que la color que tenía no era natural, sino compuesta; y desque vieron que no podían quitarle aquella color negra, la mataron, desollándola como gente tan cruel; y el pellejo lleno de paja traían por la provincia. Todo lo dicho acaeció en estas ciudades dichas año de 1556 años, que después acá ha hecho y hace grande lástima ver aquellos hermosos campos fértiles y frutíferos, despoblados. ¡Plega a Dios sea servido que en su santísimo nombre y servicio se pueblen de cristianos dando gracias a su Criador!

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Notas

 (5) Bucaraner: estancias, rancherías de Indios. (Nota de la edición de la Academia).
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