ACTAS DEL CABILDO DE SANTIAGO PERIODICOS EN TEXTO COMPLETO COLECCIONES DOCUMENTALES EN TEXTO COMPLETO INDICES DE ARCHIVOS COLECCIONES DOCUMENTALES

Crónicas
Historia de Todas las Cosas que han Acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575)
XXIV. De cómo don García de Mendoza llegó a el Puerto de la Concepción, y de lo que acaeció hasta que llegaron los de a caballo por tierra

Siendo recibido don García por gobernador, como atrás se ha dicho, después que envió a Villagra y Aguirre al Perú, se hizo a la vela de el puerto de la Serena para la Concepción, enviando primero al capitán Juan Ramón que diese orden en llevar los soldados y vecinos que le habían de ayudar en la guerra presente a la primavera: y para que tuviesen buen aviamiento, envió con él a jerónimo de Villegas, que traía comisión de contador de cuentas, para que en la caja del rey se pagasen las libranzas que don García diese, y con orden que tomase la ropa que le paresciese necesaria para proveer soldados, que era informado estaban pobres y desnudos. Con esta orden de ropa y armas, estando en ello ocupado, llegó don Luis de Toledo por tierra con número de gente que por traer caballos de el Perú se había puesto en aquel camino con título de coronel para en todas las cosas de guerra. Don García llegó al puerto de la Concepción con dos navíos, y hasta ver y reconocer la tierra tomó puerto en una isla que hace en mitad de la bahía, por no tener caballos que le descubriesen y asegurasen la campaña. En esta isla estuvo cuarenta días con doscientos hombres, sustentándose de ración que les mandaba dar del matalotaje que traía. Desde allí envió algunos capitanes con un barco reconociesen lugar donde se pudiese hacer un fuerte cerca de la mar en parte segura para poderlos proveer de el armada.

Estando en esta obra ocupado, llegó un navío de Santiago con mucho bastimento que aquella ciudad le enviaba, parte de ello en servicio y parte comprado con la hacienda de el rey. Los que fueron en el barco hallaron en una punta sobre la mar sitio que para fortaleza con poco trabajo se ponía en mucha defensa; con esta nueva mandó venir allí los navíos y salir la gente en tierra; con herramientas que traían lo comenzaron a hacer, y tanta prisa se dieron que en seis días lo tenían acabado. Todos recogidos dentro de él con sus tiendas y pabellones, daba contento a la vista, fortificándolo de cada día más, puesto en buena defensa con sus piezas de artillería asestadas al campo y esperando a los capitanes que por tierra venían con la gente de caballo, haciéndosele a don García cada día un año.

Acaeció que los indios, como hombres que tantas victorias de cristianos habían tenido, se juntaron y trataron qué orden tendrían para pelear, pareciéndoles que era nueva manera de guerra aquella que traían, estando dentro del fuerte, velándose de noche y no entrándoles la tierra adentro; enviaron algunos indios sueltos que de noche reconociesen el fuerte, pues por falta de caballos lo podían bien hacer y llegar sin temor alguno. Sabiendo de sus amigos y parientes que venía por tierra caminando mucha gente de caballo, aunque no sabían el número cierto más de que eran muchos, se determinaron antes que llegasen pelear con los que en el fuerte estaban. Con esta determinación en quince de agosto año de 1557, una mañana a las diez de el día parecieron en una loma rasa grande número de indios juntos. Los cristianos, visto que eran muchos, dando armase recogieron todos. Como no tenían caballos que los reconociesen, hasta ver qué era su disinio se estuvieron quedos. Los indios comenzaron a caminar hacia la trinchea número de tres mil, que no esperaron se juntasen más; como hombres que venían a cosa ganada, porque les cupiese más parte de el despojo, no esperaron más gente. Don García mandó que ningún arcabucero tirase, ni pieza de artillería disparase hasta que él lo mandase; con esta orden esperaron qué harían. Los indios llegaron a la trinchea sin temor alguno jugando de sus flechas; los soldados dispararon en ellos gran tempestad de arcabuzazos, de que mataron muchos. No por esto desmayaron, antes saltando la trinchea llegaron a pelear pie a pie con los que dentro estaban. Allí se nido un indio valiente hombre, dejar su pica de las manos y asir a un soldado llamado Martín de Erbira, natural de Olvera, de la pica que en sus manos tenía, y tirando de ella con brava fuerza, se la sacó y llevó. Otros indios valientes que quisieron entrar dentro de el fuerte, fueron muertos, y viendo cómo los mataban con los arcabuces y que no les podían entrar, se retiraron, donde a la retirada con el artillería gruesa mataron muchos. Viendo el daño que habían recibido, se apartaron de allí y procuraron ver si los podrían tomar fuera del fuerte antes que llegasen los de a caballo; y para este efecto les pusieron emboscadas, y como vieron el mucho recato y cuidado con que de ordinario se guardaban, no trataron más de venir sobre ellos, ni parecer hasta tomar plática de lo que harían. Comunicándolo con sus amigos, pues iba por todos, se metieron la tierra adentro.

Como don García había peleado con los indios dentro de el fuerte, y se veía allí encerrado recibiendo pena con la tardanza de los de a caballo que por tierra venían, y mohíno por haberle dicho algunos que cerca de él andaban en privanza, que lo hacían mal sabiendo que su gobernador estaba tanto tiempo había metido en un fuerte estarse ellos en Santiago sirviendo damas -que de estos hombres siempre se hallan tales amigos de ganar y grangear por allí la gracia que no son para ganar de otra manera-, le indinaron de tal suerte que les escribió al camino desfavorable, dándoles mucha reprehensión, mandando al capitán Juan Ramón, que traía a su cargo la gente, no le viese, aunque después lo recibió en su gracia, porque en este tiempo don García estaba tan altivo como no tenía mayor ni igual. Libremente disponía en todas las cosas como le parecía, porque en el tratamiento de su persona, casa, criados y guardia de alabarderos estaba igual al marqués su padre; y como era mancebo de veinte años, con la calor de la sangre levantaba los pensamientos a cosas grandes.

Llegados los de a caballo a quince de septiembre del año de 1557, se olvidó lo pasado y salieron todos a alojarse al campo. Repartidos cuarteles era hermosa cosa ver tanta gente junta, que hasta entonces no se había visto en Chile.