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Crónicas
Historia de Todas las Cosas que han Acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575)
XXV. De cómo don García Ordenó compañías de a pie y de a caballo y de la orden que tuvo para pasar el río Biobío y la batalla que los indios le dieron

Pues como llegó la gente que se esperaba, desde a pocos días mandó don García hacer correrías por el campo de a cuatro y seis leguas, tomando plática de la tierra; y para que con mejor orden se hiciese, tomó muestra de toda la gente que tenía, y halló por todos quinientos soldados. Hizo luego compañías de a pie, señalando a cada una el número de soldados que había de tener; después de haberles dado banderas les mandó tuviesen cuenta con ellas, y que entendiesen que los que había señalado por soldados en ellas, aunque tuviesen buenos caballos, habían de pelear a pie siempre que se ofreciese, y hacer la guardia con todo lo demás que se ofreciese, y repartió la gente de caballo, y así mismo les dio estandartes que llevasen, y sennialó estandarte general con las armas reales, y para sí tomó una compañía de arcabuceros y lanzas, y les señaló un soldado antiguo a quien respetasen y tuviesen por su capitán, como a su persona. Hechas estas prevenciones, mandó que Francisco de Ulloa capitán de caballos, con su compañía fuese a echar de la otra parte de Biobio tres hombres camino de la Imperial, doce leguas de la Concepción, con una carta suya a aquellas ciudades, para que entendiesen estaba de camino para entrar a hacer la guerra a Arauco: que les rogaba con la más gente que pudiesen le viniesen ayudar, y que para tal día señalado estuviesen al paso del río por donde lo había de pasar.

Prevenido esto, mandó al capitán Bautista de Pastene, hombre plático de la mar, que lo tomase a su cargo, y que con los carpinteros que en el campo se hallaban hiciese una barca llana con su puerta, que cupiese seis caballos, en que pasar el río de Biobio, lo cual hizo con mucha brevedad, que para este efecto se traían los materiales de atrás, y toda cosa prevenida. Estando en este proveimiento llegó el obispo don Rodrigo González con doce caballos muy buenos de rienda, con sus mozos que los curaban, y por la mar un navío cargado de bastimento. Todo lo cual dio graciosamente a don García sin ninguna pretensión ni interés, que fue señalado servicio en el tiempo en que estaba, como hombre tan celoso de nuestra religión católica; y viendo a don García puesto en aquel camino y jornada tan santa, le quiso ayudar con su hacienda y renta para que mejor efecto tuviese su deseo. Pues volviendo a don García, en el inter que se hacía la barca mandaba reconocer y ver si las simenteras que los indios tenían estaban de sazón para poder campear tanta gente. Sabiendo que las cebadas estaban maduras y otras cosas de comer que les ayudaban para campear, mandó que la barca y los bateles de navíos que allí estaban se llevasen por la mar al río de Biobio, y que en donde el río entra en la mar esperasen; y para seguridad de los barcos envió algunos arcabuceros. Luego partió con su campo aquella jornada y se puso en su ribera, y porque era aquél el tiempo y día que habían señalado a los de la Imperial, envió un capitán de caballos que fuese en su demanda asegurando los pasos. Dos leguas de el campo topó con ellos: venían sesenta hombres bien aderezados, valientes soldados y muy ejercitados en la guerra. Todos juntos se volvieron al río, en donde don García estaba dando orden en el pasar de la gente que en la barca y bateles pasaban a mucha prisa con oficiales de el campo que solicitaban el pasaje, y así con brevedad se pasó todo el servicio y caballos, mudando los remeros, que de cansados no podían más. Y un hombre extranjero que había trabajado mucho, natural de la isla de Lipar, frontero de Nápoles, estando el pobre cansado, se escondió para tomar algún reposo y comer; don García lo mandó con mucha diligencia buscar, y luego que pareció lo mandó ahorcar. Sin admitirle descargo alguno, mandaba se pusiese en efecto, y porque no había árbol en la parte en donde estaba para ahorcarlo, era tanta la cólera que tenía, que sacando su espada misma de la cinta la arrojó al alguacil para que con ella le cortase la cabeza. A este tiempo llegaron unos religiosos frailes que en su campo llevaba, éstos lo amansaron, y el pobre hombre volvió a remar.

Teniendo, pues, su campo de la otra parte del río, mandó al capitán Reinoso como a hombre que sabía la tierra, fuese a descubrir el campo por donde había de caminar otro día. Reinoso fué con su compañía hasta la entrada de Andelican, tierra de los indios que habían desbaratado a Villagra. Don García mejoró su campo una legua de allí para ponerse en parte que tuviese pasto para los caballos y servicio para el campo. Yendo Reinoso descubriendo su camino, llegó a un fuerte que los indios tenían hecho en una loma, por donde había de pasar, con su trinchera. Reinoso, reconociendo que estaban allí perdidos viniendo sobre ellos un campo tan grande, mostrando tener temor, y para más animarlos a que no desamparasen el fuerte que tenían, con apariencia de miedo, volvió las espaldas el camino que había traído para dar aviso en el campo. Los indios, como le vieron volver, sin consideración alguna salen todos juntos una ladera abajo en su seguimiento, hasta llegar al llano, número de ocho mil indios. Reinoso, como traía poca gente, aunque la tierra era llana, se iba retirando y envió un soldado que diese aviso en el campo. Don García envió a su maestro de campo con sesenta arcabuceros a caballo, y entre ellos algunas lanzas, para que les diese socorro y no peleasen, sino que todos juntos se retirasen hacia el campo y le diesen aviso el número de la gente que era y la tierra que traían.

Juan Ramón, usando oficio de soldado más que de capitán, no guardó la orden que llevaba, antes trabó batalla con los indios, andando envuelto con ellos; mataron algunos y quedaron de los cristianos también heridos, haciendo de ordinario arremetidas dentro en los indios, que como era tierra llana y venían en seguimiento de caballos no podían venir juntos; derribaron algunos de los caballeros a lanzadas, que ponían éstos a los demás en mucha necesidad por socorrerlos. Un soldado natural de Sevilla, llamado Hernán Pérez, se arrojó entre muchos indios por alcanzar uno en quien había puesto los ojos; diéronle muchas lanzadas, y si no le socorrieran Diego de Aranda y Campofrío de Carvajal con otro, lo mataran allí; mal herido él y su caballo escapó de no ser muerto con los demás que le fueron a socorrer, por acudir tantos soldados valientes en su favor, y así peleando los trajeron tres leguas de camino llano hasta ponerse a vista de el campo. Don García los esperaba con orden de guerra, la infantería a los lados de la caballería y sacada una manga de arcabuceros que peleasen en la parte que pareciese convenir más.

Los indios, como llegaron a vista del campo y vieron tanto estandarte y banderas, viéndose perdidos se llegaron a una ciénaga, y en ella se hicieron fuertes, porque el lugar lo era de suyo para gente desnuda, que si aquel día alguno de los capitanes diera aviso a don García conforme a la orden que llevaban, se hiciera una suerte que no escapara indio ninguno, y así se fueron por la ciénaga sin que se les hiciese mal.

Otro día después de bien informado de lo hecho el día de atrás, estando el campo asentado en donde los indios habían tenido el fuerte, se movió plática de lo pasado. El capitán Reinoso decía que Juan Ramón como maestro de campo tenía el mando, y que él tenía de dar aviso, pues él no era allí más de un soldado: que lo que a su cargo había llevado lo había hecho y avisado de todo lo que convenía: que su maestro de campo, si había querido pelear y no avisarle, ¿qué culpa tenía él de ello? Don García, después de haberles oído y enojado con las disculpas que daban, les dijo que no había ninguno de ellos que tuviese plática de guerra a las veras, sino al poco más o menos, y que vía y sabía que no entendían la guerra, por lo que de ellos había visto, más que su pantuflo. Entre los presentes tenido fué por blasfemia grande para un mancebo reptar capitanes viejos y que tantas veces habían peleado con indios, venciendo y siendo vencidos por hombres tan torpes de entendimiento. Fué causa lo que aquel día dijo para que desde allí adelante en los ánimos de los hombres antiguos fuese malquisto. Don García, como era hombre de buen entendimiento y tenía el supremo mando, arrojábase con libertad a lo que quería, de lo cual era causa su edad.

Desde allí se partió para Arauco y envió escolta de caballo delante que le descubriese la cuesta grande donde habían desbaratado a Villagra. Llegado aquel día al llano se regocijaron todos con una hermosa escaramuza de caballo y de a pie, y para más buena orden en esta jornada, llevaba un navío por la costa surgendo por las jornadas que el campo hacía, y [para] proveerle de lo que hubiese menester. Allí mandó se sacase algún bastimento para proveer el servicio de el campo, que iba falto de ello, y al maestre de el navío mandó se fuese de allí para su seguridad a una isla que estaba cerca y de buen puerto, llamada de Santa María.