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Crónicas
Historia de Todas las Cosas que han Acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575)
XXVII. De cómo don García de Mendoza pobló la ciudad de Cañete, y de lo que allí le sucedió

Después que don García desbarató los indios en Millarapue, y hecho castigo en los que se tomaron a prisión, partió con su campo la vuelta de Tucapel, unas veces por buen camino y otras por malo, tal cual las guías que le llevaban le decían. Llegó en tres jornadas a la casa fuerte que Valdivia en tiempo allí tenía, que de ella no parecía más de sólo las ruinas. Después que asentó su campo, envió otro día desde aquel asiento a recoger y buscar bastimento por compañías. Los indios de aquella provincia, cuando vieron que había hecho asiento, por guardar sus bastimentos y tenerlos secretos, quemaron todas sus casas, que era en donde los tenían debajo de tierra, escondiéndolos en unos silos, pareciéndoles como el fuego de la casa caía encima, quedaba el silo guardado. Era gran lástima ver arder tantas casas voluntariamente, puesto el fuego por los propios cuyas eran, que para de indios eran muy buenas. Los cristianos apartaban las cenizas después de muerto el fuego, y sacaban de los silos todo lo que hallaban, y así se trajo al campo mucho trigo, maíz y cebada.

Los indios, como vieron tanto cristiano, servicio y caballos, y sabían que con grande crueldad los habían muerto y castigado dos veces que peleado habían, no osaron por entonces probar ventura: y así se subieron a la montaña, como tierra áspera, con sus mujeres e hijos, esperando ver si los cristianos se dividían para tomar conforme al tiempo el consejo, y así se estuvieron a la mira.

Don García mandó, para seguridad de la gente que allí había, de dejar se hiciese un muro que cercase el sitio que la casa fuerte antiguamente tenía en frente de una loma rasa que hacía de una esquina a otra de el mismo fuerte, porque lo demás de suyo estaba bien fortificado, con un foso grande y peinado. Repartidos los cuarteles, señaló a cada una compañía lo que había de hacer. Hízose esta obra con tanta brevedad, que no es creedero decirlo, porque sacar la piedra y traerla a los hombros, hacer la mezcla y asentarlo, todo fué acabado en tres días, con dos torres grandes, en que estaban a las esquinas de el fuerte cuatro piezas de artillería. Puesto en esta defensa, envió algunas compañías a correr y tomar plática de los indios, si querían venir de paz o de como se sentían, porque ningún indio quiso venir a servirle, de que se entendía su pertinencia.

A este efecto fué el capitán Rodrigo de Quiroga con una compañía de caballo a correr el campo. Los indios, que desde lo alto lo vieron con poca gente, y que no eran más de cuarenta de caballo, dieron aviso a los demás que por allí estaban juntos, y con grande ánimo bajan a pelear con el número de mil indios, mostrándosele por delante, y para el efecto suyo dejándole pasar una quebrada de mal camino y despeñadero, diciendo que si los desbarataban, cincuenta indios que tomasen el alto les defenderían el paso y allí los matarían todos. Traían los indios en este tiempo para defenderse de los arcabuces unos tablones tan anchos como un pavés, y de grosor de cuatro dedos, y los que estas armas traían se ponían en el avanguardia, cerrados con esta pavesada para recibir el primer ímpetu de la arcabucería, y así se vinieron poco a poco hacia los cristianos. El capitán Rodrigo de Quiroga juntó su gente, y les dijo que no podían dejar de pelear, porque si se retiraban y hallaban tomado el paso se habían de perder; que era mejor, pues estaban en tierra llana, romper con aquellos indios con determinación de hombres, pues no les iba menos que las vidas; porque, demás de la flaqueza que se hacía en no pelear, no había camino por donde pudiesen volver que no estuviese cerrado, y que desbaratándolos todos lo hallarían abierto. Luego hizo de la gente que llevaba dos cuadrillas: puestos en ala, rompió con ellos, y aunque los caballos entraron por ellos, y atropellaron muchos y alancearon otros, no por eso dejaron los indios de pelear, alanceando muchos soldados y caballos, aunque los llevaban bien arrasados de cueros cudrios, no dividiéndose los cristianos, sino siempre juntos y cerrados. Después de haber peleado un buen rato, desbarataron los indios, con muerte de muchos de ellos.

De allí se volvió Rodrigo de Quiroga al campo, y dió nueva a don García del suceso que había tenido. Entendiendo por él no tenían voluntad de venir de paz, envió al capitán Francisco Ulloa al puerto de Labapi, que le mandase traer del navío que allí estaba surto, algunas cosas para proveimiento de el campo, y mandó al capitán Bautista de Pastene, natural de Génova, fuese en su compañía y reconociese por la costa si había algún río que tuviese puerto para escala de navíos, o de otra manera puerto alguno. Caminando con cincuenta hombres bien descuidado seis leguas del campo, dió en una junta de gente que estaban retirados en una quebrada de muchos pangües entre unos grandes cerros junto a la mar, que por ser menguante andaban todos buscando marisco, donde había muchos caciques, mujeres y muchachos, más de seiscientas personas, porque los indios, como gente de guerra, dejando sus mujeres y hijos en guardia con estos principales, andaban ellos en frontera de los cristianos: tomaron de estas piezas todas las que pudieron llevar, y vuelto Francisco de Ulloa al campo, hecho su viaje, unos religiosos frailes recogieron muchos de ellos; con éstos enviaron a llamar los principales viniesen a dar la paz, dándoles a entender su aprovechamiento. Vinieron algunos a servir, aunque fingido y falso todavía tuvo mucho tiempo.

En estos días don García mandó a jerónimo de Villegas que con ciento y cincuenta hombres que le señalaba se partiese a poblar la ciudad de la Concepción y alzase árbol de justicia en nombre de el rey y hiciese alcaldes y regidores como a él le pareciese. Villegas fué por el camino que había llevado don García, y porque tuvo nueva que los indios le esperaban en la cuesta grande que es al asomada de Arauco, con parecer de algunos que se lo aconsejaron tomó otro camino dando lado a los indios, por el cual fué a salir al río de Biobio: pasándolo en balsas y canoas llegó a la Concepción y pobló luego aquella ciudad, dándole el nombre que de antes tenía en cinco días del mes de enero de 1558 años. Procuró luego traer su comarca de paz y hacer casas y simenteras, plantar viñas y otros árboles de frutas que hoy la adornan y ennoblecen mucho. Después que hubo despachado esta gente, personalmente comenzó a buscar sitio donde poblar una ciudad, porque en la parte en donde estaba no era lugar conveniente, y por ser gente tan belicosa la de aquella comarca, pues lo más de todo el reino. Halló un llano ribera de un fresco río, cerca de el monte; pareciéndole buen puesto, pobló una ciudad y púsole nombre Cañete de la Frontera; y desde allí se quiso luego ir a la Imperial para desde allí ir a poblar otra ciudad en lo que Valdivia había descubierto y descubrir lo demás que pudiese, teniendo puesto el pensamiento no sólo en hacer lo posible, mas en dejar gloria y fama. Envió al capitán Diego García de Cáceres a la ciudad de Valdivia para que teniendo el pueblo a su cargo despachase con brevedad un navío cargado de trigo para el proveimiento de aquella ciudad nuevamente poblada; porque tuviesen los vecinos que en ella había nombrado con qué hacer sus simenteras, y mandó al maestre llevase el navío [a] aquel puerto para recibir la carga. Y porque no le quedase nada por hacer, envió a la ciudad Imperial un capitán con sesenta hombres a caballo, y con comisión a los oficiales de el rey, que de las deudas de diezmos que a su majestad eran debidas, le proveyesen en descuento de ellas de ganado para repartillo en los vecinos que en aquella ciudad dejaba, obligándose a la deuda cada uno de lo que le cupiese, y que para tal día estuviese en la casa fuerte que había sido en Purén. Volvieron al mismo tiempo con dos mil cabezas de ganado de vuelta de Tucapel. Don García envió al capitán Alonso de Reinoso con cincuenta soldados, los más de ellos arcabuceros, que estuviesen en Puren aquel día que los que venían de la Imperial habían de llegar.

Los indios de la provincia por sus espías fueron avisados que los cristianos iban por aquel ganado: pareciéndoles que en el camino podían hacer suerte en ellos, se hablaron y juntaron por sus mensajeros grandísimo número de ellos, y concertándose que en una quebrada que hace el camino estrecho, porque se juntan dos cerros grandes y lo dejan de tal manera que sólo dos hombres juntos a caballo pueden caminar por él, y por la parte de arriba hace un andén, que desde él se descubre el camino, que allí los esperasen, y entrando los cristianos en la quebrada y angostura que un escuadrón se le representase en una plaza pequeña que al remate de la quebrada estaba, y peleando con ellos les defendiese el pasar adelante, y que otro escuadrón pelease con la retaguardia, y que teniéndolos así pervertidos, compelidos acudir a tantas partes, los que estaban en lo alto con grande número de piedras disparasen en ellos con grande fuerza sus tiros, y que de esta manera era cierto los desbaratarían y tomarían todo el ganado y muchas capas buenas, caballos y armas. Animados con esta orden, se juntaron en la quebrada donde habían de pelear, poniendo en lo alto grandísimo número de piedras en montones,. El capitán Reinoso, cuando iba a Puren a recibir a los que de la Imperial venían con el ganado, pasó por allí. Estando los indios mirándole sin se mover por no ser sentidos, pareciéndoles que pues les tenían tomado el sitio y tan bien puestos que no dudaban la victoria, los dejaron. Llegado aquel día a Puren, el mismo día llegaron los que venían con el ganado. Otro día siguiente tomaron su camino bien embarazados, porque demás del ganado traían muchas cargas de refresco. Llegados a la quebrada los dejaron entrar hasta que llegaron al cabo: allí los hallaron con sus lanzas y muchos arcos puestos a la defensa; los que iban delante tocaron arma y comenzaron a pelear con los arcabuces; los que iban de rezaga hicieron lo mismo. Los indios que estaban en lo alto, viéndolos que estaban en aquella confusión parados, dispararon en ellos grandísima tempestad de piedras grandes, que los golpes de ellas los desatinaban. Los cristianos con los arcabuces disparaban en los indios los tiros que podían; los demás peleaban con lanzas y dagas a pie, porque a caballo no era posible, siendo lugar tan angosto; de esta manera pelearon un rato: el ganado y todas las cargas estaban recogidas en la misma quebrada, que no podían volver atrás ni pasar adelante. Estando en este aprieto, no sabiendo qué se hacer, a causa de tenerle los indios tanta ventaja y pelear a su salvo, el capitán Reinoso, buscando si habría camino para subir a lo alto, halló una senda mal usada; subió por ella a caballo, y detrás de él, otros soldados; subiendo a lo alto se hallaron una montañuela que señoreaba el andén, puesto que los indios tenían que aunque era más fuerte para el efecto de tirar las piedras, no era tan a propósito, porque estaba más lejos que el que tenían. Tomado, Reinoso mandó disparar los arcabuces: los indios que estaban en lo bajo como los oyeron y vieron que les tenían tomado aquel alto que los señoreaba, conocieron que si perseveraban se perderían, porque comenzaban a tirarles a terreno y morían muchos; dejando las armas, comenzaron a huir. Tomáronse algunos a prisión; los demás no se pudieron seguir por ser la montaña áspera. Saliéndoles a bien este recuento, hicieron su camino maravillados de el ardid que los indios habían tenido. De los cristianos pocos fueron heridos y muchos maltratados de las piedras. Otro día llegaron al campo; don García les salió a recibir y hizo al capitán Reinoso muchos favores.

Luego un soldado, pareciéndole que don García no había tenido buena orden en el repartir de los indios, y que en el tratamiento de los hombres estaba áspero, teniendo en poco a los antiguos que allí estaban, despreciándolos en sus palabras, sabiendo que en su retraimiento triscaba de ellos, le escribió una carta y la echó en su aposento. Leída por él, recibió tanto enojo, que luego mandó con mucha cólera se supiese cuya era la letra; y porque un día antes el capitán Juan de Alvarado, pidiéndole que le diese de comer y le hiciese merced [le dijo], lo tratase bien de palabra cuando él negociase, porque le llamaba de vos, diciéndole que era hijodalgo, por estas palabras creyó don García que era el que le había echado la carta: sin más averiguación lo mandó prender y desterrar de el reino, y esto fué lo que más se pudo negociar con él a contemplación de principales personas que se lo rogaron.

Luego mandó se juntasen todos los que andaban en el campo, que les quería hablar; puesto en frente de los que cupieron en el aposento, les dijo entendiesen de él, que a los caballeros que del Perú había traído consigo no los había de engañar, y que les había de dar de comer en lo que hubiese, porque en Chile no hallaba cuatro hombres que se les conociese padre, y que si Valdivia los engañó, o Villagra, que engañados se quedasen; y en el cabo de su plática, les dijo: "¿En qué se andan aquí estos hijos de las putas?" Fueron palabras que, volviendo con ellas las espaldas los dejó tan lastimados, y hicieron tanta impresión en los ánimos de los que las oyeron, estando delante muchos hombres nobles que habían ayudado a ganar aquel reino y sustentarlo. Desde aquel día le tomaron tanto odio, y estuvieron tan mal con él, que jamás los pudo hacer amigos en lo secreto, ¡tanto mal le querían! Después se ofrecieron algunas cosas que en ellas se lo daban a entender, y así cuando salió de Chile, como le querían mal, se holgaban de verlo ir pobre y mal quisto. Luego, desde a poco, vino Villagra por gobernador, y en la residencia que le mandó tomar dijeron contra él tantas cosas, que por ellas en el Consejo real le pusieron mal: por donde ninguno, por poderoso que sea, trate mal a ningún pequeño ni a otro ninguno, porque si es de ánimo noble tiene tino a vengarse por su persona, y si es bajo, de la manera que puede.