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Crónicas
Historia de Todas las Cosas que han Acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575)
XXVIII. De cómo don García salió de Cañete para ir a poblar en lo que Valdivia había descubierto, y de lo que acaeció en Cañete al capitán Reinoso

Después que hubo don García repartido la provincia de Tucapel y dado indios a las personas que le pareció, quiso ir a poblar una ciudad en lo que estaba descubierto, que ahora es Osorno llamada; y para este efecto habló a los que allí quedaban, rogándoles recibiesen con buen ánimo su ausencia, que él volvería breve a dalles de comer en la parte que más aprovechados fuesen, y porque muchos quedaban de mala gana, les habló de la manera dicha, que allí les dejaba al capitán Reinoso, que le respetasen como a su persona; finalmente, qué tendría de todos cuidado. Dejada esta orden, llevó consigo ciento y cincuenta soldados.

Reinoso, como hombre que pretendía tener buen lugar par de don García, procuró por mañas atraer los indios de paz, aunque bien entendía que de la manera que la daban era fingida; no embargante entenderlo, la recibía, dando a entender que a los principios convenía recibirla de cualquier manera que le diesen, hasta que poco a poco fuesen perdiendo el temor. Luego comenzaron a venir algunos más para reconocer qué tanta gente quedaba en el fuerte, y la orden que se tenía en la vela, qué para servir, y ver qué manera tendrían para probar la mano: y vínoles como lo deseaban, porque un yanacona que estaba allí, había servido mucho tiempo a cristianos, y tenía grande plática de mañas y tratos de indios: era indio discreto, llamado Andresico, que mandaba otros muchos yanaconas que estaban allí con él. Yendo este yanacona por leña al monte se topó con un indio que servía a los cristianos que estaban en el fuerte, y era de los indios de guerra: tratando con él, le dijo muchas cosas para sacarle lo que tenía en su pecho. Estando ambos solos, y viendo el indio de guerra las razones que le daba, entendió eran verdaderas, porque le decía había muchos años que servía a cristianos trayendo leña y yerba a sus hombros, haciéndoles simenteras y cogiéndolas, y en todo lo demás que le mandaban, y que de ellos no había recibido obra buena ninguna, sino por momentos llamándole perro y otros vituperios peores; afirmando les deseaba todo mal y daño, y que tenía gran tino a venganza; que le rogaba, viéndose con sus caciques, les dijese deseaba hablar con ellos en secreto algunas cosas que convenían a su bien. El indio, como aquello entendió, le dijo que muy junto allí estaban, porque esperando coyuntura no se habían apartado; que él iría a hablarles, y que otro día el mismo indio iría al fuerte a hablar con él de parte de los señores principales, y le llevaría algo en señal de que entendiese era así; de esta manera se despidieron. El indio fué luego a los principales y les contó cómo había hablado con el yanacona, y lo que habían concertado, de que se holgaron en gran manera, pareciéndoles tenían abierto el camino que deseaban. Luego, otro día, enviaron con el mismo indio de presente un cesto de chaquira, que cabría un celemín, que es entre los indios tenida en más que entre los cristianos el oro, y que esta chaquira diese al yanacona en nombre de los principales, y que dijese lo esperaban en cierta parte, cerca de allí, para tratar con él en aquellas cosas que. les había enviado a decir. Andresico, después que hubo hablado con el indio, entró en el fuerte y lo contó al capitán Reinoso, el cual le mandó lo tratase de manera que los engañase y pudiese castigar. El yanacona, teniendo la voluntad de el capitán, trató consigo la orden que tendría para mejor efecto, si pasase adelante el trato que traían. Y fué así, que luego llegó el indio con el presente que de parte de los principales le traía, él lo recibió alegremente y le dió de comer en su casa y trató muy bien: mandóle se fuese y le esperase a la entrada de el monte, que él iría solo, porque los cristianos, como malos, no sospechasen algo. El indio se fué, y el yanacona, dando aviso al capitán, se fué tras él llevando en la mano una hacha de cortar leña para más disimular su cautela; en llegando al monte salió el indio a él y le llevó a donde estaban juntos los de guerra. Los principales, como le vieron solo y tan bien aderezado, por le honrar a su usanza dejaron la gente y le salieron a recibir dándole el parabién de su venida; y después de habérselo agradecido mucho, le dijeron qué orden tendrían para matar los cristianos; pues él trataba de ordinario con ellos, se lo dijese, que en todo harían lo que él ordenase y obedecerían como a su capitán, de más de que le darían grandes dones. Andresico, como era astuto, les dijo que luego otro día, pues estaban juntos, le parecía se podría hacer, y que no dudasen en ello, porque los cristianos de noche dormían armados y se velaban siempre en su ordinario, y que de día desnudos estaban en las camas durmiendo, y sus yanaconas les llevaban los caballos a dar agua al río, y por el calor grande que hacía los estaban lavando, descuidados de toda cosa por estar en aquel llano: que a aquella hora era lo mejor acometerlos y tomarlos así de la manera que había dicho, y que para que entendiesen que era como decía, luego otro día al mediodía fuese allá un principal con un cesto de fruta, que él lo estaría esperando junto a su casa, que era el camino por donde había de pasar; y que les rogaba, porque no tenía cosa alguna que poderles dar, al señor de Tucapel que entre ellos estaba, recibiese de él aquella hacha que entre los indios es tenida en mucho. Él quedó muy contento, creyendo que era así como el yanacona le había dicho, recibiendo su hacha. Se fué y contó al capitán Reinoso; le dijo lo hiciese como lo tenía concertado. Luego otro día a la hora que estaba señalada vino el principal con la frutilla, halló al yanacona que lo estaba esperando; después de recibido, lo llevó a su casa y dió de comer y beber. Después que hubo descansado un poco, lo metió dentro de el fuerte para que viese cómo era de la manera que les había dicho.

Este mismo día llegó don Miguel de Velasco, a quien don García había enviado desde la Imperial con sesenta hombres por el camino de la costa, que fuese llamando aquellos indios de paz hasta la ciudad de Cañete, para que los naturales entendiesen que en parte alguna no tenían seguridad si no era dando la paz.

Los indios, aunque vieron que era llegada tanta gente no por eso dejaron de poner en efecto lo que tenían determinado. Reinoso mandó que no pareciese ningún cristiano, sino que se recogiesen en sus estancias. El yanacona entró con el principal en el fuerte, y se lo anduvo mostrando, y que mirase los caballos estaban en el río, que por respeto de la mucha calor los refrescaban y algunos cristianos pocos que parecían estaban jugando; y para más quitarle de sospecha, concertó con él que por dos puertas que el fuerte tenía, por ambas le acometiesen y entrasen con buen ánimo, que a todos tomarían en las camas. El principal se fué luego con la nueva a los demás que le esperaban, e informados partieron con una prisa increíble, pareciéndoles en ella consistía todo su bien, como de cierto fuera así, si no hubiera cautela. Vinieron con tanta determinación, que llegaron junto al fuerte y algunos quisieron entrar en él por la puerta principal; mas como era cosa ordenada así, estaban los más de los soldados a caballo, la artillería cargada, los arcabuceros de mampuesto dieron una gran ruciada de pelotas en los pobres que venían engañados, y el artillería que se disparó en ellos con grande crueldad; luego salieron los de caballo alanceando tantos que movía a lástima ver aquel campo con tantos muertos. Los yanaconas y negros, como a gente rendida, mataban muchos. Escapáronse los que tuvieron buenos pies ligeros; tomáronse muchos a prisión, que después por justicia se castigaron, y con el artillería atados y puestos en hilera los mataban, ¡tan enemistados estaban con estos indios! Habiendo Reinoso dado orden y consentido en este castigo que para su ánimo no sería muy seguro.

Quedaron tan temerosos, que nunca más hubo junta para pelear, antes andaban en borracheras unos con otros, y de una que tuvo plática estaba bebiendo mucha gente, envió una noche lloviendo y con gran tempestad al capitán don Pedro de Avendaño con cincuenta soldados; dió en ellos sin ser sentido, por respeto del mucho llover, a la que amanecía. Mataron algunos y otros hubieron prisioneros, y entre ellos un principal señor de Pilmayquen, que era en donde estaban bebiendo, llamado Queupulican, hombre valiente y membrudo, a quien los indios temían mucho, porque demás de ser guerrero era muy cruel con los que no querían andar en la guerra y seguir su voluntad. Este indio traído delante de Reinoso, entre otras razones dijo que le daría el espada y celada de Valdivia y una cadena de oro con un crucifijo que en su poder tenía, que él se lo había quitado cuando lo mató, y le serviría perpetuamente bien; y que viéndole servir a él, toda la provincia haría lo mismo. Reinoso le mandó que trajese lo que había dicho y que trayéndolo tendría crédito con él para lo demás que decía. El Queupulican le trajo en largas algunos días enviando mensajeros por ello: visto que era entretenimiento y mentira, pretendiendo soltarse, mandó a Cristóbal de Arévalo, alguacil de el campo, que lo empalase y así murió. Este es aquel Queupulican que don Alonso de Arcila en su Araucana tanto levanta sus cosas. Muerto este indio belicoso, comenzó a venir de paz la demás parte que no la había querido dar, aunque mala y no verdadera, sino cautelosa y fingida, porque son los más belicosos indios y guerreros que se han visto en todas las Indias, y que no pueden acabar consigo a tener quietud, sino morir o libertarse.