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Crónicas
Historia de Todas las Cosas que han Acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575)
XXIX. De cómo don García fué a poblar la ciudad de Osorno, y de lo demás que hizo [en] aquella jornada

Después que don García llegó a la ciudad Imperial, descansando cuatro días, partió a la ciudad de Valdivia, y porque le dijeron que ir por la Ciudad Rica rodeaba camino, atravesó los montes de Guanchuala para ir por el valle de Marequina. Los vecinos de Valdivia que lo supieron salieron a este valle a servirle, que es término de su ciudad.

En el mismo valle, estando dos vecinos haciendo una casa junto al camino para su aposento, los indios trataron entre sí de matarlos: pues estaban descuidados, lo podían hacer; pues determinados, andando el uno de los cristianos mandándoles lo que habían de hacer, un indio se llegó a él con una hacha por detrás y le dió un golpe en la cabeza que lo derribó; luego dieron una grita y van a donde estaba su compañero descuidado de lo que habían hecho, aunque cuando oyó la grita bien entendió lo que había; mas considerando que no se podía escapar peleó como valiente hombre: el uno era natural de Génova y el otro de Portugal. Desde a dos días, don García llegó a este valle y mandó que castigasen los matadores y los demás que habían consentido en la muerte, y se fué desde allí a Valdivia y luego pasó a poblar en donde tenía determinado, con doscientos hombres que llevaba y se le habían juntado. Atravesando por los llanos llegó al asiento donde ahora está poblada la ciudad de Osorno.

Después de visto el sitio ser bueno, pasó adelante antes que el verano se le acabase, tomando el camino por más arriba que lo llevó Valdivia cuando fué aquella jornada: pasó el lago que se llamó de Valdivia por un río que nacía en las cabezadas de él, y caminó por aquellos montes mal camino de tremedales, que se mancaban los caballos de el mucho atollar entre las raíces de los árboles. Más adelante llegó a un brazo de mar grande: viendo que no lo podía pasar, envió al licenciado. Altamirano [que] con algunas piraguas fuese por la costa de la otra banda, prolongando la tierra cuatro días de ida, y que donde les tomase el cuarto día se volviesen y le trajesen relación de lo que había. Vueltos, le dieron razón era un archipiélago grande de islas montosas, aunque bien poblado de naturales, y que parecía la contratación de indios ser toda la más por la mar. Y como entraba el invierno, viendo que no había por dónde pasar ni ir adelante, se volvió al lugar y asiento donde había de poblar. En la ribera de un buen río trazó el pueblo, y dió solares a los que allí habían de ser vecinos; dejando alcaldes y regidores se vino a la ciudad de Valdivia, y les envió por capitán al licenciado Alonso Ortiz, natural de Medellín. En llegando a Valdivia, hizo repartimiento de todos los indios que en aquella ciudad había, que por la exclamación que había hecho Villagra lo halló todo vaco, y los dió a quien quiso. Hecho esto se fué a la Imperial por tener allí el invierno, a causa de estar cerca de Cañete, donde había dejado al capitán Reinoso, y de poderle proveer de gente. Aquel invierno desde la Imperial a Cañete se andaba el camino con alguna seguridad por los muchos castigos que se habían hecho, aunque dieron los indios en una invención de guerra dañosa, que hacían hoyos secretos, grandes y cuadrados en mitad de los caminos, y en ellos hincaban varas, tostadas las puntas y muy agudas, tan gruesas como astas de dardos, y cubrían estos hoyos por cima de tal manera que se mataban muchos caballos dentro de ellos, metiéndose aquellas astas por las tripas, y hubo grandes castigos para quitarles que no lo hiciesen, empalando dentro en los hoyos los indios que se tomaban en aquella comarca.

Don García, estando en este tiempo en la ciudad Imperial regocijándose en juegos de cañas y correr sortija con otras maneras de regocijo, quiso un día salir de máscara disfrazado a correr ciertas lanzas en una sortija por una puerta falsa que tenía en su posada, acompañado de muchos hombres principales que iban delante, y más cerca de su persona don Alonso de Arzila, el que hizo el Araucana, y Pedro Dolmos de Aguilera, natural de Córdoba. Un otro caballero llamado don Juan de Pineda, natural de Sevilla, se metió en medio de ambos; don Alonso, que le vió venía a entrar entre ellos, revolvióse hacia él echando mano a su espada; don Juan hizo lo mismo. Don García, que vió aquella desenvoltura, tomó una maza que llevaba colgando del arzón de la silla, y arremetiendo el caballo hacia don Alonso, como contra hombre que lo había revuelto, le dió un gran golpe de maza en un hombro, y tras de aquél, otro. Ellos huyeron a la iglesia de Nuestra Señora, y se metieron dentro. Luego mandó que los sacasen y cortasen las cabezas al pie de la horca, y para el efecto se trujo un repostero y escalera para ponerles las cabezas en lo alto de la horca; y él se fué a su posada y mandó cerrar las puertas, dejando comisión a don Luis de Toledo que los castigase; mas en aquella hora muchas damas que en aquella ciudad había, queriendo estorbar el castigo, o que no fuese con tanto rigor, quitándole alguna parte del enojo, con algunos hombres de autoridad entraron por una ventana en su casa, y se lo pidieron por merced. Condecendiendo a ruego, los mandó desterrar de todo el reino. Luego le llegaron mensajeros de la ciudad de Cañete, que le certificaban aquella provincia daba muestra de querer pelar, y cuan necesaria era su persona para con fuerza de gente castigarlos, porque hacían fuertes donde meterse.