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Crónicas
Historia de Todas las Cosas que han Acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575)
XXXI. De las cosas que hizo don García llegado a la Concepción

Después de haber tenido don García tan buen suceso en guerra y paz, y reparado las ciudades de el reino de gente, armas y municiones, se fué a la Concepción por respeto de estar en mitad de el reino para los negocios que se ofreciesen, así de guerar como de gobierno. Llegado [a] aquella ciudad envió sus capitanes [a] acabar de asentar sus términos, y trató con los vecinos se proveyesen de herramientas y bastimentos con que el verano adelante todos sacasen oro para acreditar aquel pueblo y reparar sus necesidades, pues estaban tan pobres. Venida la primavera, como estaban pertrechados, cada uno comenzó con los más indios que pudo, haciendo asiento en lugar que con alguna seguridad pudiesen los cristianos estar a manera de fuerte, siete leguas de la Concepción; día señalado para todos se comenzó tomando minas por orden. Traía don García por sus criados sacando oro seiscientos indios; que dando las minas buenas muestras se aprovechaban en general vecinos y soldados, y los que a las minas iban sacaron aquel año mucho oro, con que se proveyeron para adelante de ganados, ropas y otras cosas de que tenían necesidad para sus personas, y a la voz de el oro acudieron mercaderes con sus haciendas. Usó don García aquel año de mucha generosidad con pobres casados y con algunos soldados y criados que le servían, de hacerles dar todo el oro que en las minas le sacaban de domingo a domingo, repartiendo las semanas a cada uno conforme a su necesidad y merecer; que cierto, aunque otras cosas tuvo de mancebo, siempre resplandeció en él mucha virtud: de esta manera repartía el oro que le sacaban, aprovechándose él poco, si no era de la gloria que recibía en dallo.

Desde la Concepción proveía [a] Arauco y a Cañete de gente siempre que le avisaron tenían de ella necesidad, y envió al capitán don Pedro de Avendaño con cuarenta soldados a caballo que anduviesen en la comarca de Cañete asentando los indios que estaban poblados en la sierra y castigando a los de guerra. Era don Pedro hombre cruel con los indios; recibía gran contento [en] matarlos, y él mesuro con su espada los hacía pedazos; de que le tenían gran temor en toda la provincia, y esta crueldad le causó la muerte, como adelante se dirá, porque unos indios conjuraron contra él y lo mataron.

Estando de paz en este tiempo, algunos soldados, degustosos de don García por no haberles dado de comer, siendo como eran antiguos, entendiendo de él los tenía en poco, por huir de su presencia se iban a Santiago, ciudad la más principal del reino, y desde allí algunos de ellos derramaban cartas con nuevas falsas, como le parecía a cada uno echarlas. El licenciado Santillán, a quien don García había traído de Chile para las cosas de justicia, residía en Santiago, al cual le pareció era bien aclararlo: hallando culpable, por la información que hizo, a un soldado llamado Ibarra, lo ahorcó. Fué parte este castigo para que de allí adelante no se echasen más nuevas en aquella ciudad, aunque en la de Valdivia se extendió nueva que Villagra venía por gobernador, de que muchos vecinos y otras personas se holgaron. Éstos, partiendo con la primera nueva, como hombres torpes, aquella noche que de ello tuvieron plática salieron de sus casas con hachas de carrizo: regocijados anduvieron por la ciudad mostrando el placer que tenían; y como al que manda no se le esconde cosa alguna, mandó [D. García] al capitán Gaspar de la Barrera fuese por ellos y se los trajese a donde él estaba; llegados, los envió con Francisco Vásquez de Eslava los entregase en la ciudad de Cañete, como a hombre de confianza, al capitán que allí estaba, para que sustentasen aquella ciudad algún tiempo. En estos días, don Pedro haciendo la guerra, se asentaron muchos indios, de que resultó venir los demás a dar la paz.

Don García, para dar más calor a la guerra, y que todo estuviese bien asentado, después de haber estado el invierno en la Concepción, el verano adelante se fué a la casa de Arauco, que ya estaba acabada y tenía aposentos para poder estar en ella. Puesto allí con sus criados y amigos, los vecinos de Tucapel anduvieron buscando oro aquel verano en sus términos para no illo a sacar a otra parte, de que hallaron grande muestra en muchas partes. También mandó a don Miguel de Velasco que con cuarenta soldados fuese a poblar la ciudad de Angol, que en tiempo de Valdivia había sido poblada en aquel mismo sitio y lugar, y que los vecinos que estaban en Concepción, Tucapel e Imperial fuesen a residir a ella, pues tenían los indios en su comarca. Hubo tanto efecto que asentada la tierra, será esta ciudad muy principal en el reino para en guerra y paz, porque tiene todas las partes buenas que una ciudad para ennoblecerse debe tener.

También envió por vía de ruego al padre sochantre Molina, antiguo en las Indias, hombre de buena vida, que predicase y amonestase aquellos indios a vivir en la fe de Jesucristo, o por lo menos que guardasen la ley natural, lo cual no hacían, antes cada uno tenían todas las mujeres que podían sustentar. Hizo este padre mucho fruto, porque recibieron agua de Espíritu Santo infinidad de niños, muchachos y mujeres que por la mala orden de algunos gobernadores, y por pecados de el reino, todo se ha perdido.