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Crónicas
Historia de Todas las Cosas que han Acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575)
XXXII.De cómo don García se fue a la ciudad de Santiago, donde tuvo nueva de la muerte de su padre el marqués de Cañete, y la oración que hizo al pueblo cuando se quiso ir

Estando de paz toda la provincia que tantos años había estado de guerra, don García, como hombre que ya en su pecho tenía concebido irse de el reino, quiso ir a la ciudad de Santiago. Habiendo poco más de tres años que gobernaba a Chile, conocía la pobreza de la tierra, constándole que el hombre que lo gobernase no tenía necesidad de tanta casa como él tenía, sino dos pajes y un mozo de espuelas, porque en aquel tiempo en todo el reino no se sacaba oro si no era en las ciudades Santiago y Serena (después acá se ha ennoblecido el reino por el mucho oro que se ha sacado y sacan de ordinario, y se sacara de cada día más, si las guerras no lo hubieran estorbado); por este respeto despidió alabarderos y criados, que aunque tenía veinte mil pesos de salario no los cobraba, que no había tanto dinero en las cajas del rey que se pudiese pagar: quedando tan a la ligera, que después de haber repartido sus caballos y algunas preseas en amigos y en otros aficionados, mandó juntar el pueblo en las casas de su morada, en una sala grande. Les habló de esta manera; destocándose comenzó a decirles: "El marqués mi padre me envió a este reino como a gobierno que estaba a su cargo, hasta que su majestad otra cosa mandase, y por más servirle me quise ocupar, como vuestras mercedes han visto, en paz y en guerra, en todo aquello que en general se ha ofrecido, gastando mi edad en cosas virtuosas, como es poblar ciudades, quitar esta provincia. Siendo Dios servido, conforme a mi deseo, darme buenos sucesos para ampliar este reino, pues de mis trabajos ha resultado tener vuestras mercedes remedio en sus casas y principio para ser ricos, de que yo me huelgo infinito, aunque no saco de esto barato, sino haber gastado lo que traje del Perú mío, y lo que mi padre me dió, que con ello, y con lo que después me envió, pudiera ser rico: me huelgo en gran manera salir de Chile pobre, pues todos vieron la casa que traje cuando en este reino entré, y la que ahora tengo; y saber que no lo he vendido, sino que lo he dado, y mucha parte de ello gastado para sustentarme; y que vine mozo, y ahora parezco diez años de más edad de la que tengo; y es cierto que si a Chile no hubiera venido, y me estuviera en el Perú, tuviera más de doscientos mil pesos, con que pudiera en Castilla comprar más de diez mil ducados de renta. Esto creo bien lo conocerán todos ser así, pues en verdad que pueden vuestras merecedes creer que siento tanto salir de esta ciudad, como cuando salí de casa de mi padre para venir al Perú, por tener conocidos a todos, unos por amigos y a otros por aficionados; quisiera no ir a Santiago, mas conviéneme desde más cerca tratar y comunicar con mi padre dé orden en mi remedio con su majestad, pues le ha servido como todos han visto. Es el mandar tan envidioso de suyo, y todo gobierno presente tan odioso, que aunque en esta tierra tengo muchos amigos, sé que tengo más enemigos; pero con verdad ninguno de ellos dirá que me he hecho rico en Chile; a mí ni a mis criados he enriquecido, antes algunos amigos míos, por seguirme, gastaron sus haciendas, y se han quedado sin ellas, y yo no he podido dalles otras, ni tengo de qué recompensarles como yo quisiera". Y en lo último les dijo: "Enternéscome tanto, que no puedo decir lo que quisiera". Volviendo las espaldas con buen comedimiento, los dejó y se metió en su aposento. Fué cosa de notar que los que estaban presentes hubo pocos que no arrasasen los ojos de agua, aunque muchos estaban mal con él, porque en el repartimiento que hizo de los indios tuvo más cuenta con los que consigo trajo del Perú que con los antiguos que en el reino había; como era cierto habían servido mucho al rey, dejó a muchos de ellos necesitados, sin remedio, e así lo están el día de hoy: de esto se quejaban de él, y deseaban verle fuera del reino, porque su nombre en aquel tiempo les era odioso.

Desde a dos días después de haber repartido su recámara entre algunos vecinos y amigos, se fué a Santiago, donde fué bien recibido, por saber había mudado mucho en condición y aspereza, que si don García no entrara en Chile tan altivo despreciando los hombres, y tuviera alguna afabilidad y llaneza, fuera en gran manera bien quisto; y así en Santiago le querían mucho. Desde a poco le llegó nueva el marqués su padre era muerto, y que venía por gobernador de Chile Villagra, a quien había enviado preso cuando entró en el gobierno; luego se retiró a un monasterio de la Orden de Sant Francisco, que parecía había adivinado lo que había de pasar por él, y mandó a un navío pequeño que se halló en el puerto de Santiago fuese a la Ligua, que es un río entre la ciudad de la Serena y el puerto de Valparaíso, veinte e dos leguas de Santiago; allí se embarcó con dos criados para el Perú. Poco antes de su partida fué Dios servido se descubriesen las minas de Chuapa, cosa riquísima de oro, y las minas de Valdivia, por extremo ricas, que de ellas unas y otras se ha sacado en catorce años grandísimo número de pesos de oro.

Era don García cuando vino al gobierno de Chile de veinte años; gobernó cuatro años bien y con buena fortuna; tenía buena estatura, blanco, y las barbas que le salían negras, los ojos grandes; bien hablado, y se preciaba de ello; honesto en su vivir, porque para la edad que tenía nunca se le sintió flaqueza en vicio de mujeres; era amigo de visitar pocas, y no tan de ordinario que se le echase de ver. Trajo consigo algunos hombres principales y viejos, a los cuales se sabía que el mismo don García corregía de algunos vicios, que era mucho para tan poca edad no caer él en ellos. Dejó por su teniente de todo el reino al capitán Rodrigo de Quiroga, para que como su persona lo tuviese en justicia.

En el cual tiempo, los indios de Puren estaban conjurados, y tenían determinado de matar al capitán don Pedro de Avendaño, para el cual efecto acordaron venirle a servir en las cosas que él mandase. Don Pedro les mandó hacer la sementera de trigo, y que algunos de ellos se ocupasen en cortar tablas para una casa que quería hacer. Estando con tres amigos españoles en las casas de los indios, vinieron un día al poco más de mediodía con las tablas. Don Pedro estaba durmiendo cuando los indios llegaron; al ruido se levantó a ver qué era. Los indios descargaron las tablas que traían a los hombros; mostrando venían cansados le preguntaron si eran buenas. Don Pedro se abajó a ver el grueso que tenían. Un indio, que para ello estaba apercebido, con una hacha que tenía en las manos, en abajándose, le dió un golpe en la cabeza, y tras aquél, otro; y dando una grande grita dieron en los otros que con él estaban, e saliendo a ella los mataron todos. Un criado que don Pedro allí tenía mancebo, valiente hombre, llamado Pedro Paguete, vizcaíno, que muchas veces se había visto en la guerra con indios, andaba cavando para sembrar; como sintió la revuelta, entendiendo lo que era, quiso huir; no le dieron lugar, porque los indios lo cercaron. Peleó valientemente con todos ellos, mató muchos; mas como era solo y no tuvo socorro y los enemigos muchos, lo mataron. Luego se extendió la nueva por la comarca: sabido en la ciudad de Angol, que estaba cerca, dieron aviso al capitán Rodrigo de Quiroga que asistía en la Concepción. Fué cosa que no se puede decir la presteza que tuvo en irlo a castigar con ser en mitad del invierno; llegó a Puren, donde lo habían muerto, y envió desde allí a la ciudad Imperial que le viniesen a ayudar [a] aquel castigo algunos vecinos y soldados: vinieron muchos, porque era y fué siempre muy bien quisto en general. Castigó muchos indios de los culpables, y porque se habían retirado los demás a una ciénaga grande que hacía dos leguas de longitud y era menester con muchos indios amigos y más número de gente hacerles la guerra para llegarlos a lo último, teniendo nueva que en la ciudad de Santiago esperaban a Villagra, que venía por gobernador, se volvió a la Concepción y de allí se fué a la de Santiago a recibir la voluntad del rey.