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Crónicas
Historia de Todas las Cosas que han Acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575)
XXXIV. De cómo Francisco de Villagra salió a la primavera de la ciudad de Santiago para ir a la de Cañete por la provincia de Arauco, y de lo que hizo

Después que fué informado Villagra de la alteración que los indios tenían con su venida, para darles algún estorbo y ponerles temor, envió al capitán Reinoso, como atrás dije, y desde a poco envió a su hijo Pedro de Villagra, mancebo de buena esperanza por las partes que tenía de virtud, con cuarenta soldados bien aderezados a caballo, que fuese a Tucapel, y en compañía de Reinoso hiciese la guerra por la orden que le diese, al cual obedeciese en todo lo que le ordenase. Ido Pedro de Villagra, desde a pocos días se partió su padre a la Concepción, y de allí, pasando el río de Biobio, entró en Arauco, que estaba de paz, hablando y sosegando a los principales para que no entendiesen traía la voluntad que les habían dicho; llevando en su compañía un religioso fraile de la Orden de Santo Domingo, llamado fray Gil de Ávila, llegó a Cañete, que es en la provincia de Tucapel. Los indios se estuvieron a la mira, sin declararse, sino algunos que vivían en la montaña, hasta ver lo que el tiempo les decía que hiciesen; y fué para ellos, conforme a su disinio, tan provechosa la ida de fray Gil, aunque más dañosa para su quietud y caso presente, porque Reinoso, cuando allí llegó, quiso con su buen entendimiento asentar los indios poniéndoles temor con las armas, y regalándolos por otra parte con amonestaciones de palabras, con las cuales hizo poca impresión en ellos, antes viendo que si algunos indios se tomaban en la guerra de los que no querían servir, después de haberles hecho una oración, los enviaba por mensajeros, puesto caso que los más repartimientos estaban de paz. Éstos, viendo que ellos servían y los trabajaban, y que los que estaban de guerra se holgaban y no los castigaban, decían que por lo que veían presente entendían era en daño de los indios que a los cristianos eran amigos, y en provecho de los que les eran enemigos: con esta plática se alzaron todos, sin quedar indio ninguno de paz en aquella provincia. Juntósele a Villagra para no acertar a hacer la guerra, que fray Gil, en las oraciones que hacía a los soldados, les decía se iban al infierno si mataban indios, y que estaban obligados a pagar todo el daño que hiciesen y todo lo que comiesen, porque los indios defendían causa justa, que era su libertad, casas y haciendas; porque Valdivia no había entrado a la conquista como lo manda la Iglesia, amonestando y requiriendo con palabras y obras a los naturales; en lo cual se engañaba como hombre que no lo vió, mas de que como era de buen entendimiento, encima de una obra de causa formaba lo que quería; porque yo me hallé presente con Valdivia al descubrimiento y conquista, en la cual hacía todo lo que era en si como cristiano. Volviendo a fray Gil, eran sus palabras dichas con tanta fuerza, que hacían grande impresión en los ánimos de los capitanes y soldados, y acaeció vez que Villagra estaba hablando algunos soldados que hiciesen lo que sus capitanes les mandasen y alanceasen a los indios todos que pudiesen, fray Gil les decía que los que quisiesen irse al infierno lo hiciesen: así era una grandísima confusión ver estas cosas y que Villagra no las remediase, y así se hacía la guerra perezosamente. Los vecinos de Cañete le importunaban se fuese de aquella ciudad y les dejase gente para hacer la guerra: que no le podían sustentar de bastimentos, y los descargase en alguna parte. Villagra les dejó a su hijo Pedro de Villagra, y con él al capitán Reinoso, con ciento y veinte hombres de guerra, fuera de los que sustentaban la ciudad, y él se fué a la ciudad de los Infantes, que estaba diez leguas de Cañete. Estando allí pocos días se partió a la Imperial; parando en ella poco, pasó a la Ciudad Rica, que estaba cerca de las minas de Valdivia, muy ricas de oro. En aquel tiempo había Francisco de Villagra desde la ciudad de Santiago enviado delante al licenciado Altamirano con comisión suya fuese a las minas, y que, como justicia, tuviese cuenta con todos los que andaban sacando oro, y que cada noche recibiese el oro que sacasen y lo metiesen en un cofre, teniendo cuenta de quién y cuyo era, para que cada uno hubiese lo que fuese suyo. Querían decir que Villagra hacía aquella diligencia para después, en montón, hacer de ello servicio a su majestad; otros decían cosas diferentes de estas; mas el juez reto, que es Dios, lo desbarató todo de como él lo tenía pensado, porque dió tantas viruelas a los indios que lo sacaban, y morían tantos de aquella pestilencia, que algunos religiosos, poniéndoselo por cargo, mandóse dejase de sacar, y lo sacado se acudiese a cuyo era. También le sucedió en este tiempo que estando en la Ciudad Rica la pascua de navidad del año de sesenta y tres(8) que enfermó de mal de ijada, con algunas calenturas de que pensó morir, y de un rival que le dió en los empeines de los pies de tan terrible dolor, que no podía andar a pie ni a caballo. Estando en mejor disposición, en convalecencia, aunque poco, por algunas cartas que tuvo de la Concepción, en que en efecto le afeaban el irse a las ciudades de paz dejando lo de guerra tan mal reparado, y que los soldados que habían quedado en Tucapel pedían licencia para irse de la guerra, diciendo que Villagra iba con ánimo de repartir los indios y darlos a quien a él le pareciese, dejándolos a ellos olvidados. Entendiendo que sería posible su ausencia causar alguna desenvoltura entre ellos, se puso en una silla, en hombros de indios se hizo llevar a la Imperial, y desde allí a la ciudad de los Infantes: hizo algún efecto su vuelta, no para que los indios por ella diesen muestra de venir de paz, sino para que los soldados que en la guerra andaban hiciesen con mejor voluntad lo que les fuese mandado; antes los indios trataban venir sobre la ciudad y quemar las casas en que vivía. Villagra, como se vió tan enfermo, quiso ponerse en cura: aderezado un aposento, tomó la zarzaparrilla; y estuvo en la cama dos meses; mejoró algo, y porque entraba el invierno, dejando contentos con palabras a muchos, llevando consigo a otros se fué a la Imperial, en donde llegó por legado de la ciudad de Santiago el capitán Bautista de Pastene, pidiéndole en nombre de aquella ciudad les enviase por su teniente a Pedro de Villagra, su hijo, por respeto de no llevarse bien con el capitán Juan jufre, a quien había dejado por su justicia mayor: Villagra lo hizo así, como se le pidió. Pasando las aguas del invierno se fué a la ciudad de Valdivia, diciendo era tiempo de venir navíos del Perú, y que quería hallarse allí por causas que convenían al bien del reino, y al verano bajar a la Concepción por la mar y llevar la gente que pudiese.

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Notas

(8) Debe decir año de sesenta y dos.
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