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Crónicas
Historia de Todas las Cosas que han Acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575)
XXXVII. De lo que hizo Francisco de Villagra después que tuvo nueva de la pérdida de Mereguano

En el tiempo que Villagra estuvo en la ciudad de Angol, proveyó por capitán para hacer la guerra en las partes que a él le pareciese que convenía a Lorenzo Bernal, con comisión que le dió bastante para el efecto, por ser soldado valiente, de buena determinación y que entendía las cautelas y maldades de los indios, y amigo de andar en la guerra, cosa que en aquel tiempo muchos soldados se apartaban de ella. Estaba en Puren castigando aquellos indios, cuando desbarataron en Mareguano al licenciado Altamirano y mataron a Pedro de Villagra; del cual supe ya después que estando durmiendo aquella noche que fué el desbarato, se le representó lo que había sido, y estando entre sí con aquella sospecha, tuvo nueva por la mañana que le enviaron de la ciudad de Angol de lo sucedido en Mareguano. Costándole que estaba aquella ciudad con gente para poderse defender, siendo capitán en ella don Miguel de Velasco, con cuarenta soldados que consigo tenía se partió para Arauco, donde Villagra estaba, entendiendo que los indios, con la victoria fresca, habían de ir sobre él, y avisar de camino a la ciudad de Cañete que estuviesen sobre aviso por tener poca gente para su defensa. Yendo su camino avisó de lo sucedido en Cañete, deteniéndose allí poco: cuanto descansaron los caballos se fué a donde Villagra estaba enfermo en la cama, que a lo que dijo después cuando le dijeron estaba allí Lorenzo Bernal, entendió no era por bien su venida; viéndose con él en su cámara, le dijo: "Vuestra señoría dé gracias a Dios por todo lo que hace: Pedro de Villagra es muerto, y todos los que iban con él, desbaratados". Diciéndole esto volvió el rostro hacia la pared, no habló palabra alguna hasta en poco, que mandó a todos se saliesen fuera y le dejasen solo.

Otro día llegó allí un navío que venía de la ciudad de Valdivia e iba a la Concepción, y por estar allí Villagra surgió en la playa de Arauco aunque es peligrosa para navíos. Villagra envió luego a mandar al maestre, que era un hidalgo natural de Génova, llamado Justiniano, reo se hiciese a la vela hasta que se lo mandase, y así estuvo allí a ventura de lo que le sucediese. Villagra, después de haber platicado en su acuerdo que la ciudad de Cañete no se podía sustentar ni él le podía dar socorro alguno, que era bien despoblarla y las mujeres y chusma embarcarla en aquel navío y llevarlos todos a la Concepción, y con la gente que en aquella ciudad había reparar otras cosas que al presente importaban. Con este acuerdo envió a un caballero de Sevilla, llamado Arnao Zegarra, con un mandamiento suyo, que despoblase aquella ciudad y trajese consigo toda la gente. Presentada en el cabildo la comisión que llevaba, poniéndoles delante el peligro en que estaban, diciéndoles que era muerto Pedro de Villagra y desbaratado el campo, y que si los indios venían sobre ellos era imposible dejarse de perder, a causa de no tener gente que pudiese socorrerlos, después de haberle oído, tuvo algunas contradicciones al parecer justas, diciendo estaban poblados en tierra llana y tenían mucha munición y artillería gruesa que alcanzaba de lejos y buen fuerte que no querían despoblar; mas acordándose que por descuido y mala orden de un soldado que se durmió en la vela, que por su honor no digo quién es, o según otros decían haber ido a visitar ciertos amores que tenía, entraron los indios en la ciudad y llevaron un caballo con mucho ganado de cabras y puercos, los cuales no fueron sentidos ni echados menos, hasta el día que el capitán Juan de Lasarte tenía a su cargo la ciudad, natural de Toledo; como lo entendió por la mañana, salió con doce soldados; siguiendo el rastro fuélos a alcanzar en unas montañas ásperas. Los indios, conociendo que le tenían ventaja en la parte que estaban, los esperaron allí. Juan de Lasarte, como era hombre valiente, con gran determinación en el caso presente, no mirando la ventaja que le tenían, quiso pelear por quitarles el ganado. Los indios, conociendo temer lo que deseaban, dejaron la presa y vinieron sobre él; después de haber peleado y hecho todo lo que conforme a lugar pudieron, habiendo muerto algunos indios, viéndose acometidos por las espaldas de otros que lo seguían, les fué necesario romper por ellos y volver a la ciudad; que fuera mejor haberlo hecho antes que no aventurase a perder por una loca osadía. Habiéndosele al capitán cansado el caballo, lo mataron los indios a lanzadas, y con él otros cinco soldados; y a Rebolledo que tomaron a prisión, que se les rindió, lo vendieron por una oveja, y después él se libertó como adelante se dirá, estando en poder de un principal en la isla de Mocha; y porque en otra refriega cerca de allí habían muerto a Rodrigo Palos y a Sancho Jufre, hijodalgo de Medina de Ríoseco, pesando todas estas cosas, se conformaron en despoblar la ciudad. Todos juntos, hombres y mujeres, niños y servicio, que era lástima de ver, llegaron al valle de Arauco. Villagra los mandó embarcar en el navío que estaba en la playa, y otro día se embarcó él con dos criados para irse a la Concepción; y porque Pedro de Villagra había llegado allí a darle el pésame de la muerte de su hijo, y que era hombre de guerra, le rogó y mandó como a su general se quedase en aquella fuerza con ciento y diez hombres, a los cuales mandó le obedeciesen y hiciesen todo lo que les mandase; y porque se entienda quiénes eran, para lo que se ofreciese adelante, quise ponerlos aquí: Pedro de Villagra, Lorenzo Bernal, Gaspar de la Barrera, Francisco Vaca, Alonso de Alvarado, Alonso Campofrío, Sancho Medrano, Alonso Chacón Andicano, Agustín de Ahumada, Antonio de Lastur, don Francisco Ponce, Francisco de Godoy, Hernán Pérez, Francisco de Arredondo, don Gaspar de Salazar, Francisco Gómez Ronquillo, Pedro Beltrán, Gonzalo Pérez, Juan de Almonacid, Juan Garcés de Bobadilla, Gabriel Gutiérrez, Lorenzo Pacho, Juan de Ahumada, Bartolomé Juárez, Juan Salvador, Francisco de Niebla Bahurto, Pero Fernández de Córdoba, Gómez de León, Francisco Lorenzo, Baltasar de Castro, Juan Rieros, don Juan Enríquez, Lope Ruiz de Gamboa, Juan de Córdoba, Cabral Guisado, Juan de la Cueva, Cortés de Ojeda, Gonzalo Fernández Bermejo, Jacome Pastén, Villalobos: todos los cuales se hallaron en el cerco, defendiendo aquella fuerza peleando infinitas veces, como adelante se dirá.