ACTAS DEL CABILDO DE SANTIAGO PERIODICOS EN TEXTO COMPLETO COLECCIONES DOCUMENTALES EN TEXTO COMPLETO INDICES DE ARCHIVOS COLECCIONES DOCUMENTALES

Crónicas
Historia de Todas las Cosas que han Acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575)
XL. De cómo los indios de toda la provincia se juntaron y vinieron a poner cerco a los cristianos que estaban en el fuerte de Arauco, y de lo que sucedió

Después de haberse ido Pedro de Villagra a la Concepción y dejado al capitán Lorenzo Bernal con toda la gente que en el fuerte estaba a su cargo, encomendándole la defensa hasta que Francisco de Villagra les diese orden de lo que habían de hacer, no queriendo hallarse a los casos de guerra forzosos que adelante sucediesen, los indios cogieron sus simenteras y para el tiempo entre ellos concertado se juntaron todos los que de antes habían ido a pelear y con los demás comarcanos y de más lejos, diciéndoles Colocolo, que era su capitán mayor, cuánto ganaban en acabar de echar los cristianos de Arauco, pues ya no tenían parte alguna otra que les diese pesadumbre si no era aquella, y que juntándose era fácil cosa tomarlos por hambre no dándoles lugar que recogiesen bastimentos, pues fácilmente les podían quitar el salir a buscarlos, ni recibir los que de la Concepción les enviasen por la mar. Juntáronse para tratar lo que harían muchos principales, y entre ellos Millalelmo, indio de guerra, belicoso: éste dijo que les convenía ir con brevedad a poner el cerco y no dar lugar que se reparasen de cosa alguna, el cual parecer tomaron y juntos número de treinta mili indios, no siendo más de ciento y quince los cristianos que en el fuerte estaban. Los cuales avisados de lo que podía suceder, el capitán Lorenzo Bernal se proveyó y pertrechó de todo lo que para buena defensa convenía; y una mañana a las diez del día vió venir y asomar los escuadrones, que sobre ellos venían. Peteguelen, cacique y señor principal del valle de Arauco, sabiendo que los indios de guerra le habían de tener por enemigo, porque siempre les fué sospechoso, con sus mujeres e hijos y algunos amigos se metió en el fuerte. El capitán los recibió amigablemente y dió un cuartel en donde estuviesen como a hombres que siempre habían sido amigos de cristianos. Los escuadrones se venían acercando y delante de ellos cantidad de quinientos indios por una loma, adelante de los demás harta distancia. A estos indios salió el capitán Lorenzo Bernal con treinta soldados a caballo: como le vieron venir se hicieron fuertes en unas matas de monte por temor de los arcabuces: pareciéndole que los podía desbaratar y castigarlos como a gente tan desenvuelta, envió al fuerte por veinte arcabuceros otros; fuéle respondido que le convenía retirarse antes que le cerrasen el camino, porque muchos escuadrones venían caminando aprisa, y algunos iban a dar socorro aquel con quien quería pelear; que no quisiese por una pequeña suerte y codicia aventurar e perder el todo. Entendido esto, se retiró escaramuzando con otros muchos indios que como a cosa ganada teniéndolos en poco se venían a ellos, hasta que llegó al fuerte. Los enemigos, temiendo el artillería, no se osaron llegar al descubierto donde les alcanzasen, tomaron por reparo una loma que los cubría; detrás de ella se pusieron enfrente del fuerte.

Los cristianos, viéndose cercados y tantos enemigos sobre ellos, y que no eran parte para salir fuera, comenzó el capitán Lorenzo Bernal a tasar la comida, y dar raciones en general de trigo y maíz que en el fuerte había, teniendo gran guardia en el bastimento, y mandó limpiar un pozo que dentro en el patio del fuerte tenía hecho, temiéndose de cerco, y porque tenía el pozo poca agua para tanta gente y bestias, para mejor poderse sustentar ordenó que, cargada el artillería y los arcabuceros en orden para dalles socorro, con las vasijas que tenían saliesen por agua, y la tomasen de una hoya que estaba junto a la trinchea de los indios, porque luego aquella noche que llegaron sacaron trincheas grandes con vueltas torneadas, y tan hondas, que detrás de ellas podían estar bien seguros de artillería, ni de otro ningún asalto que no fuese muy a su ventaja; juntamente con esto se velaban con gran cuidado y mudaban los cuartos al sonido de un gran cuerno que para el efecto tocaban, y puestos en orden cincuenta soldados con sus armas para defender a los que habían de tomar el agua, salió el capitán del fuerte caminando; los centinelas dieron arma en el campo, los indios toman las armas, y están quedos esperando ver si iban a pelear o qué camino llevaban. Entendiendo a lo que iban salen a defenderles el agua, los unos con muchas flechas que parecía llovían sobre ellos; los cristianos a arcabuzazos pelearon hasta haber tomado agua, y al volver con ella, era cosa de ver la flechería que les iban tirando, hiriendo muchos, que como iban a espaldas vueltas los herían en las piernas, y al levantar de los pies hirieron a algunos en las plantas y en otras partes. Esto era de ordinario, hasta que viendo que de las veces que salían fuera le herían muchos soldados, y por otra parte los indios se ensuciaban en el agua y echaban en ella cosas muertas porque no la bebiesen, con todo aprovechaba poco, que todavía la bebían, saliendo a su riesgo por ella; entendiendo los indios que dentro del fuerte no la debían tener, pues bebían aquella tan mala, con herramientas y palos tostados sacaron un foso desde una quebrada, rompiendo un pedazo de loma que estaba en medio. Con esta diligencia desangraron por allí el charco, de tal manera que no dejaron en él agua ninguna. El capitán Lorenzo Bernal daba y repartía el agua con orden a todos los que en el fuerte estaban: los caballos era lástima de ver, que como no comían se enflaquecieron mucho, sustentándose de alguna paja, dándoles con ella juntamente a beber de dos a dos días; mas como luego reconoció el cerco iba a lo largo, quitó el agua a los caballos, de que se comenzaron a morir muchos; mandábalos desollar, y aprovechándose de alguna carne lo demás se enterraba, y con los cueros daba el capitán orden reparasen las paredes de los cubos, porque no se cayesen a causa de las aguas que entraban del invierno. Era tanta la hambre que los caballos tenían, que muchas veces, y casi de ordinario, los indios tiraban flechas a lo alto, para que al caer dentro en el fuerte hiciesen algún daño; si algunas acertaban a caer entre los caballos o encima de ellos, arremetían con gran ímpetu tomando la flecha con los dientes, y como si fuera manojo de yerba se la comían.

Vinieron los indios a poner este cerco en veinte días de mayo del año de mil y quinientos y sesenta y dos años; estuvieron sobre el fuerte cuarenta días de mal tiempo por muchas aguas grandes que hacían, y para sustentarse en el campo y repararse del frío, hicieron muchas casas pequeñas a manera de chozas; yendo el invierno a lo largo tempestuoso, comenzaron a enfermar de cámaras, viéndose así dudoso en lo que harían indeterminables. Francisco de Villagra en la Concepción, por nuevas de indios bien sabía que estaban cercados, mas no tenía cosa cierta de la manera que había sido, o si duraba el cerco.

En este tiempo llegó allí un navío a la Concepción, que venía de la Valdivia, con alguna gente y caballos. El maestre era un hidalgo, natural de Jerez de la Frontera, llamado Bernardo de Huete, hombre rico; éste, por complacer a Villagra y que le dejase ir su viaje, que lo detenía hasta saber de la manera que estaban las cosas de Arauco, se le ofreció que iría en un barco y tomaría lengua cierta de todo. Villagra se lo agradeció, y luego con dos hombres pláticos de la mar y algunos negros que remasen, se embarcó, y por mucho tiempo de norte se fué a la isla de Santa María, que está de Arauco dos leguas, y los indios de ella de paz, para esperar abonanzase el norte y hacer su viaje al río de Arauco. Bernardo de Huete salió en tierra en tanto que les hacía tiempo; los indios lo sirvieron muy bien en todo lo que les mandaron, y dieron mucho refresco para descuidarlos, y otro día al amanecer vinieron por dos partes con sus armas, cercando la casa los mataron a todos tres. Los negros que estaban a la guarda del barco, como oyeron la grita se pusieron con el barco junto a tierra hasta ver si alguno Bellos escapaba, y como vieron que debían ser muertos se hicieron a lo largo; porque los indios desde la playa los llamaban en nombre de su amo, entendiendo que era mentira se hicieron a la vela, y fueron a la Concepción dando tan triste nueva. Los indios les cortaron las cabezas y las enviaron a los de guerra, que estaban en el cerco del fuerte, presentadas; los cuales se holgaron en gran manera, y las alzaron aquella noche de unos palos junto a la puerta, y así mismo les pusieron un cesto de uvas, diciéndoles que ya no había cristianos en la Concepción, que todos eran muertos, y que ellos no tenían remedio ninguno para escapar las vidas, si no era rendirse entregándoles la fuerza. El capitán Lorenzo Bernal estuvo dudoso, aunque no les dió crédito, diciéndoles que si el gobernador era muerto a él se le daba poco, que él era gobernador y con él habían de pelear. Los indios le dijeron: "No entendáis que por mucho que llueva nos hemos de ir de aquí hasta que os tengamos a todos en nuestro poder, y para mejor hemos de hacer aquí un pueblo; ya sabemos que se os mueren los caballos, y que no tenéis qué comer y no os podéis sustentar veinte días". Y era cierto todo lo que le decían, la misma verdad como si lo vieran. A estas razones que dijo Pelquinaval, le respondió el capitán Lorenzo Bernal que si quería bastimento se lo daría porque no se fuese: que se holgaba, y en gran manera recibía mucho contento verlo estar al agua y frío, y que los cristianos y su servicio estaban en buena casa, detrás de paredes, al seguro, donde no sentían frío ninguno; y que no entendiesen se habían de ir, aunque ellos se fuesen, porque había de hacer en aquel asiento un pueblo aquel verano. Y acaeció a esta plática que poniéndose un soldado llamado Juan Nieto a palabras con un indio que debía de ser plático en lengua española y le conocía, siendo el Juan Nieto hombre gordo y basto, no de buen entendimiento, a cierta razón que dijo al indio, le respondió: "¿Y tú, bellacazo, hablas? No tienes vergüenza". Esto en lengua castellana. Pasados veinte días que estaban cercados, se levantó una plática entre los soldados, diciendo no era bien tener aquellos indios, aunque eran amigos, dentro del fuerte, sino se echasen fuera; pues todos eran unos, se fuesen donde quisiesen; porque tenían de ellos sospecha traían plática con los de guerra, dándoles aviso de toda cosa en general, e fué tanta la fuerza que pusieron sus palabras, que el capitán, aunque vió era grande inhumanidad, les mandó se fuesen a donde quisiesen y que no estuviesen allí. Los indios le decían que siempre le habían sido amigos y servido bien, a cuya causa habían pasado muchos trabajos; por qué les querían dar tan mal pago en recompensa, y que si aquello pensaba hacer no los recibiera al principio, que ellos se fueran a donde pudieran remediar vidas y haciendas, pues era cierto que aquellos indios los habían de matar, o por lo menos robarles quitándoles lo que llevaban; no aprovechó cosa alguna, porque el capitán Lorenzo Bernal estaba inclinado a echarlos del fuerte, y así mandó abrir las puertas para que se fuesen. Salieron todos juntos número de treinta principales indios valientes, que habían servido a cristianos muy bien. Los indios de guerra que los vieron salir cargados de sus mujeres e hijos se vinieron a ellos, entendiendo que los cristianos los echaban de su compañía, y con gran crueldad los desvalijaron, sin dejarles cosa alguna encima, y así los llevaron a su campo, de los cuales supieron de la manera que estaban, y aunque entendieron estaban faltos de muchas cosas, y que no se podían sustentar mucho tiempo, era tan bravo el invierno, aguaceros y tempestades, que determinaron levantar el cerco, dejándolo para la entrada del verano: con este acuerdo y determinación se fueron una noche a treinta de junio del año de sesenta y dos. Desde a dos días, como no vía el capitán indio alguno ni sonido de cuerno, salió de la casa a reconocer el campo, halló que habían levantado el cerco, y en algunas casas de las que habían hecho indios enfermos, que por su enfermedad no se habían podido llevar. De estos supieron se habían retirado e ido a sus casas todos los principales indios, dejando aquella guerra para el verano adelante; holgáronse en gran manera, echaron al campo los caballos que tenían, que pasaban de ciento y treinta, los cuales estaban de la hambre tan perdidos que no podían andar, y los cristianos quedaron tan animados para la guerra de adelante, sabiendo que forcible o voluntaria no les había de faltar. En este cerco sirvió a su majestad mucho el muy reverendo fray Antonio Rondón, natural de Jerez de la Frontera, provincial de la Orden de Nuestra Señora de las Mercedes, que ordinariamente les decía misa, confesaba y comulgaba, haciéndoles de ordinario oraciones, persuadiéndoles el servicio de Dios nuestro Señor y la honra de todos ellos, que cierto por su mucho trabajo y solicitud mereció mucho; no solamente como religioso, mas aún como soldado, tomaba las armas todas las veces que se ofrecía para animar a los demás.