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Crónicas
Historia de Todas las Cosas que han Acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575)
XLVII. De cómo los indios de la comarca y término de la Concepción vinieron a ponerle cerco estando el gobernador Pedro de Villagra en ella, y de las cosas que acaecieron

Habida tan gran victoria el capitán Lorenzo Bernal, los indios quedaron quebrantados y temerosos, quejándose de sus compañeros porque no llegaron al tiempo concertado; y como quedaban tan lastimados, con deseo de venganza tratan a qué parte irían que pudiesen hacer daño, y resumidos en que la ciudad de la Concepción era cercada de montes ásperos que tenían muchas quebradas para su defensa, allí era bien ir a hacer asalto y destruirla; aunque el gobernador estaba en ella no por eso le daba más fuerza, antes, como tenía tanta gente consigo, más presto acabarían los bastimentos, porque habían cogido poco, y les destruirían todas las heredades. Después de haberse hablado con esta orden, se juntaron de conformidad más número de veinte mil indios, con muchas maneras de armas, lanzas, arcos, flechas, macanas, porras que tienen en el remate una bala gruesa, con que dan terribles golpes, y la macana una vuelta a manera de hoze, porque las hay de muchas maneras; con éstas desbaratan bravamente a los caballos; y espadas engastadas en lanzas largas; y con mucho bagaje de mujeres y muchachos que les traían de comer, comenzaron con buena determinación a caminar la vuelta de la Concepción, trayendo por sus capitanes a Millalelmo y Loble con otros muchos, aunque éstos lo mandaban todo y eran los principales.

Pedro de Villagra tenía plática de todo lo que hacían por algunos indios que les eran amigos y daban aviso: informado de la determinación que tenían, mandó hacer un fuerte junto a la mar, a la orilla de un pequeño río que entra en ella por respeto de tener cerca el agua, que si a tanto llegasen no se la pudiesen quitar. Era el fuerte de doscientos y cincuenta pies en largo, cuadrado de cuatro esquinas: en las dos hizo una torre en cada una, y en lo alto y bajo puso seis piezas de artillería, las cuatro eran piezas de campo y las dos pequeñas; recogiendo las municiones y bastimento al fuerte, puesto en arma para lo que sucediese, con doscientos soldados entre vecinos de toda suerte, hombres de guerra, mandó recoger cerca del fuerte los que estaban algo apartados, recelándose no fuese caso tan repentino que después no pudiese dalle socorro; pero con esta orden que harían los enemigos, los cuales, informados de todo lo que en la Concepción se hacía, antes que se fortificasen más se presentaron una mañana con grandes escuadrones: vistos, a gran prisa se recogieron al fuerte. Pedro de Villagra mandó que ningún saliese fuera a escaramuzar: los indios que eran amigos de los cristianos, viendo su perdición, con sus mujeres e hijos se arrimaron a las paredes de el fuerte, y otros se ponían junto a ellas en bandas, para que si a tanto mal se viesen vecinos, con el artillería y el arcabucería serían de los cristianos socorridos. Los indios de guerra, con brava determinación, bajan a la ciudad, haciendo paradas, descansando y mirando lo que les convenía. Para salir con tan grande empresa, tomaron para su defensa el río en cuya ribera estaba el fuerte donde los cristianos se recogieron; por ser de barrancas, aunque pequeñas, para pelear con gente de caballo era ventaja para ellos; con esta orden, en tres escuadrones entraron por la ciudad, abrasando todo lo que por delante hallaban, no perdonando cosa alguna hasta que llegaron cerca del fuerte donde Pedro de Villagra estaba, y junto a él saquearon la casa de un mercader, que le pareció, por la vecindad que tenía, estar segura: robáronle lo que en ella había, y corrieron la ciudad quemando todas las casas que pudieron, si no fué algunas, que por estar en parte que con el artillería les podían hacer daño, quedaron en pie. Viendo los indios que los cristianos no salían a pelear ni a estorbar el daño que les hacían, con la presa que habían hecho se volvieron a una montaña pequeña y de razonable subida; allí asentaron su campo, y se fortificaron por todas partes para estar al seguro: desde allí bajaban muchas veces a la ciudad. El gobernador, encerrado en el fuerte con todos los cristianos, mujeres y niños, y muchas piezas de su servicio con los caballos, no cabían en el poco sitio que el fuerte tenía, hasta que retirados los indios salían algunas veces con Pedro de Villagra los soldados que a él le parecía, y con ellos llegaba cerca de la trinchea a donde los indios estaban, los cuales bajaban tras ellos diciéndoles muchas palabras feas a su usanza. Los cristianos se retiraban hasta meterlos en lo llano, y allí revolvían algunas veces, escaramuzando mataban algunos y recibían heridas de ellos, y las mujeres estaban puestas en las almenas mirando cómo lo hacían los cristianos y los indios. Hubo entre ellas una señora que dijo a un hidalgo llamado Sebastián de Garnica: "Señor Garnica, tráigame vmd. aquel indio". Viéndose nombrar en caso semejante, y en público, pareciéndole flaqueza no ponerse a todo lo que le pudiese suceder, con grande determinación, en un buen caballo en que se hallaba, se arrojó entre los indios, teniendo cuenta con el indio que le fué dicho, que era señalado; y aunque el indio se defendió y quiso huir, no le dió tiempo para poderlo hacer, que le tomó por los cabellos, y con las armas que el indio tenía lo trajo a aquella señora que se lo pidió. Todos los días escaramuzaban con los indios; aunque algunas veces, viendo que se les metían en el fuerte, y no lo podían combatir por los muchos arcabuces y artillería, bombas de fuego, alcancías, de que eran informados tenían mucha munición, después de haber estado treinta días sobre la ciudad haciendo todo el daño que pudieron, llegaron dos navíos que de Valdivia venían cargados con trigo y otros bastimentos; entonces pareciéndoles que pues ya tenían tanto socorro como les era venido, y tanta abundancia de toda suerte de bastimento que no los podrían enojar ni hacer más daño, se retiraron con grande alarido de cornetas, cuernos y otras muchas maneras de trompetas que usan, y por ellas se entienden.

Pasóse en este cerco, aunque fué breve tiempo, mucho trabajo por la mayor parte, demás de la hambre, a causa de estar juntos tantas personas en tan pequeño espacio, y muchos caballos, a causa de la inmundicia que hacían: había en la Concepción gran cantidad de perros que tenían los cristianos e indios de su servicio, y cuando se tocaba arma, que era casi de ordinario, aullaban y ladraban en tanta manera que no se podían entender; y para evitar esto, mandó Pedro de Villagra que cualquier soldado o indio que trajese perro muerto le diesen cierta ración de vino o de comida: con esta orden los mataron todos. Fuera mejor dar la tal ración a quien trajera cabeza de algún indio, o presea de él, como hacían los numantinos en aquella guerra tan porfiada que tuvieron con los romanos.