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Crónicas
Historia de Todas las Cosas que han Acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575)
XLIX. De lo que hizo Pedro de Villagra aquel invierno en Santiago, y de cómo al verano salió a hacer la guerra, y de lo que le sucedió

Estando Pedro de Villagra en la ciudad de Santiago, y empezando año de sesenta y seis, como en ciudad abundante de todas cosas, por ser, como lo es, la más fértil y mejor de las del reino (que ha sido para soldados y gobernadores en el reino de Chile otra Capua, como lo era antiguamente la de Italia, para los capitanes que en ella hacían la guerra, en vicios iguales) con muchos amigos que Pedro de Villagra tenía, y algunos privados, más de lo que le convenía, dándose a buena conversación, comenzó a ponerse mal con algunos vecinos, que en lo secreto no estaban bien con él, y fué la mayor parte del odio que le tomaron, ponerse el gobernador mal con un caballero vizcaíno, llamado Martín Ruiz de Gamboa, hermano de Lope Ruiz de Gamboa, que murió en el cerco de Arauco peleando, como se dijo. A este caballero, por causas bien pequeñas, lo mandó prender y tenerlo con guardas y prisiones, hasta que pasados cuatro meses por sentencia lo dió por libre, el cual estaba casado con una hija del capitán Rodrigo de Quiroga, que como era persona tan principal recibió degusto del mal término, y de allí adelante en sus cosas no estuvo bien.

Pedro de Villagra comenzó a tratar con los oficiales del rey de los soldados que allí estaban; pasaban mucha pobreza, y para salir a la guerra era menester gastar de la hacienda real cantidad de pesos de oro: estuvieron discordes al principio, aunque después de algunos días, tratándose siempre de ello, vinieron en que gastase lo que le pareciese. Hecho acuerdo para el gasto, mandó se tomase ropa de la que tenían los mercaderes, y se librase en la caja del rey, para que allí se hiciese la paga. Juntó entre los soldados que salieron desbaratados, y con los que después vinieron con él, ciento y diez soldados, que para aderezarlos gastó más número de veinte mil pesos de la hacienda del rey; y aún no dió socorro a todos, porque a los primeros el licenciado Herrera, que allí era su teniente, les había dado a seiscientos pesos y a setecientos, con que se ponían galanes y holgaban en buen pueblo, y para ellos bien aparejado, conforme a usanza de soldados. Habiendo gastado Pedro de Villagra con lo que gastó el licenciado Herrera, natural de Sevilla, más número de treinta mil pesos de oro, se estuvo en Santiago, a lo que sus émulos decían, más tiempo mucho de lo que convenía; porque habiendo de partir por octubre para ir a los términos de la Concepción a hacer la guerra, salió de Santiago en fin de enero del año de sesenta y seis, después de hecho repartimiento de indios a los vecinos de Santiago, a cada uno conforme a lo que tenía, que para el día estuviesen en lugar señalado con sus armas.

Son estos indios amigos muy provechosos para la guerra, porque ayudan en gran manera a los cristianos; de más de que son iguales a los de guerra en disciplina y ligereza, al pasar de los ríos hacen mucho efecto, aderezan los caminos, sirven de gastadores: juntos quinientos indios de estos que tengo dicho, y con los ciento y diez soldados, salió de Santiago camino de la Concepción. Pasado el río de Maule tomó el camino de Reinoguelen, que es una provincia llamada así junto a la Sierra Nevada, porque tuvo nueva que aquellos indios con gran desenvoltura habían hecho un fuerte, que ellos llaman en su lengua bucara, en tierra llana, ribera de una acequia grande que para ello habían traído. Pedro de Villagra tomaba lengua cada día; sabiendo ser así, caminó derecho allá. Los indios habían enviado a llamar todos los comarcanos les viniesen a ayudar, pues los habían pagado a su usanza, y para esta paga habían juntado ochocientos perros y gran cantidad de chaquira, que es unas cuentas de muchas colores, más pequeñas que granos de trigo, horadadas por el medio; las traen al pescuezo en sartas largas, mayormente las mujeres, y con la ropa de vestir que juntaron habían pagado grande número de soldados. Los perros quiérenlos para cazar, y de esto se aprovechan de ellos, y cuando no son de provecho se los comen. Acudióles mucha gente, excepto Loble, hombre belicoso, que no se pudo juntar con ellos por estar algo apartado, aunque caminó todo lo que pudo. Llegado Pedro de Villagra al fuerte, salieron los indios a escaramuzar con él: algunos soldados que llevaban caballos bien aderezados y de buena rienda, alancearon algunos, y entre ellos Cristóbal de Buiza, buen soldado, confiado en el caballo que llevaba se metió entre ellos: cebado en un indio por lo alancear, tropezando el caballo cayó con él, y si no fuera socorrido lo mataran. E1 caballo tomó un indio, y en presencia de los cristianos subió en él, y lo comenzó a manejar como si fuera jinete andaluz.

Pedro de Villagra asentó su campo cerca del fuerte, y reconocido ordenó cuadrillas para otro día pelear con ellos, de las cuales dió una a Martín Ruiz de Gamboa, de veinte soldados, y otra a Gómez de Lagos; y al capitán Zurita, Juan de Biedma, Pedro Fernández de Córdoba, les dió cuadrillas del mismo número: a los indios amigos que de Santiago había traído ordenó cómo habían de pelear y por dónde. El fuerte que los indios tenían era entre unos robles altos y gruesos, que había muchos, criados allí por naturaleza; y para más defensa de los arcabuces y artillería, que sabían los cristianos llevaban siempre, tenían atajado un trecho de tierra de hasta doscientos pies por la frente, que por un lado de suyo estaba fuerte con un río que les defendía la entrada, y una ciénaga que no se podía andar por ella a caballo ni a pie, si no era gente desnuda; de esta manera estaban fortificados. La frente era de un foso lleno de agua, poco más hondo que un estado de hombre: este foso era a manera de albercas de huerta que entre una y otra había una entrada tan ancha como dos pies, de tierra firme, cubierta de agua, por tal manera que no la podían ver si de ello no tenían plática; los indios, como la sabían, entraban y salían desenvueltamente.

Otro día por la mañana, el gobernador Pedro de Villagra mandó que todos se apercibiesen para combatir el fuerte, y con la orden ya dicha se llegaron a él. Los indios desque vieron a los cristianos en el foso comenzaron a tirarles mucha flechería; los soldados, arcabuzazos, en que mataban muchos; los indios amigos, muchas flechas, como ellos; los unos por entrar dentro del fuerte, los otros por defenderles la entrada. El capitán Lagos, que iba con una cuadrilla, viendo tanto número de indios, y que les herían mucha gente, dijo: "Caballeros, retirar, que nos perdemos". Villagra, que cerca estaba, como lo oyó, respondió: "Cómo retirar? Adelante, que todo es nuestro". Los indios amigos, con las flechas que tiraban, les hacían mucho daño, y habiendo reconocido la entrada de los andenes que estaban en el foso comenzaron a entrar por ellos. Los enemigos desque los vieron tan juntos, y que peleaban lanza a lanza defendiendo todo lo posible, no pudiendo hacer más, viendo les habían ganado el foso, volvieron las espaldas huyendo. Los amigos los siguieron y mataron muchos, otros tomaron a prisión; el yanacona que tenía el caballo de Buiza, como vió la perdición de los demás, huyó a vista de todos con el caballo: fué tras dé¡ el capitán Alonso Ortiz de Zúñiga con tres soldados, no lo pudo alcanzar ni seguir por respeto de un monte donde se le metió, en el cual se le perdió de vista. Castigó Pedro de Villagra en este fuerte por justicia, fuera de los muertos, más de setecientos indios.