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Crónicas
Historia de Todas las Cosas que han Acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575)
LIV. De cómo yendo el gobernador Rodrigo de Quiroga para entrar en Arauco por la montaña de Talcamavida pelearon los indios con él, y de los demás que sucedió

Después que los indios desampararon el fuerte, se retiraron a la montaña de Talcamavida, por ser tierra áspera y de muchas quebradas, por donde de necesidad el campo había de caminar para entrar en Arauco; y como eran muchos, se fortificaron con piedras y maderos, no para pelear dentro de aquel sitio que por fuerte tenían, sino para estar seguros no los tomasen descuidados: y en el entre tanto que el gobernador llegaba a aquel paso, pusieron dos emboscadas dentro del monte para que habiendo el campo pasado hiciesen arremetida en la retaguardia, y que ellos saldrían entonces de su fuerte y se le pondrían delante, para que todos a un tiempo diesen en los cristianos: con esta orden los turbarían y harían alguna suerte con que tomasen ánimo para lo de adelante. Andaban entre estos indios algunos principales hombres de guerra y los más nombrados, entre ellos Llanganaval, señor en el valle de Arauco; Millalelmo, Loble, a quien todos seguían. Dada esta orden, estuvieron en el puesto que les fué señalado, esperando que los cristianos llegasen. El gobernador caminó en batalla con todo el campo; el maestro de campo llevaba el avanguardia. Llegado al fuerte, salen los indios a él y se le ponen delante; los emboscados salen al mismo tiempo y arremeten a la retaguardia con grande ánimo. El general Martín Ruiz, que la llevaba a su cargo, defendiendo y peleando, mandaba recoger los bagajes: fué la voz de mano en mano que los indios habían desbaratado la retaguardia. El gobernador mandó al maestro de campo que volviese a dalles socorro con algunos arcabuceros. Luego, recogiendo los bagajes y dejando soldados para guarda de ellos, con la resta que le quedaba rompió con tanta determinación en los indios que los desbarató y pasó por ellos, alanceando algunos; siguióse el alcance camino de Arauco más de una legua, aunque se hizo poco efecto por ser mala tierra para caballos y muy a propósito de los indios, que como es gente suelta andan desenvueltamente por los cerros como quiera. El maestro de campo llegó a la retaguardia, y recogido, echados los indios por las quebradas, y muertos algunos con los arcabuces, volvió [a] alcanzar al gobernador, que estaba hecho alto, y por ser tarde alojó su campo cerca de allí. Otro día llegó al valle de Chiculingo y cortó las simenteras a los indios.

Desde allí se fué otro día al valle de Arauco, y estuvo algunos días llamando aquellos principales viniesen a darle la paz. Viendo que estaban olvidados de ella, mandó les cortasen los panes que tenían muy buenos. Andando ocupado en cortar estas chacaras de maíz, hubo entre dos soldados cierta diferencia en que el uno dió una cuchillada al otro. Los amigos del que había recibido la cuchillada tomaron las lanzas y le dieron ciertas lanzadas de que murió. El que lo hirió tenía muchos amigos, y por no dar ocasión que hubiese alguna revuelta, mandó el gobernador al maestro de campo lo prendiese y hiciese justicia, la cual, a contemplación de algunos amigos suyos, dilató y quedó sin castigo, aunque después le fué mal agradecido. Desde allí pasó el gobernador a poblar la ciudad que Francisco de Villagra había despoblado, buscando sitio competente cerca de la mar para poderla socorrer con navíos, porque donde la había poblado don García de Mendoza estaba de la mar siete leguas, y si los naturales se rebelaban y quitaban las simenteras, no se podían aprovechar de los bastimentos que por la mar llevasen, a causa de ser lejos, y que yendo por ellos había de ir gente que bastase para su defensa, si indios de guerra saliesen al camino; porque repartidos los que iban y los que quedaban estaban todos en ventura y suerte de perderse. Por este respeto el gobernador, como hombre que tenía tanta plática y experiencia de guerra, buscó donde poblar aquella ciudad a propósito, y para el efecto que deseaba halló que en el río del Levo había puerto razonable para navíos grandes y muy bueno para pequeños, y en comarca que se podían proveer de lo necesario, y el río apacible con menguantes y crecientes. Asentó el campo allí para poblar, y quedando a la ligera hacer la guerra a los naturales, trayéndolos de paz, o destruirlos. Luego otro día pobló y le puso el nombre que de antes tenía así como don García se lo había puesto, habiendo tres años que Francisco de Villagra la había despoblado por su mala orden de gobierno. Repartidos solares a los vecinos que en ella habían de ser comenzó a llamar de paz los principales que le viniesen a servir; a esta voz vinieron los comarcanos, y siendo informados otros muchos les perdonaba lo pasado, animáronse para venir a servirle; y dió así mismo orden se hiciese un fuerte cerca del río en parte conveniente, para estar al seguro, con dos torres, donde estaban cuatro piezas de artillería y los españoles recogidos dentro en él. Y porque los vecinos de Santiago habían gastado mucho en aquella jornada, como de ordinario lo han hecho con todos los gobernadores, siguiéndolos y sirviendo al rey, aunque de ello nunca fué informado, pues es cierto han merecido mucho, porque el sustento ordinario de todo el reino ha dependido de ellos, recibiendo soldados en sus casas, curándoles sus enfermedades, dándoles de comer a ellos y a sus criados y caballos, vistiendo a los desnudos, dando caballos a los que estaban a pie, gastando en general sus haciendas sirviendo al rey; que de justicia habían de ser jubilados, lo que no se ha hecho ni hace, sino derramas e pensiones, si en el reino se echan por los gobernadores con las colores que quieren, ellos han sido los primeros que las pagan y lo son en el día de hoy, sin tener atención a lo que tengo dicho, porque en las Indias el rey don Felipe, nuestro señor, no es tan señor de ellas como lo son sus gobernadores, que les parece que el tiempo que gobiernan lo han todo heredado de sus padres. Y es verdad, por la profesión que tengo de cristiano, no me mueve a lo que dicho tengo sino decir verdad. Vuelto al gobernador Rodrigo de Quiroga, por estar lejos de sus casas, que había casi cien leguas de camino, y entraba el invierno, agradeciéndoles lo que en servicio del rey habían hecho, les dió licencia se volviesen; y porque el camino de Ilicura, saliendo por él al valle de Puren, se hacía mucho efecto el hollarlo, y castigar aquellos indios, mandó al maestro de campo que fuese a aquella jornada con ciento y treinta hombres. Entre todos los que habían de ir fueron de los vecinos de Santiago todos los que en el campo andaban y algunos otros de las demás ciudades del reino, con acuerdo que el maestro de campo, como hombre que sabía la tierra, hiciese lo que le pareciese que convenía. Siguiendo su camino, entró por el valle de Ilicura cortando las simenteras a los naturales y quemándoles las casas llenas de comidas, que son legumbres y bastimentos del año de atrás. ¡Gran lástima verlas arder!, sin querer aquellos bárbaros venir de paz, porque estaban de las victorias pasadas tan altivos, que todo lo despreciaban, dándose poco por su perdición. Desde allí fué al valle de Puren, que es muy fresco en todo tiempo y muy fértil. Los indios, como vieron los españoles dentro de su tierra, desampararon sus casas y se metieron huyendo en una ciénaga grande, que tiene dos leguas de monte y agua, donde se hacen fuertes, y no se les puede entrar si no es muy de propósito, y ha de ser por muchas partes y con posible de gente; por cuyo respeto se queda muchas veces sin castigo este valle. Después de haber destruído todo lo que en él tenían sembrado, el maestro de campo, porque no pareciese no hacer efecto su ida, entró en la ciénaga, que por ser el año seco no era dificultosa la entrada ni andar por ella; tomaron los soldados muchas mujeres y muchachos y algunos indios de guerra que se castigaron, y reservando algunos los envió por mensajeros a llamar los señores principales viniesen a dar la paz. Los indios daban esperanza de ella, y como no se efectuaba no se les dejaba de hacer la guerra. El invierno venía entrando recio; los vecinos que allí estaban importunaban al maestro de campo los dejase ir a sus casas, diciendo el gobernador les había mandado estuviesen en Puren quince días y no más, que ya eran pasados treinta; pues tenían jornada tan larga y entraba el invierno, no les hiciese mala obra. Queriendo darles contento, pues tan bien lo merecían, los dejó ir y se volvió a la ciudad de Cañete, donde el gobernador estaba, con sesenta hombres, habiendo licenciado otros sesenta entre vecinos y soldados antiguos. Llegado al gobernador, después de haberle dado cuenta de lo hecho, dió orden de ir al valle de Arauco y hacer asiento en él hasta atraer de paz aquellos indios y reedificar el fuerte que despobló Pedro de Villagra.