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Crónicas
Historia de Todas las Cosas que han Acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575)
LVI. De cómo el gobernador Rodrigo de Quiroga salió de la ciudad de Cañete con ciento y cincuenta hombres de a caballo a correr la provincia, y de cómo los indios vinieron sobre la ciudad y de lo que acaeció

El gobernador Rodrigo de Quiroga, con ánimo de sosegar y asentar la provincia de Tucapel y todo lo demás que estaba de guerra, por estar algo apartado servían mal y ponían voluntad de no servir a los que estaban de paz, y hablar a los naturales dándoles a entender se apartasen de cosas pasadas y perseverasen en la amistad que habían dado, no fuese de condición de la que otras veces tan encubiertamente daban; y para poder ir con gente que le pusiese temor y pudiese castigar a los contumaces por haber malos pasos de montañas en muchas partes que había de pasar, llevó ciento y treinta soldados no teniendo aviso de lo que traían los indios encubierto para el tiempo que saliese gente conforme al número que les pareciese ser a propósito para efectuar su intinción, estando de muchos días atrás palabrados y resumidos con espías que de ordinario tenían que les daban aviso de todo lo que se hacía. En tratando el gobernador de hacer la jornada, luego fueron avisados de todo, y como a gente tan inconstante, olvidada de todo bien recibido, enviaron mensajeros por toda la provincia dando de ello aviso, y como tenían los ánimos aparejados para semejantes maldades, con grande secreto se juntaron número de doce mili indios, trayendo por sus capitanes a Millalemo y Loble, indios belicosos y valientes, con otros muchos hombres principales de guerra. Después de informados que el artillería que los españoles tenían, la mayor parte de ella habían llevado en la fragata por mar a Valdivia, y que la que quedaba era de poco provecho, porque dos piezas grandes ellos las habían ayudado a embarcar con otras diez pequeñas, y que la que estaba en el fuerte no era de temer, que aun cristianos que la supiesen tirar no los había, y que los más valientes que ellos conocían eran idos con el gobernador y los que estaban en el fuerte eran soldados mal pláticos de guerra y para poco; con esta nueva, pareciéndoles que ya lo tenían todo en sus manos, vinieron sobre la ciudad: los yanaconas que de fuera andaban tocaron arma. El capitán Agustín de Ahumada había quedado para tener aquella ciudad a su cargo; como vió los indios que acercándose venían, mandó recoger el ganado y caballos dentro del fuerte y mandó limpiar el foso y reparar los lugares que estaban de poca defensa, lo cual pudieron hacer, aunque el tiempo fué breve por ser pequeño el sitio en que estaban. Los indios iban con grande ánimo a dar asalto al pueblo; el capitán Ahumada mandó cargar el artillería, que aunque habían llevado en la fragata la que el indio dijo, quedaban dos piezas grandes en los dos cubos; en cada uno de ellos, una. Estas dos mandó que dos soldados tuviesen cuenta con ellas, no se ocupasen en otra cosa. Los indios venían cerrados en sus escuadrones para batir el fuerte. Un soldado que se llamaba Ortuño, vizcaíno, con cólera de su nación, no pudo esperar con su ánimo que no disparase una pieza de campo que a su cargo tenía, y aunque los indios estaban lejos, hizo tan buena puntería, que dándole fuego dió la pelota junto al escuadrón y de recudida acertó a un indio valiente en la cara que le hizo pedazos la cabeza y murió luego.

Viendo Millalelmo que aquel tiro desde tan lejos había hecho aquel efecto, dijo a la espía: "Tú no me dijiste que estos cristianos no tenían artillería? ¿por qué me has engañado?" El indio le respondió: "Lo que yo te dije es la verdad: el artillería que fué en la fragata yo la ayudé a embarcar, que fueron diez tiros pequeños y dos grandes, y que la que quedaba era de poco provecho; bien podía ser tuviesen alguna pieza enterrada que yo no la viese". E1 sitio del fuerte estaba en un llano; reconociendo que habían de ir al descubierto a combatirlo, y que con el artillería antes que llegasen los matarían, acordaron de tomar por delante una pared que junto al fuerte estaba para su defensa. Por otra parte, vió Millalelmo que un soldado arcabucero, estando el río en medio, con ser bien ancho derribó un indio muerto, dándole por los pechos la pelota, por donde entendió que acercándose más recibirían mucho daño; por la cual causa puso su gente repartida, de manera que no pudiese ningún cristiano salir ni entrar, con mucha guardia, teniendo espías que les daban aviso en donde el gobernador estaba; intentaban sacar trincheas por donde se llegasen a combatir el fuerte, tratando qué orden tendrían para salir con su empresa. Sucedió que en el campo del gobernador, como había veinte días que andaba fuera de la ciudad bien descuidado de lo que pasaba, un soldado le pidió licencia, y tras de éste, otros diez: yendo su camino toparon cerca del fuerte muchas mujeres cargadas de vino, y otras que venían. Preguntándoles de dónde venían, responden que de llevar de comer a los indios de guerra que estaban con los cristianos peleando. Con esta nueva tuvieron miedo, y estuvieron en si pasarían adelante o no; al fin parescióle que no habría tanta gente que les estorbase la entrada, porque no sabían de la manera que los indios estaban sitiados. Estos diez soldados, llegando cerca con ánimo de hombres ejercitados en la guerra, los caballos al galope, entraron dando voces, diciendo: "Arma, cristianos, que aquí viene el maestro de campo". Los indios, como vieron el caso repentino, tocaron arma con sus cuernos, como estaban acostumbrados, y acudieron a tomar las armas. Los españoles, como sabían las entradas del fuerte, pudieron entrar en él pasando por el lugar que los indios dejaron desamparado por respeto de recogerse a su escuadrón, no sabiendo el número de la gente que venía. Los que estaban en el fuerte se pusieron a caballo y salieron fuera, entendiendo que el gobernador venía, mas como se informaron que no era más gente de los diez soldados que habían entrado, y vieron los indios se estaban en su escuadrón quedos, se volvieron al fuerte con más ánimo del que habían tenido.

El maestro de campo dejó al gobernador en un asiento llamado Engolmo, y fué adelante con treinta soldados; preguntando a un indio que topó: "¿Dónde estaban los indios, que no parecen?", respondióle: "Son idos al bucara"; entendió que habían ido a servir, como lo hacen cuando están de paz. Yendo más adelante una legua, llegó a otros pueblos, y como no hallase gente en ellos preguntó a una mujer a dónde estaban los indios, en qué andaban: respondióle eran idos a pelear con los cristianos que estaban en el fuerte; siendo de otros bien informado, halló era verdad. Luego caminó a toda la prisa que pudo hasta donde el gobernador estaba, contándole el caso; aunque el gobernador ya lo sabía, y estaba con cuidado por su tardanza, se partió camino del pueblo al mayor paso que pudo, por llegar a tiempo que pudiese hacer algún efecto. Los indios, como vieron el socorro que había entrado, entendieron que el gobernador lo había enviado adelante como a mensajeros que diesen aviso para que mejor se defendiesen; creyendo que el campo sería breve allí, se dividieron y fué cada uno la vuelta de su tierra; que si el gobernador llegara a aquella coyuntura hiciera una gran ejecución de justicia, mas quiso la suerte de los indios que aunque se fueron y levantaron el cerco no fuese sin castigo de algunos, porque el gobernador, que venía caminando con mucho cuidado por la salud de aquella ciudad, llegando cerca topó muchos indios de los de guerra que se volvían a sus casas. Viéndose todos a un tiempo, aunque huyeron, alancearon muchos, y otros que tomaron vivos castigó por justicia. Desde a poco llegó a la ciudad, que estaba cerca, fué bien recibido; luego mandó hacer la guerra y castigar a todos los que encubiertamente habían consentido en la rebelión; castigáronse algunos, y los demás sosegaron por entonces.