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Crónicas
Historia de Todas las Cosas que han Acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575)
LVII. De cómo el maestro de campo pasó a invernar de la otra parte de Arauco sobre Tavolevo, y de lo que hizo

Llegado el gobernador a la ciudad de Cañete, paresciéndole que sería posible como los indios habían venido sobre aquella ciudad, hubiesen ido así mismo sobre la de Angol por estar más desproveída de gente, se informó de algunos principales, los cuales le dijeron la tenía cercada y puesto sitio en tres partes, tan apretada y aparente a los que habían estado en Angol, que creían ser así, y que los cristianos se perderían breve. Teniendo esta nueva por verdadera, conforme a lo que en otras cosas había visto, mandó a el maestro de campo fuese a deshacer aquella junta y castigarlos, que si no fuese verdad no se perdía cosa alguna en hacer aquel camino, porque a los vecinos animaría y castigaría los indios que pudiese haber, los cuales echaron esta nueva, no para más efecto de pervertirlos, como pareció; porque llegado, halló ser mentira, como de ordinario las tratan, mayormente cuando se ven derribados, y que son inferiores. Pues vuelto el maestro de campo; trató con el gobernador que para acabar de asentar los indios que estaban entre Arauco y la ciudad de Angol de la otra parte de la Cordillera, le parecía ir a invernar en aquella comarca, pues no había otra parte más cómoda para deshacer el desinio de aquellos naturales, viéndose apretados por todas partes. Para hacer esta jornada, con orden del gobernador salió de Arauco con ciento y veinte soldados a caballo. Después que hubo corrido la tierra de Mareguano, que es donde tenían hecho el bucara y fuerte para pelear con el gobernador, estando dentro en él, mandó a los yanaconas quemar mucha parte de la defensa que en él había, y hizo asiento en una tierra llamada Millapoa para desde allí llamar aquellos indios, y castigar en sus personas y haciendas a los que no quisiesen tener quietud. No embargante esta orden, los naturales, aunque le tenían dentro en sus casas, no tuvieron pensamiento de servir, sino andarse por los montes, dándose poco por el frío y temporales del invierno, antes lo desvelaban de cada día con nuevas falsas que echaban en su campo algunos indios que en correrías tomaban, y otros que de maña le venían a ver. A cabo de tres meses que allí estaba con necesidad generalmente de toda cosa, sin haber hecho más de haber desanimado aquellos indios, los soldados que con el maestro de campo estaban, como hombres que nuevamente habían entrado en la guerra, pasaban mucha necesidad por falta de servicio: ellos propios, siendo hombres nobles, iban por la yerba y paja para cubrir unas chozas pequeñas en que estaban, y no tenían qué comer, ni lo hallaban; y andaban descalzos; importunaban mucho al maestro de campo se volviese a Cañete, donde el gobernador estaba, dejando aquella guerra para el verano adelante, pues del tiempo que allí habían estado ningún provecho de ello había resultado. El maestro de campo, entendiendo vendrían de paz se estuvo más tiempo del que los soldados quisieran, porque ya no se hacía tanto fruto que se asentasen aquellos indios, quitábaseles la ocasión de ir ellos mismos a inquietar a otros, por cuya tardanza los soldados comenzaron a tratar mal de él en secreto, con vituperios de palabras; y como a los que mandan ninguna cosa se les esconde, aunque las decían entre ellos y no en público, todo lo sabía, de lo cual nació una mala voluntad que contra él tomaron. El cual, como hombre que tenía el supremo mando, comportaba con buen ánimo todas aquellas cosas, dándoles las mejores palabras que podía; esta enemistad duró entre estos soldados algunos días, que nunca perdieron el rencor que le tenían, mientras tuvo mando ni aun después. Viendo el maestro de campo cuán degustosos andaban y que de su estada no sacaba ganancia alguna, y como de ordinario se informaba de lo que los indios hacían y trataban, supo se andaban juntando para pelear con él. Considerando el sitio que tenía para de invierno, aunque era el mejor que había en aquella comarca, era malo, cercado de ciénagas, y sólo una loma por donde podían andar, y ésa angosta y de muchas quebradas. Por no esperar en mal sitio suceso dudoso y con gente descontenta, partió una noche y se vino al valle de Arauco, y fué a tan buena coyuntura que si muy de pensado lo quisiera hacer y tuviera nuevas de Arauco, no le sucediera mejor, porque llegó a tiempo que andaban los principales del valle en banquetes y fiestas tratando de pelear. Con su llegada cesó el bullicio que traían y les habló a todos poniéndoles temor para lo de adelante y presente; diciéndoles volvería breve, se fué a Cañete, donde el gobernador estaba.