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Crónicas
Historia de Todas las Cosas que han Acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575)
LX. De cómo los oidores dieron provisión de general a don Miguel de Velasco y le encargaron la guerra, y de lo que hizo

Ya dije atrás cómo algunos soldados que estaban degustosos del maestro de campo Lorenzo Bernal se quejaron a los oidores de su orden y manera de mandar en la ciudad de la Serena y por el camino, y las quejas que de él dieron: decían que los trataba mal de palabra y que era áspero de condición e insufrible; y como llegaron a la Concepción los soldados que en el campo estaban, entre algunos bulliciosos y amigos de cosas nuevas trataban de escribir una carta a los oidores quejándose dé¡, pidiéndoles que le quitasen del cargo que tenía, o les diesen licencia para irse a donde quisiesen; esta cana firmaron muchos persuadidos unos por otros. Visto por aquellos señores, que aunque venían de España y no tenían plática ninguna de cosas de Indias, mayormente de guerra, como hombres discretos lo enviaron a llamar que se viniese a la Concepción. Llegado que fué, desde a pocos días le proveyeron por corregidor en aquella ciudad, queriendo tenerlo cerca de sí para casos repentinos y cosas de guerra; y porque algunos hombres principales que junto a ellos estaban les informaron que el capitán don Miguel de Velasco era hombre que se le podía encomendar cualquiera cosa por importante que fuese, lo proveyeron por capitán general para todos los casos de guerra, y escribieron al general Martín Ruiz. el proveimiento que habían hecho. Teniendo todo buen cumplimiento con él, Martín Ruiz le entregó la gente y se vino a la Concepción. Don Miguel llegó a la ciudad de Cuñete: usando del cargo y triando, anduvo por la provincia hablando a Un principales que sirviesen a los cristianos y estuviesen en sus casas.

En este tiempo saliendo de la ciudad de la Concepción un sacerdote clérigo de misa que iba a la Nueva Galicia, donde era cura y había venido [a] aquella corte a negocios que tenía, camino de la ciudad Imperial ocho leguas de ella, en una quebrada fué muerto de unos salteadores que lo, estaban aguardando, esperando si pesarían cristianos donde pudiesen hacer asalto; y llegando allí cuatro que iban juntos, al clérigo y [a] un amigo suyo que iban delante, los mataron a vista de los otros dos, que como los vieron alancear volvieron hacia la ciudad de Engol huyendo por no poderles dar socorro, que el uno de ellos era fraile y el otro estaba enfermo. Llega Engol dieron aviso de lo sucedido, luego salió el capitán que allí estaba a castigar los culpados y tomó algunos de ellos. Después que mandó enterrar los muertos, envió los malhechores a la Audiencia para que aquellos señores los castigasen, porque en este tiempo estaban en general tan temerosos todos que ningún capitán quería matar indio alguno, sino con amonestaciones y palabras atraerlos a quietud, cosa que por ello se les daba poco, porque veían que los oidores trataban los indios, como nos los conocían, amorosamente, y decían que de mal tratamiento les hacía querer antes morir en la guerra que servir a los cristianos; lo cual no procedía sino de ser ellos belicosos, como después lo vieron por experiencia. Estos indios que fueron en la muerte del clérigo no los castigaron, antes los enviaron al general para que los castigasen; resultó de ello, llegados los indios, que don Miguel, como vió que no los habían querido castigar, los mando soltar, los cuales iban diciendo por donde pasaban que el general don Miguel de miedo no los había osado matar, y que los oidores eran como clérigos, por respeto de verlos andar sin espadas y con ropas largas; esto daño más la provincia de lo estaba con esta nueva.

Después que llegó a la Concepción mandaros aquellos señores que todos los que habían venido apercibidos para la guerra saliesen luego de la ciudad y fuesen a Arauco, donde estaba el general, y a los procuradores de las ciudades mandaron así mismo que fuesen con los demás: de que algunos de ellos se tenían por agraviados, porque como venían los oidores de Castilla y tenían poca plática de las cosas de Chile, después que una cosa mandaban se resumían en que no había de haber replicado, sino cumplirse; porque un hidalgo llamado Santestevan, que vino por procurador de la ciudad de Osorno, siendo percibido con los demás dió algunas razones en su descargo para no ir, y no siéndole admitidas, dijo al licenciado Egas Venegas: "Entendíamos que vuestras mercedes venían a este reino a desagraviarnos y dolerse de nuestros trabajos", el cual lo mandó llevar al cepo, y así por no verse preso fué la jornada. Y otro soldado antiguo y viejo le fué mandado por el licenciado Juan de Torres de Vera que fuese aquella jornada, el cuál dijo que no tenía caballo en que ir, y le mandó que fuese a pie o en un barco por la mar. Llamábase Diego de Carmona, y con pena de muerte le mandó notificar saliese luego del pueblo, y fuese en cumplimiento de lo que le mandaba, y así fué como pudo. Ya desde entonces comenzaban a sentir cuánto mejor les iba con los gobernadores que con Audiencia; maldiciendo a los que !a habían enviado a pedir. Llegados a Arauco, el general don Miguel los consoló a todos como los conocía tan atrás, y dió aviso a los oidores, diciendo que muchos soldados que allí estaban pasaban necesidad, y que con la ordinaria guerra estaban rotos y muy pobres, que era justo se les enviase alguna ropa con que cubrir las carnes; mandaron luego que en dos barcos les llevasen paño, camisas y otras cosas con que se aderezasen y se la repartiese como le pareciese.