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Crónicas
Historia de Todas las Cosas que han Acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575)
LXII. De cómo llegó el doctor Saravia al reino de Chile y del recibimiento que se le hizo en la ciudad de Santiago

Recibida por el doctor Saravia la provisión que esperaba de gobernador de Chile, puso luego en orden su casa para venir a su gobierno: embarcándose con buen tiempo en el puerto de los Reyes, llegó a la ciudad de Coquimbo, que por otro nombre se llama la Serena. Fué recibido por el cabildo de aquella ciudad y por el comendador Pedro de Mesa, natural de Córdoba, que era corregidor puesto por el Audiencia, con mucha alegría, aderezando las calles por donde había de pasar conforme a su posible, porque Coquimbo tiene nueve vecinos y no más, a causa de tener pocos indios: que Valdivia cuando pobló aquella ciudad más fué por el puerto que tenía para navíos y por la escala que allí hacían los que viniesen por tierra, que por otro respeto alguno, y por tener aquel paso seguro, teniendo atención a lo de adelante; que a lo que agota vemos no se engañó, porque muchos se han avecindado en ella, y de cada día se va ampliando y es al presente buen pueblo. Después de ser allí bien recibido en contentamiento del pueblo, trató corno venir por tierra con su casa, mujer e hijos que consigo traía. El corregidor le proveyó de todo lo necesario, así caballos como refresco, por el camino que tocaba a su jurisdicción; y así, después de haber descansado del trabajo de la mar, desde a pocos días se partió y dejó a su mujer en aquella ciudad para que desde a doce o quince días viniese a Santiago; y para el efecto de venilla sirviendo quedó el capitán Juan Jufre, el cual les ofreció su casa donde posasen. El gobernador lo atetó, y Juan Jufre despachó la aderezasen con todos los aposentos altos, que había muchos. Así mesuro, la justicia e regimiento de Santiago, como tuvieron nueva de su venida, enviaron algunos hombres que proveyesen los pueblos por donde había de pasar, de que tuviesen bastimento en abundancia para todos los que viniesen. Hízose así, porque la comarca de Santiago es fértil, abundosa de toda recreación; y dentro en la ciudad el capitán Juan Barahona, natural de Burgos, corregidor proveído por el Audiencia, mandó hacer muchos arcos triunfales, aderezando las calles por donde había de pasar con tapicería y otras cosas que les daban mucho lustre; y a la entrada de la calle principal mandó hacer unas puertas grandes a manera de puertas de ciudad, y en lo alto de ellas un chapitel que las hermoseaba mucho, puestas muchas medallas en un lienzo con las figuras de todos los demás gobernadores que habían gobernado a Chile, con muchas letras y epítetos que hacían al propósito; y de fuera de las puertas una mesa baja cubierta de terciopelo carmesí, y encima de una almohada de terciopelo puesto un libro misal para tomarle juramento. Llegando a vista de la ciudad, le salió a recibir toda la gente de a caballo, que era mucha, los más en orden de guerra con lanzas y dagas, y muchos indios de los que estaban en el circuito de Santiago armados a su usanza con muchas maneras de invenciones, lo recibieron acompañándolo hasta las puertas de la ciudad, donde estaba el capitán con todo el cabildo esperando. Llegado cerca, le ofrecieron en nombre de la república un hermoso caballo overo, aderezado a la brida, con una guarnición de terciopelo dorada, el cual recibió y se puso en él, y llegando a las puertas salió la justicia con todo el cabildo bien aderezados de negro y le dieron el bien venido. Luego le pidió el corregidor en nombre de la ciudad: "V. S. jure poniendo la mano encima de estos evangelios, teniendo el libro abierto, que guardara a esta ciudad todas las libertades, franquezas, exenciones que hasta aquí ha tenido, y por los demás gobernadores antecesores de V. S. le han sido dadas y guardadas". Dijo a estas palabras que lo juraba así. Abrieron luego las puertas de la ciudad y descogeron un palio de damasco azul con muchas franjas de oro que lo hermoseaban, teniéndolo descogido delante de la puerta para meterle dentro de él; pidiéndoselo por merced los alcaldes y regidores, no lo quiso aceptar, sino que iría fuera del palio, mostrando mucha humildad. Llegó el corregidor Juan Barahona a tomarle el caballo por la rienda queriéndole servir en caso tan honroso como es costumbre; no lo quiso consentir, dando a entender la llaneza que traía, hasta que siendo importunado lo permitió, mas no quiso entrar debajo del palio, sino ir detrás de él como dos pasos: de esta manera lo llevaron a la iglesia mayor y desde allí a su posada. Desde a pocos días entró fray Antonio de San Miguel, obispo de la Imperial y primero consagrado en el reino de Chile: ordenaron vecinos y soldados muchos regocijos de toros, juegos de cañas, regocijándole en todo lo que podían. Desde a quince días llegó su mujer, doña Gerónima de Sotomayor: fué recibida con mucho regocijo y alegría de todo el pueblo, de lo cual fué y era merecedora por las muchas partes que tenía de virtud.