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Crónicas
Historia de Todas las Cosas que han Acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575)
LXIII. De cómo el gobernador Saravia salió de Santiago para ir a la Concepción, y de cómo nombró por su general a don Miguel de Velasco, y de las cosas que acaecieron

Recibido el gobernador Saravia en la ciudad de Santiago, se entendió el deseo que traía de acabar la guerra que tantos años duraba y tan dañosa era para todo el reino, y como hombre que tenía experiencia de haber visto y leído que muchas veces de soldados sencillos salen avisos discretos e importantes para buen efecto de guerra, trataba y comunicaba de ordinario la orden que tendría para acaballa con brevedad, que esta brevedad en adelante le dañó mucho: su conversación lo más del tiempo ocupaba en esto, y porque juzgó que la hacienda del rey estaba empeñada por el ordinario gasto, pidió a los vecinos de Santiago ayudasen al rey con alguna parte de los tributos que los indios les daban, pues iba por todos el asentar el reino. Comunicado entre ellos, se resumieron darle la octava parte del oro que durante el tiempo de ocho meses que los indios andan en las minas le sacasen, condicionalmente que no llevase a la guerra ningún vecino, ni hijo suyo ni criado que tuviesen en sus haciendas, aunque después que le hubieron hecho obligaciones por ello, no lo cumplió, porque llevó nueve vecinos, de que se quejaban en general; mas como de necesidad habían de pasar por ello, llevábanlo con buen ánimo. Demás de esto, hizo acuerdo con los oficiales del rey para gastar lo que fuese necesario de la hacienda real y dar socorro [a] algunos soldados que estaban pobres y no tenían posible para poder ir en su compañía. A éstos mandó dar de ropa en las tiendas que los mercaderes tenían puestas a doscientos pesos, más y menos conforme a la necesidad que cada uno tenía, para que se pudiesen aviar y aderezar. Después que hubo cumplido con todos y dándoles armas, caballos y ropas que montó el gasto como poco más de ocho mil pesos, salió de la ciudad de Santiago a la primavera con ciento y diez soldados bien en orden, y dejó su mujer e hijos en casa del general Juan Jufre muy servidos y regalados, como si estuvieran en la suya propia.

El gobernador Saravia entró tan bien puesto en Santiago, que con grande amor le daban los vecinos sus hijos primogénitos que fuesen con él aquella jornada, y por el camino le fueron sirviendo y acariciando, proveyendo a toda la gente que consigo llevaba hasta el río de Maule, que parte términos con la Concepción. Allí, por orden del general Juan Jufre, le proveyó su hijo de muchos caballos cargados de bizcocho y otras maneras de matalotaje para el camino y gastar en la guerra, y así mismo de carneros y puercos para su servicio y gasto ordinario; que fué principal presente en grado de amistad. Pasado el río, cambió una jornada con el campo, y otro día llegando al camino que atraviesa de la Concepción y va a Engol, porque tenía pensado ir [a] aquella ciudad a verse con los oidores, encomendó el campo al capitán Diego Barahona, natural de Burgos, y habló a todos que le respetasen por su capitán; tomó el camino de la Concepción y el campo fué camino de Angol.

En la Concepción como supieron su venida, le salieron a recibir el general don Miguel de Velasco y muchos capitanes otros, e los indios y repartimiento del capitán Diego de Aranda, vecino de aquella ciudad, el cual le hizo allí un espléndido banquete. Siguiendo su camino, acompañado de tan principal gente, tratando en cosas de guerra llegó a la Concepción. Fué recibido por los oidores y pueblo con mucha alegría, aunque por estar de guerra y los vecinos muy pobres a quien era dado el recibimiento, no hubo cosa alguna notable. Hospedólo en su casa el licenciado Egas, oidor de aquella Audiencia, con muchos regalos y buena conversación y muy principal mesa, porque era cumplido y generoso en lo que hacía. Estando en tan buena conversación, porque no se le pasase el tiempo conforme al deseo que traía, trató con los capitanes que en aquella ciudad estaban y le habían venido a ver y recibir, la orden que tendría en hacer la guerra: tomando parecer con todos, y oyendo lo que cada uno decía, se resumió en que el general Martín Ruiz de Gamboa, como hombre tan reputado y que también lo entendía, llevase a su cargo la provincia de Tucapel y Arauco, y con sesenta soldados anduviese por toda ella asentando y castigando a los que hubiese culpable: le dió comisión bastante para todo lo que quisiese hacer, y trató con el general don Miguel que se encargase del campo y de todo lo tocante a la guerra, como lo había hecho hasta allí gobernando los oidores; no lo quiso aceptar excusándose con algunas razones. El gobernador Saravia quiso entonces llevar consigo al maestro de campo Lorenzo Bernal, que lo mandase todo como hombre que tenía plática de guerra y sabía la tierra y conocía las mañas y cautelas de los indios, finalmente experiencia civil y militar de lo que convenía. Entendido esto por algunos hidalgos mancebos que junto al gobernador andaban y estaban mal con el maestro de campo del tiempo que con él anduvieron en el campo del gobernador Rodrigo de Quiroga y eran amigos de don Miguel fueron allí, le importunaron que aceptase el cargo, pues era tan honroso, y por no ser del maestro de campo mandados; de esta manera persuadido, lo aceptó, y conforme a lo que el gobernador tenía de plática mandó al maestro de campo, que en aquel tiempo era corregidor en la Concepción, que con sesenta soldados se pusiese entre los dos ríos, Biobio y Niviqueten, y que el gobernador con lo principal del campo se pondría de la otra banda del río, tomándolo en medio, desharían aquellas ladroneras que los indios tenían, quitándoles el no poder pasar a ninguna parte de necesidad, viéndose tan apretados habían de servir o quedar destruidos. Esto trató en acuerdo de guerra, y lo puso por obra por la orden dicha, que fué buena si adelante no se desbaratara, porque en aquella sazón tenía encomendada la fuerza de Arauco al capitán Gaspar de la Barrera, natural de Sevilla, con treinta hombres de guerra, y la ciudad de Cañete estaba poblada y la tenía a su cargo el general Martín Ruiz de Gamboa, con sesenta hombres, los treinta de ellos para traerlos consigo y acudir adonde le pareciese. Algunos hombres que tenían plática de guerra le dijeron al gobernador Saravia que no debía de ir allá, sino estarse en aquella ciudad, y desde allí proveer lo que fuese necesario, pues tenía capitanes tan pláticos que tantos años la habían seguido, o quiso venir en ello, diciendo que si se quedaba en aquella ciudad se quedarían muchos soldados antiguos y capitanes que no querrían ser mandados por otros, y que por este respeto de meter más gente en el campo le convenía andar en él, no para más de representar su persona a todos, y que don Miguel hiciese lo que él entendiese que conviniese, pues todo se lo había encargado. Con esta orden salió de la Concepción, y llegando a los Llanos, que es ocho leguas de camino, le salió a ver un indio hermano de Loble, al cual trató bien y lo envió por mensajero a llamar a su hermano, dándole un anillo que pidió a un soldado que iba con él para que entendiese por aquel anillo que no recibiría mal alguno y podría venir seguro. Loble no se fió, porque había pocos días que había muerto por orden suya un soldado llamado Gavilán, que llevaba unas ovejas, y por este respeto estaba temeroso. De allí caminó al río de Biobio y lo pasó en unas balsas de madera, y porque tuvo nueva que la ciudad de Engol estaba desproveída de bastimentos, no quiso entrar en ella, y se fué al estero de Rancheuque, donde tenía su campo asentado. El capitán Diego de Barahona le estaba esperando; fué de todos recibido con mucho amor por las muestras que daba de humano y afable. El capitán Gaspar Verdugo se juntó en este asiento con el gobernador y sesenta soldados que trajo en su compañía de la ciudad de la Valdivia comarcana: puestos debajo del mando de don Miguel eran doscientos y veinte, todos soldados viejos y de mucha plática de guerra. Luego dió cargo del estandarte real a un caballero de Cáceres llamado don Alonso de Torres, y proveyó a don Gonzalo Mejía por sargento mayor, natural de Sevilla, y quiso así mismo hacer compañías y repartir en ellas la gente, que era la mejor orden de guerra a lo que decían hombres prudentes que en su campo andaban. Fuéle al camino el general y alférez general y sargento mayor, diciendo que no había necesidad para tan poca gente tantos capitanes, no entendiendo que para casos repentinos y aun pensados era muy acertado proveimiento; mas cuando las cosas van guiadas por pasión en todo se yerra.