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Crónicas
Historia de Todas las Cosas que han Acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575)
LXIV. De cómo el gobernador Saravia hizo consulta de guerra con los capitanes que llevaba, y la plática que propuso por dónde se acertarla mejor a hacer, y de lo que se proveyó

Puesto el gobernador en el estero de Rancheuque en el mes de diciembre del año de sesenta y ocho, mandó juntar en su tienda todos los capitanes que en su campo llevaba y algunos soldados, que aunque no eran capitanes ni lo habían sido, tenían mucha plática de guerra por haberla usado mucho tiempo. El gobernador les dijo que lo que le pareciese que convenía hacerse por el bien público lo advirtiesen de ello, como hombres que tenían plática de toda la tierra: que él había venido del Perú con voluntad de quitar una guerra tan enojosa y dañosa a todo el reino de tantos años atrás, y que la misma voluntad tenía al presente: que claramente le dijesen lo que cada uno entendía; que aunque dejó tratado con el general Martín Ruiz de Gamboa y con el maestro de campo Lorenzo Bernal otras cosas, si convenía mudar de parecer lo haría, porque en las cosas de la guerra no se ha de mirar a sustentar una cosa, sino a lo que más conviene. Después de haber tratado en ello, hubo varios pareceres, que unos decían por Puren era lo mejor a causa de estar aquella comarca cerca de la ciudad Imperial y por ser tierra de más tempranas simenteras que otra alguna y más fértil, y estar aquellos indios culpables mucho tiempo había, y que estando el campo puesto en aquel valle aseguraba la ciudad Imperial y el camino real desde Angol a ella, y que aquellos indios habían enviado a decir que querían dar la paz, perdonándoles la muerte de don Pedro, y como era cabeza Puren de lo demás a ello comarcano, sería parte, haciendo. aquellos indios amigos, que los otros viniesen con facilidad al servicio, y que comenzándose a enhilar se acababa breve la guerra porque cuando los ánimos están dudosos, pequeña ocasión basta para moverlos a la parte que quieren. Otros decían era mejor comenzar la guerra por donde estaban, conforme a la orden que el gobernador dejaba dada en la Concepción y que no era bien innovar cosa alguna. Después de haberlo tratado, viendo no se conformaban, se resumió en lo que tenía acordado y proveyó fuese su general con cincuenta soldados a caballo a ver y reconocer la comarca en donde estaba, si había bastimento para sustentar el campo, de trigo, cebada y otras legumbres. Pues yendo a ver y reconocer la disposición de la tierra, vino otro día y trajo lengua; había mucha comida en la campaña, de la cual bastantemente sería el campo proveído. Comenzó a enviar mensajeros por la provincia llamando de paz a los naturales, los cuales no daban oído a cosa alguna que sonase a paz, antes se convocaron por sus humos y tratos ordinarios de guerra, que por ellos se entienden para pelear juntos. Muchos caciques y hombres principales tratan entre ellos, juntos como estaban, qué orden tendrían para pelear con los cristianos, porque filos a buscar eran muchos y se ponían en sitios a su ventaja, por donde si iban en su demanda se perderían. Resumiéronse en hacer un fuerte dentro del cual se hallaban bien, porque aventuraban a perder poco diciendo si los cristianos quisiesen pelear con ellos, allí pelearían como otras veces lo habían hecho; y si no poco se perdía, pues entre tantos indios era poco el trabajo que podían tener, y que para buen efecto no pareciese indio ninguno por la tierra llana, que viendo los cristianos no parecían, sería posible venirlos a buscar. Luego se juntaron por sus mensajeros y escogieron un cerro alto a manera de una bola: en aquél comenzaron a hacer su trinchea y hacer algunas sepulturas, y porque hallaron que tenía piedras y no podían sacar la trinchea como querían, hincaban maderos y entre ellos ponían piedras grandes y otros maderos atravesados. Hecha su albarrada, estuvieron esperando lo que Saravia haría: el cual mandó que con los indios amigos que en su campo traía saliesen soldados por su orden y les cortasen las simenteras, arrancándoles el maíz, papas, frigoles, derribándoles los trigos y cebadas, que tenían muchas y muy buenas, dejando la tierra por donde andaban que parecía no haberse sembrado jamás. Era ésta la más brava guerra que se les podía hacer, y como las simenteras eran muchas para que á menos trabajo se pudiesen destruir, mandó al capitán Alonso Ortiz de Zúñiga fuese a echar cuatro soldados de la otra parte de la cordillera que cae en Arauco, con una carta suya al capitán Gaspar de la Barrera, que tenía a su cargo aquella plaza, que luego percibiese trescientos indios con sus armas, que para tal día enviaría por ellos, y que él saliese con la gente que le pareciese del fuerte hasta la primera dormida, que allí se toparía con el general que iría a recibillos, para que con más facilidad se destruyesen aquellos indios de guerra, gente tan malvada. Gaspar de la Barrera los apercibió y tuvo juntos para aquel día. En el entre tanto, el gobernador Saravia tomó para su consejo de guerra cuatro soldados los que su general le nombró, amigos suyos, diciendo que con ellos podía tratar en general todas las cosas que se ofreciesen tocantes a la guerra a causa que tenían plática y experiencia militar; aunque después sabido en el campo se murmuraba, diciendo no se tenía atención al bien general, más de sólo amistad privada, y mandaba de allí adelante se procediese en el cortar las simenteras, mudando de cada día el campo par hacerles mayor daño, compeliéndoles a venir de paz; y para ponerles más temor fué informado cerca de allí estaban en un monte juntos muchos muchachos y mujeres con algunos indios que los guardaban, envió al capitán Alonso Ortiz con ochenta soldados una noche. Llegó a la que amanecía donde estaban, y con los indios amigos que llevaba, como gente suelta, torró mucha chusma con algunos indios de su guarda y grande cantidad de ganado de toda suerte vuelto al campo, el gobernador los salió a recibir e hizo mucha honra de palabra, y lo trajo consigo. Otro día luego quiso ir a ver el fuerte que los indios habían hecho, cuando quisieron pelear con el gobernador Rodrigo de Quiroga, que no le fué poco dañoso, porque a lo que después se entendió, los indios se animaron en su obra viendo al gobernador que lo mandaba todo ir a ver aquel fuerte y que así había venido para entender de qué manera estaba, pareciéndoles era camino para llevarlo al que ellos hacían, que aún no le habían acabado. En esto se llegaba el tiempo, que con el capitán Gaspar de la Barrera estaba concertado, para traer los amigos de Arauco por orden del gobernador. Salió el general don Miguel con cien caballos, buenos soldados: llegado al lugar donde se habían de ver todos a un tiempo, durmieron aquella noche juntos. Otro día por la mañana se partieron don Miguel para el campo con trescientos amigos y Gaspar de la Barrera a la plaza de Arauco. Martín Ruiz de Gamboa, a quien el gobernador Saravia había encomendado la provincia de Arauco y Tucapel, vino allí a verse con él y pedirle gente para volver a la provincia y poder castigar a los principales que intentaban novedades y no se hallaba con gente para poderlo hacer: resultó que de los indios que trajo y plática que él tenía, se supo en el campo el fuerte que los indios hacían. El gobernador, informado de Levolican, por otro nombre don Pedro, indio belicoso, le dijo que era verdad los indios de guerra hacían un fuerte y en la parte que lo hacían, y el gran deseo que tenían de pelear con él. Luego se entendió por el campo la nueva por cierta y Saravia se inclinó a pelear con ellos en la parte que estuviesen.