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Crónicas
Historia de Todas las Cosas que han Acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575)
LXVI. De lo que hizo el gobernador Saravia después de la pérdida de Catiray

Otro día por la mañana Saravia mandó retirar el campo a la tierra llana de Angol; dejando a Martín Ruiz de Gamboa de retaguardia, llevó su general al avanguardia, y él se fué en batalla. Llegado al estero de Ranchenque aquella noche hizo dormida en él, y desde a dos horas, a la primera vela los indios de guerra pusieron fuego cerca del campo a una cabaña de yerba seca en una ladera: encendiéndose el fuego se extendió por el campo, comarcano.

Los indios amigos que el gobernador traía consigo y estaban alojados junto al estero, como vieron el fuego, tocaron arma: luego tocó la trompeta, y se puso en arma el campo. Los arcabuceros de a pie con el artillería; los de a caballo acudieron a la tienda del gobernador. Don Miguel los puso en orden de batalla, para pelear si los indios viniesen a ella, cargada la artillería; los amigos todos en escuadrones, esperando lo que sería. El gobernador mandó se fuese a reconocer: hallaron no haber indios, mas de haber puesto fuego [a] aquel campo: entendiendo esto, cada uno se fué a su tienda, y se doblaron las velas para seguridad.

Otro día por la mañana Saravia hizo consulta de lo que haría: fué tratado se diese aviso al maestro de campo, que andaba cerca de allí, de lo sucedido, y a la ciudad de Angol, y que su señoría apercibiese gente de la que allí había para que luego fuese a dar socorro a la ciudad de Cañete que estaba desproveída de gente, y si los indios iban sobre ella se perderían, y era grande inhumanidad dejarlo de hacer. Para quitarles aquella ocasión, y dar aviso al capitán Gaspar de la Barrera mirase por sí, de doscientos hombres que el gobernador Saravia tenía consigo, apercibió ciento y cuarenta. De éstos no quería ir ninguno, y decían algunos de ellos estar heridos, y otros que no querían ir a Tucapel, que así se llama la provincia a donde habían de ir, y estaba de allí diez leguas de camino y no más, sino que Saravia y los de su consejo de guerra, que lo habían perdido contra el parecer de todo el campo, lo fuesen ellos a remediar. Estaban tan desenvueltos con sus palabras, que ninguno quería ir: dábanse poco por amenazas y promesas que el gobernador les hacía, tan remisos estaban en su opinión. El gobernador no sabía qué se hacer ni qué orden tendría: vista la dureza de los soldados, determinó ir en persona aquella jornada. Algunos hombres principales le dijeron no quisiese aventurar su persona de aquella manera, que puesto que allá no sabía cómo le sucedería, mejor le era quedarse en Angol para el reparo de todo lo demás. Viéndolo así congojado, el capitán Alonso Ortiz Zúñiga, don Diego de Guzmán, Alonso de Córdova con otros capitanes que en su campo andaban, se ofrecieron de ir con cualquier capitán que enviarlos quisiese, y muchos otros que en amistad estaban con ellos prendados se ofrecieron a lo mismo: fué parte para que hubiese efecto el ir a socorrer la ciudad de Cañete. Hízose el apercibimiento, quitando a unos y poniendo a otros [hasta el] cumplimiento de ciento veinte hombres a caballo. De allí se fué el gobernador una legua adelante para descuidar a los indios, dándoles a entender se iba a Angol, que estaba de allí dos leguas, por quitarles la ocasión de no esperarlos en el camino, que era mucho de ello montaña por donde habían de ir. Aquella misma tarde casi al anochecer tocó la trompeta a partir. Fué la partida peor que el principio, porque algunos de los apercibidos, hombres bajos y de poca presunción, se escondieron, y otros se huyeron a Angol, y algunos a Santiago: tanto era el temor que tenían de ir a Tucapel; aquella hora hubo algunos soldados antiguos que dando causas para no ir aquella jornada, no le siendo admitidas, decían hacer dejación de todo lo que a su majestad habían servido y trabajado en Chile, para no pretender cosa alguna en el reino de allí adelante de merced que pidiesen, y así quedaron sin ir allá los que esto hicieron. Saravia, para más animarlos, envió con ellos a su hijo Ramiro Yáñez, mancebo de mucha virtud; el mando sobre todos llevaba el general Martín Ruiz, que por su buena inteligencia, solicitud y cuidado, poniéndose a todo trabajo, hubo efecto [a] animar a los amigos y enemigos para ir a hacer aquel socorro; y como tenía a su cargo aquella provincia por la comisión que había llevado cuando desde la Concepción le envió Saravia, érale dado proveer todo lo que le pareciese que convenía. El general don Miguel fué con él; por respeto de llevar más gente quiso tomar su compañía en aquel camino: fueron sus amigos y aficionados a él. A la hora que comenzó [a] anochecer hicieron camino por la montaña hasta el cuarto de la luna, que fatigados de sueño y perdido el camino pararon a la asomada del valle de Cayacupie, cuatro leguas de Cuñete. Por la mañana, después de haber castigado unos indios, que disimulados se habían juntado con ellos, y eran espías que los iban a contar y saber el número que eran y el camino que hacían, se partió y llegó a la ciudad, sin que en ella tuviesen nueva de su venida: tan descuidados estaban, que si luego fueran los indios sobre ella, gozaran de otra victoria mejor que la de Catira. El gobernador se fué a Engol y mandó recoger los arcabuces que había, y aderezarlos de lo que estaban faltos para la necesidad que de ellos se entendía había de haber, y porque le pareció que Cañete estaría en falta de bastímentos, envió a Pedro Guajardo, natural de Córdoba, a la ciudad de Valdivia los oficiales del rey, que luego cargasen un navío que estaba surto en el río de aquella ciudad con todo el bastimento que pudiesen y lo enviasen a Cañete; y para que si, lo que Dios no quisiese, tuviesen de él necesidad, se aprovechasen como mejor les pareciese. Quedando concertado entre el gobernador y don Miguel que para tal día señalado sería de vuelta y estaría en Ancud, y creyese, si para aquel tiempo no venía, era perdido. Llevó a Martín Raíz por principal cuidado socorrer el fuerte de Arauco y abrir aquel camino para tratarse unos con otros, demás de hacer más cuerpo de gente para sujetar y castigar la provincia.