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Crónicas
Historia de Todas las Cosas que han Acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575)
LXVII. De lo que hizo el general Martín Ruiz de gamboa después que llegó a Cañete, y de lo que le sucedió

Llegado a Cañete Martín Ruiz, fué recibido de la poca gente que en ella había, conforme a la necesidad quede su venida tenía para seguridad de sus vidas, mujeres e hijos. Después que hubo descansado algunos días, trató ir al fuerte de Arauco y juntarse con el capitán que allí estaba, para que abierto aquel camino se pudiesen tratar y socorrer unos a otros, pues no había más longitud de ocho leguas, temiéndose que los indios no pusiesen cerco [a], aquella fuerza, que sería posible por falta de bastimento perderse, a causa que no estaban de sazón los que en el campo había, y estos para haberlos de recoger, habían de ser a lanzadas con los que estaban a la defensa y podían perderse. Apercibió cien soldados a la ligera, sin cargas algunas más de sus armas, y algunos caballos que llevaban de respeto para si se ofreciese caso en que los hubiesen menester, hallarlos descansados. Tocando la trompeta a partir, pasaron el río que está junto a la ciudad, y cuando es baja mar puédese pasar a los estribos, y cuando la marea crece no puede vadearse a causa que hinche mucho por allí. Después de pasado hizo dormida [a] dos leguas. Los indios, por orden de Millalelmo y de otros muchos capitanes, después que desbarataron al general don Miguel en Catiray, despacharon mensajeros por toda la provincia, manifestando el buen suceso que habían tenido, y enviaron de presente muchas cabezas de cristianos para que creyesen eran así como les decían, rogándoles que todos tomasen las armas y no perdiesen tan buena oportunidad como al presente tenía para libertarse; y como todos en general son amigos de novedades, conociendo el tiempo serles favorable, de conformidad quisieron aprovecharse de él, y así se juntaron grande número de indios. Puestos en un lugar llamado Quiapo, tratan era cierto que por plática que tenían de atrás, [que] los cristianos que estaban en Cañete era imposible dejar de salir de allí para ir al fuerte de Arauco a tratarse con los que allí estaban, que les convenía guardar aquel paso, porque no se pudiesen juntar los unos con los otros, y que para el efecto estaba muy a propósito una quebrada grande y montuosa cerca de allí en medio del camino, que era el más derecho para ir a Arauco; y que para saber cuándo saldrían de la ciudad era bien enviar algunos indios pláticos que estuviesen entre el servicio de los cristianos y entendiesen lo que hacían, para dalles aviso de todo. Pues como Martín Ruiz salió de la ciudad, fueron luego avisados por sus espías, cuántos eran y en dónde dormían; aquella misma noche dieron aviso unos a otros, porque estaban repartidos a la guarda de tres caminos que había para que no se les pasase sin sentirlos. Los que estaban en las otras guarniciones las dejaron y acudieron a tomarles los espaldas, que era el camino por donde habían de volver por respeto de unas ciénagas que en él había. Martín Ruiz fué caminando sin ver indio alguno: los que llevaban el avanguardia llegaron a la quebrada donde estaban emboscados: cuando los vieron venir cerca, se metieron entre los árboles y matas, y otros que les tomó la voz en lo llano fuera del monte se meten entre unos lampazos: tendidas las armas en tierra se ponían las hojas en la cabeza por no ser descubiertos, y así hizo alto la vanguardia hasta que llegase los capitanes que atrás venían. Con su llegada sucedió juntamente llegar una gran tempestad de agua, y así puesto al campo, tratan qué orden tendrían para hacer su jornada. Estando en esto los indios, como los vieron parados y que no pasaban adelante, creyeron que los habían visto y por este respeto no caminaban de temor. Concebida esta imaginación, se salen por muchas partes dando grandísima grita y tocando muchas cornetas. El general Martín Ruiz quedó haciendo rostro a los indios, y trató con don Miguel volverse atrás con veinte hombres a dar orden, con el servicio que llevaban, se aderezasen ciertos pasos cenagosos que atrás quedaban, porque si la necesidad les compeliese a volver por aquel camino, pudiesen salir sin peligro a la tierra llana, y en el entre tanto procuraban como poder pasar adelante haciendo su camino peleando con los indios: echarlos de allí desocupando el paso que le tenían tomado como gente plática, dejando las flechas, no haciendo cuenta de ellas, habiendo visto por experiencia el poco efecto que hacían para dañar a los cristianos con ellas por respeto de ir tan armados: estaban todos proveídos de lanzas largas, con las cuales resistían a los caballos y alanceaban a los que en ellos iban. Con la determinación dicha los apretaron en tanta manera, por ser el lugar estrecho y no poder pelear en él a caballo, les hicieron volver las espaldas, y en su alcance fueron hasta pasar los pasos cenagosos que don Miguel había mandado aderezar. Los indios que guardaban los otros caminos, por presto que llegaron, ya habían salido a la tierra llana: por allí los fueron siguiendo, y aunque alguna vez Martín Ruiz revolvía con algunos soldados valientes que consigo llevaba y alanceaba algunos indios que iban desmandados siguiendo el alcance, no por eso dejaba los demás de seguirlos, como lo hicieron, dos leguas de camino, en el cual alcance les tomaron treinta caballos de los que llevaban de rienda, y les mataron algún servicio; así con esta pérdida llegaron al río una hora de noche, que por estar crecido no lo pudieron pasar. Esperando que bajase la marea, estuvieron en su ribera aquella noche faltos de toda cosa y quejosos de su mohindad, diciendo que en ventura de Saravia tenían todos aquellos casos de guerra mohinos y tan adversos. Por la mañana entraron en la ciudad tristes y desconsolados, perdida la esperanza de socorrer a los que estaban en el fuerte de Arauco.