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Crónicas
Historia de Todas las Cosas que han Acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575)
LXIX. De las cosas que acaecieron en la ciudad de Cañete después del suceso de Payllataro

Estando en la necesidad que hemos dicho la ciudad de Cañete, falta de todas cosas, llegó el navío que venía de Valdivia cargado de trigo y otros muchos bastimentos: fué recibido con general alegría, como hombres que tan necesitados estaban y en gran manera faltos de toda suerte de vituarlas, y también porque si a tanta necesidad llegaban, podían enviar a la Concepción las mujeres, niños, con las demás cosas que impedían, y que los soldados a la ligera se irían por tierra, pues eran ciento y cuarenta y estaban bien proveídos de caballos muchos y muy buenos, aunque después no les sucedió tan bien como al principio lo trataban. El general mandó sacar en tierra trigo y tocinos con que se sustentaban de ordinario. El trigo daban a los caballos por tenerles alentados y con fuerza para lo que se les ofreciese.

En este ínterin hubo discordia entre los generales, porque don Miguel quiso irse a ver con Saravia y dalle razón de cómo estaba aquella provincia. Tratándolo con Martín Ruiz, se desavinieron, porque decía no era cosa, estando la provincia tan de guerra, salir gente ninguna; porque de más de dar avilantez a los naturales, los podían matar en el camino, y que se había de entender estarían todos [los pasos] tomados y los indios a la defensa: que demás de esto él era allí justicia mayor en general con todos y se había de hacer lo que mandase, porque era lo que más convenía al bien general. Algunos capitanes y soldados que junto a don Miguel andaban, le ponían calor en que se fuese a ver con el gobernador, pues no se había de presumir que Martín Ruiz le había de tener tan oprimido; esto con intención de irse ellos con él. Llegaron estos tratos y palabras a tanto, que fué necesario entrar de por medio algunos soldados desapasionados y dar traza en el negocio, porque no viniesen en rompimiento. Acordóse que en un barco que había allí de dos que los oidores habían enviado [a] aquella ciudad con refresco desde la Concepción, cuando supieron la necesidad en que estaban: a estos barcos les dió un temporal de tramontana, como lo hace muchas veces por la costa de Chile, y fué ensoberbeciéndose de tal manera que se perdió el uno, y el otro, viéndose perdido, alijó lo que llevaba, y con esta diligencia escapó. En éste, de conformidad los dos generales, enviaron un hidalgo, llamado Pedro Lisperguer, natural de Bormes en Alemania, hombre plático y de buen entendimiento, por ser amigo de ambas las partes; que por ser extranjero era hombre sin sospecha, y de su persona, noble, criado desde niño en la casa del duque de Feria: por las razones dichas lo enviaron aquellos caballeros, que otros muchos había a quien poderlo encomendar. Pues llegado a la Concepción, que estaba de allí diez y seis leguas de camino, trató con los oidores, por estar Saravia en la ciudad de Angol y no poder ir allí por respeto de estar aquel camino cerrado de enemigos; díjoles la necesidad en que aquella ciudad estaba, que sus mercedes proveyesen lo que al servicio del rey les pareciese convenir más, porque los capitanes no se llevaban bien, y sería posible haber alguna pasión entre ellos. Los oidores les escribieron y encomendaron tuviesen conformidad en todo; pues tenían la cosa presente, mirasen lo que más convenía. Luego desde a poco, viendo no era cosa [de] ir gente alguna por tierra desde aquella ciudad [a] Angol, donde Saravia estaba, se concertaron que don Miguel saliese por la mar con veinte hombres, los que él quisiese, para informarle de lo presente y pasado, porque con brevedad enviase a mandar su voluntad. Concertados en la manera dicha, se embarcó don Miguel en una fragata que había llegado de la ciudad de Valdivia con bastimento. En ella navegó a la Concepción, y llegado, se partió desde a dos días a donde Saravia estaba, que se holgó con su venida, porque después que de él se partió nunca más tuvo nueva que cierta fuese hasta que llegó allí; e informado de su general en el peso que quedaba la guerra en aquella provincia, no pudiendo desde allí dalles ningún remedio, sino era con sólo el deseo, mandó apercibir ochenta soldados y vecinos a caballo para irse a la Concepción; que muchos días antes se hubiera ido, si tuviera gente para ir con seguridad, porque se creía [que] los indios le esperaban en el camino, como después se supo por cierto. Pasando el río Biobio por vado, que pocas veces se halla en él por ser río grande e de mucha creciente de aguas, se ahogó un caballero de Sevilla que servía de sargento mayor, llamado don Gonzalo Mejía, por socorrer una mujer de su servicio que se ahogaba. Desde allí mandó don Miguel ir veinte hombres con un capitán a tomar lengua entre los indios y saber el camino de la manera que estaba, y si se podía caminar con seguridad. Otro día salió a donde el gobernador iba caminando y trajo tres indios; preguntado a cada uno por sí, se afirmaron que Millalelmo con muchos indios de guerra le esperaba en el camino para pelear con él, y que había hecho un fuerte entre dos quebradas a la junta del camino que iba de Santiago y el camino que llevaba, para guardarlos ambos sin que se escapase a la Concepción. Con esta nueva estuvo indeterminable por dónde entraría que fuese a menos riesgo. Tratado con sus capitanes, acordaron de llegar más adentro; para informarse mejor púsose siete leguas a la entrada de los montes, en un asiento llamado Quines, y porque no se tomó allí razón de lo que pretendía pasó el río de Itata, camino de Reynoguelen, intento a muchas cosas. Pasado el río, tuvo acuerdo de lo que haría: algunos le decían se fuese el río de Maule, que estaba de allí veinte leguas, y por la mar se iría a la Concepción en una fragata, y que en lo que tocaba al campo se andaría por aquella tierra llana como le pareciese, y a tiempo convenible todos se entrarían una noche en la Concepción, pues no había más de siete leguas de camino. A Saravia le parecía era mucho perder de reputación, y por este respeto no se determinaba en cosa ninguna. Desde allí envió a Juan Álvarez de Luna por los caciques de Reynoguelen para informarse de ellos. Venidos otro día, le dijeron el camino estaba seguro, y que ellos no habían entendido que gente de guerra ninguna lo estuviese aguardando, aunque. después se supo que mintieron, porque como todos son unos, acuden más a su natural que a la amistad que tienen con cristianos. Saravia volvió desde allí a Quines, donde los indios, que con los de Reynoguelen venían y habían andado muchas veces aquellos caminos, le dijeron que ellos le llevarían por un camino mal usado a dar a la costa de la mar, sin que los enemigos lo entendiesen, y que desde allí entrarían al seguro en la Concepción. Informado bien, se rectificaron en que lo harían así como decían. Andaba en este tiempo Saravia muy degustoso y mohino viendo que los caminos se le cerraban y todo se le hacía mal, por donde se conocía el arrepentimiento que en su ánimo tenía por no haberse desde el principio guiado con prudencia de guerra y parecer de hombres. viejos antiguos; que la entendían. Pues como fué anochecido, dejando los fuegos encendidos, se partió para la Concepción con las guías que tenía, que le llevaron por buen camino hasta una legua de la ciudad, donde mandó poner en orden la gente que llevaba, y dio su estandarte a un caballero de Sevilla llamado don Diego de Guzmán, que en orden de guerra caminando se fué a la Concepción. Salióle a recibir el Audiencia y todos los demás vecinos y soldados como a gobernador del rey.