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Crónicas
Historia de Todas las Cosas que han Acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575)
LXXV. De lo que hizo el gobernador Saravia después que tuvo nueva del suceso de Purén

Llegado don Miguel [a] Angol, después de desbaratado y dejado en poder de los indios los bagajes que llevaba, con muchas preseas que traían, envió a dar aviso al gobernador Saravia del suceso y pérdida que había tenido al capitán Gaspar de la Barrera, que llegó con la nueva al río Itata, donde halló a Saravia, que iba caminando hacia Angol con cien soldados que consigo llevaba; diciéndole cómo habían sido desbaratados de los indios; y en donde quedó imaginativo pensando lo que haría, determinó a cabo de un rato ir con la gente que llevaba a Angol, donde halló a don Miguel, que le dió razón de su pérdida y juntamente con ella le dejó el cargo de general, diciéndole que su señoría proveyese en aquel cargo a quien fuese servido, porque no lo usaría más. El gobernador recibió este golpe de fortuna con buen ánimo, y rogó al maestro de campo Lorenzo Bernal que se encargase de la gente, pues no había ninguno que fuese supremo en el cargo sobre él, si no era él propio, como gobernador del rey. Lorenzo Bernal le dijo que por servir al rey haría lo que le mandaba, y desde luego comenzó a dar la orden que se había de tener con ella. Salieron de Angol camino de Puren. para dar a entender a los indios que volvían en su busca y pelear con ellos si quisiesen. Con esta deliberación llegó al asiento donde a don Miguel habían desbaratado, y de allí corrían la comarca toda cada día, sin que los indios bajasen a pelear con ellos. En las correrías que hacían tomaban algunos indios y preguntábanles la causa porque no venían a pelear; decían que no osaban, que eran muchos. Estuvo Saravia en aquel asiento de Puren muchos días, hasta que entrando las aguas y el invierno, con doscientos soldados que tenía consigo, viendo que no hacía ningún efecto su estada allí, los repartió en las guarniciones de Angol e Imperial y Concepción, y a otros dió licencia para irse a sus casas; y por dejarlo todo en buena orden, dió provisión de general a Lorenzo Bernal para en todas las cosas de guerra, y él se fué a invernar a la ciudad de Valdivia, echando fama que iba doliéndose de los trabajos que los vecinos de aquella ciudad tenían, y a dar algún orden como no fuesen tan vejados en las condenaciones que el licenciado Egas Venegas les hacía en la visita de los indios que por orden del rey hacía en aquella ciudad, queriendo tenerlos propicios y atraerlos a su voluntad, para hacer después con ellos lo que hizo. Pasando por la Imperial y Ciudad Rica, que están en el camino para ir a Valdivia, decía a los vecinos de ellas que para su quietud convenía tasarles los indios que cada uno tenía de repartimiento, y que estando tasados, se quitarían de visitas costosas, porque ya que las hubiese, no serían con tanto rigor; y que estando los indios tasados, podían llevar los aprovechamientos sin conciencia; y para que se diese orden en lo que convenía al bien de todos, cada ciudad enviase un procurador o los demás que quisiese a la Valdivia, donde había de estar el invierno, y que juntos los procuradores tratarían del bien común y general. Entró en Valdivia por el mes de mayo del año de setenta y uno, informándole los vecinos de aquella ciudad de su necesidad y pobreza que tenían con el ordinario apercibimiento para la guerra, y que con la visita que al presente tenían quedaban del todo gastados, le suplicaban diese orden como en las cobranzas de las condenaciones hubiese alguna espera, porque no tenían de qué poderlas pagar. A esto les daba buenas palabras y entretenía, hasta que llegaron los procuradores de las ciudades, y en el entre tanto trataba con el licenciado Egas algunas cosas acerca de las pensiones que los vecinos de aquella ciudad tenían; resultó que mientras andaban en estos conciertos juntos los procuradores en su casa, un día les dijo que el año de adelante no podía juntar campo para hacer la guerra, más de sólo sustentar las guarniciones que estaban en frontera, que les rogaba porque la hacienda del rey estaba gastada y sus cajas empeñadas, y los soldados en el desbarato de Puren habían perdido sus ropas y al presente no tenía posible para poderlos aderezar, ayudasen a su majestad con alguna parte del oro que de las minas sacaban, y que en recompensa de ello les reservaría sus personas y las de sus hijos y criados, y que si no lo querían hacer, los apercibiría como a él le pareciese para la guerra, y asistir en la parte que más necesidad hubiese. Anduvieron tratando de ello algunos días; unas veces se concertaban y otras se desconcertaba lo hecho, porque los que eran hombres prudentes y de negocios, entendían que lo que hacía Saravia no era por hacer bien a los vecinos de aquella ciudad, sino por su interés, pues era cierto que el año de adelante ni aun el otro no podía juntar campo para hacer la guerra, porque en las ciudades Imperial, Angol y Concepción, que estaban en frontera, había en ellas gente que bastaba para su sustento, y que de necesidad los había de dejar estar en sus casas, pues no podía hacer guerra con ellos; y que como hombre que tenía tino a lo de adelante, no sabiendo cómo sucederían los tiempos, quería juntar dineros a costa ajena, poniéndoles temores, porque un repartimiento de indios que vacó en la ciudad de Osorno en este tiempo lo vendió por dineros, y de ellos hizo cargo a un vecino que servía en aquella ciudad al rey en cargo de tesorero, no haciéndole cargo como oficial del rey por bienes que le pertenecían, sino para que acudiese con ellos a quien él mandase, conforme a una obligación que le hizo el que los compró.

Los soldados que con Saravia andaban pretendiendo en nombre del rey les pagase sus servicios, como vieron que vendió estos indios, que es la paga que los gobernadores en Indias dan a los conquistadores, quejábanse unos a otros diciendo que no había que esperar del doctor Saravia, pues veían que vendía el patrimonio real, sino irse del reino o apartarse de los trabajos, por la orden que tenía en su gobierno, que no se desvelaba sino en juntar dinero.

Volviendo a los procuradores, tantas cosas les dijo y tantos temores les puso, que vinieron a darle tres mil y tantos pesos cada un año las tres ciudades, y cierta cantidad de trigo para el sustento de la Concepción. De este concierto le hicieron obligaciones por dos años, quejándose los pobres vecinos que los hacía pecheros; para lo de adelante, todos los que viniesen al gobierno les habían de pedir lo mismo; mas compelidos de necesidad le dieron los que él pedía, y también porque les era en extremo aborrecible la guerra muy costosa para todos ellos por ser tan larga.