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Crónicas
Historia de Todas las Cosas que han Acaecido en el Reino de Chile y de los que lo han gobernado (1536-1575)
LXXVI. De lo que hizo el gobernador Saravia después que se concertó con los vecinos de Valdivia

Después de concertado Saravia con los vecinos de Valdivia que le darían seis mil pesos por dos años, en cada uno tres mil, y aquellas ciudades porque los reservase de la guerra, como atrás se dijo, para cumplir con ellos en lo de la visita y tasación de los indios que les había prometido, rogó al provincial de los franciscos, llamado fray Juan de Vega, y al vicario general de los dominicos, fray Lope de la Fuente, tomasen a su cargo, la visita general de aquellas cuatro ciudades, a causa que, habiendo visto la disposición de los repartimientos en la tasa, que era el tributo que habían de dar a sus encomenderos, se hiciese conforme a conciencia; y pues ellos habían de asistir a la tasación que se haría en la Audiencia, convenía viesen personalmente la calidad de las tierras que los indios tenían. Dada esta orden, les señaló dos vecinos que anduviesen juntamente con ellos, se embarcó en un navío de dos que había mandado cargar de trigo en aquel invierno que en Valdivia estuvo, obligando la caja del rey a la paga. Se hizo a la vela, llegó a la Concepción en dos días sesenta leguas de costa por el mes de septiembre del año le setenta y uno, donde estuvo el verano. Desde a poco llegó fray Antonio de San Miguel, obispo de la Imperial, y el licenciado Egas, que venían por tierra con muchos caballos y soldados que en su compañía venían todos juntos en la Concepción. Los indios no por eso dejaban de venir a hacer correrías, y de noche andaban en los indios que estaban de paz cerca de la ciudad; salían a quitarles el ganado y presas que de ordinario hacían todo el verano, no dejando de hacer salto en las partes que les parecía ser aprovechados. Saravia escribió a su hijo, que estaba en Santiago, viniese a juntarse con el general Lorenzo Bernal, en donde estuviese con la gente que pudiese traer sin dalles socorro alguno. Juntó entre sus amigos treinta soldados, con ellos vino a Angol; desde allí salían a hacer la guerra por aquella comarca, que más se podía decir destruir la tierra, porque las mujeres y muchachos que tomaban las vendían, y jugaban los soldados unos con otros, que parecía andaba el gobernador Saravia buscando cómo acabar de destruir aquellos pocos indios que en la tierra llana quedaban, pues era cierto que conquistado Arauco aquello luego daba la paz, y en el ínter no podían servir, porque los de guerra de noche venían sobre ellos y los mataban. Estuvo en la Concepción en su Audiencia hasta que llegó el mes de mayo, que se embarcó en un navío que de Valdivia había venido con trigo para el sustento de aquella ciudad, y vino a la de Santiago, donde tenía su mujer y casa.

Los oidores y fiscal que en la Audiencia residían murmuraban de las idas y venidas que hacía, no asistiendo en su cargo de presidente, pues las tomaba por su recreación, quedándose ellos en aquella ciudad faltos de todas cosas a todo lo que les sucediese, como en tierra tan de guerra, porque luego que salió de la Concepción desde a pocos días los indios comarcanos de paz se conjuraron con los de guerra para un día que querían beber y holgarse a su usanza, después de pascua de Espíritu Santo, por fiesta de la pascua, y que aquel día viniesen todos los que pudiesen y se emboscasen junto a la ciudad, y a la hora que les pareciese a propósito de hacer efecto les darían aviso, y todos juntos darían en el pueblo, que estaba descuidado de semejante acaecimiento, y sería posible desbaratarlos. Esta conjuración se vino a saber por intercesión de una mujer india que lo descubrió. Luego se hizo información, y halló por ella el capitán Altamirano culpables ciertos principales que haciendo confianza de ellos andaban entre los cristianos. Éstos que lo habían ordenado, fueron ahorcados, y con ellos otros algunos que entraban a la parte. Los oidores dieron aviso al gobernador Saravia, que envió treinta soldados en buenos caballos desde la ciudad de Santiago con su hijo Ramiro Yáñez, que se dió tanta prisa en caminar que llegó a tiempo de hacer mucho efecto para el sosiego del pueblo. Desde a pocos días volvió a Santiago, donde su padre estaba, a informarle del estado de aquella ciudad, para que fuese su persona o enviase más gente. El gobernador comenzó luego a dar orden cómo sacar de los vecinos de aquella ciudad otra pinsión como de los de las demás ciudades había sacado, y puesta plática que le diesen con qué socorrer a los soldados que en la guerra andaban, y a los que consigo llevaría, como los demás pueblos habían hecho, juntos en su casa lo trató en general; dijéronle que después de haberlo comunicado entre sí, le darían la respuesta. Anduvieron algunos días tratando en ello; al cabo se resumieron en que los dos alcaldes ordinarios, que eran Juan de Cuevas y Pedro Lisperguer, ambos vecinos de aquella ciudad, lo tratasen con Saravia, y que lo que ellos hiciesen, por aquello pasarían todos. Éstos le dijeron estaban pobres y adeudados con las ordinarias guerras, por la cual causa no le podían dar lo que pedía, si no fuese que les diesen libramiento para cobrarlo de la caja del rey rata por cantidad, como cupiese a cada uno, y que de esta manera lo buscarían, aunque fuese tomándolo a censo, mas que se entendiese se lo prestaban, y no en servicio que les hacían de gracia. De esta respuesta se degustó mucho, y trataba de llevarlos consigo a la sustentación de las ciudades pobladas y demás, y que presentasen los títulos que tenían de encomiendas de indios, porque quería saber cómo los poseían y con qué derecho. Los vecinos, viéndose apretados, como les ponía tantas cosas por delante, y que al fin ellos habían de pagar y lastar lo que él había perdido, haciendo cuenta consigo, les pareció que más habían de gastar si los llevaba a la guerra que lo que les pedía, y aflojando los alcaldes de lo que tenían a su cargo, conforme a la orden que les habían dado, y que como era letrado no les pusiese en confusión en algunos repartimientos que tenían, dando la voz al fiscal del rey, vinieron en que le darían dos mil pesos en oro y cincuenta caballos, y más quinientas fanegas de trigo para llevar a la Concepción. Con esta data los dejó en sus casas y mandó cobrar los dineros y caballos, y porque algunos vecinos no tenían el oro para se lo dar de presente, diciéndole se lo darían en ropa en las tiendas de mercaderes que allí había en las cosas que quisiese, pues era para dar a soldados, no lo quiso hacer, sino que se lo diesen en oro. Con este rigor se lo dieron en oro, el cual efecto no podían entender, pues había de dar a los soldados ropas con que se vistiesen y no oro que guardasen. Decían debía de tener tino a lo que de España vendría proveído, porque había escrito a los señores del Consejo de Indias y a su majestad le sacase de aquel cargo, que se hallaba viejo y el reino estaba de guerra; por el cual respeto toda la provincia estaba pobre y no cobraba [el] salario que su majestad le daba; andaba recogiendo dineros para su aprovechamiento, teniendo atención a lo que vendría proveído en la armada que esperaba de Castilla. Después de haber hecho lo que pretendía, se partió para la Concepción, llevando consigo menos gente de la que llevara si quisiera partir con soldados lo que los vecinos de Santiago le dieron.