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Crónicas
Tomo II
Capítulo CXXIV. Sorprenden los indios al Reverendo Obispo de La Concepcion - Fin del Gobierno del Caballero Alvarez de Acevedo.

Aquellas fueron las operaciones de don Ambrosio para el establecimiento de la independencia que se le había conferido, i lo obligó a suspenderlas un desagradable suceso. El ilustrísimo señor don Francisco de Borra José Maran, obispo de la Concepción de Chile, deseoso de consolar con su presencia a sus feligreses de las provincias de Chiloé i Valdivia, resolvió pasar a esta plaza, i en su puerto tomar embarcación para trasladarse a Chiloé. Su resolución tenia el inconveniente, de transitar por territorio de indios independientes; pero como don Ambrosio era garante de los tratados de paz que estipuló con ellos en el parlamento de Lonquilmo, i aseguraba su religioso cumplimiento en carta de 20 de febrero de 1784, dirigida a la capitanía general de aquel reino con la siguiente expresión, "i no me queda duda que lo acreditará su conducta esperimentándose par todos lados los efectos que se desean;" alejó de su ilustrísima los temores de sus antecesores, i llevó a efecto sus deseos. Propuso al gobernador su pensamiento, i este jefe que conoce el carácter de aquellos bárbaros, pasó Orden a don Ambrosio para que facilitase con los caciques se diese paso libre al reverendo obispo por sus tierras. Don Ambrosio les habló por sí por el comisario de naciones, i por los capitanes de amigos de las parcialidades del tránsito entre las plazas de Arauco i Valdivia, i accedieron fácilmente. Se orientó al gobernador de su allanamiento pero este jefe poco satisfecho de las promesas de los indios por mas que don Ambrosio quería persuadir a todos su buena fe, receloso de alguna desgracia, ofreció al reverendo obispo una compañía de dragones para seguridad de su persona. El ilustrísimo prelado, satisfecho de los seguros que negoció con don Ambrosio como forzosa consecuencia de los tratados de la paz de Lonquilmo, descansó sobre la seguridad que se preconizaba, i el 2 de noviembre de 1787 salió de la ciudad de la Concepción con toda su recámara i comitiva. Visito las parroquias de San Pedro, Colcura i Arauco, donde administró el sacramento de la confirmación a todas las personas que no lo habían recibido, siguió su peligrosa jornada sin contradicción hasta la casa de conversión de Tucapel, donde tuvo alguna noticia del mal suceso que le aguardaba. Avisado el teniente coronel don Tadeo Rivera, comandante de la plaza del Nacimiento por un indio de la parcialidad de Angol de que los de Repocura, i otras mas abandonadas hacia el sur juntaban gente para quitar la vida al reverendo obispo, le paso noticia de esta depravada intención al capitán don Alonso Luna, comandante de la de Arauco, para que orientase al ilustrísimo prelado de la desgracia que se le preparaba.

Don Pedro Nolasco del Río, comandante del cuerpo de dragones de Chile i de la plaza de los Anjeles, que por disposición de don Ambrosio tenia jurisdicción en las plazas de la divisoria, siguiendo el dictamen de su amigo don Ambrosio, graduó de ligereza la noticia de Rivera. El capitán Luna., compadre de Don Ambrosio, tercia degradarle, buscaba arbitrio para orientar al reverendo obispo de su peligro, sin declararse contra la buena fe de los indios, por no hacerse objeto del desagrado de su compadre, i los funestos efectos de esta adulación cayeron sobre el ilustrísimo prelado su comitiva. Arbitró Luna poner una carta al comandante de la artillería de Chile, don Juan Zapatero, que incorporado en la comitiva del reverencio obispo pasaba a visitar la de aquella plaza, i fríamente le comunicó la noticia que Rivera le dio de oficio. El coronel Zapatero la trasladó al reverendo obispo, i su ilustrísima con todos los qué le acompasaban, echando manos la aserción positiva que omitió Lupa, i al mismo tiempo confiados en las seguridades de la paz de don Ambrosio, la despreciaron, i fueron avanzando camino hasta que pasado el río Tirua e internados en las montañas de los pilares de Toquigua experimentaron haber sido verdadera.

El cacique Analican, de la parcialidad de Repocura, puesto a la testa de doscientos hombres sorprendió en los pinares de Toquigua (noviembre 28 de 1787) no mui distante del río Caiten. Se apoderó de los equipajes (135), de las caballerías, i de la multaría. Los criados i mozo de mulas lloraron ocultarse en aquellos bosques mientras que Analizan se entretenía en el pillaje, pero Felipe Tejada i Jacinto Quiroga, dragones veteranos que acompañaban al reverendo obispo i quisieron defenderse, perecieron a manos de la multitud. El ilustrísimo i su comitiva se hallaban a distancia de mas de trescientas toesas del alojamiento caminado hacia él cuando Analican se presentó a la vista, i tuvieron tiempo para volver las Herraduras, i salvar sus personas a que les dio lugar la, codicia de los insurgentes que cada uno se empezaba, en hacer presa porque el que no la hace vuelve a su casa con las manos vacías, i por eso descuidaron de las personas.

Antes de ponerse el sol llegó el reverendo obispo con los demás a los montes de Tirua, sobre la ribera meridional del río de este nombre. Allí acordaron volver a la plaza de Arauco, pero lo contradijo el cacique Pollma, que procediendo de mala fe supuso que en la embocadura al mar del río Lleulleu les aguardaba un escudaron de los insurgentes para quitarles la vida, i resolvieron seguir la marcha para Valdivia tomando la derecha de la ribera cielo mar, peligrosa pero corta. El 3 de diciembre se hallaban a distancia de cuatro leguas de la entrada de Caiten en el mar i entraron en mayores angustias. Tuvieron noticia (aunque falsa i maliciosamente dada) de que los insurjen es tenían cortada la retirada a la plaza de Arauco i al propio tiempo se les reunieron José Arraigada i Camilo Fernández, arrieros, i les avisaron de su mayor peligro en la continuación de aquella ruta. Porque el cacique Marinan con un trozo de quinientos indios, después de haber quitado la vida a su teniente de amigos Felipe Peña i haber maltratad al padre frai Francisco Fuertes, presidente de la casa de conversión de que hablan las actas del parlamento de Lonquilmo, cuya utilidad recomienda i pondera Don Ambrosio en el penúltimo capítulo de su citada de 20 de febrero de 84, destruyó aquella misión el 29 de noviembre, i su padre misionero huyó a la plaza de Valdivia. Esta noticia les hizo conocer la imposibilidad de pasar el río Caiten acordonado por Marinan; i perdida ya la esperanza de libertarse de aquellos bárbaros, el cacique Curimilla se profirió a restituirlos a la de Arauco. Pasó mensajes a los caciques Guentelemu, Guaiquipan, Marileubu i Catileubu para que franqueasen el camino por sus territorios i para que diesen escolta de gente armada para la seguridad del reverendo obispo. Sin dificultad accedieron a la mediación de Curimilla, porque la suerte ya habla decidido a favor, de la vida de su ilustrísima, sorteada en una lid que llaman juego de chueca (136) i lo condujeron a la expresada plaza, cae donde se trasladó a la ciudad de la Concepción que se hallaba en públicas rogaciones con el Santísimo Sacramento manifiesto por la preciosa vida de su prelado, i entró en ella el 9 de diciembre a los treinta i siete, días de su salida. Todo el pueblo bajó a la ribera del Biobio a recibir a su pastor que le habían llorado difunto. El devoto sexo manifestó con impetuoso llanto su doloroso sentimiento de verle regresar como si saliera de un naufragio, i los vecinos de alguna conveniencia le obsequiaron con las cosas necesarias para lo más esencial de su decencia.

Don Ambrosio tuvo noticia de la sorpresa en el partido de Cauquenes. Dejó la visita, i se acercó a la divisoria para evitar un rompimiento general, que pudo haber sido consecuencia, del sacrilegio hecho de Amalican. El 8 de diciembre estuvo en la plaza de los Anjeles, i por medio de los capitanes de amigos hizo que se le personase Neculhueque i Daquihueque, cacique de la parcialidad de Colhue. Negoció con ellos el rescate del pontifical, pectorales, anillos, plata labrada i vasos sagrados. Estos caciques bien gratificados recuperaron por prendas i bujerías de poco valor algunas alhajas i parte del pontifical, pero todo lo que era ropa lo ocultaron i usaron de las casullas para tapancas de sus arneses de montar.

Al mismo tiempo que trabajaba en la recuperación de las alhajas del reverendo obispo tenia ocupada la imaginación cavilando sobre el modo de salvar aquella grave fracción de los tratados del célebre parlamento de Lonquilmo, i le pusieron en iras cuidado los procedimientos de su ilustrísima sobre este asunto; porque resolvió dar cuenta a. la corte del mal suceso de su visita de Valdivia i Chiloé, aunque de un modo inocente, sencillo i verídico. Su misma verdad i sencillez no demandaba reserva i llegó a noticia de algunas personas de la ciudad de la Concepción. Los lisonjeros comentaron a su antojo el informe del reverendo obispo, i comenzaron a correr los chismes con demasiada libertad. Escribieron a don Ambrosio quo su ilustrísima descubría en él toda la tramoya que rolaba en el gobierno con aquellos indios. Las señoras, sus comadres, le orientaban en las conversaciones que corrían en los concursos i tertulias, i todo era un laberinto de enredos que no se entendían, i que fatigaban mas su carácter receloso. Sumergido en esta confusión de chismes no hallaba partido seguro que tomar para ponerse a cubierto del cargo que suponía hacerle el reverendo obispo, i de que su ilustrísima estuvo mui distante. Unas veces meditaba noticiar a la superioridad aquel suceso lisa i llanamente, pero recelaba que el reverendo obispo no observaría esta conducta, i le parecía que debía de quedar descubierto. En otras ocasiones pensaba cargar al reverendo obispo todo el peso de su mal suceso sobre lo que y a Babia sufrido de él, para componer su garantía del parlamento de Lonquilmo. Ya se persuadía de que el reverendo obispo no tocaba su conducta en lo más leve i ya creía que lo descubría de medio i en esta perplejidad, hija de su genio melancólico, por si fuese, o no fuese procuraba asegurarse, i dijeron sus émulos que informó contra, el reverendo obispo que yo no me lo persuado, queriendo al mismo tiempo hacer creer que no era capaz de tiznar la buena opinión i fama de su ilustrísima i así corrieron estos negocios, llevando por contado el peso de su indignación los amigos del reverendo obispo, principalmente el coronel don Juan Zapatero, i el teniente coronel de milicias Don José Miguel de Visberroeta, hasta que en febrero de 1788 recibió la noticia de haberse dignado el reí nombrarle gobernador i capitán general de aquel reino, I presidente de su Real Audiencia.

Con esta noticia dejó la recuperación de alhajas del reverendo obispo como que y a nada, tenia colocado en la suprema dignidad de aquel reino, i dirigió sus cuidados a su particular interés. El 12 de mayo de 88 dejó la plaza dé los Anjeles, i pasó a su estancia de las canteras con don Pedro Nolasco del Río, comandante del cuerpo de dragones veteranos de la frontera de Chile, a cuyo cuidado i administración puso todas sus vacadas i estancias. De allí se trasladó a la que tiene en Quinel, i puesta al cargo de Antonio Salazar; sargento del mismo cuerpo, con orden de entregar el dinero de sus producciones al espesado comandante Río, bajó a la, ciudad de la Concepción, donde dispuso de la chácara que tiene en Cosmito a distancia de cuatro millas de ella. I tomadas las convenientes disposiciones sobre sus demás intereses, salió el 24 de abril para el partido de Cauquenes a dar oportunas providencias en la administración de otra numerosa vacada i estancia que posee en Chanco, sobre la ribera del mar. Ice Cauquenes se trasladó a la capital de Chile, i en 2 de mayo del espesado año de 88 tomó posesión de su gobierno.

El caballero Acevedo continuó sirviendo el empleo de rejunte de aquella Audiencia, hasta que en 1789 tuvo noticia de su promoción al supremo consejo de Indias, por real despacho de 1.5 de octubre del año- anterior. Al propio tiempo por real orden de 11 de setiembre del mismo año se le ordena deje arreglado i establecido el laboreo del mineral de azogue de Pinitaqui, i a su consecuencia pasó a él. Reconoció el estado en que se hallaba, el que tenían los hornos, edificios, i utensilios para facilitar su explotación i laboreo. Arregló el número de empleados i trabajadores que se necesitaban. Practicó varias especulaciones i experimentos para instruirse de la copia, leí i rendición de los metales, i del modo con que se funden i benefician. Tornó cálculo de los costos que se impenden en semejantes operaciones, i se hizo instruir en la formalidad i economía con que se procedía en aquel negocio. Mandó levantar planos de las mineras, i mensuradas metodizó i esforzó su laboreo. Formalizó la cuenta i razón de los gastos, i nivelados con el valor de sus productos, se demostró que excedían éstos a aquéllos, subsistiendo la esperanza bien fundada de que aumentase los laboreos i los hornos destinatarios crecerían a proporción las utilidades hasta aquel punto que permitían la abundancia i leí de los metales, que probablemente esperaban su mejoría en mayor profundidad. Finalmente adelantó i mejoró el modo de fundir los metales i destilar el azogue con menos costos i riesgos i más utilidad; pero la envidia que no respeta aun lo más sagrado, hizo que después de su salida de aquel reino sé abandonase su laboreo. Concluida esta diligencia regresó a la ciudad de Santiago, i de allí a España para continuar en esta corte su mérito con la brillantez con que siempre se condujo en todos los empleos i comisiones que la real piedad ha querido conferirle,