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Crónicas
[Páginas Preliminares]
Don Melchor Jufré de Aguila y su libro

El Compendio historial del descubrimiento, conquista y guerra del reino de Chile por el capitán don Melchor Jufré del Águila, impreso en Lima en 1630, era hasta ahora una de las más peregrinas curiosidades de la literatura histórica sobre las cosas de América. La Bibliotheca Hispana de don Nicolás Antonio (Roma, 1672-1696), sapientísima bibliografía de cuanto habían escrito los hijos de España hasta fines del siglo XVII, no menciona entre ellos a Jufré del Águila ni a su libro, que indudablemente le fueron desconocidos. En 1727, el célebre erudito don Andrés González Barcia reimprimía en Madrid el Epítome de la biblioteca oriental y occidental de don Antonio de León Pinelo, completándolo con tan abundantes adiciones, que lo que había sido materia en la primera edición (Madrid, 1627), de un pequeño volumen de 208 páginas, pasó a formar tres gruesos tomos a dos columnas, con un total de cerca de mil páginas. Allí, en un apéndice del tomo II, se halla esta indicación: "Melchor Jufré, Historia de Chile, imp.4." El abate don Juan Ignacio Molina, en su Saggio sulla storia civile del Chili (Bolonia, 1787), en un catálogo de escritores sobre las cosas de nuestro país, anotó esta línea: "Águila (don Melchior Jofré), Historia de Chile, imp.4. "El abate don Felipe Gómez de Vidaurre, en el último libro de su Historia geográfica, natural y civil del reino de Chile, tratando de la aptitud de los hijos de este país para el cultivo de las ciencias, dice estas palabras: "Don Melchor Jofré del Águila, escribió otra historia de Chile, sobre cuyo asunto hay muchos manuscritos." Es evidente que ni Barcia, ni Molina, ni Vidaurre vieron jamás un ejemplar del libro que señalan con tanta vaguedad y con tanta inexactitud. Si Vidaurre hubiera visto siquiera la portada del libro de Jufré del Águila, donde éste se llama "natural de la villa de Madrid", no lo habría contado entre los escritores originarios de Chile.

La primera indicación exacta que acerca de ese libro se haya dado, se encuentra en las eruditas «notas y adiciones» que don Pascual de Gayangos y don Enrique de Vedia pusieron a su excelente traducción de la Historia de la literatura española de Ticknor (Madrid, 1851-1856). En las páginas 472-474 del tomo III, se dio una reseña sumaria, pero noticiosa, acerca de Jufré de Águila y de su libro. Aunque de ella aparecía que ésta no era una historia, como se creía, sino un "poema macarrónico" sobre los sucesos de la conquista de Chile y de las guerras subsiguientes contra los araucanos, seguido de otros dos discursos en malos versos sobre asuntos diferentes, esa noticia avivaba la curiosidad por conocer un libro que, escrito en nuestro país por un hombre que había servido largos años en esas campañas y en cargos civiles, podía contener algunos datos útiles para el historiador.

Sin embargo, parecía imposible procurarse un libro que no se hallaba en el comercio, ni tampoco en alguna biblioteca pública. D. Pascual de Gayangos, autor de la nota bibliográfica publicada en la traducción de Ticknor, había tenido a la vista un ejemplar del libro de Jufré del Águila, que era de su propiedad; pero ese ejemplar, el único tal vez que existe, había pasado a manos de un rico negociante de los Estados Unidos, que sin reparar en costos, reunía una preciosa colección de libros rarísimos. Mr. John Carter Brown, éste era su nombre, hijo del magnífico fundador de la universidad de Brown (Providence, Rhode-Island), y él mismo generoso protector de la biblioteca de esa universidad, guardaba aquel libro en su biblioteca particular, una de las más ricas del mundo en materia de curiosidades sobre las cosas de América, particularmente en ediciones originales de las primeras relaciones de viajes, descubrimientos y conquistas, y en las primitivas producciones de la imprenta en el nuevo mundo [1].

La Universidad de Chile, en la imposibilidad absoluta de procurarse un ejemplar de ese rarísimo libro para su biblioteca o para la Biblioteca Nacional de Santiago, resolvió hacer sacar una copia manuscrita, y confió este encargo a la legación de Chile en Estados Unidos. El libro de Jufré de Águila fue generosamente facilitado por su propietario: el trabajo se ejecutó con todo esmero bajo la inspección del señor don Domingo Gana, nuestro representante en Washington; y la Universidad, en posesión de la copia solicitada, resolvió publicarla para salvar del olvido una obra que, si bien de escaso mérito literario, fue escrita en nuestro propio suelo, y tiene algún valor para nuestra historia.

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Las noticias de carácter personal que se hallan esparcidas en el libro de Jufré del Águila, y los documentos de la época, suministran materiales suficientes para trazar una biografía bastante completa de este escritor. En estas páginas vamos a dar sólo una reseña general, para que preceda a la reimpresión del Compendio historial del descubrimiento, conquista y guerra del reino de Chile.

Don Melchor Jufré del Águila nació en Madrid en setiembre de 1568. Era su padre Cristóbal del Águila, caballero del hábito de Santiago, y tesorero de la orden, y su madre doña Juana Jufré, vástago de una familia noble y de cierta fortuna, que poseía un pequeño mayorazgo en la provincia de Ávila. Conforme a una práctica corriente en esos tiempos, don Melchor tomó por primer apellido el de su madre, como de más lustre, y se firmó Jufré del Águila [2] Parece indudable que en su juventud adquirió los conocimientos literarios que podían dar las escuelas españolas de esa época.

A la edad de veinte años sentó plaza en el ejército, y fue puesto bajo las órdenes de don García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, que acababa de ser nombrado virrey del Perú. Con éste partió de Cádiz el 15 de marzo de 1589; pero aunque estaba destinado a la guarnición de Lima, su residencia en esta ciudad fue sólo de unos pocos días. Si bien con don García había salido de España un refuerzo de 700 hombres para socorrer el reino de Chile, el virrey los había hecho regresar a la metrópoli desde Nombre de Dios (en la costa de Tierra Firme) para resguardo de la armada que conducía ese año los tesoros de Indias. En reemplazo de ellos, organizó don García en Panamá y en el Perú una columna de doscientos reclutas, que hizo partir del Callao el 25 de diciembre de 1589. Jufré del Águila, enrolado en esa tropa, llegaba a Concepción el 26 de enero del año siguiente.

La situación del reino de Chile era entonces sumamente aflictiva. La guerra contra los araucanos había tomado vastas proporciones, y amenazaba la ruina completa de todos los establecimientos que los españoles habían fundado en el sur del territorio. El gobernador don Alonso de Sotomayor, privado del refuerzo de 700 buenos soldados españoles que había pedido con tanta instancia, no podía tener la misma confianza en una columna de 200 hombres colectados por la fuerza en las colonias de América, donde se contaban con espanto los horrores y sufrimientos de la guerra de Chile. Sin embargo, en la primavera de 1590 reabrió la campaña, obtuvo algunas ventajas sobre los indios, y fundó el fuerte de San Ildefonso de Arauco; pero estos pequeños triunfos no bastaban para dominar a aquellos bárbaros, ni para afianzar en esa región el dominio español.

Jufré del Águila sirvió en esas campañas durante seis años consecutivos bajo el mando de don Alonso de Sotomayor, y de don Martín Óñez de Loyola. Se señaló en varios combates, y alcanzó el rango de capitán, pero recibió algunas heridas y sufrió la fractura de una pierna. Por estas causas, se retiró a Santiago, dispuesto tal vez a establecerse aquí, donde esperaba hallar el premio de sus servicios, y la concesión de una estancia de tierras y un regular repartimiento de indios. Sin embargo, más tarde, bajo el gobierno de Alonso García Ramón volvió a salir a campaña contra los indios del sur, y sirvió en ella hasta que se trató de poner en planta el sistema llamado de guerra defensiva.

Entre tanto, Jufré del Águila se había conquistado una ventajosa posición social en la colonia. A poco de haber llegado a Chile, contrajo matrimonio con doña Beatriz Galindo de Guzmán y Jufré, nieta del general Juan Jufré, uno de los más distinguidos capitanes de la conquista. Muerta ésta a los dos años de casada, don Melchor, después de doce de viudez, contrajo segundas nupcias en Concepción, en 1608, con doña Mariana de Vega Sarmiento, señora principal y poseedora de bienes de fortuna. Estos enlaces, el prestigio aristocrático de su nombre, el que le daban sus servicios militares, y probablemente su cultura intelectual, muy superior, sin duda, a la del mayor número de los hombres entre quienes vivía, le granjearon la amistad y la consideración de los personajes más encumbrados de la colonia, gobernadores, oidores, obispos y prelados de las órdenes religiosas, y le abrieron el camino de los puestos honoríficos de la administración. Jufré del Águila fue dos veces alcalde ordinario de Santiago, en 1612 y en 1618; y en el desempeño de este cargo se señaló por varios servicios, entre los cuales se cuenta el haber puesto la ciudad y su distrito en estado de defensa contra un plan de agresión que se atribuía a los indios, ensoberbecidos por sus triunfos en toda la región austral del territorio.

Como todos los militares que habían asistido a la lucha contra los araucanos, y como casi todos los funcionarios civiles de esa época, don Melchor Jufré del Águila, se pronunció franca y resueltamente contra la llamada guerra defensiva. No tenemos para qué exponer aquí aquel utópico proyecto del padre Luis de Valdivia, que se proponía reducir a los indios por medio de misiones; pero sí conviene recordar que los resultados de ese ensayo, el desconcierto general que produjo en la administración de la colonia, y los daños causados por las constantes agresiones de esos bárbaros, a quienes se presentaba como pacificados, vinieron a demostrar antes de mucho tiempo que Jufré del Águila y los que pensaban como él, estaban en la razón cuando dirigían al rey sus repetidos memoriales para anunciarle los males que de la ejecución de ese proyecto se iban a originar. Podrá suponerse con qué satisfacción asistiría a las grandes fiestas públicas que se hicieron en Santiago el 25 de enero de 1626 para celebrar la publicación de una cédula del rey que ponía término a la llamada guerra defensiva. Jufré del Águila que la había condenado de palabra y por escrito, se manifestó siempre, sin embargo, muy diferente a los padres jesuitas en otras materias.

Vivía entonces en Santiago gozando de todas las ventajas y consideraciones de vecino principal y de encomendero acaudalado. Además de la casa que habitaba en la ciudad, en las mejores condiciones de bienestar que en ésta se conocían, Jufré del Águila poseía una estancia en la Angostura de Paine, varios lotes de terreno en el distrito de Colchagua, diez y seis esclavos para su servicio, un número considerable de indios de encomienda, y ganados de todas especies. Tenía también una capilla en el convento de Santo Domingo para sepultura de su familia, y era contado por patrono de algunas cofradías religiosas, todo lo cual dejaba ver su ventajosa posición en la sociedad colonial. Su testamento, extendido el 8 de diciembre de 1631, es un testimonio de lo que dejamos dicho, y constituye un documento de cierto valor para la historia social y económica de la colonia. Del testimonio de apertura de sus disposiciones testamentarias, aparece que Jufré del Águila falleció en Santiago en enero de 1637, a la edad de sesenta y nueve años.

Retirado del servicio militar activo, dedicado a las atenciones administrativas y al cuidado de sus intereses particulares, don Melchor Jufré del Águila halló tiempo en Santiago para consagrarse a la lectura de los pocos libros que podían llegar a sus manos, y para empeñarse en trabajos literarios. En 1614, representando al rey en un memorial los inconvenientes de la guerra defensiva, recordaba que los acontecimientos ocurridos en Chile, los servicios prestados aquí al rey por meritorios vasallos, y los sacrificios que éstos se habían impuesto sin recibir la correspondiente remuneración, "estaban oscurecidos, con perpetuo olvido, a causa, decía, de no haberse mandado hacer historia a quien la escriba aquí, que en España tendrá mil defectos por la distancia grande, aunque el cronista sea más cuidadoso y diligente que los pasados, pues al fin tendrá muchos imposibles; y los que algo ahora aquí y antes han escrito (Ercilla, Oña, Álvarez de Toledo) es todo en verso, el que es poco capaz de historia, pues uno de ellos (seguramente Oña) hizo un gran libro de lo que en historia en dos o tres capítulos se pudiera decir mejor y con más verdad. Para remedio de lo cual, agregaba, suplico a V.M., como uno de ellos (los leales españoles cuyos servicios estaban olvidados), en nombre de todos, se sirva dignarse de mandarse informar de quien en este reino tenga suficiencia para hacer esta historia, y mandarle nombrar por su cronista de él, que aunque sea con poco salario (que se podría pagar del situado sin que falte por eso) se tendrá por merced muy grande; que de mí digo que si me cupiese tan dichosa suerte, y V.M. me lo mandare, me tendría por bien premiado de mis servicios, de que hasta ahora no lo estoy, y pienso podría tanto el deseo de acertar a cumplir con tan gran obligación, que bastaría a suplir cualquiera insuficiencia, demás que por haber trabajado mucho en este pensamiento, tengo algunas disposiciones que facilitarían la empresa para que con toda brevedad se empezase a ver el efecto, y entiendo que dentro de un año podría sacar el primer cuerpo de dos iguales en que hasta hoy se había de dividir toda la historia, que no dudo sería de gran servicio de Dios y de V.M."

La proposición de Jufré del Águila no fue atendida en el consejo del rey. Se creía, sin duda, que existiendo desde un siglo atrás el cargo de cronista general de Indias, no era conveniente ni necesario crear cronistas especiales para cada una de las colonias. Por otra parte, entonces mismo (en 1615), se publicaba en Madrid la segunda mitad de la célebre Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y tierra firme del mar océano por el cronista Antonio de Herrera, obra monumental por el ordenado caudal de sus noticias sobre la conquista de todos estos países, que entonces debió creerse con algún fundamento, una historia inmejorable y definitiva. Debió pensarse en la corte que no sería posible dar más noticias acerca de la conquista de Chile que las que contiene ese libro.

Privado así del apetecido nombramiento de cronista oficial del reino de Chile, Jufré del Águila no desistió, sin embargo, de su intento de escribir la historia de este país; pero contra lo que decía en su recordada representación sobre los inconvenientes de los poemas históricos, adoptó la forma métrica para la composición de su obra. Lleva ésta por título, como ya dijimos, Compendio historial del descubrimiento, conquista y guerra del reino de Chile. Escrito en pobrísimos versos, que no admiten comparación ni aún con los pasajes menos cuidados de los otros poetas que escribieron poemas sobre los sucesos de Chile, el de Jufré del Águila está dividido en siete capítulos, en que recorre en forma sumaria, los acontecimientos ocurridos en este país desde la expedición de don Diego de Almagro hasta 1628. Supone para ello un diálogo que tienen en Madrid dos militares españoles que sin recibir el premio a que se creen merecedores, han combatido largo tiempo por el rey, el uno en Flandes y el otro en Chile, y éste último, llamado Provecto, cuenta cuanto sabe o cuanto recuerda sobre la historia de este país, tan desconocido en España. Los hechos están referidos en orden cronológico, muchas veces son fechas de años y hasta de meses y días, pero sin encadenamiento claro, con notables vacíos y con muy deficiente preparación. Para los primeros tiempos de la conquista, el autor parece no haber tenido otra fuente de información que el poema de Ercilla que de ordinario abrevia en sus rasgos generales, y que en ocasiones intenta rectificar; y para los acontecimientos posteriores aprovecha principalmente las noticias tradicionales o sus propios recuerdos. En ese resumen de escaso valor histórico, en que hay tantas deficiencias, no faltan errores que es fácil descubrir y demostrar; pero hay también incidentes que el historiador puede aprovechar, confirmando con ellos la luz que aparece en otros documentos. De todas maneras, la lectura fatigosa de esas páginas de versos laboriosamente medidos, aunque faltos de armonía y de regularidad métrica, y desprovistos de todo colorido poético, apenas está compensada con el poco fruto que de ella puede sacarse.

El libro de Jufré del Águila, publicado con las aprobaciones que era entonces necesario obtener, y con versos en elogio del autor, está además precedido de un prólogo, de la dedicatoria al conde Chinchón, virrey del Perú, y de una carta escrita al autor por el doctor don Luis Merlo de la Fuente, viejo magistrado español que había servido en Chile como oidor de la audiencia de Santiago, y unos cuantos meses, en 1610, como gobernador interino del reino. Esa carta, fechada en Lima el 1º de Mayo de 1630, cuando Merlo de la Fuente contaba setenta y dos años, es una relación histórica de los sucesos de su gobierno, escrita al correr de la pluma y sin pretensiones literarias, según sus recuerdos personales, e inspirada por el deseo de justificar su conducta, y de demostrar que su administración era la más feliz que hubiera tenido Chile desde muchos años atrás. Sin ser precisamente una relación de una grande importancia, esa carta puede ser útil al historiador, por cuanto confirma, y en algunos detalles amplía, las noticias consignadas en otros documentos de la época.

El poema de Jufré del Águila (si este nombre puede darse a aquella modesta crónica en pobres versos), viene seguido de dos discursos métricos sobre asuntos extraños a la historia de Chile. El primero de ellos, titulado Avisos prudenciales en materia de gobierno y guerra, es igualmente un diálogo entre aquellos dos militares, en que recuerdan axiomas sacados de escritores antiguos y modernos sobre esos asuntos. Jufré del Águila, como muchos hombres de su tiempo, debía considerar el colmo de la erudición el poder repetir por escrito o en la conversación, axiomas de esa clase, apropiados al asunto de que se tratara. Por más que esta parte de ese libro carezca de verdadera importancia, es sin embargo la que tiene mayor mérito literario. Algunos de esos axiomas están vertidos en versos, no precisamente elegantes, pero sí claros, que encierran concretamente el pensamiento.

Por fin, la última parte, también escrita en forma de diálogo entre los mismos interlocutores, trata de la Astrología judiciaria; y es la de manos valor de las tres. "Ha habido alguna voz en este reino y fuera de él, dice Jufré del Águila en el prólogo, de que soy de los que dan demasiada creencia a los pronósticos de la astrología, y por eso hice este tratado, en que se ve muy claro que no soy de esta secta envanecida, si bien tengo por cordura muy grande el no desestimar los avisos que a veces por impensados medios nos envía la divina providencia." En este discurso, en que el autor ha querido demostrar sus conocimientos filosóficos y astronómicos, se encuentran algunas referencias a sucesos históricos, y se cuenta con abundancia de detalles la sorpresa de Curalaba, que costó la vida al gobernador de Chile don Martín Óñez de Loyola.

Todo hace creer que el Compendio historial de Jufré del Águila no tuvo en su tiempo una gran circulación. Su escaso mérito literario explicaría en cierto modo el olvido en que cayó desde su origen, a punto de no hallarlo recordado en otros escritos de la época o inmediatamente posteriores, si no viéramos que otros escritos de menos valor todavía, están frecuentemente citados o mencionados por los cronistas. Esta circunstancia, así como la desaparición casi absoluta del Compendio historial, a punto de no conocerse más que un sólo ejemplar, hallado en Madrid, sin duda uno de los que se enviaron de Lima para el consejo de Indias, y él no haberse encontrado uno sólo en estas colonias del rey de España, confirman la creencia de que hubo interés en hacerlo desaparecer. Sólo las opiniones emitidas por Jufré del Águila contra el sistema de guerra defensiva implantado por los jesuitas, explicarían este hecho.

En el libro que ahora se reimprime y en el testamento de Jufré del Águila, se ve que éste había compuesto otro que destinaba igualmente a la publicidad. "Esa obra no ha llegado hasta nosotros; y su pérdida no es muy de sentir, vista la calidad y quilates de la que acabamos de examinar", decía don Pascual de Gayangos al terminar la reseña crítica que dio acerca del Compendio historial. Si éste último se reimprime ahora, débese, no a su valor literario, sino a que contiene algunas noticias utilizables para la historia de Chile.

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[1]

La preciosa biblioteca particular de Mr. John Carter Brown, está generosamente abierta a todos los hombres de estudio. El célebre bibliógrafo norte americano Mr. Henry Harrisse la utilizó ampliamente cuando preparaba su Bibliotheca Americana vetustissima (New York, 1866), y hace especial recomendación de sus riquezas. Aquella colección, calificada por los bibliógrafos de «espléndida y sin rival en su género», es conocida por un interesante y esmerado catálogo, utilísimo para la historia americana, que lleva el siguiente título: Bibliotheca Americana. A catalogue of books relating to North and South America in the library of John Carter Brown of Providence R.I. With notes by John Russell Bartlett, Providence, 1866.

[2]

Los Jufré o Jofré de la villa de Arévalo (provincia de Ávila), se decían descendientes de Godofredo de Bouillon, primer rey cristiano de Jerusalén, y pretendían que la corrupción del nombre de éste, había dado origen al apellido que ellos llevaban.