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Crónicas
Compendio Historial
Capítulo I

En que se pone una breve prefación deste discurso y la entrada en Chile de don Diego de Almagro hasta su vuelta al Cuzco.

 

                GUSTOQUIO 

   Extremado calor es el que hace;
Alguna diversión fuera ahora buena
De las curiosidades que otras veces
Soléis tratar por entrenimiento.

                 PROVECTO 

   Ved vos lo que queréis de que se trate,
Que en tiempo estoy de no negaros nada.

                 GUSTOQUIO

   ¿Queréis saber lo que he deseado mucho,
Y he querido pediros muchas veces?
Que me contéis de aquella indiana tierra,
En que habéis militado tantos años,
Algo de su principio y poblaciones,
Y de la guerra que durable tanto
Ha sido en ella, como muy reñida;
Y del estado que al presente tiene.

                 PROVECTO    

   Haré lo que mandáis de buena gana
Con la condición mesma que otras veces,
Y es que si largo fuere, aviséis luego,
Que al fin esa es historia y no se puede
Tanto ceñir que largo rato excuse;
Mas aseguroos mucho que es notable,
Y aunque tan compendiada y resumida,
Dar podrá más noticia que no ciencia;
Con todo, quedaréis práctico algo
De lo que tantos serlo han deseado;
Y por falta de historia, han sido pocos
Los que saber de cierto lo han podido;
Menos los coronistas ni escritores
(Digo los de estas partes) que en las Indias
Todas, hay muchos hombres que cansados
Y envejecidos en aquella guerra,
Cuentan della discursos diferentes,
Mas sin saber ninguno el cuento todo.

                 GUSTAQUIO 

   Si no os cansáis de aquí a las cinco y media,
El tiempo y el aplauso es vuestro todo.

                 PROVECTO  

   Pues ajustaré en ese este discurso,
De suerte que al estado en que se hallaba
De veinte y nueve el año aquella tierra
Desde su población, llegar procure
Presuponiendo que el contar historia
De casi noventa años no es posible
En tres horas y media, ni una parte
Della pequeña, siendo de provincias
En que continua guerra ha sustentado
Una nación tan bárbara y desnuda
Contra la nuestra, con valor tan grande
En que han pasado memorables cosas
(Tanto como dignísimas de pluma
Más sutil que la mía, y mejor juicio)
Y así no esperéis más de un mal distinto
Bosquejo, que en rasguño algo os figure
De lo que aquello es, no bien del todo,
Para daros de historia; más deseo
Que fuera provechosa y de gran gusto
Por un mediano ingenio concertada.
Y la comparación correrá entera
Que, como de bosquejo del dibujo,
Tal vez sale del bulto figurada
Una parte del todo, y otra falta.
Así donde ocurriere la memoria
Con mayor distinción diré algo extenso,
Y en otras muchas donde me faltaré
(Que esto será en las más) a paso largo
Arrancaré por cosas no esenciales.
También advierto que de muchas otras
Llegadas a tratar, haré una suma
Hasta el presente estado, por dejarlas
Conclusas de una vez, y más ceñirme;
Y así abiertas las zanjas a esta obra
La doy principio, y pasa desta suerte.

   Habiendo del Pirú ya conquistado
Hasta el Cuzco, que dél fue siempre corte,
Los dos famosos, íntimos amigos,
Capitanes Almagro con Pizarro,
Siendo cerca del año de cuarenta
Sobre mil y quinientos ya contados,
Aquel gobierno destas dos cabezas
(Cual siempre al que las tiene le acontece)
Discordó como ya lo habréis leído;
Que como el sabio Salomón nos dice:
          Siempre entre los grandes hay
          Contiendas y disensiones; 
          No, si son cuerdos varones.
Y el Filósofo dijo doctamente:
           Pretensiones ambiciosas
           Y grandes riquezas son
           De discordias ocasión.
Y para componer sus diferencias,
O mientras que declara el Quinto Carlos
Cual de los dos el superior sería,
Se acordaron por modo de convenio,
Don Francisco Pizarro se quedase
En el Cuzco acabando la conquista;
Y don Diego de Almagro se partiese,
Con los que más su devoción seguían,
A descubrir la tierra de adelante,
Hasta donde pudiese más correrla,
Siguiendo de la costa el rumbo largo
Que a Chile se encamina, donde estaban
En aquel tiempo capitanes ingas,[1]
Que lo más de aquel reino ya tenían
A el Inga tributarios, y le enviaban
Gran suma de oro dél los años todos;
Y había poco que al Cuzco habían llegado
Los de aquel año con tan buena fruta,
Que acrecentó con ansias el deseo
De ver la tierra a los que la probaron,
Que dijo bien Cleóbulo de Lindo
:[2]
          La piedra es toque del oro
          Que le da quilate y nombre,
          Mas el oro lo es del hombre.
Y teniendo por cierto que tal tierra
Daría capacidad a dos gobiernos
Tan grandes que pudiesen contentarse
Con cada uno dellos los pretensos,
(Como si la ambición tuviera punto)
Partió pues con trescientos compañeros,
O pocos menos, de a caballo todos,
La vuelta de Atacama, con intento
De reconocer sólo, caminando
Lo más de aquel verano, y enterarse
De lo que era aquel reino de donde iba
Tanto oro y tantas muestras de riqueza.
Y aquí es forzoso dibujar en suma
Algunas de sus muchas partes buenas.

     Ya os dije[3] que el Pirú todo atraviesa
Una gran cordillera hasta el Estrecho,
Que dejando en su falda, hasta la costa
Del mar del sur que mira al Occidente,
Fértiles valles que con caudalosos
Ríos que salen della en el estío,
Derretida la nieve que la cubre,
Son lo mejor de aquel famoso Imperio.
Todo pues lo que core hasta Atacama
So la tórrida zona contenido
Es tierra del Pirú, y sus propiedades
De temples y temperos, se semejan.
Cerca del mesmo trópico llamado
De Capricornio, un despoblado tiene
De noventa o cien leguas, muy estéril,
Hasta llegar a un valle que se llama
Copiapó, que es principio ya de Chile;
Desde el cual por trescientas leguas corre
Esta falda de la alta cordillera,
Norte sur al Estrecho caminando,
De una tierra templada a el mesmo modo
Que España, con sus mesmas diferencias
Que España, con sus mesmas diferencias
De crecimientos de la noche y día,
Y de invierno y verano, y aires buenos.
Más ensancha sus valles más espacio
Que en el Pirú, y tan fértiles y alegres,
Con un cielo apacible, y propiedades
Tantas buenas, que hubiera que contaros
En esto mucho si lugar hubiera.
     Pasó este despoblado pues Almagro
No sin trabajo mucho, con los guías
Que de los mensajeros de los ingas
Que habían llevado el oro haber pudieron,
Y con cuidado grande conservaron
Por saber mucho ya de aquella lengua
Que en Chile es general (aunque difieren
En algo unas provincias de las otras).
Halló del despoblado en las aguadas,
Que son pocas y malas, puestas cruces,
Cosa que le admiró con razón mucho;
Y preguntando a aquellos guiadores.
Si habían pasado por allí cristianos,
O quien aquella insignia puesto hubiese,
No lo osaban decir como ello era,
Y sólo que Birinto, respondían,
Pensando que al autor acaso hubiesen
Los ingas muerto ya en ausencia suya,
(Que trataban de hacerlo a su partida)
Y era el caso exquisito y no pensado.
     Y pasó desta suerte y es muy cierto,
Que por eso os lo cuento por extenso,
Tanto que podré pocos desta suerte.
     En el campo que entró de los cristianos
Conquistando el Pirú un soldado hubo
Que se llamaba Alonso de Barrientos,
Sobre gran jugador ladrón tan diestro
Que nada había seguro de sus manos,
Y como los soldados se hallaban
De plata y oro tan enriquecidos,
Y sin muchos baúles ni escritorios,
Robábales gran suma cada día,
Que con facilidad en él se hallaba,
Sin que bastase esta evidencia cierta,
Y amenazarle por diversos modos,
Y perdonarle el hurto muchas veces,
Con que la enmienda justa prometiese;
Ingratitud inorme, pues sin duda
          Ingrato es quien reitera,
          Aún con muy grande ocasión,
          El pecar sobre el perdón.
Sacábanle a vergüenza cada día
Pero no aprovechando este remedio
Afretáronle el fin públicamente,
Con que su medra fue como su maña,
Que, como dijo el Sabio, a veces pasa:
          Unos partiendo sus bienes
          Vemos que mucho enriquecen,
          Otros hurtando empobrecen.
Sintiólo tanto que del campo luego
Se ausentó, y no sabiendo donde iba,
Fue preso de la gente de la tierra
Y ante el Inga traído, al cual él dijo
Cuanto quiso saber de los cristianos,
Que ya la lengua general hablaba,
(Cosa que les pudiera dañar mucho
Si el Inga ejecutara sus consejos).
Éste pues deseando no ser visto
Eternamente más de los de España,
Este año mesmo, cuando se volvieron
A Chile los que el oro habían traído,
Pidió licencia al Inga y fue con ellos,
Y en las aguadas puso aquellas cruces.
Cuando del campo huyó, le reputaron
Por ahogado o muerto de otra suerte;
Y aunque al principio de su fuga hicieron
Diligencias algunas, ya olvidado
No había quien preguntase si era vivo,
Ni apenas se acordase de su nombre,
(Que tal pasa del mundo en las más cosas)
Y así, aunque aquel Birinto algo asonaba
A Barrientos, no dio en el chiste nadie,
Y con la admiración hacían discursos
Tan fuera de lo cierto como errados.
     Al fin a Copiapó llegó don Diego,
Habiendo un sólo día antes sabido
Los naturales cosa tan extraña
Y no pensada; y hecho su consejo,
No sabiendo qué gente aquella fuese,
Porque los ingas que iban con Barrientos
No quisieron decirles cosa alguna
De lo que ya en el Cuzco había pasado;
Y hallándose tan mal apercibidos
Para bien resistir, y sus comidas
En los campos en berza, se acordaron
En recibirlos muy de paz y fiesta,
Hasta entender mejor sus pretensiones;
O si eran de los ingas enemigos
(Cosa de que gustaran ellos mucho
Como de nuevo dellos conquistados)
Que como dijo el cuerdo Jenofonte:
          Contra nadie más se irritan
          Los hombres que contra aquellos
          Que pretenden mando en ellos.
Y así en llegando, al modo que pudieron
Amigables y mansos se mostraron,
Dándoles el refresco que su tierra
Tenía, que fue bastante a sustentarlos
Algunos días que allí alto hicieron;
Y aún a engañarlos bien, creyendo era
Esta gente muy dócil y muy mansa,
Siendo la que veremos adelante.
Y habiéndose enterado del pretenso
Que en público mostraban, que era sólo
Vencer los ingas que en el reino estaban
Y echallos dél como a sus enemigos,
Porque así lo decían indios muchos
De los que del Pirú traya su campo,
De quien supieron la conquista hecha;
Y viendo que ni agravio les hacían,
Ni les pedían oro ni otra cosa
(Abstinencia entre tantos admirable)
Dejáronlos pasar sin envolverse
En pelear con ellos, hasta tanto
Que la ocasión mejor mostrase el tiempo.
Advertidos de algunas sus costumbres,
Y que estaba el Pirú ya en su obediencia,
Y en el Cuzco quedaban otros muchos,
Y otros particulares de importancia
Que en qué pensar les dieron y no poco,
Pasó Almagro adelante; y en llegando
Donde estaba Barrientos, que se hallaba
Yerno de un gran cacique que una hija
Le había dado a su modo y oro mucho,
Sobre que habían pasado cuentos largos,
Cerca del sitio en que se halla ahora
Fundada una ciudad que es de aquel reino
Cabeza, y aún el todo, pues es sola,
Que otras que tiene son lo en sólo nombre;
Salió a juntarse con los españoles,
Que como dijo Lipsio es cierta cosa:
          Es la conciencia centella
          Que puso en el corazón
          Aquella recta razón.
Y era cristiano al fin y ahora encendiole,
Y causó en todos el verle regocijo,
Y don Diego de Almagro mil caricias
Le hizo, restituyéndole la honra
(Si posible era esto) como pudo,
Paseándole a caballo con trompetas
Por el campo, a su lado, por honrarle.
     Éste les dio noticia del estado
En que estaba la tierra, y de sus cosas,
Más que en muy largo tiempo ellos pudieran
Ganarla con trabajo muy costoso.
Los ingas que tuvieron lugo nueva
Del estado en que el Cuzco ya quedaba,
Por muchos de los suyos que escapando
Del real de los cristianos los buscaron,
Y se vieron perdidos y aguardaban
Sabiendo los buscaban codiciosos
Con sed de hallar en ellos gran riqueza,
(Que en hecho de verdad mucha tenían)
Y ser aborrecidos les constaba
De los chilenos, sus ya conquistados,

Por diversos caminos de la sierra
Escaparon con priesa tan constante
Que como el humo se desvanecieron;
Y algunos pocos que de copiapoes
Fueron hallados y en su tierra presos,
Les dieron a entender que los cristianos
Venían a ver la tierra y que a poblarla

Pensaban revolver otro verano,
Y a hacerlos sus vasallos y oprimillos,
Contando dellos como de enemigos
Cuantos vicios supieron imputarles,
Con que por malos luego los tuvieron,
(Que semejantes se conforman fácil)
Cosa que dañó mucho cual veremos,
Que era esta gente mucha y belicosa.
     Almagro al fin habiéndose enterado
De la huida de los ingas ricos,
Y de los imposibles de alcanzarlos,
Que fueron tantos que hasta hoy de cierto
Saber no se ha podido que fue dellos,
Aunque diversos juicios se han echado
Y díchose patrañas diferentes
Que diversos intentos han movido,
Y hasta hoy se mueven muchos a buscarlos
Por ser comunidad que se tenía
Por veinte o treinta mil, más dicen otros[4]
     Subió don Diego al fin setenta leguas
Más arriba la tierra descubriendo;
Pasó un río que Maule hoy es llamado,
Y dicen que dio vista a Biobío;
Y hallando que éste y otros que dejaba
En lo ya descubierto semejantes,
De rápidas corrientes muy furiosas,
Que la vuelta impedirle bien podían,
Sin haber peleado ni tenido
Resistencia ninguna, dio la vuelta
Al Pirú con más gasto que ganancia;
Y si bien muy contento de la tierra
Y de la gente, que dócil se mostraba,
Y mucha y de razón, y bien vestida
A su modo, de lanas de colores,
De unas ovejas diferentes mucho
De las nuestras, que tienen, y animales
Campesinos de muy lucida lana;
Del temple y su alegría; como tanto
Oro y plata no hallaron sus soldados
Como allá abajo, menos orgullosos
Volvieron y contentos que habían ido;
Y aunque los copiapoes con industria
Amigos se mostraron, no les dieron
Mucho refresco para el despoblado
Por desaficionarlos a la tierra,
Muy pobres y mendigos se fingiendo,
Con que los españoles apurados
De hambre y necesidades, aportaron
Al valle de Atacama de tal suerte
Que, derramados a buscar comida
Con menos orden que les conviniera,
Fueron algunos por los ingas muertos,
Perdiendo otros caballos y servicios;
Y así con priesa mucha y orden poca
Llegó don Diego al Cuzco descontento,
En que hallando a Pizarro poderoso,
Las diferencias fueron en aumento,
Que como San Crisóstomo nos dice:
         El aumento de riquezas
          Si en vano corazón prende,
          Fuego de codicia enciende.
     Y aunque cédula real había llegado
Del sacro Emperador en que mandaba
Que hasta el Cuzco Pizarro gobernase,
Y don Diego de Almagro lo restante;
Allí fue la contienda más reñida
Por querer cada uno que en su parte
Entrase esta ciudad, dando sentido
A aquella provisión en favor suyo,
De donde resultaron los motines,
Muertes y disensiones que allí hubo,
En que perdió la vida el buen don Diego,
Quedando don Francisco en el gobierno,
Si solo, no pacífico o siguro.

__________

[1]

La palabra inga está tomada como sinónimo de agente del inca, peruano encargado de gobernar las tribus de Chile sometidas por la conquista al dominio del soberano del Cuzco, y de recoger el tributo que anualmente éstas pagaban. -M.

[2]

De Chile dice el original, pero es un error evidente. -M.

[3

En otra parte del libro grande, donde trata de cosas admirables del Pirú. -El Autor.

[4

Parece que falta por lo menos un verso que complete el sentido de la frase. - M.