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Crónicas
Compendio Historial
Capítulo V
 Del Gobierno de la Real Audiencia y otros hasta la muerte del Gobernador Martín García de Loyola.
   

    Llegaron pues ya juntos de la Audiencia
Con los recaudos y oficiales todos
Dos Oidores, y por más antiguo
Egas Vanegas, y el segundo era
Torres de Vera, y siendo recibidos
Allí en la Concepción, donde traían
Orden de residir para que diesen
A la guerra calor, y la justicia
Entablasen, del todo que perdida
Estar en aquel Reino se pensaba;
En sí tomaron el gobierno luego,
Carga pesada más que parecía,
Y que dejó Quiroga muy de grado
Della cansado, más que deseoso
De continuarla por más largo tiempo.
     Y asentáronla al modo que la tierra
Daba lugar, con aparato poco;
Y habiéndose entendido que los indios
Rebeldes, para estrena desta orden
Que entendieron el Rey les enviaba,
En Tucapel un fuerte habían alzado,
Mostrando en esto su obstinado pecho,
Con que sustentar guerra pretendían,
Al general que dije de Quiroga,
Martín Ruiz de Gamboa, le ordenaron
Que juntamente con el valeroso
Bernal, maese de campo que la guerra
Tenía a su cargo, entrase en el estado,
Y llegasen a ver lo que esto era,
Haciendo lo que bien les pareciese.
Llegaron, y los indios recogidos
En su fuerte, y en él muy confiados,
Aguardaron batalla descubierta,
Lo cual viendo Bernal, fue de consejo
Que, aunque el sitio del fuerte no importaba,
Se les debía quitar aquel orgullo,
Peleando con ellos en él mesmo,
Pues que llevaban fuerza tan bastante.
Y entrando él en vanguardia, le embistieron
Y ganaron, mas no sin resistencia,
Matando mucha gente y la más buena.
    Y quebrantado así su nuevo brío,
Dio la paz luego toda aquella costa,
Quedándose rebeldes los de afuera
Desde Imperial a Ongol y Biobío,
Por espacio de más de treinta leguas,
Para lo cual por general nombraron
A don Miguel [26] para esta nueva guerra,
Por conocer mejor aquella gente
Y haberla tantas veces ya vencido.
Y a Lorenzo Bernal, por su defensa,
Corregidor y capitán hicieron
De la ciudad en que la Audiencia estaba,
Que era la Concepción, como ya dije.
    Y cerca de la entrada del verano,
Antes de hacer la guerra, consultaron
Con teólogos buenos, que ya había
De las tres religiones en el Reino,
Domínica, Francisca, y Mercenaria,
Con clérigos también, que había doctos:
Sobre si estaba bien justificada
Esta guerra, y se hacía con justicia,
Por seguir el consejo de Cornelio,
Que dice en sus Anales desta suerte:
        De comunidades libres
        Para que el imperio dure
        Poco a poco se procure.
Y así lo que salió de la consulta
Fue que a su general luego ordenaron
Que sin hacerles guerra, ni malocas,
Sin talar las comidas, mensajeros
Les enviase a la paz los convidando,
Remitiendo a la Audiencia los caciques
De los ya reducidos, y que a verle
De nuevo a él viniesen con siguro
De que, aún siendo de guerra, ningún daño
Se les haría, sino bien y honra,
Con que salvo conducto dél trujesen.
    El cual lo cumplió así, y atravesando
Por la tierra de guerra, sin dañarles,
Ni consentir cortarles una espiga,
Prendió tres indios solos, que salieron
A unos soldados de su retaguardia,
Y enviolos a la Audiencia, que hacía
A los caciques de los reducidos
Cada día muy grandes parlamentos,
No con poco pesar de los soldados
Baqueanos, que habiendo derramado
Su sangre, y conociendo la malicia
De aquella gente, abominaban mucho
Que con tanta blandura les hablasen,
Que como el sabio Salomón nos dijo:
        A los que adulan al malo
        Los pueblos los maldirán,
        Y los abominarán.
Persuadíanles que diesen la paz cierta,
Prometiendo cumplirles cuantas cosas
Sabían pedirles, aunque bien dijeron
Sentencias muchas de estadistas esto:
        No se conceda al rebelde
        Todo, ni se niegue todo;
        Entretenle con buen modo.
Dijeronles también como mandaba
El Rey, nuestro Señor, se les guardase
Justicia en todo, como se haría
Con gran puntualidad de allí adelante;
Y con gran agasajo y muchos dones
Fueron muy gratos, a lo que mostraban,
No con pequeña risa de los nuestros,
Veteranos, que ya los conocían,
Que como dijo el Sabio es cierta cosa:
        El enemigo en sus labios
        Te engaña, y su corazón
        Te busca la perdición.
Y así en otro lugar más claro dice:
Al declarado enemigo
No le des perpetuamente
Crédito, porque te miente.
Así lo hicieron estos, que no dieron
La prometida paz, ni más tornaron
Con alguna respuesta mala o buena.
Antes de la Imperial en el camino
Dos soldados y un clérigo mataron.
Lo cual visto, salió a hacerles guerra
De Arauco don Miguel a aquella parte;
Y en saliendo se alzaron los estados,
Sin darles ocasión, y sin pedirles
Tributo, ni servicio, ni otra cosa,
Sólo ensorbecidos del regalo
(Condición que es muy propiamente suya
Inferir que les teme el que se le hace)
Que en los Proverbios Salomón nos dice:
        No hables a las orejas
        Necias, que despreciarán
        Todo el bien que te oirán.
    Volvió a entrar y al camino le salieron
Con las flechas y lanzas amoladas,
Y pelearon con él muy obstinadamente;
Pero desbaratolos, y matando
Dos nititoques [27] suyos, luego muy humildes
La paz le dieron, sin quedar alguno
Que tratase de guerra en lo de adentro.
     Llegó en esta sazón por Presidente
El doctor Melchor Bravo de Sarabia,
De grande autoridad, y conocido
Caballero de Soria, gran letrado,
Que siendo de la Audiencia de los Reyes
Oidor, donde pudiera con sosiego
Muy rico allí pasar, por más servicio
De Dios y de su Rey, tan grave preso
Quiso tomar sobre sus fuertes hombros
Como esta Presidencia, y un gobierno
Tan trabajoso y lleno de peligros.
Y no contento con lo ya pasado
En justificación de aquella guerra,
Envió religiosos franciscanos
A Arauco, que llamasen los de guerra
Desde allí para hablarlos y enterarlos
En que el quietarse les estaba a cuento;
Y queriendo también aprovecharse
Para esto mismo de un ladino indio
Que trajo desde Lima, y caciquillo
Era de algunos pocos araucanos,
Y gran cristiano ser fingido había,
Y estando desterrado allá por malo,
Ya don Juanillo el bueno le llamaban,
Que pareciendo a todos que sería
Por haber visto en Lima fuerza tanta
Causa de desengaño a sus parientes,
Le enviaron a hablarlos, confiados
Mucho persuadiría la paz a todos.
     Y fueles su cuchillo, y grande causa
De la obstinada guerra que sustentan,
Diciéndoles que ya de Lima nadie
Quería venir a Chile, que estuviesen
Firmes, que en acabando aquella gente
Que había entonces en Chile, estaban libres,
Y que eran engañosas las promesas
Que les hacían, de miedo, por faltarnos
Fuerzas para poder seguir la guerra,
Cosa que imprimió en ellos fácilmente,
         Que es más fácil persuadir
         Que el bien, el más grave mal
         A los de mal natural [28].
Y acrecentó este mal otro ladino,
Loble llamado, que cautivó antes
Pedro de Villagra, y con otros muchos
A Coquimbo bajando desterrado,
Con fingida y traidora hipocresía
Se bautizó, y fingió ser buen cristiano;
Con que, ya acreditado, a Santiago
Lo dejaron venir, y hasta su tierra
Se fue llegando muy al disimulo;
Y en aportando a ella fue caudillo
De muchos que, atraídos de sus dichos,
Se le llegaron, y cobrando fama
Con muerte de un cristiano que pasaba
Ganado a Ongol por tierra de paz toda,
Mató a traición con un engaño grande;
En su tierra juntó una gruesa junta
Más arriba del fuerte en que fue muerto
Pedro de Villagra, cual dicho queda,
(El hijo de Francisco, él gobernando)
Diciendo mil patrañas a los indios,
Que ellos juzgaban por consejos sanos.
         Que el malo obedece al malo,
         Y el despechado, engañoso
          Fácil sigue al sedicioso.
Sabido por Sarabia, a persuadirle
Que viniese de paz envió, con prenda
De que le perdonaba y le haría
Mercedes muchas, sí, pues alcanzaba
Tanta mano en la tierra, redujese
Los que andaban inquietos y alterados.
Riose él dello, y respondió soberbio,
Cosa que irritó tanto a los soldados
Que les movió a salir luego a buscarle
Hasta su mesmo fuerte; mal consejo,
Que aunque es verdad que Tácito nos dijo:
         Con quien cortesía no vale
         Ni muchos medios tentar,
         Miedo suele aprovechar;
Había de ser buscando en oportuno
Tiempo, ocasión que más cómoda fuera,
Y ir con gran recato, pues subían a parte
Tan ventajosa, y donde muerto habían
Otra vez antes ya tan buena gente.
Y así lo mismo hicieron desta ahora.
Y no es el sitio cierto para menos,
Que yo le he visto y bien considerado,
Y es con extremo tan inexpugnable
Que vencerán en él pocos a muchos
Todas las veces que le acometieren.
Causó este desbarate daño tanto
Que luego se alzó Arauco y lo de dentro,
Y en guerra se ardió todo a un tiempo junto
Tornándose las piedras ya soldados
Contra los acosados españoles:
Pecados conocidos de aquel Reino,
Que dijo San Crisóstomo por esto:
        Porque no temiste a Dios
        A quien debieras temer,
        Vienes al hombre a temer.
Y a términos llegaron desta vuelta
Que perecieran o los más o muchos
De los que acompañaban a la Audiencia
Dentro en la Concepción, porque pasaban
Mil refriegas y encuentros cada día
Con esta gente, ya soberbia tanto,
A no ser socorridos de otras partes;
En que habría que contar un día entero,
Y contará la historia valerosos
Hechos de capitanes y soldados
Que allí se señalaron, ya muriendo,
Ya defendiendo bien la amable vida.
   En este tiempo tal de Santiago
El general Jufré, vecino grande
De los más poderosos de la tierra,
Subió con un navío bien cargado
De bastimento suyo, a socorrerlos
A costa suya y de su hacienda sola;
Y él por tierra en persona con amigos
Y deudos, que a su instancia le siguieron,
Entró con cien caballos más de carga
De bastimentos, armas, municiones,
Por si lo de la mar incierto fuese,
Que todo llegó a un tiempo a salvamento;
Siguiéndole después poco un su hijo
Con poco menos ruido y aparato,
Que Rodrigo Jufré tuvo por nombre,
Y proveedor del Reino fue adelante;
Todo a costa del padre y de su hacienda,
Cosa que fue el reparo totalmente
De la gente que estaba pereciendo.

                   GUSTOQUIO

Extremada facción y meritoria
De muy grande merced y recompensa,
Servicio que a un señor le diera lustre.

                   PROVECTO

Pues ha tenido corta y poca paga,
Con otros que del dicho habéis oído,
Y muchos más que tienen bien probados.
    Mas vamos adelante, que estas cosas
Son cuentos largos que más tiempo piden.
    El virrey don Francisco de Toledo,
Que el Pirú gobernaba en este tiempo,
Sabido aquel aprieto en que se hallaban,
La Audiencia socorrió con escogidos
Docientos hombres, armas y pertrechos;
Pero logrose mal tan buen socorro
(Como otros muchos que veréis lo han hecho)
No sé por culpa cuál o qué pecados,
Porque estando los indios muy confusos,
Viendo que venía gente tanta y buena
Contra lo que había dicho don Juanillo,
Y andando quebrantados y escondidos
Y deseosos de paz que fuera estable,
Si en este tiempo bueno se asentara,
Se arrojó don Miguel con poca gente
A Puren, que es la tierra más poblada
Y feroz desta guerra, sin recelo
Y con más arrogancia que debiera;
Y en él se vio cumplida la sentencia
Del Sabio, que es tan buena como suya:
        La perdición al soberbio
        Es cosa tan accesoria
        Como al humilde la gloria.
Y así fue roto, y muertos sus soldados,
Y él y pocos heridos escaparon,
Con que cobraron ánimo, y de nuevo
A peor estado se volvió la cosa,
Con grave sentimiento conociendo
            Los fines que en castigarnos
         Lleva Dios, muy píos son,
         Aunque oculta su razón [29].
Esto pasaba cuando le llegaron
Recaudos a Rodrigo de Quiroga
Del Rey, en que mandaba gobernase,
Reasumiendo la Audiencia por entonces
Sabiendo los trabajos que pasaban
Sus ministros, que escrito habían lo cierto.
     Entró segunda vez en el gobierno
Rodrigo de Quiroga, caballero
A quien hábito dio de Santiago,
Muy merecido por servicios buenos;
Y con trescientos hombres que de España
Juntamente le fueron enviados,
Y docientos soldados de la tierra,
Y más dos mil amigos naturales,
Empezó a hacer la guerra a sangre y fuego,
Que es el camino cierto de hacerla,
Antes desbaratando de camino
Un fuerte que tenían hecho en Gualqui
Los enemigos, con que molestaban
La Concepción, que está dél cuatro leguas;
Y éstos se le rindieron y ofreciendo
La paz, como lo han hecho cuantas veces
Se ven con dura guerra molestados,
Aguardando se gaste nuestra fuerza
O que nos descuidemos, y al seguro
Ocasión hallar puedan de dañarnos,
Dejando siempre en pie en voz de rebeldes
Una provincia o dos que ellos sustentan,
A quien echan la culpa de los males
Y traiciones que hacer pueden a hurto.
Y así fue entonces, porque en son de amigos
Andaban sobre el campo de ordinario,
Y los caballos iban cercenando
De noche, diez o veinte o más o menos,
Y antes que amaneciese los ponían
En la tierra de guerra y bien adentro,
Como quien bien sabía los atajos;
Y así nos desangraron de tal suerte
Que el campo estuvo en breve enflaquecido,
De mil caballos menos y a pie casi,
Y en tiempo que no había infantería,
Ni en nuestros españoles había hombre
Que de tal se preciase, y el tratarlo
Pareciera un dislate conocido,
Según eran los hombres caballeros;
Sólo en pasos estrechos se apeaban
Pocos arcabuceros valentones,
Lo cual por gran braveza se juzgaba.
Y conociendo destos enemigos
La traición y que sólo se mostraron
Amigos para así irnos desangrando;
Ponderando de Tácito el consejo
Que como sabio, en sus Anales dice:
         Cosa nefanda es mostrarse
         Amigos, para dañar,
         Y digna de castigar;
Prendió quinientos dellos y a Coquimbo
Los echó en dos navíos desterrados,
Que los más dellos presto se volvieron
Y después fueron más perjudiciales,
Mas fue un castigo dellos muy sentido,
Y hasta hoy en día bien representado,
Y que el mismo Quiroga confesaba
Que de temeridad tuvo gran parte:
        Más que por buscar sosiego
        Y justicia, de una fuerza
        Usar a veces es fuerza [30].
Luego se declararon los restantes
Y fue menor el daño que el pasado:
         Porque siempre es más dañosa
         Falsa paz del mal amigo
         Que el declarado enemigo.
Y así andaba la guerra muy de veras,
Y con mayor cuidado y vigilancia
Taló la tierra todo un año entero.
Y al segundar el otro se juntaron
En una general copiosa junta,
Y ya arrestados dieron dos batallas.
La primera de noche en que del campo
Ganaron hasta el propio alojamiento
Y tienda de Quiroga, y si esta noche
También por la otra parte acometieran,
Como hacerlo solían otras veces,
Sin duda la victoria fuera suya
Y quedara perdido el Reino todo.
Otra vez bien de día pelearon,
Pero, perdiendo en ésta mucha gente,
Se retiraron tan escarmentados
Que, si no daban paz, era temiendo
Otra transmigración cual la pasada,
Porque andaban de hambre ya apretados
Y con necesidades oprimidos,
Tanto que se tenía por muy cierto
Que de esta vez la guerra se acabara.
Mas Dios, cuyos secretos son profundos
Y a toda humana ciencia inescrutables,
Permitió que en un punto se perdiese
Lo que en años se había trabajado,
Y por un accidente bien ligero;
Y fue que entró en la costa aquel pirata
Francisco Draque, de notoria fama,
Y habiéndose tenido nueva cierta
De que surto se hallaba muy de espacio
En el puerto cercano a Santiago,
Que de Valparaíso tiene nombre,
Los vecinos y la gente que tenían
Allí sus casas, y de verlas mucho
Deseo, más que recelo de perderlas,
Aclamaron con un orgullo grande
Que bajar los dejase a su defensa,
Mostrándose admirados de un suceso
Tan nuevo como nunca imaginado.
Bajó el Gobernador, que ya estaría
Cansado con la edad y guerra tanta,
De su casa y hacienda ausente y lejos;
Y bajando consigo de la gente
Más lucida del campo, enflaqueciole,
De suerte que los indios conociendo
Esta ocasión, pusieron mayor fuerza
En procurar del todo deshacerle;
Y así cuando otra vez le acometieron,
Estando por cabeza el valeroso
Bernal, maese de campo, fue gran prueba
De su mucho valor el no perderse;
Con lo cual pareciéndole a Quiroga
Que para campear, fuerzas mayores
Era ya menester que las que había,
Mandó se reforzasen las fronteras
Con alguna, y pasase lo restante
A la guerra de arriba, que en Osorno
Había dos años ya que viva andaba.
    Dende a poco murió y dejó nombrado
A Martín Ruiz, su yerno, por cabeza;
Que tuvo bien que hacer en sustentarse
En guerra tanta con tan poca gente,
Que la que dura tiempo mucha gasta;
Y años había que no entraba alguna,
         Y es la guerra como estanque
         Que si no le entran soldados,
         Presto embebe los entrados.
Y como de la guerra el desamparo
Habían ya los Estados conocido,
Estaban muy ufanos y soberbios.
Y lo de arriba había empeorado
Fomentado de todo lo rebelde:
Que aún materias de estado ya penetran,
Que hábiles hace el uso a todas gentes.
    Y en medio de otras mil dificultades
Una ciudad pobló muy importante
Que de Chillán San Bartolomé llaman,
Y ha durado hasta hoy, aunque perdida
Se vio tiempo después, o poco menos,
Y está muy peligrosa de ordinario
Entre la Concepción y Ongol, en parte
Que hace mucho resguardo a los amigos
Del término mejor de Santiago,
Que le hubo menester poco adelante.
Tasó la tierra [31], pero duró poco
Este orden bueno, viendo era dañoso
A los indios por ser muy incapaces,
Y gente sin razón, muy holgazana,
Que los perdía en vez de aprovecharlos:
Dificultad que siempre ha sido causa
De no poderse ejecutar alguna
Orden buena de cuantas se han tratado.
     Envolviose después en pesadumbres
Terribles, rigurosas y pesadas
Con su teniente general, que era
Nombrado por el Rey, y se decía
Doctor López de Azoca, buen letrado,
Hombre en justicia recto y muy severo,
Con quien estuvo a punto de perderse.
Fue grande la ocasión, pero la culpa
No es fácil de juzgar el cuya fuese.
Al fin en bien paró riesgo tan grande.
No debo detenerme más en esto.
La historia lo dirá, que saldrá breve
A lo que pienso, que se están haciendo
Por tres autores, tres; no sé cual dellos
A ganar vendrá a todos por la mano,
O si se quedarán con el sonido.
    Enviaba Martín Ruiz a los de guerra
Mil promesas y ofertas cariciosas,
Cosa que dañó mucho, porque viendo
Que en tiempo que las fuerzas españolas
Estaban flacas, se las ofrecían;
Después, siempre que ven que se las hacen,
Arguyen que de miedo esto procede,
Y se ensanchan y más todo empeora.
     Y al cabo de tres años, cuando era
El de mil y quinientos dos y ochenta,
Por gobernador vino don Alonso
De Sotomayor, grave caballero
Del orden de Santiago, trujillano,
Que ocupando después cargos mayores,
Murió aquí [32] consejero de la guerra,
Y llevó cuatrocientos más soldados,
Y entre ellos veteranos y de nombre
Con la leche de Flandes en los labios;
Y provisiones para que socorro
Del Pirú le enviasen de ordinario,
Lo que haciéndose fue bien tibiamente.
Y al entrar, aquella primera furia
Que suele siempre ser de más efecto,
Entibió en procurar se descubriesen
Unas minas de plata que informado
Mal fue de que eran ciertas y muy ricas,
Cuya noticia oyó más inventada
De la cudicia de los movedores
Que cierta, ni de fáciles manejos,
Y costó algunas vidas y trabajo;
Y ocupó aquel verano el tratar dellas,
Que como dice Tácito es muy cierto:
         Siempre el príncipe apetece
         Haya en su tiempo grandezas
         En que mostrar sus proezas;
Pero debía mirarse que es sabido
         Pierde un ejército fama
         Si cuando empieza a hacer guerra,
         La primera empresa yerra.
Porque el miedo perdió ya el enemigo
De la venida deste tercio grande,
Y aunque ésta no fue pérdida pequeña,
Debió en ella tener algún motivo
De tanta fuerza que disculpa fuese,
Que como dijo Salomón el sabio:
         A cada uno sus consejos
         Le parece rectos son,
         Mas Dios juzga la intención.
Luego trató de hacer la guerra clara,
Y la de arriba concluyó con gloria,
Que era la que se hallaba en más peligro.
Y tratando de hacer la del Estado,
Fue de una grande junta acometido
De noche, con las fuerzas descansadas
De tanto tiempo, y con furioso brío,
De los que por temidos se tenían;
A los cuales venció sin perder hombre,
Quedando entre los muertos enemigos
Conocidos caudillos y corsarios
Que por más señalarse perecieron,
De que resultó luego la paz diesen
Algunos lebos [33], que duraron poco
Por condiciones que se les pusieron;
Que dijo un Estadista muy perito:
         Muchas leyes que se hicieron
         Para un reino mejorar,
         Le vienen a empeorar.
Y esto mismo se vio en que en lo de arriba
Puso una tasa justa y moderada,
Con muy cristiano acuerdo y con consejo
De un gran obispo, que al presente era
De la Imperial, por santo reputado,
Don fray Antonio San Miguel su nombre,
Y con el que lo fue después no menos,
Licenciado Cisneros, gran jurista
Que colegial mayor fue en Salamanca
De San Bartolomé, que es tan famoso.
Que ya aquellas ciudades que de arriba
Se llamaban, tenían obispado
Y eran capaces dél, y se hallaban
Con esperanzas de mayor aumento,
Y aunque ya se perdieron, cual veremos,
Las cuatro dellas, en las dos que quedan,
Concepción y Chillán, reside obispo,
Donde lo fue un bendito dominico
Que don fray Reginaldo [34] se llamaba,
Y al presente lo es un varón grave,
Que don fray Luis de Oré por nombre tiene,
Y el de santo le da aquel Reino todo.
    Mas prosiguiendo en su gobierno y guerra,
Como vamos diciendo, don Alonso
Del Conde de Villar tuvo un socorro
De docientos soldados poco menos,
Costosos más que provechosos mucho,
Porque era gente del empedradillo
De Potosí, que como de tal parte
A gran peso de plata fue traída
Más porque se entendió que allí sobraba
Que por esperar della fruto grande,
Y así ninguno bueno o memorable
De su llegada al Reino oí se viese.
    Estando en este estado pues las cosas
Año mil y quinientos y noventa [35]
Entrante, habiendo siete gobernaba,
Cual ya tenemos visto, don Alonso,
Por virrey al Pirú don García Hurtado
De Mendoza aportó, y subordinado
Trujo así aquel gobierno, y lo está siempre
A los virreyes desde aquella era,
Que se entendió sin duda que a su abrigo
La guerra se acabara, porque hubo
En esta corte fama, o vana o cierta,
De que decían: los indios allá en Chile
Se rendirán viniendo don García,
(Yo digo sus palabras cual sonaron.)
    Envió socorro luego a don Alonso,
Pero muy diferente del que vino
A Tierra Firme entonces para él mismo,
Que de Sotomayor, don Luis, su hermano
(Que él a pedirle al Rey había enviado)
Puso en Nombre de Dios en salvamento
Que de más de quinientos hombres era;
Mas tuvo real mandato que volviese
En guarda de la plata, porque había
Nueva de que gran fuerza la esperaba;
Fuerza de desventura de aquel Reino
A quien divierte Dios por sus pecados
Cuanto le ha de estar bien; juicios son suyos
Que a cada uno da lo que le importa.
Fue el que envió don García de docientos
Soldados, que hacer pudo allí de priesa
Con fuerza y maña más que con dineros,
Y algunas armas, ropa y municiones.
     Hallábame yo en Lima en este tiempo
Con una lanza sola [36], que pagada
Los menos años es, y della poco;
Y procurando merecer mayor
Merced de nuestro Rey, quise a mi costa
A aquella tierra ir, do fui ofrecido;
Y sin querer tomar socorro alguno
(Aunque se me ofreció el de capitanes
Vivos) por no aceptar parte de premio
O paga (que hasta hoy un sólo peso
Ni un maravedí sólo he recibido
De paga real) habiendo en su servicio
Gastado más millares de ducados
Que tengo, a Chile fui y aventurero.
Mas no penséis que he de decir por esto
Nada con más espacio, aunque de vista
De casi cuarenta años soy testigo.
    En fin, con esta gente el de noventa,
A veinte y seis de enero, allí aportamos,
Y aunque no luego, porque no tenía
Hechas las prevenciones don Alonso,
Para el año siguiente entró al Estado
Con un lucido campo y fuerza grande
De cuatrocientos hombres de a caballo,
Y mil amigos; bastimentos tantos,
Que llevamos seis mil y más caballos,
Que iban de Santiago los vecinos
Con él, y a ciento y más llevaban muchos
De bastimentos, con que sustentaban
A diez y veinte y treinta camaradas.
Y digoos de verdad que yo tenía
Más de veinte de mesa de ordinario,
Testigos ellos son, que algunos viven,
Con que me empobrecí más que debiera,
Pues he sido tan mal remunerado,
Que en vez de alimentarme de la mesma
Lanza que el Rey me dio, ni un peso sólo
He cobrado ni he visto, ni otra cosa,
Oficio o renta que equivalga en algo:
Mirad si con razón podré alegar servicios.
    Antes ya del virrey llegado habían
A don Alonso y caciques conocidos,
Cartas en que ofrecía que viniendo
De paz, excusarían su molestia,
Y ni oro alguno se les pediría,
Ni personal servicio, ni otra cosa,
Sino sólo un tributo muy pequeño,
Y en cosas que pudiesen bien pagarle.
Pero fue predicarles en desierto,
Que ni correspondieron, ni otra cosa
Hicieron, más de a guerra apercibirse.
Y un fuerte nos hicieron a la entrada
Del Estado, en el sitio mesmo casi
A donde a Villagra desbarataron,
Muerto Valdivia, de que aquella cuesta
Cobró su nombre, que hasta hoy le dura.
Rompimoslos allí con poco estrago
Suyo, de su albarrada reparados,
Y entrando en el Estado un fuerte bueno
Poblamos, que muy fuerte se ha tenido,
Pues ha treinta y nueve años se sustenta,
Habiendo habido de calamidades
Las avenidas que veréis ahora.
    Dio Arauco la paz, y a Tucapel desde éste
Guerreamos dos años, en que algunas
Batallas y rencuentros hubo buenos,
Que heridas de mi cuerpo certifican.
Llevaron muchas veces buenas manos,
Y otras con poca sangre los vencimos
Sin que victoria alguna nos ganasen,
Y cuando más matasen más de un hombre,
Muriendo cientos dellos muchas veces,
En que dirá la historia honradas cosas
Que excuso aquí, por ser compendio aqueste.
    Don Alonso al Pirú bajó otro año
A sólo platicar con don García
Sobre culpas que, ausente, le cargaban
Por el durar la guerra tantos años,
Pensando eran los indios a este tiempo
Los mesmos que en el suyo no nacidos.
En la guerra y en ella ejercitados
Valía uno por muchos, y hoy doblado,
Que es la experiencia de las ciencias madre.
Y aunque quedó el hacerla por su ausencia
A cargo de dos hombres de milicia,
Que en la de Flandes bien expertos eran:
Uno maese de campo en el Estado,
Alonso García éste Ramón era,
Que en Maestrique y Amberes ganó fama;
Y en lo de arriba el coronel valiente
Que Francisco del Campo se llamaba,
Soldado viejo a quien después mataron
Entre otros muchos que contar no puedo.
En fin, se rebelaron los Estados,
Como otras muchas veces lo habían hecho,
Y rompimos de nuevo guerra nueva
Con que otra vez su falsa paz nos dieron
Algunos lebos, y se sosegaron
Hasta volver a ver su coyuntura.
     Pero habiendo diez años gobernaba
Don Alonso, de España provisiones
Vinieron del gobierno a un caballero,
Martín García de Oñez y Loyola,
Casado con la Coya, descendiente
De aquellos reyes Ingas peruanos;
Y rodeose, por pecados míos,
Que fuese a suceder a don Alonso.
Y por seguir aquella guerra a tiempo,
Que yo allí ya prendado me hallaba,
Sucedió pues al Reino en tal mudanza
Lo que el Cordobés sabio bien nos dijo:
        De los continuos remedios
        La mucha diversidad
        Contraria a la sanidad.
Y así se ha visto en Chile en las mudanzas
Tantas que de gobiernos ha tenido,
Que este daño mayor más adelante
Veréis en lo que resta, que ha causado
Mayores perdiciones cada día,
Porque cuando llegaba a hacerse diestro
Él un gobernador, otro al gobierno
Llegaba que, viniendo a ojos cerrados
Y con gran presunción de soldadesca,
Más que expiriencia y ciencia verdadera,
Antes de abrirlos mucho, destruía
Lo que su antecesor había ganado.
     Pero volviendo al punto que trataba,
Pesó desto al Virrey que había propuesto
Otro gobernador, ver que venía
Contra su parecer el que ya he dicho,
Y así fue muy remiso en socorrerle
Con situado y soldados y pertrechos;
Desdicha de aquel Reino, que sin duda
Si fuera socorrido, o acabara
La guerra, o quedando menos, la pusiera
En muy cercano estado de acabarse,
Porque hallando la tierra descarnada
De gente, y de una peste empobrecida
Que acababa de haber, y había llevado
El tercio de la gente que servía;
A pura discreción, prudencia y maña,
Con dádivas y trazas ingeniosas,
Pacificó más parte que con muchas
Batallas otros sus predecesores,
Pobló en ciudad Arauco y acá fuera
Otra, a quien Santa Cruz puso por nombre,
Por muy devoto ser de la Cruz Santa,
Con que a los catirayes y guadabas
Y a los de las provincias coyuncheses
Hizo servir, que treinta años había
Que no habían dado paz ni español visto,
Si no era peleando en dura guerra;
Y de manera penetró sus cosas
Y condiciones desta extraña gente,
Que así a sus parlamentos acudían
Los más feroces de la guerra toda
En sus salvos conductos confiados
Sin recelo, que estuvo muy a canto
De los domesticar; y fue de suerte
Que llegando a Puren con sus soldados,
Raíz antigua de la guerra toda,
Y estando a vista de sus escuadrones,
Ordenó a los cristianos se apartasen,
Y habló con ellos con la lengua [37] sólo;
Y se vinieron a él y le tuvieron
Cercado más de ciento, que pudieran
A su salvo matarle y no le hicieron.
No sé si fue descuido o fue milagro,
Que por virtud o lealtad sin duda
No le dejaron, que ninguna tienen,
Aunque tampoco convencerlos pudo
A que la paz le diesen, con ninguna
De mil proposiciones que les puso,
Y con no consentir servicio diesen
En años cinco y más que vida tuvo,
Ni algún atributo, ni que trabajasen
En lo poblado, sino por su paga.
    Mas tengo por muy cierto que si fuera
Socorrido, conforme otros lo fueron,
Hubiera hecho un efecto de importancia.
Pero con todo, en este mesmo tiempo
Ya don Luis de Velasco, que se hallaba
Por virrey del Pirú, con su sobrino
Don Gabriel de Castilla, un buen socorro
Le envió de cerca de ducientos hombres,
Que aprovechado bien con él andaba
En mejor punto y ser, la guerra toda.
Y déste una compañía yo ejerciendo
De caballos ligeros, gente buena,
Me dio la vida Dios por un desastre
Que yo como ignorante sentí mucho,
Quebrándome una pierna la coz de uno,
Con que seguirle más me fue imposible;
Porque a subir con él, también muriera
Como murieron bravos capitanes
Que nunca se apartaban de su lado,
Y a él murieron hechos mil pedazos.
Y el caso fue como ya habéis oído
Cuando tratamos de la Judiciaria [38]
Y así por esto aquí no lo repito,
Mas de que indios purenes lo mataron,
Que son los más atroces de aquel Reino,
Y los que de continuo han gobernado
Todos los trances arduos de su guerra,
Y sido de contino respetados
Con renombre de indómitos purenes,
Gloria que sólo ellos han gozado
Por todos los gobiernos, excepto uno,
De sólo el oidor Merlo de la Fuente.
El cual les castigó con tal coraje,
Cual veréis cuando a su gobierno llegue,
Que los necesitó con muerte y daño
Dejar desierto el sitio de sus tierras,
Por habérselas todas destrozado,
Tan por el cabo como más convino
Para domesticar soberbia tanta,
Medio único a la paz de aquellos indios.
     Sucedió pues la muerte de Loyola
De haber subido a visitar la tierra
Y ciudades de arriba, a pertrecharse
De gente conviniente a la milicia
Con que apretar mejor la del Estado.
Fue desgracia común del Reino todo,
Con que otra vez en guerra brava ardiendo
Quedó la tierra de una parte a otra
Y en lastimoso estado, cual veremos,
Si ya no estáis cansado de escucharme
Lástimas tantas y desastres tristes,
Que si fastidio os dan, os certifico
Que los mayores por oíros quedan.

                   GUSTOQUIO

Decid que eso me obliga a desearlos,
Y así con más instancia os lo suplico.

                    PROVECTO

Pues armaos de paciencia y sufrimiento,
Que más de larga hora al cuento falta,
Aunque tanto ceñirle he procurado,
Que de importantes cosas he perdido
Ocasión de deciros muchas buenas,
Por no hacer desigual este proceso
Y receloso más de no cansaros;
Pero pues no lo estáis, paso adelante.

 

__________

[26]

Don Miguel de Velasco, de quien se ha hecho referencia el final del capítulo anterior. -M.

[27]

Nititoques son capitanes que ordenan la guerra. -El autor.

[28]

Tácito.

[29]

Justo Lipsio.

[30]

Tácito.

[31]

Tasar la tierra, era repartir los indios o encomendarlos a los conquistadores, determinando el tributo en especies, y más comúnmente en días de trabajo que se les podía exigir. -M.

[32]

El autor supone que está haciendo su relación en Madrid. -M.

[33]

Lebu o lebo, río, y por extensión, pueblo o caserío establecido en una ribera. -M.

[34]

De Lizarraga, consagrado en Lima obispo de la Imperial en octubre de 1599. -M.

[35]

Año de 1590 entró en Chile el autor.

[36]

Una lanza, según el tecnicismo militar de este tiempo, se componía del caballero que combatía con ella, de un escudero o paje que la cargaba y de varios otros pajes o escuderos, igualmente armados, y cuyo número solía variar, todos ellos subordinados al caballero y formando una como una sola identidad con él. -M.

[37]

Lengua. intérprete. -M.

[38]

En el libro donde se sacaron los tres discursos déste, se ofreció allí primero el de la Astrología Judiciaria que aquí está el postrero, y allí se ve este caso de la muerte de Loyola muy latamente, en el cap. 30, y así no se repite aquí. -Nota del editor de la edición de Lima.