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Crónicas
Compendio Historial
Capítulo VII

En que se resume todo lo sucedido hasta el año de 1628

    Poco después murió Ramón valiente,
Y en su lugar para gobierno y guerra
Nombró al doctor Luis Merlo de la Fuente,
Oidor, ministro grave y muy perito,
Que asentar el Audiencia allí había ido
Con comisión real para su planta,
Capaz sujeto para grandes cosas,
Como lo mostró Dios en los aciertos
Tan admirables que le dio en la guerra,
Pues no siendo soldado, cual si en todo
El curso de su vida atentamente
Sólo hubiera atendido especulando
Al progreso más útil de su asiento,
Puso las cosas della tan en punto
Que fuera alargar esto referillas,
Sacando del no ser al conviniente
Muchas de efectos muy considerables,
Con grande suavidad y loable nombre,
Venciendo con razones los abusos,
Con loa de los aciertos buenos dellos.
Abominó grandemente las malocas
Hechas muy a lo largo en trasnochadas,
Por ser viciosas mucho a la conciencia,
Y medio pernicioso y muy contrario
Del asiento y la paz que se procura,
Y de obstinación grave de los indios,
Y a los soldados nuestros muy penosas,
Y muy ocasionadas a mil daños,
Y sólo tolerables al abrigo
De ejército plantado en la campaña,
Que con notoriedad va apercibiendo
Nos den paz, o procuren su defensa,
Y no con diligencias no seguras
Cazarlos de improviso en trasnochadas.
Juzgó por muy dañosos tantos fuertes,
Y por de ningún fruto los soldados
Perdidamente en muchos detenidos,
Y muy más los reclusos más adentro
En las tierras de aquellos enemigos;
Pues no siendo su esencia más que engaño
Con que dar a entender a quien lo ignora
Que hasta aquellos sitios están quietas
Las tierras todas de nuestras fronteras,
Siendo cierto que fue perdido el tiempo
Gastado en fabricar aquellos fuertes,
Y dañoso y penoso y de gran riesgo
Bastecerlos en tierras de enemigos,
Y no con más servicio que un terrero
De mil desenvolturas, que les dicen,
Como a gente reclusa encarcelada
Que no goza un pie libre en la campaña,
Sangrando para afrentas [48] semejantes
Las fuerzas del ejército, que había
De ser castillo fuerte en todas partes;
El cual, siendo pujante a donde quiera,
Será libre señor de la campaña,
Y con ella de aquellos enemigos;
Y no lo siendo della, todos fuertes
No le servirán más que de despojos
Con cuatro días de cerco al enemigo.
Con cuya mira destas y otras cosas,
Y la dificultad de haber socorro,
Y el deseo de servir a desempeño
De una conciencia limpia y no manchada,
Le causó gran desvelo, y dio motivo
Para mudar las piezas de aquel juego.
Sacó de las reclusas a campaña
Todas las que juzgó más convinientes
A los grandes servicios que esperaba
Tenía de hacer a ambas Majestades,
Cuya esperanza le salió muy cierta.
    Mudó ministros y otros capitanes,
Y eligió en su lugar sujetos tales,
De quien se prometió segura ayuda
En los trances que a cada uno tocase.
    Fue único entre los gobernadores
Que campeó cuatro meses de contino,
Sin cesar día ninguno de hacer guerra,
Y la hizo muy cruel aquellos indios.
    Destrozó, entre otros muchos, los purenes
Y en primero lugar, que así convino
Por ser los más soberbios y que atroces
Muertes dieron a dos gobernadores,
Don Pedro de Valdivia y a Loyola,
Y los que de contino habían sido
Cabezas causadoras de inquietudes,
Los cuales sin cesar han sustentado
Y sido los que siempre gobernaron
Todos los alborotos de la guerra;
Con esperanza en Dios que si cortase
De aquellos principales las cabezas,
Como de su clemencia confiaba,
Los demás, como miembros troncos dellas,
Le habían de dar la paz tan deseada;
Y como Dios es fiel a los que sólo
Tratan de su servicio, gloria y honra,
Redujo a tal miseria la arrogancia
De aquellos enemigos tan lozanos,
Que los necesitó a dejar sus tierras
Y reducirse a las de otras provincias,
Y a servir los que fueron tan servidos
Por no morir de hambre en su aillaregua,
Trance jamás no visto en aquel Reino,
Sin embargo de haber los más tenido
De cuantos gobernaron todo aquello
Pobladas las ciudades Imperial,
Rica, Valdivia, y la de Ongol y Osorno,
Con grandes vecindades todas ellas
De encomenderos ricos y soldados,
Y en términos de cada una de todas
Muchos millares de indios naturales
Avecindados de paz y amigos nuestros;
Y en medio de unos y otros, los purenes
Cercados como toros en el coso,
Y sin embargo de tantas más ayudas
Que sus predecesores no lograron
Pues ni un indio puren echar afuera
Teniéndolos de guerra el oidor Merlo
Con los de las ciudades ya nombradas,
Y no con más socorro que del cielo
Y las reliquias solas que quedaron
De desgracias que su antecesor tuvo,
En que más de trescientos le mataron,
Los rindió y destrozó, como os he dicho,
Venciendo tres batallas en sus tierras,
Con muerte y cautiverio de mil dellos,
Y tala general de sus comidas,
Quema de casas, buyos [49], rancherías,
Con asombro común de aquella guerra.
    Ni jamás en aquel Reino se ha visto
Otro gobernador que campease
Desde principio de noviembre, ques
El mes final de aquella primavera;
Ni otro cual él se halló en todas facciones,
Por menudas que fuesen, cual él iba
Alegre en compañía de sus soldados,
Celando mucho el conservar sus vidas,
Como él, que hacía tan grande aprecio dellas,
Y vía daños atroces que han causado
Omisiones de algunos muy culposas.
Y así le dio Dios muchas suertes buenas
Que fuera larga acción el numerallas,
Y el notar que estudiante y no soldado
Y en gobierno tan corto de seis meses
De tal modo estudió, que sienten todos
Fueran sus obras de un tan gran ministro,
Cual la aclamación pública pregona,
Muy del servicio de ambas Majestades,
Limpias de todos vicios y codicias,
En modo que, de todos los despojos
Que le dio Dios en todo su gobierno,
Jamás reservó en sí pieza ninguna
Gozoso de las dar a sus soldados
En parte de algún premio tan debido
A los grandes servicios que hicieron
A su Dios y a su Rey, por orden suya,
Y sin desgracia alguna; caso raro.
    Y muy raro también fue el haber sido
Tan amado de todos los soldados,
Los cuales a una voz hasta hoy confiesan
Restaurador del bien y honor de todos
Por mil glorias ganadas francamente,
Libres de los azares y zozobras
Que de ordinario los demás tuvieron.
    Y es plácito común que si durara
Solos dos años en su buen gobierno,
Le diera Dios la paz tan deseada,
Como el blanco en que puso sus acciones.
Y es esta voz común de todo el Reino,
Y que los indios dél se la ofrecieron
Temerosos de su total ruina,
La cual él difirió más de dos meses
Por castigar mejor tantas maldades,
Y obligarlos con ello a paz segura,
Que aunque indisposiciones le acosaban,
Que otro celo menor excusar pudieran,
Con amor y valor las componía
Mirando al cumplimiento de su oficio,
Contra el cual sus dolores no impidiesen
El curso del servir tan importante.
     En sus órdenes fue muy recatado,
Guardó grande secreto en sus facciones,
Hizo castigos muy justificados
De gente belicosa (a fuer de guerra)
Los muchos con lo poco escarmentado,
Sin pasión, sin crueldad, sin miedo alguno,
Sino un justo deseo de justicia;
Y con éste ganó de Quechereguas,
De Coipo, y de Notuco, y Cayopangue,
Y otros lebos de guerra, paz segura.
Pero ¡qué mucho! Con la mira al norte
Que siempre tuvo en caridad fundada,
Repartiendo de sola su hacienda
Mayor socorro a pobres que sumaba
Su salario doblado, algunas veces,
Y tal vez hubo dellas que sus mismas
Camisas repartió a pobres soldados,
Con parte de la ropa de su cama,
Quedándose con dos, no las mejores;
Y así salió del Reino honrado y pobre,
Pudiendo salir rico y no así honrado,
Con nombre de divino en su gobierno;
Y tal gloria, que en él no entró enemigo
A nuestra paz, y se gozó tan quieta
Cual nunca en aquel Reino se ha tenido.
¡Y qué mucho! Si todo lo celaba
Y a cualquiera desmán con presto acuerdo
Acudía en persona a repararlo.
Y habiendo en uno grave, con presteza
Convencido en Arauco cinco reos,
Caciques principales de su Estado,
En el feo criminal de majestad lesa
Tratando levantar la tierra toda,
Antes que en ella esta traición sonara,
De su presto castigo corrió fama,
Con premio a los leales juntamente
Que no abrazaron su hecho criminoso.
Y como el de esta acción fue tan loable
Y a tan debido tiempo ejecutado,
Hizo de todos ellos los más fieles
Amigos y soldados, que a su lado
Campearon con él todo su gobierno.
Y entre mil cosas loables que en él hubo,
La virtud y buen ejemplo no permiten
Que deje yo en silencio el como uno
De los cinco traidores convencido,
Antes de ejecutarse su sentencia
Le ofreció cinco hermosas barras de oro,
Porque sobreseyese en su castigo,
Mas el gobernador, recto y prudente,
Dijo a los medianeros deste trato,
Que no era vendedor de la justicia,
Sino ejecutor fiel de sus virtudes;
Y que hacerla en el caso convenía
Al servicio de Dios y paz del Reino,
Y también que sus barras las gozasen
Los hijos y mujer de Quilaquirque,
Que tal fue el apellido de aquel reo.
    Y muy a la referida es semejante
Otra acción, que volviendo a retirarse
Del cuidado y servicio de la guerra,
Por dejar ya el ejército entregado
Al sucesor que tuvo, y caminando
Por Quilacoya, minas ricas de oro,
Topó por la derrota que llevaba
Unos indios que lo estaban sacando,
Para lo cual traían encaminada
Una reguera de agua que caía
Sobre dos varas de alto de barranca,
Cuya tierra era cebo a la chorrera
Y poza en que aquel agua descolgaba,
Donde dos de los indios con dos palas
De hierro y con sus pies desmenuzando
Iban la tierra que otros allí echaban;
Y habiendo estado atento un breve espacio
Viendo la ocupación de aquella saca,
Uno de los soldados que de escolta
Iban con él hasta ponerle en Penco,
Ciudad más principal de las fronteras,
Dijo a los lavadores que lavasen
En una bategüela un poco de oro
Del que en la poza casi limpio estaba
Para vello el apó, que así ellos nombran
Al general que gobernó la guerra,
Lo cual él resistió, y a todos dijo:
No lo saquéis, ni quiera Dios que en Chile
Vea yo en polvo, ni en tejos, ni en barreta
Metal que tantos daños ha causado
Así a gobernadores como al Reino,
Su paz, y al mayor bien de aquestos indios;
Y estad ciertos que, con favor del cielo,
Tengo de lograr bien aqueste intento,
Y que habiendo ocupado tantos años
Los primeros lugares deste Reino,
Tengo de salir dél sin haber sido
De barreta señor ni tejo de oro,
Y lo que es más, sin ver ni un grano en polvo.
    Y habiendo el oidor Merlo gobernado
Con gran felicidad seis meses solos,
Y con práctica ciencia demostrado
Lo que Jenofón sabio dejó escrito,
Que se ayudan las armas con las letras,
Estando el Reino en vivas esperanzas
De la paz tan cercana que antevia,
Le cortó a todo el hilo la llegada
Del sucesor que vino a presto vuelo
Del Virrey enviado (que lo era
Entonces el marqués de Montes Claros)
Un su criado, capitán Juan Jara
Quemada, que era muy capaz sujeto.
    Visitó los presidios en llegando,
Y socorridos y bien enterado
Del estado presente, retirose
A hibernar (que era tiempo ya de hacerlo)
Hasta la Concepción, cercana a todas
Las fronteras de guerra, de importancia,
Desde donde ordenó algunas facciones
Que su maese de campo ejecutaba,
Que era Pedro Cortés, con buen suceso.
En las más cosas por su traza buena
Y destreza mayor de un tal ministro,
Previno sementeras y otras cosas
Muy importantes para lo futuro;
Y llegado el verano a la campaña
Salió, y hizo una entrada al enemigo
Breve, en la cual cortó algunas comidas;
Llegó hasta Pellahüen, y retirose
Para espaldas hacer a las cosechas;
Pero sin ocasión alguna nueva,
Mas de reconocer que no crecía
Nuestra fuerza y que antes se gastaba.
    Se alzó toda la costa y otros lebos
De los de fuera en cogiendo sus comidas
(Que no buscan achaque para hacerlo,
Mas de su inclinación ya tan sabida).
Volvió a hacerles la guerra, y peleando
En tres recuentros, hizo algún castigo,
Con que algunos volvieron de paz luego.
¡Juego de niños! Y con ser tan claro
Hubo de recibirla, aunque decía
Que no se la aceptara, si tuviera
Un poco de más fuerza, de aquel modo.
     Y andando así las cosas encontradas,
Ya con ganancia, ya con medra poca,
Como corcho en el agua vacilando,
Volvió al gobierno Alonso de Ribera,
Llevando juntamente nueva orden
Del Rey, en que mandaba que cesase
La guerra, y se tratase de otro modo
De reducir a gente tan proterva.
     Y para que sepáis de raíz esto
El motivo que tuvo, aunque de paso,
Contaré los principios de su origen.
     Estaba en este tiempo ya ilustrada
La cabeza del Reino, Santiago,
Con catedral, y obispo, y religiones,
Las tres antiguas y otras dos de aumento,
Que en el tiempo que gobernó Loyola
Entró la Compañía, y ya se hallaba
Con un colegio medio bien fundado,
Que aún hasta hoy no lo está bien totalmente,
Mas pasa con estrecho religioso.
La de San Agustín también había
Tomado asiento allí, aunque estaba pobre.
Tenía de monjas otros dos conventos:
El uno antiguo de Agustina regla,
Que tiene de ordinario monjas ciento;
Y hay muchas más, a lo que me han escrito,
Y de tanta virtud que ser podría
Ejemplo della en lo mejor del mundo;
Otro de Santa Clara que en Osorno
Se pobló, y se mudaron despoblando
Allí, con grande lástima de todos
Los que notaron sus trabajos muchos,
Que en la transmigración mucho lucieron,
Como antes y después bien se ha mostrado;
Y está asentado ya medianamente,
Y tendrá como treinta religiosas;
Que con esto y la Audiencia, es casi Corte.
    Habiendo pues crecido ya las cosas
Desta ciudad (cual digo) y procurando
Los padres de la santa Compañía
De Jesús doctrinar aquella gente,
Y entender de raíz mejor sus cosas,
Vinieron a entender que los agravios
Que antiguamente algunos recibieron,
Habían sido la causa de la guerra,
Y del estar los indios obstinados;
Y queriendo tratar de algún remedio
Que haber pudiese de satisfacerlos,
Con que justificar más nuestra causa,
Un padre grave que sabía la lengua
Y había hecho Arte della, procurando
Este estudio con celo religioso
De catequizar indios e industriarlos
En la fe santa, y se ocupaba en esto;
Siendo de los primeros fundadores,
Consumado teólogo, muy diestro
Y gran predicador, con otras partes
Tantas, que bien pudiera decir muchas
Muy extremadas suyas fuera destas
De apostólica vida y sobre todo,
Luis de Valdivia, que rector fue un tiempo,
Trató con el Virrey que gobernaba
Entonces el Pirú, de unos arbitrios
Con que entendió que se allanara todo,
Por aquella sentencia tan sabida
De Tácito Cornelio que así dice:
         La más feroz e intratable
         Nación, si al ocio se entrega,
         Presto a blandura se llega.
Cuadrándole al Virrey los nuevos modos
Que este padre trataba, y a tratarlos
A España lo envió; y de aquí volviendo
Con real aprobación deste Consejo,
Llevó el gobernador por él pedido,
Y ese fue el mismo Alonso de Ribera
Que con él entró en Chile vez segunda,
En confianza de que, como diestro
Soldado, entablaría la nueva traza,
De suerte que algún riesgo no tuviese.
Y ésta fue providencia muy del cielo
Como veremos luego en el suceso.
     Trataron que una raya se hiciese
Cerca del Biobío, y todo cuanto
Della abajo quedase solamente
Se conservase en defensiva guerra,
Y de ofensiva ya no se tratase.
Dioles esto a entender con parlamentos
Y como el Rey así se lo ordenaba,
Y en fin, por largo tiempo reducirlos
Por caricias trató, y pasaron cosas
En ello que en un día no del todo
Se pueden referir; mas fue notable
Que después de mil tratos y convenios,
Y habiendo ido y venido chasques [50] muchos,
Al fin entraron de la raya adentro
Tres inocentes padres a tratarles
De reducirlos al bien, aunque prevista
Su muerte, y ofreciendo a Dios las vidas,
Lo cual se hizo con gusto de Valdivia,
El padre introductor de aqueste intento,
Repugnando Ribera y los ministros
Del ejército junto que allí estaban,
Muy enterados de la fe ninguna
Que de una gente tal podía esperarse;
Y más no diciendo ellos que allá fuesen,
Y otros que yendo los matarían luego.
Y así lo ejecutaron al momento
De la mañana del siguiente día
De la tarde en que a su misión partieron;
Aludiendo a lo cual dijo bien Plauto:
         Quien por la virtud la vida
         Dio, no pueden dél decir
         Muere, que empieza a vivir.
Y así pienso que están resplandeciendo
En vida eterna, pues el Sabio dijo:
        Resplandecerán los justos
        Ante Dios con alegría,
        Como el sol a medio día.
Porque iban a la muerte aparejados,
Y dice un buen Proverbio de los tales:
        Mata el basilisco en viendo
        Primero; visto, muere él,
        Y así es la muerte cruel;
Y tiniendo unas vidas ajustadas
Tanto, y dando por Dios un tal fin dellas,
¿Qué duda puede haber? Pues dijo el Sabio:
        Seme fiel hasta la muerte
        Dice Dios, darte he cumplirla
        La corona de la vida.
Mataronlos, cual dije, en el momento
Que entraron, sin querer oírles palabra
Porque no merecían tan perversas
Orejas escuchar destos benditos
Palabras que de fe instrumento eran;
Y así dijo el apóstol Pablo santo:
         La fe nace del oído
         Que a creer el alma inclina
         Por la palabra divina.
Y así acabó de conocerse luego
No eran aquellos medios acertados.
Pero todo el gobierno de Ribera
Se pasó en apariencias contenciosas,
Sobre si eran o no cosa importante;
Y el buen padre aún instaba en reducirlos,
Y, tengo por sin duda, con buen celo,
Y poniendo en el caso gran trabajo,
Y arresgando su vida algunas veces:
         Que el sano todo lo cree,
         Y es astuto considera
         De todo de otra manera [51].
    Cesó la guerra tiempo de quince años
Que duró el proseguir la defensiva,
Y el de cinco gobiernos, no pudiendo
Domesticarlos ni querer oírnos,
Cerrados de campiña en su fiereza,
Ni han dado paz ni abierto a ella camino;
Y aunque muchas entradas nos hicieron
No fue tanto el rigor como otras veces,
Acaso con ardid de descuidarnos,
Después darnos un todo de repente,
Questa era su intención a lo que entiendo
Como han mostrado bien en este tiempo,
Según por cartas deste año he visto:
Aunque inquietaron siempre a los amigos
Llevándolos tras sí por muchos modos,
Y aquellos que nosotros aguardamos,
Que no haciéndoles guerra se humanaran
Y fueran olvidando su fiereza
Y abrazaran con gusto las mercedes
Y tan grandes y tales como las que
El Rey, nuestro señor, les ofrecía,
Sus atroces traiciones, sacrilegios,
Con otras mil excesos perdonando,
Cual si fueran vasallos naturales,
Condonando el tributo y sus servicios
Que a sus encomendadores les dan otros,
Contento con que sólo abriesen puerta
A la predicación del Evangelio,
Fue daño que en nosotros hizo efecto
Tan presto que, si Alonso de Ribera
Como tan gran maestro, no cuidara
De ejercitar la gente y estar firme
Dos veces que intentaron su ventura,
Sin duda nos causaran muy gran daño.
Pero después que este cuidado grande
Con el tiempo quebró su vigilancia,
Estaba con el ocio nuestra gente...
No sé como lo diga cual estaba,
    Pero sé que no era el que debía
Como mostrará el tiempo de adelante,
Cuando empezó a venir el enemigo
Con la pujanza que antes yo antevía,
Estando de caballos y de armas
Tan sobrado que tiene lo que quiere.
    Mas para proseguir de los gobiernos
En suma lo que ha habido en estos años:
Muerto Ribera de enfermedad grave
Que los trabajos y años le causaron,
Quedó en aquel gobierno poco tiempo
Por nombramiento suyo, el más antiguo
Oidor que se hallaba en la Audiencia
Y por nombre tenía el licenciado
Hernán Gallegos y Talaverano;
Setenta años de edad, intención buena,
Mas ninguna experiencia de soldado,
Aunque decía en la guerra de Granada
Se había hallado, y tuvo gran pretenso
De ser en el gobierno confirmado;
Y es cual de Salomón esta sentencia:
         Por pecados de una tierra
         Príncipes della serán
         Muchos, y la mandarán.
Subió a la guerra y visitó los fuertes,
Que no había más que hacer en aquel tiempo;
Hizo más de noventa capitanes
Apocando la estima deste premio,
Promoviéndolos cada quince días,
Que con tal condición también los daba.
Mudó todos oficios y dio tierras,
Trocó indios y hizo mil mercedes;
Lal secretario la mayor de todas,
De quien fue aquel gobierno el día bueno,
Porque por serlo él le era afecto.
Y como aquel mandar era prestado,
Como gobierno de ínterin tan breve,
De no más duración que hasta que llega
Nueva de la vacante a los virreyes
Que sucesor envían en breves meses,
De cuatro a seis, alguno más o menos,
Cuanto les piden, todo lo conceden,
Gozando la ocasión apriesa en tanto
Que viene sucesor, y a sus criados
Y amigos aprovechan como pueden,
Por no verse tan presto arrepentidos
De no haber dado poco o mucho a todos,
Aunque no todos han seguido aquesto.
     Sucediole muy breve un caballero
De fuerte calidad y entendimiento,
Y lo mejor de todo, buen cristiano,
Que don Lope de Ulloa se llamaba;
Y del virrey electo a aquel gobierno
Entró, y después del Rey fue confirmado.
     Prosiguió en los arbitrios focejando
Con la dificultad de conservarse,
Obedeciendo el no haber de hacer guerra.
Procuró poner tasa en los tributos
De los indios de paz que ya quedaban
Tan pocos, que no halló modo ni como
Esto hacerse pudiese, aunque sobre ello
Cedió y tornó y mil medios se buscaron,
Y así allí como en Lima, mil consultas
Se hicieron, sin poder ejecutarse,
Porque en casa del pobre, como dicen,
Todos se quejan con razón no poca.
    A mí me culpó mucho, mas sin causa,
Y hizo que el virrey con aspereza
Me escribiese sobre ello, pero luego
Que mi respuesta vio, se satisfizo
Y me volvió a escribir más blando y grato,
Cuyas dos cartas guardo por trofeo,
Mas como dijo una sentencia grave:
        La guerra de muchos años
        A todos deja perdidos, 
        Vencedores y vencidos.
Y desto procedió no hallarse modo
Para asentar la tasa conveniente.
     Al fin deste gobierno un invierno hubo
Tan riguroso que un pequeño río
Que tiene la ciudad de Santiago,
La inundó con extremo tan pujante
Que arruinando algo della, estuvo a canto
De llevarla del todo y destruirla,
Cosa espantosa y en que hubo notables
Mil cosas que contara a tener tiempo,
Y en la historia darán gustoso rato;
De la cual resultó una peste luego.
     Murió en la Concepción al fin don Lope,
Y tan cristianamente que, aunque estaba
Muy encontrado sobre graves cosas
Con un sólo oidor que había quedado
De la asentada Audiencia de aquel Reino,
(Que todos los demás ya muertos eran
Sin haberles venido sucesores)
El doctor don Cristóbal de la Cerda,
Por no dejar alguna diferencia
Si otro gobernador él señalara,
Le nombró al mesmo punto de la muerte.
     Subió de Santiago a las fronteras
Con la más gente que llevar consigo
Pudo con esperanzas y promesas.
Visitolas y hizo mucha sombra,
Que sólo la persona que gobierna
Lo abriga mucho todo con su nombre;
Y fue bien menester, que muchas plazas
Faltaban ya, que el tiempo come vidas,
Y sus antecesores dieron muchas
Licencias, que ésta es cosa inexcusable.
Pero en llegando a un fuerte de importancia
Tuvo un incendio casual muy grande,
Que entendiéndose ser del enemigo
Puesto, causó un rebato vivo mucho,
A que acudió con ánimo constante,
Y reparando el daño que pudiera
Resultar deste caso, remediole,
Aunque fue parte para despoblarle;
Daño que mostró bien poco adelante
Su importancia, prevista de soldados
Viejos y capitanes veteranos
Que lo sintieron con extremo grande.
En la Concepción luego de justicia
Tuvo unos casos sobre graves cosas,
En los cuales el vulgo le culpaba
No sé si con razón, o tanta al menos
Culpa como en el caso le cargaban,
Que siempre es el juzgar ocasionado
A diversas calumnias, aun sin ella.
Hubo fama que quiso conservarse
En el gobierno por diversos modos,
Y aún trató de hacer guerra declarada
Con ocasión de entradas que los indios
Hacían destotra parte de la raya,
Sin advertir en lo uno y en lo otro;
Que dijo un estadista desta era:
         Advierte que deseaste
         Carga que en vida es penosa,
         Y en la muerte peligrosa [52].
Mas el Virrey, que el Príncipe era entonces
De Esquilache, mirando convenía
Enviar para las cosas de la guerra
Persona en la milicia ejercitada,
Y que don Pedro Osores y de Ulloa
Era la más al caso conveniente,
Como que del Pirú maese de campo era,
Y que ninguno cual él conduciría
Los soldados al caso convenientes,
Le encomendó su leva y el gobierno
Como a aquel que para cosas graves
Del real servicio fue del Pirú todo,
Años había, siempre la primera,
Y tan capaz de cosas muy mayores
Que sólo se dudaba el aceptarlo,
Porque se hallaba ausente muchas leguas,
El cual del Pirú todos los soldados
Tan en la mano a su querer tenía,
Que luego se entendió que fácilmente
Sería seguido de una copia grande;
Y así en sabiendo que lo había aceptado,
En su busca vinieron caballeros
De muchas partes, con que llevar pudo
Un lucido socorro brevemente,
Que llegó al tiempo que se deseaba,
Porque estaban la tierra y las fronteras
Muy descarnadas, y el rebelde puesto
Bien a la mira de ocasión alguna
Buscar para llevarse alguna dellas.
Pero llegado y siendo recebido
En la Concepción, que es la plaza antigua
De las armas de aquella nuestra guerra,
Con aquel nuevo estruendo y aparato
Todos recelos sosegaron luego
La tierra, y el peligro reparando.
Recién llegados desta gente cuatro
Malos soldados y facinerosos,
(Que siempre en muchos hay algunos tales)
Inquietos intentaron deslizarse
Dejando el real servicio y a la vida
De Lima revolver, que es muy sabido:
        Los bisoños conducidos
        Entre las grandes ciudades,
        Son aptos para maldades.
Los cuales castigó con fuerte pena
Y con severidad tan implacable,
Que así ejemplificados los restantes
Quedaron quietos, puesto el peso al hombro;
Mas no se resolvió en romper la guerra
Por no contravenir al real mandato
De la observancia de la defensiva;
Y por no tener fuerza equivalente
Para entrar espantando al enemigo,
Como era menester que se hiciese
En la primera entrada o no hacerla. 
   Mas con poca ocasión, si el adversario
La raya le pasaba, así seguía
Procurando del bien satisfacerse,
Con que, igualado el juego, se pasaba
En un estado que miraba a eterno
Gasto, y daño tener sin esperanza
De asentar paz ni sujetar la tierra;
Y no siendo para esto tan forzosa
Su asistencia al guardar de las fronteras,
Presupuesto que guerra no se hacía,
Bajó a dar una vista a Santiago
A cosas importantes del gobierno,
De que trató en llegando con la Audiencia,
Por ser algunas a ella concernientes,
Y se fueron haciendo por buen modo.
    De la Audiencia halló ya dos oidores
Que en las dos vacas plazas recebidos
Fueron, el uno el doto licenciado
Hernando de Machado, que primero
Había sido fiscal en ella misma;
Sujeto tan capaz y tan prudente
Que del Consejo Real serlo pudiera.
El doctor era el otro que Naváez
Y Valdelomar fue de tanto nombre
En el Pirú, donde tuvo cargos grandes,
Y en Sevilla asesor del asistente.
Y entrambos encontrados se hallaban
Con el doctor que dije, don Cristóbal
De la Cerda, que había gobernado,
Y como más antiguo presidía,
Que con llegar el grave Presidente
Y otro cuarto oidor calificado
De letras y experiencia en cargos muchos
Que en España ejerció, que licenciado
Dos veces fue y doctor, y don Rodrigo
De Carvajal es su propio nombre,
Y por fiscal otro sujeto grave,
Licenciado, que Jacobo de Adaro
Se llama, con que muy autorizada
Y plena ya la Audiencia se hallaba,
Con que se suspendieron los disgustos.
     Volvió don Pedro a dar fin a sus días
A Concepción, que era ya la caja
Y ataúd cierto de gobernadores,
Que cuatro recibió en tan pocos años,
Tan nobles, valerosos y valientes
Que una honrosa capilla en San Francisco
Adornan sus sepulcros y estandartes.
     Nombró por sucesor en el gobierno
A un caballero que era deudo suyo
Y con él militando allí se hallaba.
Fue don Francisco de Álava y Norueña,
El cual procedió bien el poco tiempo
Que le duró el gobierno, contentando
En cuanto pudo a todos pretensores,
Sustentando la tierra en el estado
Y punto que la halló sin perder nada,
Y sin dar ocasión al enemigo
De que sintiese campo descubierto
Muerto el gobernador, a quien temía,
Para atreverse a entrar la raya adentro
Con novedad alguna más que antes.
    Tuvose en este tiempo de Castilla
Aviso, que juzgamos por muy cierto,
Que el Estrecho pasaban aquel año
Para infestar las costas destos mares,
Navíos armados de holandesa gente;
Para lo cual algunas prevenciones
Hizo en la Concepción y en lo de arriba,
Y para general de Santiago
Y todo su distrito, nombramiento
Hizo en el licenciado que ya dije,
Hernando de Machado, con acierto
Tan grande que, si entrara el enemigo,
Fuera cierto sin duda lo posible
Se hiciera en la defensa de la tierra
Y al servicio del Rey más conviniente,
Porque el sujeto es apto para todo.
Título me envió de consejero
A mí de aquesta guerra, y señalome
Para quedar en la ciudad por cabo
Si necesario fuese que a la costa
Saliese el general a su defensa;
Y finalmente, en todo bien dispuso
Lo conveniente como buen soldado.
    Y aunque tuvo esperanzas más que pocos
De ser en el gobierno confirmado,
En sabiéndose en Lima la vacante
Y el estado en que el Reino se hallaba,
Luego el señor Marqués de Guadalcázar,
Que por virrey en el Pirú asistía,
Trató de enviar gobierno a aquella tierra,
Y por mostrar su voluntad con obras
Haciendo prueba de su buen deseo,
Quiso darlo a un sobrino, que cual hijo
Amaba por sus partes conocidas,
Y en experiencias muchas ya aprobadas.
Fue éste don Luis de Córdoba y Arce,
Veinte y cuatro de Córdoba, persona
De conveniente edad, corazón fuerte,
Y tan valiente como cortesano;
Muy afable con todos, y tan grave
Cuanto era menester, que no pudiera
Pedir más el deseo anticipado.
Despachole con gente la que pudo
Y con la entera paga situada,
Con que el Reino, su estado y soldadesca
Se alegró, mejoró, y alentó tanto,
Que todos de esperanzas nos vestimos,
Y más viendo después algunas suertes
Con prósperos principios comenzadas,
De que dichosos fines confiamos.
   Rompió la guerra a aquellos enemigos,
Y entró con nuestro ejército en sus tierras
Hasta las más preciadas, en persona,
Donde hizo una presa algo copiosa,
Con que se retiró a nuestras fronteras.
Pero los veteranos que temiendo
Estábamos el ver que de avenida
Viniese el enemigo con pujanza
De sus crecidas fuerzas descasadas
Por tantos años, como cierto era,
Quisiéramos que no tan de repente
Y con fuerzas tan pocas lo irritara,
Ni provocara con empeño tanto
Y en ocasión del tiempo riguroso
De aquel ivierno que era el que corría,
Que hizo esta facción más temeraria.
Pedíamos a voces quel cuidado
De nuestra soldadesca fuese mucho
Mayor que el que ya víamos tenerse
Por los bisoños mal envalentados.
Y este recelo que mostraban todos
Los capitanes viejos, les decían
Que era más cobardía que experiencia;
Y yo digo de mí que hablar no osaba
Contra todas acciones más resueltas
De lo que al bien común tanto importaba.
Mas con todo, obligado de conciencia,
Le supliqué con verás (por mis cartas,
De que mostraba gusto) que excusase
Otra entrada que supe hacer quería
En riguroso tiempo; y pienso cierto,
Según me respondió, que por mí sólo
La excusó, y se apartó de un grande estrago
Que se debió temer con evidencia.
Mas desto lo no visto no es creído,
Y a ello sucedieron trances tales
Luego inmediatos tras de mi partida,
De mucho sentimiento, y por no darlo
Y por hallarme ausente de aquel Reino,
Es lo mejor dar fin a esta tragicomedia,
Pues a lo sucedido no hay remedio;
Y así no os digo más de que ya tuve
Por una buena suerte y gran ventura
El alzarme a mi mano, como dicen
Siguiendo mi jornada a esta Corte,
Adonde, aunque no libre de cuidados,
(Que no pueden faltarme) en cuanto aquello
No estuviere en la paz que le deseo,
Agradecido al pan que allí he comido,
Y otras obligaciones que me corren,
Cuando menos serán menores mucho
Oídos de lo que vistos me causaron
Desmanes tan culpables, cual me avisan,
Y grande alivio en todos, porque haciendo
A ambas Majestades gran servicio,
Y a nuestro Rey católico y prudente
Diciéndole la causa porque aquella
Guerra no está en la paz que se desea,
Y la brevedad grande con que puede
Conseguirse con próspera fortuna,
Con los pertrechos a ella convenientes
Y soldados dos mil con que mandado
Muy muchos años ha ordenó se hiciese
Por ser precisamente necesarios
Para el asiento quieto que requiere,
Y por no haberse esto ejecutado
Ni fecho con las fuerzas que debiera,
Y el ausentarse della los ministros,
Y otros descuidos, culpas y omisiones
Que casi en todos tiempos no han faltado,
Y en algunos cudicia, raíz de males,
Con vida relajada en las costumbres,
Ha permitido Dios en pena dellas
Tantos trances sentibles como ha habido;
Y lo han sido muy muchos estos postreros,
Y todos tanto más cuanto es tan fácil
El dar dichoso asiento a aquella guerra
Con gobierno cristiano y medios dichos.
   Y en cuanto aquesto no se ejecutare
Ni hubiere en todos la debida enmienda,
¡Qué mucho que haya cruz hasta que la haya!
No lo ignora el Consejo, porque avisos
Multiplicados muchos ha tenido
De reparos que aquello demandaba,
Dados diversas veces por ministros
Que en virtud y religión son extremados,
Cual de sus advertencias constaría.
    Más pecados del Reino, que son muchos,
Y otros que en su desgracia Dios permite,
Causaron daños dichos, y hoy se temen
Otros mayores, si con providencia
Clemente y paternal, no los previene
Con justo regimiento en todo aquello,
Cualquiera su bondad sea el que hoy se envía,
Y con gusto común espera el Reino,
Que siendo tal la paz, será muy cierta,
Ques Dios muy fiel y ayudará su causa,
Seguida como suya y por sus vías.

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[48]

Peligro, apuro, o lance capaz de ocasionar vergüenza o deshonra. -M.

[49]

Por plural de bohio, casa de paja o cabaña, palabra que los conquistadores tomaron de uno de los dialectos de Tierra Firme, y que la Academia Española ha prohijado en su Diccionario. -M.

[50]

Chasques son lo mismo que estafetas y correos de España. -Nota del Autor.

[51]

Proverbios.

[52]

Lipsio.