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Crónicas
Discurso tercero y último
Fragmento segundo

Descanso Primero

               PROVECTO

    La Astrología o ciencia de los astros,
Es curiosa, muy útil y loable
Para la agricultura y medicina,
Como para otras cosas importantes
Y necesarias a la vida humana,
Porque graves autores la celebran
Diciendo la aprendieron los hebreos
De Abraham, patriarca justo y santo,
El cual a los egipcios sacerdotes
La enseñó, y a aquel rey Faretates
Cuando de hambre forzado bajó a Egipto;
Habiendo su principio derivado
De Set, nieto de Adam, que es tan antigua.
Los griegos afirmaron que es de Atlante,
Por lo cual fabricaron los poetas
Que sustentaba el cielo con los hombros.
Plinio dice que fue su inventor Belo
Y también la atribuye a los fenicios;
Luciano dice fue de los etiopes
Al principio del mundo celebrada.
El inventor al fin aquel que fuere,
Ella es célebre ciencia, insigne y alta.

                GUSTOQUIO

   Así lo juro yo, y por serlo tanto
Pienso es bachillería de los hombres
Querer hacer sus reglas infalibles,
Y el querer della bien señorearse,
Por lo cual dijo el Sabio: si juzgamos
Con gran dificultad de aquellas cosas
Que están sobre la tierra tan patentes,
¿Cómo inquirir podremos con acierto
Las que están en los cielos y su alteza?

                PROVECTO

    Por eso mismo es ciencia de hombres tales
Como se ve en la alteza del objeto,
Como por los famosos que la usaron.
Milecio fue el primero que la esfera
Fabricó, y fue notando por sus puntos
Con la vuelta del sol, los equinocios;
Eudoxio, nobilísimo y famoso,
Escribió della en verso un libro entero;
Y el gitano Conón, escribió siete.
Trató Hiparco Niceo de las fijas [2],
Y el casto Endimión [3] notó el primero
Los muchos movimientos de la luna,
Causa de que fingiesen los poetas
El haberse ella dél enamorado.
Nicepso, rey de Egipto, a quien llamaron
Emperador justísimo, fue grande
Astrólogo y maestro desta ciencia.
Tales Milesio y Tolomeo egipcio
Ilustraron después los instrumentos
Que en su principio había hallado Hiparco;
Y el gran Albumasar, y fuera destos
Nuestro rey don Alonso, a quien por ella
De sabio le fue dado el gran renombre,
La honró, perficionó, y aclaró mucho.
Después Pedro de Aliaco y Sacro Vosco,
Juan Estodio también y Monte Regio,
Jerardo cremonés, con otros muchos
Que excuso referir por no cansaros
Y fuera destos tantos que por suya
Se preciaron tenerla, también hubo
Otros muchos que la recomandaron.
Y según dijo Juan Baptista Abioso,
Matemático ilustre, más moderno,
Aristóteles muestra que los astros
Tienen entera acción sobre las cosas
Inferiores, sintiendo en otra parte
Ser de todas las virtudes deste suelo
Gobernadas, movidas y regidas
Por configuraciones superiores,
Por acceso y receso de planeta
Mayor, y de su círculo solemne
Que oblicuo comúnmente fue llamado;
Cosa de que algún rastro alcanzar suelen
Los que del mundo son más incipientes,
Si bien con malos términos lo digan.
Porque ¿quién hay que ignore que el invierno
Frío y penoso, y el estío ardiente,
De su acceso y receso son causados?
Y Aristóteles mesmo en los problemas
Atribuye a los cursos de la luna
La convulsión de los infantes tiernos
En el materno vientre contenidos;
Y es conocida cosa que por ella
De la mar son causadas las crecientes.
Así que la encumbrada Astrología
De natural filosofía es cima.
Averroes la sublima con extremo
Y es uno de los muchos que han tenido
Que las cuatro encontradas calidades
De los cuatro elementos, aún proceden
De virtud de los cuerpos superiores,
Y aún afirma Platón no hacerse cosa
En este inferior mundo que no tenga
Destas causas segundas el origen.
Galeno dice ser toda substancia
Corpórea y animada en lo terrestre,
Conjunta a los planetas y a los signos
Y estrellas del Zodíaco que forman
Della sus virtuosas influencias.
Damacero, y con él otros no pocos,
De la salud y las enfermedades
La causa principal les atribuyen.
Que Dios rige por sí, dice Boecio,
Las cosas todas, más que las menores
Por estas superiores las dispone.
Pero Santo Tomás muy claramente
Dice esto mismo, que las criaturas
Menores rige Dios por las mayores;
Y Jerónimo, docto como santo,
Escribiendo a Paulina, se la loa;
Y el sabio San Dionisio Areopajita
Fue astrólogo muy grande y astronomio,
Por lo cual conoció ser milagroso
El eclipse del sol que el mundo tuvo
En la muerte de Cristo, señor nuestro;
Y viéndole en Atenas, exclamando
Dijo: sin duda el mundo se disuelve
O perece el señor de lo creado.
    Y este juzgar sobre la astrología
Juicio judiciario acá llamamos,
Y el mismo Cristo, de verdad maestro,
En el décimo sexto de Mateo,
Abona aquesta ciencia claramente,
Donde a los fariseos, saduceos,
Dijo: «soléis vosotros por la tarde
Decir viendo el sol claro y rubicundo,
Serenidad de tiempo hay grande ahora;
Y viendo a la mañana que está triste,
Nublado el cielo, y que relampaguea,
Que tempestad habrá decís por cierto».
Con que quiero excusar otros abonos
Pues al dicho llegar ninguno puede.
Pero pudiera daros infinitos,
Pues casi no hay autor antiguo grave
Ni moderno que no la estime y precie,
Y diga que la ciencia perficiona
Y de tal suerte es esto que Bibaldo,
Gravísimo escritor, en un tratado
Doctísimo que hizo de la iglesia
Santa de Cristo y de sus perfecciones,
Certifica al teólogo y conviene
Saber medianamente astrología,
Por tener la Escritura a cada paso
Lugares que mil cosas de los cielos
Tratan, del claro sol, luna y estrellas;
Por lo cual el tan docto como grave
Famoso cardenal Camerasense,
Hizo una muy curiosa concordancia
De la astronomía con la teología.
Así que aquesta ciencia es aprobada,
Muy útil y importante a muchas cosas,
Y hasta para el hacerse el hombre rico
Es menos vana que la juzga el mundo.

                 GUSTOQUIO

    Pues probadme vos eso, y veréis como
Al momento la estudio con cuidado,
Y habréis cumplido entera la palabra
Que tiene dada al mundo vuestro nombre.

                 PROVECTO

    Yo sin ser docto en ella, os asiguro
Que con sola las reglas generales,
Primeros rudimentos desta ciencia,
Puede alcanzarse a conocer de cuales
Frutos el año estéril ser promete,
Y de cuales promete en abundancia;
Y esto ya conocido, y previniendo
El emplear en los que han de faltarle,
Con mediano caudal y con prudencia,
Puede uno hacerse rico fácilmente,
Como de ve continuo en tierras grandes,
Donde la carestía pone precios
Excesivos e inciertos a las cosas;
Y así cuentan historias que en un año
Sólo que conoció Tales Milesio,
Astrólogo muy grande, faltaría
La cosecha de aceite, quedó rico;
Y ¿quién quita que no pase lo mesmo
Hoy a cuantos supieren desta ciencia
Aprovecharse con cordura y maña?

                GUSTOQUIO

    Digo que me ha cuadrado con extremo
Ese consejo, y que he de aprovecharle.
Sólo quisiera que este primer año
Hubiera de tener de vino falta
Para emplear en él y desde agora
Hacer a Fizga [4] grandes amenazas.

                 PROVECTO

    A muchos más fizgárades con eso,
Mas no sois sólo vos el que donaire
Hace de tales cosas en el mundo,
Por lo cual de los menos son sabidas,
Que nadie busca con trabajo mucho
La ciencia que aprender estima en poco.

Descanso Segundo

                GUSTOQUIO

    Basta; pasa adelante por mi vida,
Que esa es pura verdad que yo os confieso.

                 PROVECTO

    Pues digo que con ser aquesta ciencia
Tal y tan estimada como he dicho,
Tiene muchas falacias y defectos,
Repugnancias, encuentros, y opiniones,
Entre sus más peritos, como todas;
Que como sólo Dios perfectamente
La ciencia sabe, vemos que en las menos
Dificultosas siempre el hombre halla
Mil dudas por su corto entendimiento;
Y muchas más en ésta que es notoria
Cosa que no se toca con las manos,
Ni se alcanza a medir con pies ni varas;
Y así contiene cosas esenciales
Que por verificarse están hoy día;
Ni han podido entenderse enteramente,
Que, como dijo el ángel a Agustino,
Caber en hoyo chico un mar entero
Con entereza, es imposible cosa.
Y aunque la bondad suma mucho quiere
Comunicarse al hombre miserable,
Es su capacidad tan corta y chica
Y su caudal tan pobre, que no puede
Comprender en tan angostas sienes
La inmensidad de los celestes orbes,
Ni las menores perfecciones suyas.
Antes es milagrosa maravilla
Ver lo mucho que en poco comprende,
Y admira a los muy sabios la evidencia
Con que el humano entendimiento sabe
De aquesta ciencia las demostraciones,
Que no es con menos que la con que entiende
Que ser dos y dos cuatro es infalible,
Y con ser cosas que antes de sabidas
Parece disparate el proponerlas,
Que como me ha sucedido a mí diciendo
A quien no sabe el modo como pasa,
Que la luna que ve venir y sale
Por el oriente caminar derecha
A subir a lo alto de la esfera,
No camina hacia allí, sino que lleva
Su movimiento propio hacia el oriente,
Parecerle muy clara bernardina [5]
Y que burlaba dél sin duda alguna
Siendo tan cierto lo que le decía,
Como quien bien lo nota lo va viendo
En las crecientes y menguantes suyas;
Pues en los quince días de creciente
Desde el poniente a oriente corre el cielo,
Y en toda la menguante el otro medio,
Aunque con el diurno cada día,
Como los demás astros, es llevada
Y da una vuelta al orbe por la fuerza
Del primer móvil que, con curso rapto,
Lleva todos los orbes tras el suyo.
Hace su curso en horas veinticuatro
Con ser el superior y mayor tanto,
Lo cual es tan así que ya sabido
Así cuadra al humano entendimiento
Que otra cosa creer le es imposible,
Aunque ya persuadírsela quisieran.

                 GUSTOQUIO

    Es tan pura verdad lo que habéis dicho
Que con no haber parado yo en mi vida
En como eso pasaba, ni notarlo,
Y como un ignorante lo entendía,
He ya echado de ver después que os oigo
Que es eso desa suerte, de manera
Que de otra ser no puede ni es posible.

                 PROVECTO

    Pues dese mesmo modo fácilmente
Os daré yo a entender en poco rato
Toda la esfera, si guardes dello.
Y es el saberla cosa muy curiosa
De gusto, y que ya ha sido de provecho
En muchas ocasiones, de las cuales
Aunque algo me divierta del intento,
Una os quiero contar sumariamente
Que sucedió a Colón cuando las Indias
En su primer principio descubría,
Tan admirable como muy discreta.
Y fue que estando ya casi perdido
En tierra, con dos naos encallado
En una isla muy grande de enemigos,
De quien es Jamaica el propio nombre,
Esperando un socorro bien dudoso,
Hecho dellas un chico castillete,
Falto de bastimentos y de agua,
Siéndole fuerza para sustentarse
Haber de rescatarlos de los indios
A trueque de las cosas que llevaba,
Como todos los días lo hacía
Dándoles a entender que ya por horas
Aguardaba socorro de los suyos;
Y conociendo al fin los naturales
Su gran necesidad, y que si ellos
Excusaban el darle vituallas,
Presto perecería, y sería suyo
Cuanto en su fuertecillo había quedado,
Se excusaron de dárselas, de suerte
Que casi a perecer llegó su gente,
Porque de ningún modo las hallaban.
Puesto en este conflicto tan terrible,
Y por su matemática alcanzando
Que en la primera luna habría un eclipse
Grande de luna, y lo que duraría,
Procuró hablar con maña a aquella gente
Que de noche muy cerca de su fuerte
Llegaban con la luna y voceaban,
Significando perecían de hambre
Sin hallar que comer, y que por esto
Buscando caza andaban en la selva.
Y enojado les dijo que entendía
Muy bien sus intenciones, más que presto
Verían bien como el Dios del alto cielo,
Cuyos esclavos él y aquella gente
Eran, como les dijo a los principios,
Enviaba sobre ellos un castigo grande,
Con que su hambre fuese verdadera
Y pereciesen todos brevemente.
Y porque le creyesen, prometía,
Si la noche siguiente se juntasen
En aquel sitio, hacer que desde el cielo
Una grande señal Dios les mostrase,
Con que claro su enojo mostraría;
Así que se juntasen para verla
Y le avisasen en estando juntos,
Y luego la señal se mostraría.
Y admirándose mucho de oír esto,
Otra noche siguiente se juntaron,
Que era en la que él sabía habría el eclipse,
Y tenía de empezar como a las once.
Y juntos en gran número gritaban
Pidiéndole mostrase las señales
Que prometido había, y aguardando
La hora con demandas y respuestas,
Que por un indio preso que hablaba
La lengua desta isla y la española,
(De la cual otros muchos allí había,
Por ser conjuntas con distancia poca
Se entendían ya muy bien) al fin les dijo
Que callando esperasen y notasen
Lo que presto verían en el cielo.
Y llegando la hora del eclipse,
Viendo los naturales que la luna
Se iba poniendo ascura casi toda,
Y tomando también color de sangre,
Creyeron, y temblando le rogaron
Pidiese a Dios que se desenojase,
Que al momento trairían bastimentos
Al fuerte para un año, sin rescate,
Y que le serían siempre muy leales.
Otorgolo, y mostrando que rogaba
A Dios, puestas las manos, de rodillas,
Que su enojo quitase de sobre ellos,
Llorando de verdad al Dios Supremo,
Porque de tal trabajo le librase,
Fue cesando el eclipse, al mesmo paso
Que cargados los indios ya venían;
Y dejando su fuerte proveído
De cuanto carecía enteramente,
Libró por esta ciencia a sí y los suyos
De una precisa y miserable muerte.

                 GUSTOQUIO

    ¡Cosa admirable y bien acomodada!
Bien se dice por eso que las ciencias
Son la mayor riqueza de la vida,
Nunca loadas bien cumplidamente.
Mas vamos adelante, que deseo
Que a vuestra judiciaria descendamos
Que de la Astrología solamente
Hasta aquí habéis tratado sin tocarla.

                 PROVECTO

    Forzoso ha sido hacer el fundamento
En ella, pues que della se deriva.
Pero volviendo al punto, ibaos diciendo
Que no carece de falacias muchas;
Pues cuanto a lo primero, casi todos
Sus autores en mucho diferencian
En sus más radicales fundamentos,
Porque unos ponen orbes ocho solos,
Y estos son comúnmente egipcios, griegos,
Árabes, y judíos, y latinos:
Platón, Proco, Aristóteles, Averroes,
Y casi todos hasta don Alonso.
Hermes tuvo opinión de que eran nueve,
A quien los babilónicos siguieron.
Tebit, y maestre Isaac, y Alberto Magno,
Y don Alonso, rey y sabio llamado,
Sintió que fuesen nueve, y después ocho
Vino a afirmar haber tan solamente.
Los modernos, que en hombros de gigantes
Para más alcanzar, después subieron,
Afirman que son diez y así lo obtienen.
Y acerca de los cursos de la octava
En que están las estrellas fijas todas,
Tienen otra herrería [6] de opiniones,
Porque cuantos ha habido desde Hiparco
Hasta estos tiempos, se resuelven
Diversamente en dos maneras solas.
Pero los más modernos le atribuyen
Triplicadas de movimientos varios;
El uno suyo propio, a quien llamaron
De la trepidación, y aqueste cumple
En años siete mil; y otro segundo
Que de la giración procede dicen
De la novena esfera, y nada menos
De treinta y nueve mil durar afirman.
Y el tercero, el diurno, que es causado
De la décima esfera, a quien llamaron
Primero móvil rapto, o ya diurno,
Porque da vuelta entera cada día
Siendo, como ya dije, mayor mucho
Que todos los demás, pues ciñe a todos.
Mas ¡oh, incomprensible Hacedor Sumo,
Cuánto en todo tu gloria resplandece!
Y estos mesmos modernos, ya afinados
En su ciencia, tampoco se conforman
Antes de cada cosa, diferentes
Opiniones observan y las siguen.
    Pero antes de pasar más adelante
Por tocar algo ya en la Judiciaria,
Sabed que destos doctos en el arte
Que siempre juzgan las futuras cosas
Por los aspectos, sitios y ocurrencias
De los planetas, en diversos tiempos,
Unos con más acierto, otros con menos,
Y lo más cierto acaso algo acertando,
Tratando desta vuelta tan prolija
Que giración de la novena llaman,
Y tanta multitud de años presumen
Ha de durar, llegando a juzgar della
Que la vida del mundo será piensan,
Haciendo este discurso judiciario,
Si hubiera de durar mucho más tiempo,
El vivir de los hombres no estuviera
En lo poco durado ya tan corto,
Que de mil años ha bajado a ciento,
O por mejor decir a ochenta y menos,
En solos cinco mil que ha que fue hecho
El hombre, o poco más; y en lo restante
Menguando en proporción antes de veinte
Mil, nacer y morir serán juntos.
O por lo menos el vivir más largo
Si en esta proporción se va acortando,
A la edad de engendrar llegar no puede;
Y si no hubiera de durar el mundo
Tanto como aquel círculo en su vuelta,
Dios, que superfluo nada criar supo,
Ni que de algún misterio careciese,
No le pusiera duración tan larga;
Que, antes de la acabar, se le acabara
La vida a este inferior terrestre mundo.
Pero aunque estas razones cuadran mucho
Al ingenio sutil y le recrean,
Ni tienen certidumbre por apoyo,
Ni traen necesidad de cierto efecto.
Y deste modo son ya casi siempre
O las más veces las que los señores
Judiciarios al mundo comunican.
Y aunque siendo esto así, juzgar se pueden,
Más por de risa que por de importancia,
No dejan de tener algún misterio,
Como después diré, que es de advertirse.
    Pero volviendo a aquellas diferencias
Que tienen entre sí los deste arte,
Todos discuerdan en el movimiento
De aquella o esta esfera, en que las fijas
Estrellas las figuras forman todas,
Que Tolomeo en un grado solamente
En cien años se mueven dejó escrito,
Y en sesenta y seis años el Rey Sabio,
Y que en sesenta y ocho Hiparco dijo,
Y Juan de Monte Regio que en ochenta,
Y muchos otros en diversos tiempos.
Y en el de la novena esfera, menos
Se ajustan, a quien llaman cristalina;
Y en el curso de Marte diferencian.
Y más que todo ha sídoles difícil
Acertar juntamente de la entrada
Del sol el tiempo en puntos equinocios,
Como Leví lo prueba claramente,
El cual y Hiparco siempre variaron,
Y Albateguin y el Rey en la medida
Cierta del curso anal tan importante
De las mesmas imágines del cielo
Formadas de las fijas, también tienen
Diferente sentir; y finalmente
Tienen los más peritos desta ciencia,
Otros dos mil encuentros que no quiero
Referir por no seros más molesto.
Y vengo a resumir que si en aquesta
Ciencia que da raíz y fundamento
A la imaginativa judiciaria,
Hay tanta diferencia de opiniones,
¿Con qué estabilidad, con qué firmeza,
O con qué certidumbre el más perito
Podrá juzgar por ella con acierto?
Con ninguna por cierto a lo que siento,
Demás de que estas causas que sigundas
Llamamos, aunque inclinan el afecto,
No con necesidad al albedrío
Obligan, ni le fuerzan a seguirlas.
Y es sentir lo contrario erróneo y falso,
Y un conocido absurdo o disparate.

               GUSTOQUIO

    Luego bien digo yo que ningún caso
Debe hacerse de cosa tan incierta,
Y así aborrecen mucho los más doctos
Aún de la Judiciaria el nombre sólo.

                 PROVECTO

    Tampoco tengo yo eso por cordura,
Y si no fuera ya hora de negocios
Ni estuviera de hablar cansado tanto,
Como juzgo estaréis vos de escucharme,
Porque la Judiciaria me lo dice,
Me obligara a poneros de otra tinta.
Mas para otra ocasión esto se quede,
Que no faltará tiempo de tratarlo.

                 GUSTOQUIO

    Nunca plática vuestra es fastidiosa,
Mas de recreación, a quien no sea
Tan vuestro aficionado, porque tienen
Todas las vuestras de provecho mucho,
Que cierto os cuadra el nombre de Provecto,
Y no quiero decir en esto todo
Lo que siento, por ser tan propia parte.

                 PROVECTO

    Ea, señor, dejemos fingimientos
Que son ociosidades conocidas;
Habéis de gozar hoy del prado un rato,
Que yo tengo que hacer en casa un poco.

                 GUSTOQUIO

    Si tengo de ir, mas tan enajenado
Estoy de mí cuando con vos me hallo,
Que aún de lo más forzoso no me acuerdo,
Según la voluntad se os aficiona;
¿Dónde nos hallaremos a la tarde?

                 PROVECTO

    Si os place, a la oración en aquel puesto
De la fuente, do anoche razonamos.

Con esto se despidieron, y por muchas hojas del libro no vuelve a tratar más de la materia, hasta que casi en principio del capítulo sexto, como casualmente vino a decir Provecto a un criado llamado Velasco, que se enojó con poca causa con otro por algunos remoquetes [7] que le decía:

                 PROVECTO

    En fin, os atufáis de cejijunto
Mostrando en todo poco sufrimiento;
A lo cual replicó Gustoquio y dijo:

                GUSTOQUIO

   Menos le tengo yo, pues no mirando
Que hace calor y tan penoso día,
Os quiero ejecutar por la palabra
Que me distes ayer de tratar algo
Más de la Astrología Judiciaria,
Con que hacerme sentir que debe hacerse
Della algún caso, y no menospreciarla
Del todo, o a lo menos las señales
Que son notables en fisiognomía.

                 PROVECTO

Direos, señor, en eso lo que siento
De buena voluntad, sin que ley haga
Mi parecer, que es un testigo sólo,
Y no de tanto abono cual pedía
Cosa que está tan desacreditada.
    De tres maneras sienten en el mundo
Los que he oído hablar de aquestas cosas.
Los dos con dos extremos que viciosos
Son de ordinario en muchas de su suerte,
Que dijo San Crisóstomo por ellos
Divinamente, que los más herejes
Por inmoderación han siempre errado,
Unos por exceder y otros quedando
Defectuosos en lo que debían
Sentir de los artículos divinos.
Y así en esta creencia de esta ciencia
Verán unos por alto, otros por bajo.
Otros en medianía más prudentes
Sienten, y tratan della con cordura,
En que consiste la virtud más cierta.
Los unos la reprueban con extremo,
Y cual nefanda cosa la abominan,
Negando a pie juntilla que los astros
Tengan algún poder sobre nosotros,
Y que con vehemencia, ni sin ella
No pueden inclinarnos ni movernos,
Ni otra alguna menor correspondencia
Tengan con las acciones de los hombres.
Y así mismo que no hay señal alguna
En hombres, de la cual hacer debiese
Caso poco ni mucho el sabio o necio.
Ni aún para agricultura o medicina
Quieren se trate della alguna cosa.
Y he visto muchos en aqueste tiempo
Que dan tal opinión por docta y santa,
Y con tal pertinacia, que ninguna
Palabra escuchar quieren en contrario,
Como si en nuestra ley hubiese cosa
Que tratarse no pueda con disputa,
Como en la ceguedad mahometana,
Que por faltarles tanta a sus errores,
No llegan a razones nunca en ella,
Y a ciegas a defienden con las armas.
Y hacer esto el cristiano es necio extremo,
Que es doctrina del príncipe sagrado
De la Iglesia, San Pedro, que estaría
La fe bamboleando si el cristiano
A dar della razón no se hallanase,
Aparejado y pronto; y con fe sola
Esto hacerse no puede sin disputa
Y discurso, en razón y fe fundado;
Que son razón y fe, las dos hermanas,
Lía y Raquel; y aunque ésta es más lucida,
No aquella ha de dejar el docto y sabio,
Pues que Jacob la tuvo por esposa,
Que aunque tiene los ojos lagañosos
Para alcanzar a ver de las divinas
Cosas la luz que es tanto inaccesible;
Y de la fe, Raquel, hermosa y bella,
Es menester la vista para esto,
No debe la razón menospreciarse.
Y cuando un mal astrólogo obtuviese
Opinión mal sonante y no conforme
A las divinas leyes sacrosantas,
Caridad sería oírle y corregirle,
O no teniendo enmienda, castigarle.
Pero si oído, se limita y ciñe
En lo que es por la Iglesia permitido,
Es gran curiosidad ver lo que sabe,
Y conoce, o que ignora totalmente;
Que el profesor de la sabiduría
Cristiana, dos personas representa,
Una de racional y discursivo,
Y la otro de teólogo arguyente.
Y so pena de ser estulto claro,
Este de aquel nunca apartarse debe,
Aun cuando se tratare que es más esto
De fe y sabiduría revelada,
Porque el que tal hiciese, la fe misma
Ni defender sabrá, ni si él es hombre.
    Mas no quiero decir por esto empero
Que es necesario la razón apruebe
Las cosas de la fe, ni Dios tal quiera,
Que bien sé yo que en sí su valor tienen.
    Y dejando esto así, volviendo al punto,
Hay otro extremo deste muy distante
Y peor mucho que él entre otros muchos,
A quien Santo Tomás muncho condena,
Que como estoicos o percilianistas
Declarados herejes sentir quieren,
Como San Agustín también afea,
Que de necesidad obran los cielos
En los hombres, y sin que huirse pueda
Lo que está por la suerte destinado,
Llamando hado esta virtud celeste,
Opinión que Diógenes Laercio
Tuvo, y los dos, Demócrito y Heráclito,
Emperadores libres como graves,
Que esta ser suya Cicerón refiere,
Y otros muchos sin ellos mil dislates
Erróneos y aún heréticos tuvieron.
Pero ¡qué maravilla! Pues es dado
Por premio de la fe el entendimiento
De lo difícil, y ha de precederle,
Según San Agustín nos aconseja.
Así el Santo Profeta, rey sagrado,
«Porque creí, hablé» vemos que dijo,
Y deste mesmo espíritu movido
El Apóstol: «creí y hable por esto»;
Que todo es uno así, que por faltarles
Fe a muchos de los más bien opinados
Del mundo, y celebrados de su fama,
Astrólogos, filósofos y poetas,
Como en todo lo más, en esto erraron.
    Séneca en su tragedia, y Pocidonio,
Frenecio, y Juvenal, Lucano y otros,
Y Ovidio en el De tristibus, diciendo
Que ninguna razón divertir puede
Lo que está por el hado destinado;
Y más los babilónicos caldeos
Ofreciendo costoso sacrificio
A las inteligencias superiores,
(Como Filón, hebreo, testifica)
Por lo cual amenaza Dios a estos
En el cuarenta y siete de Isaías,
Porque sin a El venir consultan astros,
Pensando es sólo un natural agente,
Siendo su voluntad la causa prima.
Pero, aunque como digo, es peor tanto
Este herético extremo, no carece
De culpa alguna, en que primero dije,
Porque hay muchos de tal entendimiento
Que, aunque bien opinados en escuelas,
Es su censura en esto tan acerba
Que, en oyendo tratar de cosas destas,
Tienen al que las trate por hereje,
Y le infaman por tal o poco menos.
Y viendo esta opinión de tanta sangre [8],
Piensan los temerosos de conciencia
Que sólo imaginar en algo desto,
Es una culpa que merece hoguera,
Y tiene este sentir tan escabroso
Inconvenientes tantos, que se han visto
Por seguirle, mil casos lastimosos.
Y por acabar ya con los extremos,
Antes que oigáis del medio el sentir mío,
Os contaré un ejemplo vero y raro
Que en Chile sucedió no ha muchos años,
Y ha causado a aquel reino daños grandes,
Y vidas muchas de cristianos muertos,
Y a la hacienda real muchos ducados,
Porque veáis si sale muy barato
Este cerrarse tanto de campiña
Sin dar lugar alguno a la prudencia
Cristiana, en que escaparse salva pueda;
Y pasó, y yo lo vi, de aquesta suerte.

 

__________

[2]

Estrellas. -M.

[3] [«Endimeon» en el original (N. del E.)]
[4]

Fizga era una buena vieja que bebía bien, y está introducida en varias partes del Coloquio. -El Autor.

[5]

En estilo familiar, mentira. -M.

[6]

Ruido tumultuoso. -M.

[7]

Dichos agudos y satíricos. -M.

[8] De alto linaje. -M.