ACTAS DEL CABILDO DE SANTIAGO PERIODICOS EN TEXTO COMPLETO COLECCIONES DOCUMENTALES EN TEXTO COMPLETO INDICES DE ARCHIVOS COLECCIONES DOCUMENTALES

Crónicas
Discurso tercero y último
Fragmento tercero

Descanso Primero

                PROVECTO

    El belicoso reino gobernaba
De Chile, con prudencia, un caballero
De orden de Calatraba, vizcaíno,
Discreto, buen cristiano y valeroso,
Cuyo nombre era, cual me habréis oído,
Martín García de Óñez y Loyola,
De la casa del santo Patriarca
Ignacio, que olvidando el propio nombre
El de Jesús le dio a su Compañía;
El cual estando mozo en esta corte
Fue mucho de la casa de Santoyo,
Donde un gran judiciario que allí andaba
Tal amistad le tuvo por sus partes
Que, sin él lo saber, le alzó figura;
La cual vista, y haciendo juicio della
Al modo que él lo usaba, le dio todo
Lo que llegó a juzgar por los aspectos
Y estado circular de los planetas
En la ocurrencia de su nacimiento;
Que le diría acaso conversando,
(Cosa que entonces no era prohibida
Con el aprieto que en aqueste tiempo.)
Y entre otras cosas muchas que lo escrito
Contuvo al cabo dél, pronosticaba
Que el año de quinientos y noventa
Y ocho, sobre los mil la cuenta hecha,
Cerca de Navidad, un gran peligro
Le amenazaba; pero que si deste
Por ventura o cuidado se escapaba,
Que sería felicísima su suerte
En todo lo restante de la vida.
Guardó el papel, notando la creencia,
Más por dar a entender que agradecía
La voluntad que le mostró en hacerle;
Y pasados después algunos años
Corriendo por su vida mil sucesos,
Halló que concertaban con lo escrito
Tanto que admiración le causó mucha,
Sin que con todo esto él más creencia
En lo futuro diese a lo restante,
Ni hiciese caso dello poco o mucho.
Vino a Chile, y pasando algunos años,
Y llegando al ya dicho señalado,
Y hallándose en frontera de enemigos,
Cerca de navidad, sin acordarse
Bien si aquel era el año del peligro,
Estando paseándose en su casa,
Presente en su criado bien afecto,
Sacó un pequeño libro de memoria
Que una escribanía de papeles
Traía bien guardado, en él puesto
El papel del pronóstico ya dicho,
Más por curiosidad que por creencia.
Y visto en él que aquel el año era
Y mes en que el peligro pronunciaba,
Sin haberlo advertido hasta aquel punto,
Que ya se hallaba para hacer jornada
Por tierra de enemigos peligrosa,
(Es de creer que de pesar sería)
En el fuego arrojó papel y libro.
Y siendo de la causa preguntado
De aquel enojo, dijo la que era,
Y que, porque creía en un Dios sólo,
Creer en abusiones no pensaba;
Que sin duda hizo escrúpulo, pensando
Que pues le daba pena, ya creía
Cosa hasta allí loable y muy cristiana.
Mas lo que se siguió fue un grande extremo
De demasiado escrúpulo causado,
Porque mandó tocar para partirse,
Y siendo del cabildo importunado
Sobre que no saliese, pues la pascua
Estaba tan cercana, y no era justo
En ella caminar no siendo urgente
La causa que a partir así obligaba,
(Ruego a que con prudencia muy cristiana
Pudo condescender sin nota alguna)
Porfió con grande cólera diciendo
Que por sólo el pronóstico partía,
Porque nadie pensase que creencia
Él daba a cosas tales, ni esperaba
Sino en Dios sólo como buen cristiano,
Como si el serlo y el ser también prudente
Fueran contradictorias conocidas.
    Salió al fin contrastando tantos ruegos,
Y sucedió al salir un caso extraño,
Y fue que un perro suyo, manso mucho,
Se le puso delante del caballo
Ladrando con porfía y estorbando
Que caminar pudiese, de manera
Que a un ladrido que dio, puesto derecho
Sobre los pies, de un salto con la boca
Sacó al caballo de la suya el freno;
Aunque otros dicen que él se cayó acaso;
Lo cual viendo justicia y regidores
Le volvieron a instar que se quedase,
Que de la misma suerte oír no quiso,
Que como dijo el cordobés prudente:
         Piensa el grande y poderoso
         Que el ser terco es gran blasón;
         Y el condescender, baldón.
Mas dice Lipsio, dijo Marco Antonio:
         Más seguro es el consejo
         Seguir de muchos, si son
         Tales, que no tu opinión.
Partió, que no debiera, y ya alojado
El día siguiente a orillas de un arrollo
Desdichado, que llaman Curalaba,
Estando con cuidado, aún sin saberse
Causa nueva ninguna que le diese,
Si bien era la tierra de enemigos,
Mas tal que con escolta menor mucho
Con gran seguridad solía pasarse,
Pero Suetonio esta sentencia dice:
         Fortuna más poderosa
         Ser que sola la razón,
         Nos muestra la perdición.
Y es conforme lo que Cornelio afirma:
         Conservan más el estado
         Los consejos atentados,
         Que no los muy arrojados.
Estuvo aquella noche casi toda
Con los más principales de los suyos,
(Que en sesenta soldados que llevaba
De valor, mil había por ser tales)
En el cuerpo de guardia platicando
Sobre el presente estado de su guerra.
Y al rendir de modorra, un franciscano
Y docto provincial que con él iba,
Que frai Juan de Tobar era su nombre,
Vino a hablarle, y dijo estas razones:
«Juzgo bien pensará Vueseñoría,
Que procede de miedo mi cuidado;
Y nace de experiencia conocida.
Yo tengo un corazón muy verdadero
Que nunca sin gran causa se alborota,
Y esta noche no puedo sosegarle,
De que infiero que estamos en peligro
Muy grande, por lo cual por Jesucristo,
Señor, os pido que mandéis que luego
A caballo se ponga vuestra gente,
O en arma cuidadosa, por lo menos».
A quien él respondió: «Padre, agradezco
El aviso y consejo que es muy sano;
Vuesa paternidad duerma y sosiegue [9],
Que yo cuido de hacer lo conveniente»;
Y mandando sacar algo de dulce
Le quiso confortar con convidarle.
Y más de urbanidad él que por gusto,
Obedeció tomando los bocados,
Que fueron los postreros de su vida.
Retirose de allí diciendo a todos
Que iba para morir a aparejarse;
Con que el gobernador quedó loando
La bondad del modesto religioso,
Y otros riendo del miedo que traía,
Que como dijo Séneca, es muy cierto:
         A sí desprecia y a todos
         El que desprecia su muerte,
         Por mostrar ánimo fuerte.
Presupuesto lo dicho, es muy del caso
Avisaros la causa que a Loyola
Ocasionó abreviase su partida.
Y fue que dos soldados del presidio
De la ciudad de Ongol, mal advertidos,
Se fueron por frutilla a Longotoro,
Regua de indios amigos muy cercana,
Los cuales, como a solos, los mataron,
Y rebelados luego, dieron traza
Con sus cabezas levantar la tierra,
Cual con menores causas acostumbran
Y lo han hecho otras veces infinitas.
    El capitán Vallejo, que a su cargo
Tenía el amparo de aquella frontera,
Despachó luego a la Imperial aviso
De lo que a su reparo convenía;
Y fue Nabalburí con el mensaje,
Un indio de Molchen de gran estima,
Si bien todos traidores con cristianos,
Cual muestra bien la trama deste urdida.
El cual torció el camino a los purenes,
Y contó todo el hecho a Pelantaro,
Cabeza principal de aquellos indios,
Con el cual, su traición bien asentada
Y lo que por ello hacer debían,
Partió con su embajada al buen Loyola,
Al cual significó lo mucho que iba
En el acudir presto a aquel reparo,
El cual con su presencia compondría,
Y faltando ésta y no acudiendo luego,
Sería causa de un gran levantamiento
Que con dificultad se apaciguase [10].
Y luego el mismo día que Loyola
Partió de la Imperial, a Ongol subía
Nabalburí el traidor; dio a Pelantaro
Con Millategua aviso del viaje,
Para que en el camino postas ponga,
Y con su relación lo acuerde todo,
Por lo cual Pelantaro con trescientos
Soldados escogidos de a caballo,
(Que para esta facción tenía ya a punto,
Cual con Nabalburí lo había acordado)
Partió cual rayo, y puso centinelas
Como el que bien previsto había su tierra,
Los cuales le avisaron como estaba
En Curalaba el campo ya alojado;
Y redoblando postas se acercaron
Sobre el alojamiento de los nuestros,
Y en cuanto alerta estuvo nuestra gente,
Aunque era menos que ellos cinco tantos,
Temieron su valor, y no rompieron.
    Amaneció como a las cuatro y media,
Que en aquel polo el estival [11] solsticio
Es aquel tiempo mesmo; mas con todo
Se mostró el día negro, encapotado
De una cerrada niebla misteriosa.
Viendo nuestros nocturnos centinelas
Lo poco que con ella divisaban,
En vez de esperar más el claro día,
Se retiraron algo más temprano
De lo que razón fuera, ya entendiendo
Que el día aseguraba el campo todo;
Y ellos y los demás que habían tenido
Con el recelo noche toledana,
Cual si en Valladolid se hallaran todos,
Se recogieron a dormir siguros,
Al tiempo que el velar más importaba.
¡Cosa admirable a fuerza del destino!
Que un tan sólo soldado a aquella hora
Dicen no quedó en pie de todos ellos,
En que olvidar no puedo una sentencia
Célebre del Vega que hoy florece,
Y al cerrar un soneto afirma y dice:
Que donde tienen fuerzas las estrellas
Pocas veces resiste el albedrío [12].
Vemos no le han quemado por decilla,
Antes por sapiente, reputado,
Pues no dice: no puede resistirlas,
Que fuera sentir mal si lo dijera,
Sino que: las más veces no resiste,
Y así viene a cumplirse su destino
En lo más general o casi siempre.
    Volviendo pues al punto, y retiradas,
Según que he referido, nuestras postas,
Dormidas de día en sueño de su muerte,
Y a vista de enemigos que velaban,
Viendo el gran silencio de los nuestros,
Rompieron el gran real tocando alarma.
Y viéndolos salir desnudos todos,
Les dieron mil lanzadas muy a prisa
Sin hallar resistencia alguna en ellos,
Consistiendo en la suya la del reino,
Porque sin agraviar a muchos buenos,
Eran tan valerosos que bastaban
Para rendir a muchos más contrarios,
Si a caballo cual ellos se hallaran.

                 GUSTOQUIO

    Por cierto extraño caso y desastrado
De los más lastimosos que yo he oído.

                 PROVECTO

Pues si sabido hubiérades los daños
Que resultaron dél, con mayor pena
Sintiérades el ver su gran destrozo,
Por que os quiero decir sólo un soneto
De muchos que a su muerte le hicieron,
Que por tener un poco de artificio
Le pude conservar en la memoria,
Que tienen en su medio los cuarteles
Un ál [13] que remedando las campanas
Del doble funeral, me cuadró mucho,
Y dice, si me acuerdo, desta suerte:

                 SONETO

    Es el mejor mortal, prestado estado;
Y esta sentencia tal, Loyola oyola,
Y por un grave mal, pasola sola
Haciendo igual su pronunciado hado.
    El general, desmantelado, helado
Quedó, que el inmortal pidiola, y diola
Al maestre general, que vio la ola
Fatal buscando, a ella llevado, vado.
    El que el ver lo que aquí se adquiere quiere
Y cuanto en el vivir ventura tura [14],
Mira aún a quien no dio la tierra, tierra.
    Y si quien clara luz tuviere, viere,
Pondrá a la general locura cura,
Pues siempre mucho el que es de tierra, yerra.

                 GUSTOQUIO

    Bueno en verdad y digno de su causa,
Que a mí sólo de oírle ha lastimado.

                  PROVECTO

   Pero volviendo al tanto ¿qué os parece
De pérdida tan grande y tantos daños
Que se excusaran si este caballero
Por sí o por no se hubiera recatado
Del pronóstico dicho, con prudencia,
Y en detenerse solos ocho días,
Y menos, que ya a el año le faltaban?
¿Qué se hubiera perdido, cuando fuera
Incierto mucho en todo y mal juzgado,
Y cuando por respeto de la pascua
O por condescender con ruegos tantos,
Pusieran en su jornada aquella pausa?

                 GUSTOQUIO

    Digo que fuera un hecho de cordura,
Y de muy gran cristiano y caballero;
Y que vengo a creer de escrupuloso
Hizo esa resistencia, y me persuado
Que allá en su interior mesmo lo tenía;
Y que el pensar que erraba o que pecaba
En recelarse, le obligó a partirse.

Descanso Segundo

                 PROVECTO

    Decís muy bien; pero volviendo al punto,
Piensan a cierra ojos los que tienen
Esta opinión escrupulosa tanto,
Que Dios lo rige todo por sí mesmo
Sin dejar nada a las sigundas causas;
Lo cual Santo Tomás reprueba, y dice:
Que Dios en cuanto al hombre, por sí todas
Nuestras causas dispone enteramente;
Más para ejecutar en inferiores,
Por medios superiores cuerpos toma;
Y él, con tanta razón sutil llamado,
Tiene que en nuestros cuerpos las estrellas
Obran naturalmente, ya inclinando
Al bien y al mal indiferentemente.
Y San Juan Damaceno afirma y dice:
Constituir los planetas en nosotros
Diversas complexiones y diversos
Hábitos que los ánimos disponen.
Lo mesmo San Dionisio Areopajita,
Y San Buenaventura con entrambos;
Y Santo Tomás: que casi siempre
Aciertan los astrólogos en cuanto
Es juzgar las costumbres de los hombres,
Porque los que resisten al sentido,
Ya por nuestros pecados, son muy pocos.
Con que quedará libre ya el de Vega,
Pues que no dice tanto ni con mucho.
Y en otra parte el Santo Doctor dice:
Aunque Dios rija nuestras voluntades,
El ángel las ilustre, el cielo las incline
Al obrar todo bien; con todo eso
Cuando alguno llegare a ser dichoso,
Se dirá: cuanto a Dios, ser bien regido;
Dirase: cuanto al ángel, bien guardado;
Y que fue bien nacido en cuanto al cielo;
Aunque es verdad que no hay tal influencia
Que la necesidad forzosa induzca [15],
Pudiéndose impedir la mayor de ellas
Por la divina voluntad precisa,
Y por libre albedrío puramente;
Que el sabio sobre estrellas predomina.
    Y lo que yo sobre esto más añado
Y doy por juicio mío bien previsto,
Es que no habrá fortuna tan dichosa,
Ni hombre tan bien nacido por el cielo,
Que si es gran pecador, no se deshaga,
Y azare, y vuelva en mala por su culpa;
Ni hombre tan desgraciado que si fuere
Buen cristiano y de Dios muy temeroso,
Y de su gran bondad enamorado,
Que no se le entretenga su desgracia,
De modo que, o no llegue a cumplimiento,
O tanta parte della se mitigue,
Que venga a ser o poca o casi nada;
Que por eso el Profeta Rey nos dijo
Que el que en la ley de Dios siempre anduviese,
Firme daría su fruto aventajado
Y sus cosas serían prosperadas;
Y no así las de un malo, que deshechas,
Serían en polvo que se lleva el viento.
Es Dios al fin el sumo omnipotente,
Primera causa de las causas todas
Y a cuya voluntad todo se rinde;
Y esto me pareció que decir quiso
El divino Agustino cuando dijo:
         Pide a Dios salud y vida,
         Que si él viere que te importa,
         La hará larga aunque sea corta.
Así que en esta regla sola hallo
Yo lo más importante desta ciencia.
Y esto bien asentado, es ignorancia
Pensar que Dios, que puso en animales
Señales muchas en que conocerse
Su bondad o malicia, quite al hombre,
Tanto más noble y rey de todos ellos
Y para cuyo bien fueron criados,
Esta excelencia en él tan importante,
Cuales en caballos son notorias:
Larga espada romana, higas del moro,
Igual blanco en los pies, lista derecha,
Y otras que han observado así los hombres;
Con que el bueno y el malo se conoce,
Su desgracia también y su fortuna,
Y en los bueyes y perros otras muchas.
Y habérselas dados Dios al hombre
Muy verosímil es, y yo sospecho
Así lo sintió Job cuando nos dijo
Que en las manos de todos hombres pone
Señales Dios para que conozcamos
Sus obras mesmas, que éste es el sentido
Literal de la letra en rigor puro,
Si bien tenga otros muchos que confieso.
Y así he visto a curiosos judiciarios
Hacer muy estudiosas concordancias
De señales que vemos en la frente,
Aspectos, entrecejos y semblantes,
Y alegría y tristeza de los ojos,
Ciencia que llaman ya metoposcopia,
Sabida de muy pocos por entero;
De la cual, experiencias observando,
Han venido a leer destas ignotas
Letras, alguna cosa que parece
Que lleva de entenderlas rastro grande.
Si bien desta cartilla todos somos
Pequeñas criaturas balbucientes;
Y así por ellas lo que se barrunta
Por cierto lo tener es error grande;
Mas tomar algún poco de recelo
Para vivir alerta pienso cierto
No tiene inconveniente, antes lo tengo
Por consejo acertado y provechoso,
Pues de sueños es bien tomar motivo,
Para enmendar la vida y recelarnos.
    Pero así como hay pocos que encerrados
En tal razón y límites estrechos,
Sientan con este límite estas cosas,
Hay muchos charlatanes embusteros
Que sin saber de nada cosa alguna,
Andan como gitanas por un cuarto
Diciendo a todos mal buenaventura;
Lo cual es cosa digna de castigo
Y que no curarán reprehensiones,
Y muy llena de mil inconvenientes.
Digo al fin que de extremos tan distantes
Como los que he contado, la cordura
Tiene la medianía virtuosa,
Que es ni dar a los juicios astrológicos [16]
Ni otras señales de fisiognomía,
Aunque éstas tengan crédito más grande,
Tanta creencia en todo que se entienda
Que es infalible, y muy precisa cosa
La que prometen o la que amenazan;
Ni despreciarlas tanto que no haga
En algo reparar lo que dijeren.
    Aquel que se entendiere es estudioso,
Y no es en el hablar vicioso nada,
Y mucho, si es prudente, cuerdo y sabio,
Pues dijo Justo Lipsio, y lo fue tanto:
        Si en medio virtud consiste,
        Y éste elige la prudencia,
        No hay virtud sin esta ciencia.
Y esto quiso enseñar Ovidio cuando
En su fábula dijo a Faetonte:
Segurísimo irás por el camino
De el medio sin torcerte a parte alguna.
    Y para conclusión de lo que he dicho,
La ciencia judiciaria es reprobada
Si afirma lo que dice con certeza,
O si dice que fuerza necesita
O planeta o cualquiera otra influencia,
La libre voluntad y el albedrío.
Mas como esto no sienta, es permitida,
Como dice una glosa del Derecho
Así con sus palabras a la letra:
«No se reprueba aquella astrología
Que no necesitar los superiores
Cuerpos confiesa a la voluntad libre;
Y concede la Iglesia que se diga
Que inclinan, pero no que necesitan».
Y Pico Mirandulano hizo un tratado
Perjudicial contra la astrología
Judiciaria, que siempre se ha vendido
Por de diversos dueños de más cuenta.
Respondiole Belancio doctamente,
Y después fray Miguel de Piedra Santa.
Y aunque se la calumnia, su respuesta
Por no cansaros más, no la refiero.

                 GUSTOQUIO

    Mientras coméis, que es hora lo confieso,
Y para que Sabino tome puntos
De todo lo ya dicho en la memoria,
Y ponga por escrito lo importante;
Mas por sobrecomida habéis de darnos
Parte desa contienda, que sin duda
Debió de ser curiosa y bien reñida.

                  PROVECTO

    Digoos, señor, que en todo os obedezco.

Sentáronse a comer tan regalada como entretenidamente, que amistad, discreción y edad lozana y vivos sentimientos en el alma, siempre causan conversación alegre y entretenida. Y habiendo comido, dijo Provecto sobre mesa:

    Empezaba a contar los remoquetes
Que pasaron Belancio y Pietra Santa
Contra el calumniador Mirandulano
Que tanto mal de judiciarios dice,
Que pienso, si atendéis, os darán gusto.
Pero sabed de paso que éste tuvo
Que sólo resplandor y movimiento
Tienen los astros, y con éste mueven
Y con aquel calientan, de tal modo
Cual con elemental calor el fuego;
Y que éste es más vivífico y activo,
Que es contra la común y la corriente
De todos los filósofos más doctos.
Con que se echa de ver Mirandulano
La contradice con pasión notoria,
Y sin bien penetrar sus fundamentos,
Dice más, que esta ciencia es vana toda,
Pues que tantos filósofos insignes
De los antiguos, no escribieron della,
Aristóteles, Séneca, Epicuro,
Demóstenes, Platón, con otros muchos.
A que responden bien sus defensores,
Que tampoco escribió ninguno destos
Música, geometría o perspectiva,
Como ni de otras ciencias una letra,
Que no por eso quedan reprobadas;
Y que otros muchos más esta trataron,
Como ya referí en la Astrología.
Pica después con el lugar sabido
En el cuarenta y siete de Isaías
Que dice: estén contigo, salud dénte
Los agoreros que del cielo tratan;
Lo cual no ofende, pues tan claramente
Se sabe contra estoicos fue tratado;
Cuya opinión con el segundo extremo
Ya mostré que es de buenos reprobada,
Porque con babilónicos caldeos
Pasaban de la raya, atribuyendo
A los astros mayor poder que tienen.
La tercera calumnia es ser incierta,
Cual muestra su maestro Tolomeo,
Diciendo que esta ciencia más se ocupa
En cosas verisímiles que ciertas
Que puedan con verdad toda afirmarse,
En que no va muy fuera de camino.
A que Belancio dice: que el maestro
Tolomeo da a entender tan solamente
Por ser universal conocimiento,
El de la Astrología es imperfecto,
Y que, aunque alcanza muy menudas cosas
Con acierto total, no en todas puede
Tenerle por ser universales,
Como en las demás ciencias también pasa,
En que al que sabe más de todas ellas
Le queda por saber más de otro tanto;
Y entender de otra suerte el lugar dicho
De Tolomeo, es ignorancia crasa,
Pues en sus aforismos dice el mismo
Que se rastrean con aquesta sola
Muchas cosas humanas y divinas.
    Es la cuarta objeción que se le pone
A la misma, que dicen sus peritos,
Que si a un afortunado se le junta
Un infeliz, le toca a cada uno
Por participación del otro algo,
Con que a adversos casos es sujeto.
Al enfermo del médico, y al hijo
Parte de la desgracia de su padre,
Como la del señor toca al esclavo;
Con que da en confusión el juicio siempre.
A lo cual se responde: que es muy cierto
Haber hombres dichosos con extremo,
Y otros muchos con él muy desgraciados,
Ya que no en todo, en singulares cosas,
Lo cual Santo Tomás también aprueba,
Cuyas palabras son éstas en suma:
La imán por la virtud de los celestes
Cuerpos, a sí atraer el hierro vemos,
Y piedras y yerbas en sí tienen
Otra virtud y fuerzas escondidas.
Por lo cual no será de inconveniente
Pensar que tenga un hombre por influjo
De los celestes astros eficacia
Mayor que el otro en sus operaciones,
Como en sanar un médico más dicha,
En el plantar ser otro afortunado,
Un soldado en el dar de las batallas
Más que otro que en las mesmas es más diestro;
De que proviene el no sanar a tantos
Médicos muy famosos de ordinario,
Y otros no tanto, hacer divinas curas;
De donde acá decimos comúnmente,
De el uno que con gracia especial cura
Y parece que tiene manos de oro,
Y no las pone en cosa que no acierte,
Y parece que todo lo halla hecho;
Como de otro que tiene mala mano.
    Mas por quinta objeción un argumento
Hacen para descrédito de todas
Las figuras de nuestros nacimientos,
Diciendo que se han visto muchas veces
Nacer de un parto mesmo dos hermanos
En su fortuna mucho diferentes,
Con que se prueba que el nativo punto
Nada añade ni quita de ventura.
Dan por ejemplo a Procles y Cristenes,
Reyes lacedemonios, que la vida
Del primero más breve y más gloriosa
Fue que la del segundo, larga y mala;
Y a Jacob y a Esaú que, también siendo
De un vientre, fueron mucho diferentes
En ánimo y en cuerpo y otras cosas;
De donde infieren que será imposible
Hacer juicio acertado de ninguno.
A lo cual se responde que no pueden
Los nacimientos ni de un parto mesmo,
Ser en un propio instante y punto breve,
En los cuales pequeña diferencia
Diferencia las suertes con extremo;
Demás de que, aunque fueran en instante,
Pudieran obtener ya diferencias
Tantas en otras cosas necesarias,
En que hay prolijidad para decirlas,
Y lo excuso por esto, que son muchas
Con que diferenciaran totalmente.
    Opónese también por sexto punto
Que vemos en un propio y mismo instante
Un infante nacer y un pobre esclavo,
Cuyas suertes en todo diferencian;
En que se echa de ver que la postura
Circular de los cielos y planetas
Nada quita ni pone al nacimiento.
A lo cual se responde fácilmente
Que la diversidad en horizontes,
Hace los meridianos diferentes.
Los padres y otras cosas, como dije,
Pueden causar extrema diferencia,
Demás de que el astrólogo no siente
Que sólo el cielo sea total causa
De nuestra buena o desdichada suerte;
Mas según en nosotros, la materia,
Con más disposición o ya con menos,
Recibe influencia poderosa.
    Y últimamente dicen con victoria,
Que sólo Dios lo porvenir alcanza;
A que se le responde autorizando
La respuesta con las palabras mesmas
Del gran Santo Tomás que así nos dice:
Sólo Dios sabe con entera ciencia
Las venideras cosas cabalmente,
De que los hombres un conocimiento
Universal no más alcanzar pueden,
Mas no con distinción enteramente;
Y así son los pronósticos del hombre
Cuando más acertada ciencia alcanza.
Traense también lugares de Isaías
Y muchos de Escritura, que contrarían
El pretender saber lo venidero;
Y respóndese que éstos reprehenden
A aquellos agoreros sortilantes
Que afirmaban saber con artes malas
Lo porvenir con una ciencia cierta,
Y por tal lo anunciaban a la gente,
Error de gran escándalo y perjuicio.
Lo cual vemos en todo es diferente
De lo que hace el sabio judiciario
Que dice cuando más: peligro hallo
En vos en tal o cual acaecimiento.
Lo cual si Julio César advirtiera
Como cuerdo al entrar del Capitolio
Viendo no eran pasados aún los idus
Del mes de mayo, acaso no muriera
De muerte tan atroz y tan temprana.
Y si cuando le dijo un judiciario
A nuestro rey don Pedro el Justiciero
Que moriría en la Torre de la Estrella,
Procurara saber cual ésta era,
Dijéranle sin duda era el castillo
De Montiel, y no entrara dél adentro
Tan sin recelo, y sucediera acaso
Conservar más la vida o tener muerte
Menos atropellada y trabajosa.
Mas hasta que ya estuvo puesto en ella
Y el rótulo leyó que lo decía,
No hizo del aviso caso alguno.
Y al famoso don Álvaro de Luna
Le dijo un judiciario moriría,
Mas sin decir el cuando, en cadahalso;
Y pensando decía en aquel pueblo
De su estado que aqueste nombre tiene,
Sin acordarse que sería posible
Muriese degollado, ni dudarlo;
Sólo puso el cuidado en excusarse
De entrar en él, ni de pasarle cerca;
Y ya pudiera ser se aprovechara
Aquel aviso bien, que retirado
Se hubiera de la corte en tan buen tiempo
Que muriera en su cama con sosiego,
Y no en el cadahalso por justicia;
Con que quedó su honor en opiniones.

 

__________

[9] [«sociegue» en el original (N. del E.)]
[10] [«apasiguase» en el original (N. del E.)]
[11] [«estial» en el original (N. del E.)]
[12]           Pero si las estrellas daño influyen,
Y con las de tus ojos nací y muero,
¿Cómo las venceré sin albedrío?
                                Col. Rivadeneyra, t.38, pág. 377
[13] Contracción anticuada de algo. -M.
[14] Forma anticuada de dura. -M.
[15] [«induzga» en el original (N. del E.)]
[16] [«astrolojios» en el original (N. del E.)]