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Crónicas
Discurso tercero y último
Fragmento V

De como un docto judiciario, criado de un virrey de Indias, le predijo su muerte

Descanso Primero

Aquí dijo un criado, que se llamaba Sabino, que había asistido con atención a todo este coloquio, y era curioso destas cosas:

                 SABINO

    Yo, si me dais licencia, tomo a cargo
De acordaros, señor, en otra siesta
El exquisito caso prometido
De aquel virrey indiano que dijiste
Haber de referir, en que se prueba
Que en la ocurrencia de las conjunciones,
Do diversos planetas hacen curso
Muchas veces la suerte de los hombres [19]
Que son los que habéis dicho tan notables,
Que ese que exageraste más lo era,
Debe de ser de admiración más digno.

                PROVECTO

    Prometoos que lo es, y he de contarle
Cuando en tiempo oportuno lo acordades,
Que ahora hay estación que es muy forzosa
Y toca alarma la hora a vuestro amo.

Aquí se dio fin a este capítulo séptimo, y adelante en el capítulo tercero del libro segundo, después de haber hecho el primer descanso, estando otra siesta los mismos capitanes juntos, en presencia de sus criados, después de otras muchas razones, vino a decir:

                 GUSTOQUIO

¡Oh! ¡Qué gran calor hace todavía,
No se puede en una hora salir fuera!
Y así en ésta podréis con desenfado
Sacar a luz de las curiosidades
Que traéis de las Indias, algo bueno
Con que os entretengáis y lo gocemos.

                 PROVECTO

    Echad la muestra vos a vuestro gusto,
Y a vista de los triunfos, trataremos
Según caído hubieren a las manos.

                 GUSTOQUIO

    Diga Velasco a ver qué gusto tiene.

                 VELASCO

    Si va a decir verdad, señor, ahora
Con muy poco me tiene mi fortuna.

                GUSTOQUIO

    Así se echa de ver, pero el tenerle
Malo, de ruin humor proceder suele.
Diga Sabino ¿a ver qué viento corre?

                 SABINO

    Por si vuestra merced saberlo suele;
Mas si he de obedecer, pienso sería
Hora muy bien lograda para todos,
Si el señor capitán tuviese gusto
De referir el caso prometido
De aquel virrey indiano, que barrunto,
Según le encareció cuando trataba
Sucesos de la ciencia judiciaria,
Ha de ser cosa rara y exquisita.

                GUSTOQUIO

    Habéis dicho muy bien si no le estorba
El accidente mesmo de Velasco.

                 PROVECTO

    Es la palabra un muy forzoso empeño,
Y si me la pedís, he de cumplilla;
Y al buen Sabino y su memoria grata,
Con que muestra estimar mis cosas algo,
Se debe cualquiera buena diligencia;
Así que si gustar des [20] de escucharme
Os lo referiré de buena gana.

                GUSTOQUIO

    Eso, señor, estase muy sabido,
Y veis como ya ninguno pestañea,
Y todos esperamos para oírle
Con mucho gusto y atención muy grata.

                PROVECTO

    Pues la historia pasó de aquesta suerte,
Según me contó en Chile un muy honrado
Hombre, a quien conocí por fidedigno,
Que si mal no me acuerdo, Diego Sánchez
Mirabal se llamaba, y era hermano
De un médico del mesmo sobrenombre
Que mucho tuvo y escribió en si ciencia [21],
Natural de Carmona a lo que él dijo.
Y contome que al tiempo del suceso
Hizo la Audiencia información de todo,
Y él fue del secretario el escribiente,
Lo cual su pluma bien certificaba;
Y que se trajo a España lo allí escrito.
En fin, yo cuento lo que me contaron,
Y daré la licencia por escrito,
Si fuere menester, para que crea
Cada uno del suceso a su albedrío.
    En los primeros años que las Indias
Fueron por españoles conquistadas,
Un título [22] pasó por virrey suyo,
De grave autoridad y gran prudencia,
El cual siendo mancebo, había tenido
Por su maestro de curiosidades
Un caballero que alcanzaba tantas
Que fue por ellas estimado mucho
De los señores y de sabios hombres,
Con quien tuvo amistad estrecha y llana.
Por lo cual, y promesas apretadas,
Se le llevó consigo allá a las Indias;
Era hombre de caudal y muy lustroso
Paso, y en su recámara llevaba
Muchas galas, sus libros y instrumentos,
Con que en diversas ciencias practicaba
Con el mismo virrey que sabía dellas,
Si no con perfección, medianamente.
Aportaron al fin con buen suceso,
De que todos se hallaban muy gozosos,
Que estaba el reino en grosedad [23] extrema.
    Pero como las cosas desta vida
Tan continuas mudanzas siempre tienen,
Presto este gozo se trocó en tristeza,
Y fue la causa que este caballero
En llegando a la corte de aquel reino,
El mismo día que el virrey entraba
En ella y fue con pompa recebido,
Le alzó una curiosísima figura
Por su bien ya sabido nacimiento,
Y por los accidentes del estado
En que estaban sus cosas a aquel punto,
Porque alcanzaba mucho desta ciencia
Astrología mera y judiciaria,
Cosa que en aquel tiempo permitida
Era, por mil curiosos practicada;
Y hecha esta diligencia de secreto,
El fruto que sacó fue quedar triste
Con tanto extremo, que era muy notado
De todos, pero más principalmente
Del virrey mesmo, y gran sospecha tuvo
Que era la causa indubitable y cierta
El verse en Indias, y que no le hacía
Merced equivalente a su esperanza;
Y deseoso de satisfacelle,
Llamándole a una fiesta como acaso,
Se entró con él en un retrete a solas,
Donde con una arenga muy humana,
Más que como virrey, como su amigo
Le asiguró cuidaba de sus cosas,
Y que no haberle dado oficio luego
Era por pretender dársele grande.
A lo cual aquel noble caballero,
Que bien lo mostró ser en este hecho,
Se enterneció de suerte que no pudo
Palabra responder en grande rato,
Cosa que en el virrey nuevo cuidado
Causó, y dándole tiempo, al fin le dijo:
Excelente señor, que mostráis serlo
En hacerme merced que no merezco,
Lo cual ha acrecentado más mi pena,
¡Ojalá que ella toda se fundara
En causa tan pequeña como ésa!
Que aunque valor me falta, a vuestra sombra
Esas y otras mayores tolerara;
Mas es tan grande la que me atormenta
Por tocaros a vos, que ya me faltan
Fuerzas para poder disimularla;
Y aunque nunca pensé dar parte della
A criatura viva, ya me obliga
Tanto tan gran merced que he de decirla;
A que el virrey abrió mayor la puerta.
Pasaron una plática amigable
Cual entre dos iguales ser pudiera.
Declarole la causa por extenso,
Y cómo por su ciencia había hallado
Sería su vida breve y desdichada,
El fin muy repentino y lastimoso.
Bien se deja entender si sentiría
El virrey el oír tales razones
A un hombre que por sabio reputaba;
Pero con grande pecho platicaron
Sobre la explicación de la figura
Que consigo traía el caballero,
Y el virrey, como dije algo alcanzaba.
Y vino a resolverse en que sería
El fin de su pronóstico concluso
Para el tiempo señaladamente
En que, me acuerdo mal o que fue, dijo,
De dos años y meses y seis días,
En cierta conjunción de dos planetas.
Díjole que era cierto y confesaba
Que aquella ciencia tiene mil falencias,
Porque ninguna cosa que ella apunta
Era para tener por infalible,
Antes por muy dudosa y muy incierta;
Mas que con todo eso, por tenerle
Tan verdadero amor, él no podía
Alegrarse en temor de tal suceso;
Que su excelencia en parte lo olvidase
Y en parte no, y que hiciese encomendarlo
A Dios, que es el señor de todo en todo,
Como causa primera de las causas.
Lo cual habiendo oído muy atento
El discreto virrey, y bien notado
El tiempo por los años, meses, días,
Y aún hasta por horas y minutos,
Que porque en conjunción de dos planetas
Juzgaba había de ser aquel peligro,
Pudo con cierto punto señalarle,
Disimulando el caso que hacía
De lo dicho, que es una ciencia grande
El bien disimular lo que se siente,
Según el sentir bueno de los sabios,
Porque Tácito dice es cosa cierta:
         Tiberio estimaba en mucho
         La gran disimulación
         Que aprobaba Cicerón.
Y porque vemos dijo el mismo Tulio:
         Los que república rigen,
         No la pueden bien regir
         Si no saben encubrir.
Dijo con un semblante valeroso
Y alegre: ahora, señor, bien habréis visto
Siempre he tenido en mucho vuestra ciencia,
Y sabéis aprendí en mis mocedades
Los cursos de la esfera y otras cosas;
Yo encomendaré a Dios este suceso,
Mas si él se sirve que forzoso sea,
No podremos los hombres divertirle.
Ya podréis ver el grande inconveniente
Que eso puede tener si se pudiese;
Y siendo así, debéis hacer dos cosas,
La primera guardarme este secreto
Muy apretada e inolvidablemente;
Y la segunda, en toda vuestra vida
No tratarme más dél ni una palabra;
Ya yo quedo advertido lo que basta,
Y con esto olvidado enteramente,
Que esto juzgo que a entrambos nos conviene
Y al servicio de Dios principalmente.
A lo que él respondió: por inviolables
Tened, señor, las dos cosas primeras;
La tercera, que en mí sería milagro,
Yo le pediré a Dios me lo conceda,
Porque deseo en extremo obedeceros.
    Con que se despidió el coloquio grave,
Y el virrey al momento a su escritorio
Fue, y apuntó en escrito el tiempo dicho,
Quedando con cuidado más que poco,
Aunque en pedir a Dios mejor ventura
No sé si tuvo alguno, y esto fuera
Lo que tuviera yo por necesario.
Echole de la corte proveído
De un oficio grande brevemente,
En que le dio por término dos años [24],
En los cuales ganó muy gran riqueza,
Que era la grosedad entonces mucha.
Al cabo del cual tiempo el cuidadoso
Virrey, que aún sagaz disimulaba
Y en el alma traía aguda espina,
Le envió sucesor, y de secreto
Le mandó que al tomarle residencia,
De la sentencia que tuviese en ella,
Como hacerse solía, le otorgase
La apelación para la misma corte
En que el virrey reside de ordinario.
Lo cual obedecido, vino a tiempo
Que para el del pronóstico faltaban
Un mes y pocos días bien contados
Así por el virrey como del mismo.
Besó sus manos luego, pero triste;
Recibiole el virrey, fingido alegre
Diole muy larga audiencia y preguntole
Mil cosas; mas del caso ni palabra.
En que él tampoco desplegó su boca.
Mandó que le hospedasen en palacio,
Oíale cada día y le trataba
Mil cosas de su ciencia y de las muchas
En que él le conocía por perito,
Por ver si le tocaba alguna tecla
De lo pasado, pero obedeciendo
Calló como tan cuerdo, y nada dijo,
Aunque con su tristeza mucho hablaba.
Y el virrey ya olvidado se mostrando,
Siempre le conversaba muy risueño,
Que como Tulio a Léntulo decía:
         Encubrir el sentimiento
         Con gran disimulación,
         Engaños prudentes son.
Murmuraban del cuerdo caballero
Muchos que atribuían su tristeza
A descontento de su propio estado,
Diciendo: todo el reino éste codicia
Pues que aún no le contenta lo que tiene;
Y aunque de tales cosas él oía
Muchas, con discreción disimulaba
Considerando como un sabio dijo:
         Que nuestra vida engañosa
         Trae siempre los sentidos
         En malicia entretenidos.

Descanso Segundo

Llegose el tiempo, que el que a grandes males
Se encamina, veloz caminar suele;
Y al pronóstico sólo le faltaban
Tres días naturales, y no enteros;
Y el virrey, que olvidarle no podía,
Y vía al judiciario andar tan triste,
Pasaba en su interior gran pesadumbre.
Pero tomando, bien si le durara,
Resolución cristiana, poner hizo
La carroza, y algunos caballeros
Apercebir, demás de sus criados,
Mandó, para que cierto entre ellos fuese
El que tanto cuidado le causaba.
Salió de la ciudad a un monasterio
De Franciscos descalzos, a una legua,
Dando a entender que para divertirse
Del cansancio continuo de negocios
Esta recreación tomaba acaso.
Confesó y comulgó el siguiente día
Allí con gran quietud, y dando parte
Al médico del alma deste caso,
Dél fue con gran rigor reprehendido
Porque daba creencia a tales cosas,
Según después se supo haberlo él dicho
A una persona muy su confidente.
Era aquel día segundo ya postrero
Del plazo que el pronóstico asignaba
Y en medio de la siesta y calor grande,
Con gran melancolía se hallando
Aquel tan sublimado personaje,
(Que el corazón a veces adivina
Del venidero mal alguna parte)
Dejó el cuarto en que estaba aposentado,
Y saliose a la huerta a una arboleda
Sombría, alegre, fresca y deleitosa,
Donde, andándose un rato paseando,
Contó que no se hartaba del aliento
Y que una gran tristeza le afligía
Al guardián que vino a acompañarle;
A quien pidió que a solas le dejase
(Efecto propio de melancolía)
Y mandando llamar al caballero
Astrólogo, que allí ya dije vino,
Paseose con él entretenido
Tratando de otras cosas, y esperando
Si acaso algo de aquello él le trataba;
Pero viendo que no, ya más no pudo
Disimular, y dijo sonriendo:
Acordaos, señor, que me dijisteis
Tal y tal cosa en los primeros días
De mi gobierno, y aún mostrasteis de ella
Pesadumbre muy grande, recelando
De mi vida un suceso receloso.
A que él respondió luego, sí me acuerdo;
Pluguiera a Dios pudiera yo olvidarlo.
Y el virrey prosiguió: pues ya habréis visto
Como ha pasado el tiempo que dijisteis
Y nada ha sucedido, porque bueno
Fue preveniros que secreto fuese
Lo que si publicárades acaso
Dado os hubiera mucha pesadumbre.
Ojalá, dijo él, eso así fuera,
Que muy de buena gana la trocara
Por la cruel que el corazón me aflige.
Pues ¿de qué la tenéis? El virrey dijo.
Y él respondió: de ver que no ha pasado
El tiempo y conjunción en que ese riesgo
Os amenaza tanto como siento.
¿Qué tanto faltará? Replicó luego
El virrey, y el astrólogo le dijo:
Suplico a Vuecelencia me perdone,
Y un poco aquí me aguarde, que ya vuelvo,
Y a su aposento fue, y en breve rato
Volvió y trujo en la mano unos anteojos
De lunas grandes, claros, cristalinos,
Y al virrey suplicó se los pusiese
Y con ellos mirase hacia tal parte
Del cielo, a que él atento le apuntaba.
Hízolo así el virrey; y dijo luego:
¿ No ve vuestra excelencia dos estrellas
Grandes, que claramente se descubren,
Y aunque distancia alguna las divide,
Para llegar a un propio paralelo
Les falta ya muy poco o casi nada?
A que respondió luego: bien las veo.
Pues esos son, señor, los dos planetas,
Dijo, y la conjunción en que he temido
De vuestra vida lo pronosticado;
Y aquí tengo en escrito la figura
Que años ha que os mostré; si queréis verla
Echaréis bien de ver que en este día
Se cumple el tiempo dicho y no ha pasado.
No quiero verla; pero ¿qué os parece,
-Dijo el virrey-, que ya del tiempo falta?
A que respondió él: diez horas solas.
Lo cual oyendo, airado y con enojo
Arrojó los anteojos y le dijo:
Quitad de ahí, que son embustes esos
Que de boca de un ángel los dudara.
Y sin más aguardar réplica alguna,
A su cuarto se entró, y llamó criados,
Y mandó que pusiesen la carroza
Para volverse a la ciudad apriesa.
Sus anteojos alzó el buen caballero,
Y sentido y corrido retirose,
Y sin hablar palabra su caballo
Hizo ensillar, y a la ciudad se vino
Con los demás del acompañamiento;
Que dijo bien Dión, sabio profundo:
         No te aclares con el grande
         Que si no te trae a sí,
         Mucho se ofende de ti.
    Pero el virrey llegando, aquella tarde
Estuvo dando audiencia muy alegre,
         Que es error común de gente
         Pensar llegar su poder
         A hacer justo su querer [25].
Y así no paró en esto su desprecio
Del aviso importante del amigo,
Mas a las once dadas de la noche,
Se salió a pasear con un criado;
Pero antes de las doce estaba en casa
De vuelta al cuerpo, con el alma menos,
Puesto en un repostero y en la sala,
Sin saberse la causa de su muerte,
De que hubo algunos cuentos fabulosos.
Lo cierto debió ser lo de su historia,
Y el caso raro y muy considerable
Para alguna opinión de judiciarios [26].

                 GUSTOQUIO

    Tal es por cierto, y digno de memoria;
Mas decidnos, Velasco ¿qué os parece?

                 VELASCO

    Que si yo fuera él, en el convento
Recogido, y con guardas y recato
A guardar, las horas se pasaran
Y algunos días más; pero asiguro
Que si lo hiciera así, y aquel peligro
Pasara, y nada dél le sucediera,
Quedara el judiciario bautizado
Por embustero, hasta en el pecho mesmo
Del que hubiera gozado del provecho;
Porque ¿quién no pensara errado había?

                 PROVECTO

    Por eso excusan muchos los avisos
Que dar pudieran de otras cosas graves,
Porque cuando suceden a la letra,
Tiene, a los que los dan, por adivinos
El necio vulgo; y dicen ignorantes
Que hablan con el demonio muy sin duda,
Y si los aprovechan recatados
Los que los oyen, y les tocan algo,
Y acuden al remedio a Dios rogando
Les divierta y aparte los azares,
Y porque los oyó, no les suceden,
Y el que lo puede todo así lo ordena;
Entonces por mayores embaidores
Tienen a los que anuncian cosas tales
Viendo que de ellas nada se ha cumplido.
Y de una suerte y otra es lo siguro
Callar lo que de cosas semejantes
Se alcanza, pues que no son ciertas tanto
Que se puedan bien dar avisos de ellas.
Dice San Agustín, doctor santo,
Que muchas veces Dios por sus secretos
Juicios, con interior instinto mueve
Los ánimos de algunos judiciarios
Para que, sin saber con cierta ciencia,
Pronuncien con verdad aquellas cosas
Que le conviene oír a los que tratan
Con ellos, y reciben sus consejos,
Ya por mérito sea o por castigo.
Y así digo de mí que si yo fuera
El virrey, más de veras procurara
Ajustarme con Dios y mi conciencia,
Y que no paseara aquella noche,
Aunque hiciera apacible luna clara,
Y lo tuviera por mayor prudencia,
Sin escrúpulo hacer de haberlo hecho.

                GUSTOQUIO

    Pues verdaderamente, si ese hombre
Tanto alcanzó a saber, fue peregrino;
Y aún hacerse debiera desa ciencia
Mayor estima si tan claras cosas
Por ella se alcanzasen desa suerte;
Pero yo creo en Dios, aunque confieso
Que la sabiduría es estimable.

                 PROVECTO

    Es la de suerte que a Salomón vemos
En más de cien lugares la sublima,
Con alabanzas infinitas casi.

                 GUSTOQUIO

   En esos pienso yo debe entenderse
La judiciaria no, sino otra ciencia.

                 PROVECTO

   También lo siento yo desa manera,
Y que la que él allí sabiduría
Llama principalmente, es la que sabe
Temer y amar a Dios perfectamente;
Y yo soy poco sabio según esto,
Y vos no lo sois mucho, y más ahora
Que sólo en el bolsico [27] estáis pensando.
Pero aunque esto es así, no hay quien ignore
Que toda buena ciencia es muy loable,
Y la debe estimar todo viviente,
Pues dijo y con razón Pio Segundo:
Que el bajo hombre la estima como plata,
Los nobles como el oro del Arabia,
Y los supremos príncipes y reyes
Como un tesoro de preciosas piedras.
Y si supiese el hombre lo que vale,
Claramente entendiera, que es más mucho
Que la mayor riqueza de la tierra,
Pues puede más que las mayores fuerzas;
Y a su puerta Pitágoras tenía
Escrito en una piedra, de su mano:
Quien lo que ha de saber no sabe, es bruto,
Aunque vemos conversa entre los hombres.
Y el que no sabe más, entre los brutos
Hombre puede llamarse enteramente;
Y el que lo necesario sabe todo,
Éste será hombre entero entre los dioses.

                 GUSTOQUIO

    Buen epitafio y digno de su dueño.

                 PROVECTO

    Preguntando Apolonio que ¿quién era
En el mundo el más rico de los hombres?
Respondió que el más sabio, y verdad dijo.
El sabio llama bienaventurado
Más al que sabio es que al que ha hallado
Las mayores riquezas de la tierra.

                 GUSTOQUIO

    Cicerón dijo en eso gran sentencia
Para ser un gentil desalumbrado,
Y fue que a la fortuna prosperada
Da la sabiduría entera honra;
Y que la adversa mucho sobrelleva,
Que son las ciencias verdaderamente
De los ricos un lustre muy lucido,
Y de pobres socorro muy copioso;
Para los viejos son contentamiento,
Y finalmente a todos provechosas.

                  PROVECTO

    Acerca del saber me admira mucho
Una rara sentencia de Plutarco,
Porque encarecimiento me parece
Que dice que es más culpa en el que sabe
No querer enseñar, o con tibieza,
Que en el que es ignorante hacer desprecio
De él aprender las cosas que no entiende;
Porque es naturaleza de todo hombre
Desear aprender, y virtud clara;
Y esto del enseñar en sí contiene
Un no sé qué de propia estimativa
En que humildad parece el encogerse.

               GUSTOQUIO

    Yo digo dice bien, y es cosa clara
Porque el sabio conoce el valor grande
De la sabiduría, y ser avaro
En la comunicar, es grave culpa
Contra la propiedad del bien; y falta
A la caridad mesma en excusarse
De hacer comunicable el que en sí encierra,
Y ha de dar cuenta a Dios de su talento.
El ignorante como no conoce
La gran riqueza de aquel bien que pierde,
No es mucho se descuide en procurarle,
Que, aunque del natural impulsos tenga,
Mayores los tendrá de otros afectos;
Y la naturaleza depravada
Con más facilidad sigue al sentido.

                 PROVECTO

    Respondereos con Sócrates a eso,
Que sólo sé no sé, de sí decía;
Y si es muy de los sabios desta suerte
Pensar de sí, ¿cómo será maestro
De buena gana el que no piensa sabe,
Y más para enseñar al que no llega
Humilde a procurar ser enseñado?
Si no es que, como sienten otros muchos,
Sócrates en aquello decir quiso
Que no sabía sentir enteramente
La vanidad de nuestra breve vida,
La grandeza del mundo y de sus partes,
De los secretos de naturaleza,
Del corto vaso del entendimiento,
Respecto de lo cual el que más sabe
Puede decir muy bien que ignora mucho?
Pero dejadas cosas como éstas,
Muchos hay que conocen una cosa,
Saben también que pueden enseñarla,
Como vos escribir cartas discretas,
Que pues no rehusáis enseñar esto
Lo mesmo hacer podrían sin melindre.

                 GUSTOQUIO

    Bueno en verdad; parece que ya un poco
Os habéis calentado con el curso
De mi actividad grande en esta escuela;
Pues heos de decir que es malaventurado
El que sabe de muchas cosas mucho,
Y de el amar a Dios muy poco sabe;
Que también yo mi salmo encajar quiero
Alguna vez, pues vos predicáis tantas.

                 PROVECTO

    Decís tan bien que en un verano entero
No teníades de hablar otra palabra
Sino pensar en este dicho bueno,
Y así quédese aquí nuestro coloquio,
Pues que supisteis darle fin tan alto
Cual ojalá le tengan nuestras vidas.

                 GUSTOQUIO

    Parece que el sermón ahí acabasteis
Diciendo aquí: por gracia; y después: gloria.

Aunque pasé algo adelante del fin de la materia de la Judiciaria, quise acabar el capítulo en que esto último della está inserto, por parecerme seria poco más penoso leer una hoja más para que por ella se descubra algo del intento del libro de la Historia de Chile, que es mezclar algo provechoso con lo entretenido, etc.

__________

[19]

Falta uno o más versos. -M.

[20]

[«gustardes» en el original (N. del E.)]

[21]

Este médico, según esa indicación, sería Antonio Sánchez, fundador del lazareto de leprosos de Lima, en 1562. El nombre del virrey lo damos adelante. -M.

[22]

Un titulado. -M.

[23]

En abundancia, con prosperidad. -M.

[24]

Los corregimientos o gubernaturas de las provincias interiores del Perú se proveían por dos años; eran muy solicitados por los grandes emolumentos que producían. -M.

[25]

Séneca.

[26]

Conjeturamos que el virrey a que se alude sea el Conde de Nieva, D. Diego López de Zúñiga y Velasco, que murió asesinado en Lima, en febrero de 1564. El haber muerto en las altas horas de la noche y fuera de su palacio, en la calle de los Trapitos; el no haberse sabido con certeza la causa del asesinato, de que hubo algunos cuentos fabulosos, dice Melchor Jufré; y haber gobernado dos años y meses, son circunstancias que coinciden perfectamente con las apuntadas en el texto. Vease para mayores detalles a Mendiburu, Diccionario histórico-biográfico del Perú, t.5, pág. 82. -M.

[27]

De unos escudos que le habían pagado. -Nota del autor.