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Fuentes Bibliográficas
Homenaje a Vicuña Mackenna Tomo 2º.
Capítulo III.

Un hijo del Presidente Vicuña se destacó, también, a lo largo de una existencia noble y brillantemente lograda: don Pedro Félix Vicuña y Aguirre.

Revolucionario, patriota ardiente, liberal de arraigada doctrina, filósofo, economista, hombre de prensa y político, Vicuña Aguirre sirvió desde la mocedad, sin renuncio alguno y con sacrificio constante hasta de su propio bienestar, la causa que abrazara.

Figueroa escribe de él que «fué uno de los escritores más fecundos y laboriosos de la generación que heredó la obra de la reorganización del país de los próceres de la independencia» (24). Y añade estas justas palabras: «Pocos caracteres ha tenido nuestro país más enteros, varoniles, levantados y generosos que el suyo, porque siempre alentó sus esfuerzos una misma virtud de adhesión sin límites a sus conciudadanos y un noble anhelo de trabajo y de sacrificio por el programa que se había trazado en su carrera de apóstol de una causa de progreso y libertad»... «Nunca lograron empañar su frente los odios ni los rencores de los demás, como si su pensamiento tuviera tanta luz que disipara todas las sombras, aún las del dolor oculto en el fondo del alma!... Era el hombre bueno del Evangelio, el tipo perfecto del discípulo de Jesús» (25).

Nacido en Santiago el 21 de Febrero de 1805 realizó en el aula de Santo Domingo los estudios más completos que podían hacerse en aquella época. Recuérdase que siendo alumno fue designado para pronunciar loas a la libertad en la plaza de la capital el 12 de Febrero de 1818, día de la jura de la bandera nacional. La vida pública del prócer se iniciaba con el nacimiento mismo de la República.

Siguió estudios de derecho que hubo de interrumpir para ir a trabajar en Valparaíso en compañía de su hermano materno don Luis de Aysinena. En el puerto comenzó a ensayar su pluma y ya no habría de secarse en ella la tinta de las prensas ni enfriarse en su ánimo el ardor de las batallas, pues que su obra periodística había de ser perpetua lucha contra la reacción en todos los órdenes de la vida.

Su primera empresa fue la fundación de EL Telégrafo Mercantil y Político, cuyo número uno apareció él 3 de Octubre de 1826.

Casi un año más tarde realizaba la que andando el tiempo sería su obra mayor. El 12 de Septiembre de 1827 inició su publicación El Mercurio de Valparaíso, diario que ha llegado a ser el decano de la prensa de Sud América. Vicuña junto con fundar aquel diario se convirtió en su redactor principal.

«Amor al progreso, entusiasmo por toda idea nueva, profunda convicción en la perfectibilidad humana y, sobre todo, desinterés a toda prueba en el éxito de sus principios, fueron las dotes que desde luego se notaron en los escritos del fundador de El Mercurio, decía el editorial de este diario después de la muerte de Vicuña (26).

No estuvo mucho tiempo al frente de sus columnas. Su inquietud y el afán de servir la causa liberal lo impulsaron a redactar en Santiago, el año siguiente, otro diario: El Censor. Y en 1829, siendo su padre Presidente de la República fundó un nuevo periódico: La Ley y la Justicia.

En 1830 fue elegido diputado por tres departamentos, tales eran ya sus prestigios, pero la mayoría conservadora, dominante en el Congreso, anuló sus poderes.

En los años que siguieron se destacó como el único escritor que osó combatir la dictadura del ilustre Portales, desde su revista Paz perpetua a los chilenos, de la que alcanzaron a aparecer veinte números.

Durante todo el gobierno del Ministro de bronce continuó su política de oposición levantada, leal. En 1837 hizo circular un folleto: Unico Asilo de las Repúblicas Hispano-Americanas en el que «sostuvo con mucho empeño la formación de una liga híspano-americana, que debería ser regida por un congreso de plenipotenciarios» .

En 1841 trabajó en favor de la candidatura presidencial de don Francisco Antonio Pinto. Con propósito de ampararla fundó en Valparaíso dos periódicos: EL Lector Chileno y El Verdadero Liberal.

En 1842 dio a luz El Observador, colección de artículos. Al año siguiente su folleto Elogio Histórico del Ilustrísimo señor don Manuel Vicuña. En 1845 un nuevo libro: Cartas sobre bancos. Ese mismo año proclamó la candidatura del general Freire, fundando El Republicano, periódico de breve duración como casi. todos los anteriores.

Para sostener mejor sus propósitos de fondo, que eran la reorganización del país y la vuelta al régimen liberal que cayera con el Presidente Vicuña, fundó en compañía del coronel don Pedro Godoy, hombre de vigoroso talento y donoso ingenio (27), el partido de Oposición. Los esfuerzos de esta entidad se estrellaron contra la máquina oficial, fuertemente montada, y terminaron en la declaración de estado de sitio y en el destierro de ambos caudillos.

En Lima, a donde los acontecimientos lo habían empujado, dio a la estampa su estudio histórico Vindicación de los principios e ideas que han servido en Chile de apoyo a la oposición en las elecciones de 1846.

De regreso a Chile, en las postrimerías de 1847 publicó en Valparaíso otro libro interesante: Ocho meses de destierro o Cartas sobre el Perú.

Siempre manifestó predilección por las cuestiones económicas. Unos artículos suyos, insertos en El Mercurio, en que atacaba la política financiera del ministro de Hacienda don Manuel Renjifo dieron ocasión a ruidoso jurado de imprenta y a no escasa folletería.

1848 fue de grande actividad para Vicuña. Trató de acusar ante el Congreso al Ministro Montt que lo habla desterrado, proyecto en el cual hubo de estrellarse una vez más contra la mayoría oficialista. Y fundó el periódico La Reforma, desde cuyas columnas sostuvo ardorosamente la urgencia de reemplazar las disposiciones de la Constitución del 33 por otras más liberales.

En 1851, año histórico en que por primera vez después de la caída del liberalismo se intentaba reacción vigorosa contra un régimen de excesiva autoridad, encabezó en compañía del general don José María de la Cruz, proclamado candidato de la oposición a la presidencia de la República, la revolución en contra del gobierno. Le cupo en ella labor destacadísima. Fue intendente de Concepción cuando dicha provincia se alzó en armas y, más tarde, Secretario General de la Cruz, correspondiéndole la alta dirección política del gobierno revolucionario. Vencido éste a raiz de la batalla de Loncomilla que tuvo lugar el 8 de Diciembre de 1851, Vicuña resistió cuanto pudo la firma del tratado de Purapel que puso fin a la guerra civil (27a). Su actuación había sido elevada, inteligente, dinámica y si el éxito no acompañó a la causa libertaria que servía, culpa fué de las operaciones militares desgraciadas que debieron realizarse frente a un ejército disciplinado, fuerte en todos los recursos que otorga el ejercicio del poder.

Retiróse Vicuña a la vida privada, alejándose de las actividades políticas por primera vez desde los días ardientes de su mocedad. En el establecimiento minero de Purapel entretuvo sus ocios escribiendo El Porvenir del Hombre, que se imprimió en 1852. Esta obra puede considerarse como la mejor y de más grande aliento que saliera de su pluma infatigable. Un decenio completo transcurrió, aprovechandolo en la defensa de sus derechos, luchando contra diversos capitalistas y detentadores. Esa labor registra la publicación de más de una docena de folletos. Los negocios del Estado no dejaron un punto de interesarle en ese lapso de tiempo. En él dio a las prensas: Apelación aL crédito público y Verdadera situación de luz Hacienda Pública (1862).

En 1864 tornó a la política activa siendo elegido diputado por La Serena. Volvía al Congreso con actividad juvenil y animado de los más altos propósitos de bien público, para traducir los cuales sometió a la Cámara tres proyectos importantes: reforma de la Constitución; creación de un banco nacional; organización del Tribunal de Minería.

Su proyecto de reforma a la carta de 1833, orientado en sentido plenamente liberal, que consagraría más tarde el triunfo de la oposición en 1891, no alcanzó éxito en esos años en que el régimen de autoridad se encontraba en auje.

En 1867 fué elegido diputado por Ovalle. En este nuevo período presentó su célebre moción para abolir la prisión por deudas, la que después de defensa brillante y prolongada fue convertida en ley.

En 1871 resultó elegido Senador de la República y desde la cámara alta continuó defendiendo con vigor los ideales políticos que habían llenado toda su vida. Fué su último cargo.

Casado muy joven con doña Carmen Mackenna Vicuña, hija del general Mackenna, constituyó don Pedro Félix un hogar admirable. Numerosa fué su descendencia, contándose entre los hijos a don Nemesio, político de actuación; a don Juan; a don Bernardo, primogénito de la familia, a don Hermenegildo; a doña Dolores, hermana predilecta de Vicuña Mackenna; a don Eladio y a doña Clarisa (28).

La señora Carmen Mackenna fue mujer de temperamento notable, enérgica, decidida en las ideas políticas que compartió con su marido conjuntamente con las persecuciones y sinsabores. Tenía el perfil vigoroso de las mujeres de Roma. Era de aquellas que no retroceden ante ningún obstáculo en la línea recta que trazaron para sus vidas, de aquellas que están dispuestas a darlo todo y a renunciar a todo, si es preciso.

En tal hogar, formado en las tradiciones libertarias y revolucionarias de la independencia, con despego de prejuicios aristocráticos y coloniales, se desenvolvió Vicuña Mackenna. Si más tarde las luchas y las persecuciones políticas debían forjar en-yunque sólido el temple de su carácter, el alma estaba ya formada con las directivas espirituales y sociales que encontró entre los suyos.

Don Pedro Félix ejercía en su hogar papel de patriarca antiguo. Todo era común. Los bienes de fortuna no abundantes, los ideales revolucionarios; las simpatías políticas, el modo abierto de comprenderlo y considerarlo todo. En los últimos años la cabeza nevada que ningún desencanto logró doblegar era símbolo de triunfo, bandera desplegada a los vientos del optimismo, suprema lección de lo que pueden los ideales en las almas superiores. En esta atmósfera de elevación y de amor lo sorprendió la muerte el 24 de Mayo de 1874. Sus funerales dieron lugar a un duelo público que toda una vida de abnegación y de trabajo justificaban ampliamente.

Dijo «El Ferrrocaril» en su editorial del 26 de Mayo: «Fué un ciudadano amante celoso del bien público, que tuvo el mérito harto raro de descuidar sus negocios privados para prestar atención preferente a los generales, sin que le obligara a ello el desempeño de ningún cargo lucrativo y aún en mucha parte de su vida ni siquiera honorífico. Así ha muerto pobre, habiendo podido disponer de los elementos que habrían bastado a otros más egoistas para acumular un ingente caudal; pero que él no hizo fructificar porque dedicaba su tiempo y su talento, no al incremento de sus intereses privados, sino a la prosperidad del país». Y añade el editorialista: «Un hermoso razgo. Muchas veces defendió en el Congreso a las familias de los hombres que le habían perseguido a él o a los suyos».

«El Mercurio» de Valparaíso le rindió sentido homenaje en su edición del.27 de Mayo. El editorial, en cuyas frases no es difícil distinguir la pluma de Vicuña Mackenna, empapada en filial emoción, traza una hermosa silueta del patricio (29):

«Amor al progreso, entusiasmo por toda idea, profunda convicción en la perfectibilidad humana y, sobre todo, desinterés a toda prueba en el éxito de sus principios, fueron las dotes que desde luego se notaron en los escritos del fundador de El Mercurio.

«Muchas veces leyendo los escritos y los discursos del señor Vicuña nos dijimos entusiasmados:-«Este es el hombre de Montaigne»; otras, «este es el tipo perfecto de los utopistas»; y otras, en fin, «he ahí el último soldado intrépido de la falanje liberal de 1828».

El editorialista se pregunta: «¿En donde están los liberales que fueron sus colegas? ¿En dónde aquel partido que, derrotado en Lircay, sufrió las inclementes persecuciones de Portales? En ninguna parte; sus últimos representantes tiempo há que no son más que polvo».

«Empero, al pie de las columnas del templo derribado, ha podido verse hasta ayer en pie, firme, siempre animoso y resuelto, al último de sus sacerdotes; sí, al último de sus verdaderos sacerdotes.

« Si pudiésemos trasladar al papel la fisonomía moral del señor don Pedro Félix Vicuña, según se nos representa a la imaginación, la trazaríamos completa; pero la pluma no obedece a nuestra voluntad sino prestando muy mediana expresión a lo que sentimos. No obstante, ella nos permite la satisfacción de decir que fue el hombre del trabajo, de la fe, del sacrificio y de la fidelidad. Que prestó a su patria cuanto tuvo: talento, labor, fortuna».

«Su hogar fué el hogar de todo desgraciado; su corazón el nido de grandes y nobilísimos afectos. Su misión era darlo todo en este mundo; así, dió con prodigalidad su pluma al pueblo, sus ternezas a la familia; su bolsa a los pobres.

«El luto y las lágrimas de todo un pueblo valen la inmortalidad. En este supuesto, la familia del ilustre finado, si bien inconsolable porque no puede verle ya siendo el patriarca venerado del hogar, tendrá desde hoy la espléndida satisfacción de contarle entre los pocos que viven después de haber vivido» (30).

Paréceme que las frases de este editorial en que hace cerca de medio siglo la más insigne pluma de Chile fijaba la posición histórica y la figura moral de un gran ciudadano, realizan el más justo elogio de don Pedro Félix Vicuña.

¿Cómo no encontrar en las virtudes de éste, en su corazón magnánimo abierto a todos los horizontes de la generosidad, en su incansable pluma, en el ánimo impávido con que resistía las derrotas y los embates de la adversidad, en la pasión ardiente por el servicio público y por la grandeza de su tierra, la raíz de las calidades mórales y cívicas de Vicuña Mackenna? Lo que en el padre fué abnegación, esfuerzo sin fatiga, talento y estudio, en el hijo se vestiría con todos los atributos de lo genial.

En don Pedro Félix Vicuña estaba en germen todo Vicuña Mackenna.

 

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Notas

24

Pedro Pablo Figueroa: Historia del popular escritor don Benjamín Vicuña Macckenna. Su vida, su carácter y sus obras.
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25

Figueroa, obra citada. «De este egregio ciudadano y eminente pensador provenía el esclarecido escritor cuya historia trazamos en este libro.. ---agrega el aludido historiógrafo-. Su familia, su civismo, su raro ingenio; su elevado carácter, todas sus cualidades modelos las heredó de su ilustre progenitor, hasta el sello de bondad que era la virtud de su alma y de su vida».
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26

«El Mercurio», Valparaíso, Mayo 27 de 1874.
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27

A propósito de este simpático y atrayente personaje, cuya vida daría material para ameno relato, cuenta don Augusto Orrego Luco una curiosa anécdota. Dice que en los últimos años de Godoy, fué a visitarlo cierta tarde de invierno y de sol a la casa que ocupaba sin más compañía que la de antigua sirviente y lo encontró meditabundo, sentado en sillón de baqueta, en mitad del patio, como un hidalgo náufrago de la Colonia. «¿Sabe, doctor, en qué estoy pensando?-díjole al verlo.--Pues en el epitafio que puede ponerse sobre mi tumba, ya próxima a abrirse. Creo que éste que acabo de escribir no está mal». Y le tendió un papel en que se leía: «Aquí yace don Pedro Godoy, General de la República, muerto a la edad de ochenta años. Pasó su vida diciendo mal de la gente y no alcanzó a decir la mitad de lo que sabia».
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27a

Dice don Agustín Edwards en su obra «Cuatro Presidentes de Chile» que Vicuña fué el alma del movimiento revolucionario en Concepción y que si el general de la Cruz «hubiese seguido las inspiraciones del Secretario General, don Pedro Félix Vicuña, que le instaba a marchar sobre la capital sin demora, es probable que la Revolución hubiese triunfado». En realidad en la batalla de Loncomilla, a pesar de los errores militares --cometidos por Cruz, no hubo vencedores ni vencidos. Sólo el tratado de Purapel, al que tan enérgicamente se opusiera Vicuña, consagró la derrota.
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28

He aquí, tomado del libro Los de Vicuña, que firma don Tomás Thayer Ojeda, la nónima de los Vicuña Mackenna y sus consortes: Don Bernardo, casado con -doña Mercedes Dueñas; don Benjamín, casado con doña Victoria Subercaseaux Vicuña; don Nemesio, casado con doña Manuela Subercaseaux Vicuña; don Juan, casado con doña Carmen Vicuña Cañas; don Eladio, casado con doña María Luisa Echaurren; don Hermenegildo, casado con doña Filomena Novoa; doña Luisa, casada con don Ponciano Dávila; doña Dolores Victoria, muerta en la infancia; doña Lutgarda, casada con don Javier Luis Zañartu; don Félix, muerto en la infancia; doña Dolores, casada con don Juan de Dios Morandé; doña Elena, casada con don José Francisco Opazo; doña Lucía, casada en primeras nupcias con don Pedro Valentín Urzúa y en segundas con don Elías Alcalde; doña Carmela, muerta célibe; doña Josefa, casada con don Carlos Portales, y doña Clarisa, casada con don Onofre Aránguiz.
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29

Dice Figueroa en su Historia de Vicuña Mackenna, que éste había reunido los materiales para escribir una Vida de don Pedro Félix Vicuña. Entre ellos las Memorias, inéditas, de su progenitor.
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30

En La Historia de los diez años de la administración Montt, se encuentran estas palabras, que completan el retrato: «A diferencia de muchos de sus nobles compañeros de ideas y de infortunios, que enmudecieron alguna vez delante del terror o de los halagos de sus enemigos, él permaneció siempre al lado del pueblo y sostuvo sus derechos con resuelta firmeza».
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