Excelentísimo Señor:
Acompaño a V. E. adjunta copia del oficio que he recibido del señor Virrey de Buenos Aires, y de mi contestación sobre parcialidades sospechosas del vecindario de esta capital, para que si, como es posible, hubieren llegado también a su noticia, se cerciore de la verdad.
Me considero obligado a este paso tanto porque como en otra ocasión me manifestó V. E. debemos ayudarnos mutuamente con nuestros auxilios y consejos, como porque, sin embargo, de la independencia política de este reino, siempre subsisten las inevitables relaciones naturales y económicas que lo unen a esa metrópoli, y de consiguiente [a] ambos Gobiernos, debiendo el mío buscar su apoyo en las mayores facultades y preeminencias del de V. E.
Yo he tomado este mando en la situación más deplorable por la indefensión en que se halla su dilatadísima costa, y multitud de puertos principales, sin suficientes armas, guarniciones ni medios para costearlas.
Las tesorerías Reales agotadas y empeñadas por los exorbitantes gastos de la guerra anterior con Inglaterra, sin ingresos capaces de reponerla, ni posibilidad de sufragarlos como antiguamente lo hacía esa capital.
La suma pobreza, en lo general del país, no ofrece recursos interiores.
La precisión de socorrer en alguna manera a nuestra madre España; las convulsiones políticas de aquella península; los recelos de su influencia en estas provincias; los ejemplos de Quito, La Paz y Charcas, todo zozobra mi ánimo, mientras no diviso fuerzas auxiliares, y proporciones para ocurrir a tantas y tan graves urgencias.
Al principio discurrí dar tono a esta máquina por medio del cabildo de esta capital, y lo hallé dividido en sus individuos, unos ausentes de continuo, otros remisos, y no todos conformes en las máximas que según el estado de las cosas requerían los verdaderos intereses del pueblo y del Soberano.
Intenté repararlo incorporando a su solicitud doce vecinos principales, y resultaron desavenencias intestinas, y desconfianzas externas de las ideas populares de algunos, al tiempo que el cabildo de Buenos Aires extendía sus correspondencias, y aspiraba a la democracia; por lo que fue preciso disolver la sección capitular agregada.
Tuve la desgracia de que la Real Audiencia, por muerte de mi antecesor, declarase la sucesión de esta Presidencia en el señor regente, abdicándola con disgusto a mis interpelaciones para la observancia de las Reales Ordenes, en estas vacantes, de que ha dimanado, sin duda, su remisa adhesión a mi Gobierno, dando lugar a algunas competencias, y admisión de recursos a su Tribunal, en oposición a mis providencias económicas, y puramente de oficio que han cedido en desautorización de mis empleos, con lo que falta la confianza tan esencial para el sostén de las respectivas jurisdicciones y para la mayor sujeción popular.
He carecido de Asesor útil para la arduidad de las materias que en el día ofrecen tales circunstancias en todos los ramos de la política y de la administración pública, y cuando quise fijarle reglamento para mi privativo despacho, que me asegurase de su desempeño, se reconocía estar dirigido por los descontentos de mi mando; me arrostró con insolentes querellas a la Real Audiencia que ésta ha protegido de un modo que excede a la ponderación.
Sobre todo, para colmo de mis disgustos he tenido al cabildo eclesiástico sede vacante, parcializado en dos bandos, y el uno tenazmente enconado con el provisor vicario capitular, de que han resultado continuas escandalosas disensiones, y acres recursos protectivos, comprometiéndose las familias y las facciones del vecindario por ambas partes, cuya fermentación ha trastornado bastante tiempo el orden, y la tranquilidad pública y el respeto debido a las autoridades.
Todo esto me ha obligado a ir contemporizando, esperando que más recobrada la libertad de nuestra España, y el vigor de su supremo Gobierno infundiese aquí la concordia de los ánimos, con que las ideas generales se redujesen al debido orden.
La desgracia ha sido que los sucesos, fueron siempre vacilantes, y es ya preciso tomar precauciones severas que atajen el mal antes que suceda sin sentirse, como la experiencia nos ha hecho conocer en los recientes ejemplares de otras provincias de nuestro continente.
Desde luego, organizaré con el Real Acuerdo la Junta de Observación; publicaré bandos y proclamas al caso, y quedo practicando inquisición formal de los que puedan haber sindicados de estos movimientos, para hacer un escarmiento.
Esta es la actual constitución.
Estoy persuadido de la honradez y fidelidad de la nobleza, y de las demás clases en lo general; pero como muchas veces está el peligro en la confianza, o ésta hace atreverse a los mal intencionados, será consiguiente ir redoblando las providencias.
En todo evento, deseo el acuerdo de V. E. y espero me alumbre las que le parezcan más conformes al mejor Gobierno, defensa y seguridad interior y de enemigos extraños que puedan sobrevenir según el concepto que V. E. haga del sistema presente de la Europa, y el que para el distrito de su mando pensare adoptar en estas circunstancias, como también los socorros con que en casos de mayor urgencia habré de solicitar de su virreinato.
Nuestro Señor guarde a V. E. muchos años.
Santiago de Chile y mayo 19 de 1810.
Francisco Antonio García Carrasco.
Excelentísimo señor Virrey del Perú.
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