ACTAS DEL CABILDO DE SANTIAGO PERIODICOS EN TEXTO COMPLETO COLECCIONES DOCUMENTALES EN TEXTO COMPLETO INDICES DE ARCHIVOS COLECCIONES DOCUMENTALES

Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Capítulo IV. Los Comienzos de la Revolución. 1810
Documento 16. Cargos que comprueban la arbitrariedad y despotismo del Presidente García Carrasco

En la ciudad de Santiago de Chile en 7 de agosto de mil ochocientos diez; estando los S. S. de este ilustre ayuntamiento, justicia y regimiento de esta capital en cabildo pleno y ordinario dijeron: que por cuanto tenían informado a S. M. los justos y graves motivos que influyeron en la turbación y zozobra que experimentó este pueblo en los días precedentes a la abdicación que hizo del Gobierno el ex presidente el señor don Francisco Antonio García Carrasco, pero que no habiéndose acompañado por la angustia del tiempo los correspondientes comprobantes, protestando hacerlo después; debían al efecto acordar, y acordaron se extendiese la presente acta, dirigida a puntualizar los varios hechos que comprueban la arbitrariedad y despotismo de que usó dicho señor en el discurso de su mando, y últimamente las miras hostiles y de violencia que proyectaba contra este pueblo,  cuyos hechos referidos clara y sucintamente son como siguen:

1º Apenas tomó este jefe posesión del gobierno, quiso contra las leyes, hacer rector de la Real Universidad al doctor don Juan José del Campo, y porque el Real Claustro le hizo la más honrosa y sumisa representación, exponiéndole que le privaba del derecho de elegir que tenía por sus constituciones, guarneció de tropas lo exterior e interior de la Escuela, las avenidas de las boca‑calles y dio las disposiciones más alarmantes que podían exigirse para el momento de una invasión de enemigos y que jamás había visto esta capital. Es cierto que después revocó su providencia, pero fue  a esfuerzos e instancias de varias personas sensatas que con anuncios de recursos a la corte que podrían desconceptuarlo, le hicieron desistir de su propósito.

2º A poco tiempo ocurrió la fragata Escorpión al mando de su Capitán Tristán Banker. Tuvo las mejores proporciones para decomisarla de cuenta de S. M. Como se reconocerá del expediente que debe existir en la secretaría del superior Gobierno y de otros documentos que hasta ahora no ha contradicho el nominado señor ex Presidente, y, sin embargo, comisionó a varios particulares que se hiciesen dueños de este cargamento, lo que ejecutaron asesinando y robando impíamente a sus dueños, después de haberlos atraído donde ellos estaban protestándoles con afectada sinceridad la seguridad de sus individuos, y suponiéndose marqueses, para con esta recomendación lograr mejor su engaño, y si hemos de asistir a la voz general, tuvo dicho señor parte de la presa en un cuantioso regalo que recibió.

3º Este cruel atentado, se cometió cuando ya en todo el reino se sabía la alianza de la Gran Bretaña con nuestra España y la generosidad con que le auxiliaba para sostener la guerra contra la Francia. Por este motivo y el de precaver la defraudación de la Real Hacienda, ofició inmediatamente la administración general de la Real aduana al señor Presidente para que se consignase aquel cargamento hasta dar cuenta al rey y saber su soberana resolución. Lo mismo exigieron verbalmente el Teniente Coronel don José Santiago Luco, pero todas estas prevenciones se despreciaron por el señor Presidente e hizo ejecutar prontamente el reparto de aquella presa.

4º Desde entonces seis o siete individuos, los Agentes e interesados en este negocio aborrecidos de este honroso pueblo por la cruel muerte que dieron a su capitán y despojo de la Real Hacienda, han formado su corte, han llenado su confianza, y con el mayor orgullo han hecho frente a este pueblo, distinguiéndose con el nombre de Escorpionistas.

5º Acaeció después el fallecimiento del señor fiscal, y debiendo sucederle el señor oidor menos antiguo por ministerio de la ley, y exigiendo sobre esto la Real Audiencia quiso que los agentes fiscales (el uno de ellos lo era el nominado Doctor Campos) continuase este ministerio; y así se ejecutó.

6º Por este mismo tiempo nombró de asesor suyo (despojando del empleo al Licenciado don Pedro Díaz Valdés nombrado por el Rey) al mismo doctor Campos que por una miserable vanidad se empeñó en que este individuo (a quien en todo quería distinguir) debía presidir al cabildo y a pesar de la oposición y firme representaciones que se le hicieron sobre el caso, tomó el violento partido de doblar la guarnición del palacio, convocar a su sala el cabildo y hacer que a viva fuerza se recibiese allí al doctor Campos.

7º Imploró este cuerpo la protección de la Real Audiencia contra la fuerza, y aunque este superior Tribunal conoció que la hacía, como lo expuso en su oficio de contestación, tuvo a bien, por precaver el desastre de su superior autoridad, instigar al cabildo a que hiciese este nuevo sacrificio por la quietud y tranquilidad de la patria, no obstante que se vulneraban sus fueros y prerrogativas.

8º En esta misma época recibió el señor ex presidente y algunos individuos del palacio y otros varios, cartas de la princesa del Brasil la señora doña Carlota, que alarmaron sumamente al público, creyéndose por opinión general que se pensaba en que este reino fuese entregado al dominio de los portugueses, cuyo designio conocían todos era opuesto a las leyes.

9º Coincidía para más afianzarse en este concepto en que estando un día de visita en su palacio varios sujetos de lo principal del pueblo, les dijo que su secretario don Judas Tadeo Reyes era del partido Carlotino, y con todo le mantuvo siempre a su lado, como uno de los de su mayor confianza.

10. Lo cierto es, que el señor ex presidente, sin consulta del Cabildo ni de alguna autoridad, repentinamente sacó las lanzas (única armadura de la gente de a caballo del reino) y las remitió al puerto de Valparaíso para despacharlas a Lima, y de allí a España como socorro de la metrópoli, auxilio inverosímil, no sólo por la calidad de la arma, sino principalmente porque siendo allí mucho más barato el fierro, estaba mejor mandar en dinero su valor. En efecto el Procurador general de ciudad don Juan Antonio Ovalle se presentó manifestando la indefensión en que quedaba el reino y el partido que debía tomar, oblando la ciudad mucho más en dinero del importe de aquel donativo.

11. A estos datos inductivos de más vehemente sospecha contra el jefe se agrega el que habiendo mandado su antecesor construir un campamento militar, cuyo costo ascendió a más de diez mil pesos, dio orden para que se deshiciese, vendiendo las maderas que lo formaban en un ridículo precio; asimismo los regimientos de infantería y caballería que en el anterior Gobierno se mantenían en asidua disciplina, no tuvieron alguna en su tiempo; sin embargo, de ser más los enemigos contra quienes debíamos en esta época guardarnos.

12. A todo esto siguió el último atentado de aquel señor y la desolación del reino. El nominado Procurador de ciudad don Juan Antonio Ovalle, el Maestre de Campo don José Antonio Rojas y el doctor Bernardo Vera fueron sorprendidos en una noche rigidísima de invierno consignados en el cuartel de San Pablo, representándose al acuerdo una sumaria formada por el señor ex presidente de enemigos de aquellos tres preciosos ciudadanos y de la gente más despreciable del pueblo a que se añadieron los informes verbales que dio el mismo jefe al Acuerdo de una conjuración premeditada y el inminente peligro de su vida y la del señor Regente, se despachó a estos hombres en caballos de prorrata a las doce y media de la noche, sin permitirles la menor comodidad ni abrigo treinta leguas de esta capital para embarcarlos en la fragata Astrea que iba a darse a la vela para Lima. Precisamente eran estos tres ciudadanos por su literatura, nacimiento, empleos y conducta de los más bien reputados.

13. En efecto, penetrado el cabildo y la nobleza de su inocencia y desgracia propusieron al señor ex presidente las garantías más solemnes por la seguridad pública y particular de los reos. Y en su virtud, después de varios activos movimientos de la expresión de la voluntad general para castigar estos reos si fuesen delincuentes, se consiguió con acuerdo de la Real Audiencia se retuviesen en los castillos.

14. Ya todo permanecía cuasi tranquilo; las partes hacían sus gestiones, un ministro de la Real Audiencia pasó a Valparaíso a tomar sus confesiones, y no resultando de ellas gravedad, los destinó a las casas que ellos quisieron elegir, ínterin esperaban su restitución.

15. Insistió de nuevo el cabildo en que se condujesen a la capital, corrió segura la opinión pública, que no contradecía el ministro comisionado, de que aquella sumaria no contenía cosa de momento y todos estaban ciertos de que inmediatamente se manifestaría la absoluta inocencia, pues los testigos se convidaban a desdecirse y manifestar su  sorpresa  e instigaciones con que fueron provocados a declarar. El cabildo aguardaba la contestación de sus súplicas y todo el pueblo contaba segura la restitución, cuando el día seis del presente mes salió el Teniente don Manuel Bulnes, haciendo creer la voz pública de que iba a traer a los reos, según lo pedido por todo el vecindario. Fueron generales las enhorabuenas y regocijos domésticos. Pero el día once a las seis de la mañana apareció un precipitado correo particular que avisaba que los reos quedaban embarcados, para hacerse en el momento a la vela y que un soez marinero cómplice y participante de la presa Escorpión gobernaba cien hombres apostados por el señor ex presidente, y de quien se había valido Bulnes porque el Gobernador de aquella plaza pedía fuese suscrita por el Real Acuerdo.

16. Inmediatamente pasó a ver al señor ex presidente el padre político del doctor Vera, relacionándole estas noticias, a quien aseguró con el mayor cariño dicho señor que no creyese en voces y que consolase a su tierna y recién embarazada esposa porque luego lo vería en esta capital. Pasó también la esposa de don José Antonio Rojas a quien recibió con las más afectuosas demostraciones, asegurándole también que eran falsas las noticias que habían recibido.

17. Pero cierto todo el pueblo de la realidad del hecho se congregó espontáneamente en las puertas del cabildo donde junto éste les propuso que se aquietasen, que permitiesen que sólo el cabildo hablase al Sr. Presidente y le hiciese sus súplicas, para lo cual pasaría el alcalde de primer voto con el procurador general de la ciudad a pedirle esta licencia; pasaron en efecto; y la contestación del señor Presidente fue decirles primero, que viniesen, y después prevenir a la misma diputación que se fuesen a sus casas.

18. Una respuesta tan melancólica y desesperada, fue la que oyeron, sin embargo con una quietud que hará honor a los chilenos, y en medio de la mayor agitación de espíritu, se condujeron con la última moderación, y unánimes hicieron lo que previenen las leyes. Elevaron su recurso al Tribunal de Apelación el que debe proteger al súbdito contra la opresión del que manda. Se presentan a la Real Audiencia; le exponen su queja por boca del procurador de ciudad; se destaca un oidor a llamar al Presidente; después de un rato vuelve con él, donde siendo reconvenido por este hecho, negó constantemente su orden y el embarque, manifestando una carta del comisionado Bulnes, en que le hablaba de otros negocios.

19. Allí fue donde el pueblo se quejó del coronel e inspector don Manuel Feliú, porque había anunciado la orden que dio el señor Presidente, para que se restituyesen estos reos, siendo al contrario para su embarque y a presencia, de toda la nobleza y concurrentes contestó Feliú: Señores, yo no he faltado; si ha sido engaño, este señor Presidente me engañó a mí.

20. Allí donde el señor ex presidente por toda satisfacción trató de sedicioso y tumultuario al pueblo hasta decirles en un tono insultante, que mirasen si se tenían seguridad de salir de allí; todo esto, oyó y sufrió el pueblo, dando una prueba de su singular moderación.

21. Y en verdad no debe creerse que su ánimo estaba distante de cometer una violencia, pues ya de antemano había hecho venir cien soldados al patio de su palacio y dado repetidas órdenes al comandante de artillería para que hiciese conducir a la plaza dicha artillería que estaba parte de ella cargada con metralla, cuyas órdenes se resistió a cumplir el comandante, porque comprendía muy bien la temeridad y arrojo de sus determinaciones.

22. Hubiera sido en este caso inevitable el estrago en aquella nobleza y pueblo que se hallaba absolutamente aún sin las armas de sus empleos, aunque con aquel fuego que inspira la justicia y horror de la falsedad.

23. Ni había para qué usar de esta prevención, pues el ánimo de este pacífico pueblo no fue otro que personarse a fin de alcanzar con súplicas verbales, lo que no había podido conseguir por medio de las más sumisas legales representaciones. En efecto, se pidió nuevamente la restitución de los expatriados, se inculcó sobre la garantía del cabildo y nobleza; se representó el desorden que resultaría al país de una nota que abultaría el tiempo y la distancia; se pidió la remoción del asesor doctor don Juan José del Campo, [del] secretario don Judas Tadeo Reyes y [del] escribano don Juan Francisco Meneses, porque eran odiosos y sospechosos a todo el pueblo.

24. Entonces retirado el Acuerdo a otra sala, tuvo que usar de toda su sabiduría para hacer que el señor Presidente se conformase con el dictamen que accedía a la solicitud del pueblo. Allí mismo proponía medidas de sangre que habrían producido la nota y descrédito de todo el pueblo. Se nombró con general y sincero aplauso por asesor al señor Decano don José Santiago Concha con cuyo acuerdo se debía elegir secretario y escribano, y se expidió la orden para que los tres reos se entregasen al Alférez Real.

25. Este partió como un rayo acompañado de muchos jóvenes de la primera distinción que cifraban en su diligencia el éxito de la más noble voluntad, corrieron incesantemente treinta leguas y el generoso empeño acreedor a la dulce recompensa de verse coronado del más feliz suceso sirvió para anticiparse al dolor de hallarlo frustrado por la salida del buque. Tratan de hacerlo alcanzar por una barca que, falta de aperos, exigió tiempo y gastos que inutilizó la inevitable tardanza.

26. Parecía que en estas tristes circunstancias se consternaría el ánimo de este jefe, pero se le notó todo lo contrario. En la misma noche del día en que el pueblo elevó sus clamores al Tribunal, hizo venir a su palacio a un mulato con sus hijos que le mantuvieron una música lúbrica para irritar más al pueblo con esta insultante tranquilidad que se empeñaba en manifestar.

27. Y desde luego hacía conocer que sería capaz de realizar las ideas de crueldad con que en su tertulia amenazó a los concurrentes expresándoles que, se había de volver otro Robespierre.

28. En efecto, llegó el punto en que cada uno veía su vida en el mayor peligro, no sólo por el violento ejemplar de los tres ciudadanos expatriados, sino por las funestas noticias que cada día se propagaban.

29. Era cierto que parte de la artillería estaba cargada a metralla y repartida en el cuartel de San Pablo y en el mismo palacio; que el comandante que resistió pasar a la plaza se le mandó entregarla a otro oficial, que los cuarteles dormían sobre las armas; que seguían las juntas de oficiales, que se había pedido tropas a la frontera.

30. Un vil mulato salió proponiendo libertad a los esclavos, como sostuviesen al presidente; cada noche se difundía una gran novedad; ya que se armaba la plebe para que saqueasen a la capital; ya que aparecían escuadrones de gente de las campañas. Lo cierto es, que las órdenes y misterios del señor Presidente tuvieron a toda la gente honrada temerosa de la más inicua agresión.

31. En esta angustia se oyó al fin la voz de que el día trece en la noche iban a ser sorprendidas veinte personas para quitarles violentamente las vidas; todos por propio movimiento procuran su conservación armándose, y juntándose alrededor de los alcaldes. Los que estaban montados les acompañaban hasta el amanecer; otros guardan el parque y todos estaban poseídos de la mayor zozobra. Esta se instigó hasta la noche del quince en que se anunció la venida de gentes armadas y muchas disposiciones para una ejecución. Se repiten las precauciones y crece el descontento extendido hasta muchas leguas del contorno venían ya multitud de hombres a la defensa de una población que veían angustiada y habrían precisado a una resolución escandalosa sin la que acordó la Audiencia.

32. Esta pasó a casa del señor Presidente y realizó lo mismo que repetidas veces había pedido al rey. Hizo ver a aquél la imperiosa necesidad en que le había puesto su conducta de hacer dimisión del mando. Pretextos frívolos, y la resolución de morir matando eran las razones en que se sostenía hasta que propuso que se oyesen los oficiales de ejército y milicias. Vinieron al instante y, sin discrepancia convinieron en la precisión de renunciar. Voto conforme al que pocos momentos antes le había dado un religioso respetable a quien había encargado indagase la voluntad pública.

33. Sucedióle (según lo prevenido en la misma real orden que le colocó en la presidencia) el señor brigadier, Conde de la Conquista. Desde este momento empezó la tranquilidad del pueblo, y todos miraban ya seguras sus vidas y sus fortunas de lo que se congratulaban a porfía; pero lo más plausible ha sido la generalidad con que todo este pueblo depuso el enojo contra su ofensor, cuando vio remediada la violencia y le prestó toda la consideración que había desmerecido por sus hechos, y tanto que ha preferido esta atención a los medios de justificarse que le habría sin duda proporcionado con la indagación de sus papeles reservados; y lo que es más, se le deja en su mismo palacio, la renta íntegra de Presidente, porque su sucesor por ministerio de la ley no quiso admitir designación alguna. En vista de estos hechos que, son los que por ahora deben justificarse, reservándose poner los demás, que aun no están perfectamente esclarecidos, acordaron asimismo dichos señores se pasase a manos del M.I.S.P. esta acta con el correspondiente oficio, para que se sirva mandar se ponga por cabeza de proceso y se admitan los justificativos que se ofrecen dar con testigos y documentos, teniendo por parte en este importante asunto en que nada menos se trata que de poner a cubierto el honor y fidelidad de este pueblo al señor procurador general de ciudad, para que, haciéndosele saber las providencias que se libren, lo agite y promueva con el celo y eficacia que exige su gravedad interponiendo las gestiones que convengan ante su señoría mismo o el juez que tuviere a bien comisionar para su más pronta y acertada resolución. Así lo acordaron dichos señores y firmaron conmigo: doy fe.

< Volver >