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Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Capítulo VI. El Triunfo de la Revolución. La Constitución de la Junta Nacional de Gobierno. 1810-1811
Documento 9. Memorial al Rey de la Junta Gubernativa

Señor:

Nunca Santiago de Chile ha acreditado con mejor testimonio su fidelidad al Soberano que cuando oyendo los esfuerzos del tirano usurpador para acabar con su Madre Patria ha procurado constituir un Gobierno digno de su confianza y capaz de conservar siempre esta pequeña porción de la Monarquía para el más desgraciado de los Reyes; y así lo seguro de sus carísimos hermanos.

Algo más de dos años vivimos sujetos al despotismo de un Gobernador que habla presidido, en nombre y por disposición de Real orden de sucesión de mandos, D. Francisco Antonio García Carrasco.

No, veíamos tomar una medida acertada para sostenernos en aquellas ideas tan honradas; todo era padecer unos males que debían agitar al más sufrido; pero la ciega obediencia del reino rendía sin réplica la cerviz hasta que ya tocando las violencias al extremo último, las conoció su mismo autor, y advirtió que era preciso renunciar antes que exponerse a la desesperación de los agraviados que podría causar en él tristes efectos de muy justa venganza.

La graduación del Brigadier, Conde de la Conquista don Mateo Toro le llamó por ministerio del Propio Real Decreto a ocupar el Gobierno.

Quedando descansados y asegurados el auspicio de patriota, de probidad, lealtad y conocimientos y luego empezó éste a discurrir en los medios oportunos de la inmortalidad de Chile; ¡cuánto fue su dolor al ver exhausto el erario de un reino pobre y cerradas las puertas a los arbitrios!

No menos se desvelaba el Cabildo en la meditación de semejantes objetos.

A este tiempo se leían algunas cartas de la península que anunciaban sus desgracias; y todo conducía a doblar las amarguras.

Las gentes se interesaban ardientemente por el honrado sacrificio de morir españoles primero que trocar tan dulce nombre por ningún otro del universo; pero variaban en los modos de conseguirlo con mayor gloria; opinaban unos que debía establecerse una Junta Gubernativa.

Ninguno se oponía al digno mérito de su actual Jefe, pero decía: ¿Es posible que cuando Cádiz al frente de la Majestad ha necesitado elegir una Junta y con su consentimiento nos la ha enviado de modelo, resistamos nosotros seguir su ejemplo? ¿La Suprema Junta de Sevilla, la Central y otras de la Península no son otros tantos gritos que nos avisan la necesidad de tan útil establecimiento?

¿Discutir entre muchos los medios de acertar, no será más seguro que exponerse al concepto de uno solo; añadir a los conocimientos del jefe los de otros igualmente fieles, por qué ha de rebajar su autoridad?

¡Acaso nos enseñan otra cosa las leyes cuando el Rey no proveyó de guardador del Rey huérfano!

¿Por qué pues, para conservar el reino de Chile a un Monarca separado violentamente de sus dominios por una negra usurpación dejaremos a disposición de uno solo esa guarda estando en un caso aun más apurado?

Cuando hemos visto un Real Decreto que nos, priva del consuelo de ocurrir a la soberanía para toda solicitud que no contenga planes de guerra ¿a quién dirigiremos nuestros clamores, cuando para la misma guerra es forzoso tener a la mano los arbitrios?

Lo que se oculta a las luces de uno, puede ofrecerse a la de muchos; y al fin, si las razones de la Península y de la América son las mismas, o acaso mayores por la distancia de la soberanía para consultar las dudas; es preciso rendirse con ceguedad a los ejemplos del Gobierno de aquella.

Respondían otros ¿por qué no aguardamos el último resultado de la Península?

¡Ah! si éste es desgraciado ¿qué lugar podrá dejarnos al dolor que ocupará en nosotros el sentimiento de nuestros hermanos para prevenir medidas que no nos conduzcan a una catástrofe?

Es muy compañero el yerro de lo que se piensa en los momentos precipitados de la angustia.

El enemigo no avisa y examina el descuido para aprovecharse de él.

Antes de sufrir los horrores del incendio es preciso precaverse del fuego. ¡Acaso todos no tenemos unas miras!

Pues ellas únicamente deben interesamos; desprendámonos de cuanto hay y abracemos este medio, o menos cierto, o menos arriesgado para conseguirla.

Crecían las agitaciones de competencias tan honradas que el Ayuntamiento pidió se oyesen las corporaciones de algunos vecinos de representación y congregados en el palacio del Capitán General, acordaron de común sentir que, cuando el pueblo era quien debía defenderse y librarse en sus bienes, en su esfuerzo y en sus vidas, el triunfo, era indispensable también oírle.

Así se verificó el 18 del corriente, unidos los jefes de los cuerpos políticos y militares, los prelados de las religiones y los primeros nobles hasta el número de más de 450.

La acta [sic] y diligencias adjuntas que, humildemente pasamos a las supremas manos de V. M. acreditan que, después de depositar generosamente el Capitán General en manos del pueblo el bastón, se decidió la cuestión por el voto general, estableciéndose la Junta Provisional Gubernativa del  reino,  a nombre del señor don  Fernando Séptimo y de sus legítimos representantes, sin notarse un desorden pequeño.

El pueblo satisfecho de la fidelidad de su actual Presidente estuvo tan lejos de admitirle la dimisión del mando que ha querido asegurar sus derechos y estos dominios afianzando su perpetuidad.

Las distintas confianzas que los demás electos han merecido a V. M. y a la patria en las comisiones que han honrado su larga vida, manifiestan también las sanas intenciones, no menos de los elegidos que de los electores.

Las provincias interiores comienzan ya a tributar con tanto regocijo que cada una hace empeño a ser la primera en sus demostraciones.

Podemos significar a V. M. que sería igual el voto general de todos.

Concluido el expediente con las relaciones que envíen, daremos una cuenta individual.

La Real Audiencia hizo antes de la instalación sus gestiones, al contrario, convencida después de la justa causa ha mandado circular el oficio que en copia pasamos igualmente a V. M.

No enviamos los antecedentes de aquella oposición porque nunca parece bien acosar ni avergonzar al arrepentido que nada se avanza en lo principal.

Hemos creído por sus oficios y últimas conversaciones que procede este Tribunal con aquella buena fe próxima de su dignidad, pero si en la presencia de V. M. hablan de otro modo (que no creemos) la razón, los papeles, la opinión pública y la experiencia sincerizarán nuestros procederes y manifestarán indudablemente, oyéndonos V. M. en tal caso que estamos muy distantes de cegarnos por otra ambición que no sea la del bien público y de la nación cuya legítima soberanía respetaremos siempre; en este concepto, rendidamente suplicamos a V. M. se sirva aprobar todo lo obrado o disponer lo que fuese de su Real agrado. Dios guarde a V. M. muchos años. Santiago de Chile y octubre 2 de 1810.

Señor Conde de la Conquista.- Fernando Márquez de la Plata.- Ignacio de la Carrera.-
Francisco Javier de Reyna.- Juan Enrique Rosales.- Doctor José Gregorio Argomedo, Secretario.

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