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Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Capítulo IX. Predominio de la Idea de Independencia. Persecución a los Realistas
Documento 3. Manifiesto de la Junta

Cuando una peligrosa incertidumbre de su existencia política recordó a este pueblo fiel y generoso el derecho innato de elegirse un Gobierno digno de su confianza, la calidad de provisorio le hacía desear con ansia el feliz momento en que reunidos los representantes del reino, diesen a este nuevo sistema una forma estable que lo consolidase y afianzase en aquellos principios justos y seguros que proporciona una Constitución sabia y bienhechora.

Mientras se circulaban órdenes a las provincias para el nombramiento de sus diputados, los buenos patriotas de la capital meditaban con circunspección las mejores medidas de acertar en el acto más importante de su vida civil.

La ambición del mando, la intriga y las negociaciones no eran el camino legítimo sino para entronizar el egoísmo y sin destruir la tiranía, variar y multiplicar los tiranos.

Sin embargo, la experiencia nos ha hecho ver con dolor que los pasos más vergonzosos y absurdos triunfaron en mucha parte de los justos deseos de los ciudadanos virtuosos y a este triste principio era consiguiente el desastroso resultado de nuestro Congreso Nacional.

Por la naturaleza misma del acto y providencias del Gobierno, estaban excluidos del derecho de sufragar aquellos que abiertamente se habían decidido contra la sagrada causa de la patria.

No obstante lo que les era negado de justicia, ellos lo consiguieron por la prepotencia de los que se empeñaron en su voto.

Salió victorioso el número de los electores en aquel día terrible en que el pueblo vio esclavizada la función más augusta de la libertad, sin gozar ni aun de instruir los poderes, que por primera vez ha visto el mundo conferirse por otras personas que los poderdantes.

Depositado en el poder y la fuerza y siendo insuperable la preponderancia de (los) doce diputados con la grave y notoria violación de la [del] acta mandada a las provincias, no quedaba al pueblo ni el peligroso consuelo de reclamar, al paso que no podía dejar de presentir las quejas de otros cuya estrecha unión era más importante.

La apertura misma del Congreso empezó a descubrir ideas contrarias a la justicia y libertad de la patria.

Allí se proclamó por uno, encadenada la patria a la Corona de Castilla por el derecho de conquista; y a esta sola proposición hubiera sido capaz de sancionarse el sometimiento del reino de Chile al usurpador de la Europa, si se hubiese entrado en aquellas discusiones de que siempre ha triunfado la pluralidad de sufragios indebidos.

A ella han cedido las resoluciones con que se prohibió al pueblo hasta el derecho inalienable de representar, quedó sofocada la formación antes concebido del Cuerpo Militar de Patriotas; se han sepultado en el olvido las denunciaciones y procesos del día 19 de abril, disfrutando los acusados de una libertad tanto más insultante, cuanto ven abandonados y perseguidos a los nobles patriotas que más empeñosamente se interesaron en la instalación del nuevo Gobierno que ellos aborrecen; no pueden recordarse sin la mayor angustia el homicidio alevoso que acaba de perpetuar el acusado Garnier, ni sin el mayor furor, los vivas que en un café de la plaza ha merecido el triunfo de Goyeneche.

Las tropas veteranas que a costa de su sangre libertaron la patria, han sufrido la infamante nota de sospechosas, y que se echase mano de las milicias del Regimiento del Rey para cautelar recelos ofensivos a la dignidad y carácter pacífico de este generoso pueblo.

Con desperdicio del Erario Público, en medio de sus grandes quebrantos y daño irreparable de los infelices menestrales que lloraban el abandono de sus pobres talleres y familias, se han esparcido especies seductoras para entregar el reino a una potencia extranjera, confundiendo la soberanía de los pueblos con el sistema monárquico y exclusivamente aplicable al caso en que libre el Príncipe del cautiverio deplorable, vuelva a la augusta majestad de su trono.

En fin, oprimidos ya de las incesantes declaraciones con que les convencía la necesidad de dividir los poderes de aquella monstruosa coalición con que se veían reunidos en el Congreso, se corrió el velo a la imprudente parcialidad y al vergonzoso empeño de arrostrar contra las primeras nociones de la política y del orden, por llevar a su término unos procedimientos faccionarios.

El Gobierno debía ser representativo; de otro modo, los depositarios del Poder Ejecutivo no podían administrarlo sin representar a sus poderdantes, y, por otra parte, caería en tierra todo el edificio de la autoridad presente, de la preponderancia de sufragios, vencer exclusivamente en el nombramiento de los constituidos.

No se presentaba otro medio de consultar el formal equilibrio de los derechos, que elegirse los miembros del gobierno separadamente por los representantes de las porciones en que se partiese el reino por una demarcación provisional.

Los diputados de las principales provincias protestaron la justicia de sus respectivas acciones con la resolución firme de retirarse del Congreso si se obstinaban en desatenderlos.

En seguida preceden a señalar los individuos del Gobierno sin más concurso que el de los representantes de once provincias y cuando faltaban catorce, que tenían igual derecho de sufragar, o tanto más legítimo, cuanto dejaba de serlo el de aquellos que no han podido calificar sus poderes.

Después de la estrecha alianza establecida con Buenos Aires y cuando este generoso reino le había auxiliado con quinientos reclutas y trescientos hombres veteranos, que remitió con sus armas, no para que fuesen sacrificados, apenas por medio de su representante pide aquella capital un socorro de pólvora, viéndose nuevamente amenazada de una potencia extranjera, sobre los graves contrastes que empeñan su constancia, cuando acabada de proponerse al Congreso la solicitud, clama uno desaforadamente, sin detenerse en descubrir el sistema que abrigaba, su corazón en obsequio del enemigo mismo.

Otro aprecia más las relaciones con el Virrey de Lima que con aquella nación confederada y al sufragio de los partidarios casi cede una negativa que hubiera humillado el concepto del reino con la nota más degradante de inconsecuencia y el compromiso de adherir ciegamente a las bajas ideas de los contradictores.

Esta horrible cadena de absurdos habría limado sordamente los vínculos recíprocos que unen [a] los pueblos, hubieran aniquilado la confianza mutua entre el súbdito y la autoridad y de los ciudadanos entre sí mismos divididos en facciones peligrosas, que al cabo arruinarían todo el sistema de nuestros negocios públicos, si una providencia especial no hubiese inspirado a la más sana porción de esta capital el deseo de recuperar sus derechos y transferirlos legal y libremente en personas acreedoras a su alta confianza.

Dos cuerpos militares que han franqueado este paso, no han honrado menos sus armas, que el heroico patriotismo que los distingue, conciliando todo el fuego de un entusiasmo exaltado con la juiciosidad de un ciudadano que sin perder sus derechos por la milicia, medita serenamente sobre la suerte de su patria y hace servir su valor para abrir camino a la razón y que ella sea la única guía de esta revolución magnánima.

Mientras ellos han unido la oliva de los sabios al laurel de los guerreros, el Gobierno descansa en la satisfacción de que sus individuos han sido elevados a este cargo por el interés de la patria; se ha encomendado a las personas de los señores don Juan Enrique Rosales, don Martín Calvo Encalada, Doctor don Juan Martínez de Rosas, Teniente Coronel don Juan Mackenna, Doctor don José Gaspar Marín y secretarios Doctor don José Gregorio Argomedo y Licenciado don Agustín Vial.

Los diputados de los pueblos han ratificado, gustosos, quedando hecha la de los de la capital en don Agustín de Eyzaguirre, don José Nicolás de la Cerda, el Conde de Quinta Alegre, Doctor don Joaquín de Echeverría, Presbítero don Joaquín Larraín, Licenciado don Carlos Correa y don  Javier de Errázuriz.

La voluntad general y la felicidad pública serán el solo objeto de sus atenciones y el único resorte de sus providencias.

¡Ciudadanos!

Reposad tranquilos en la seguridad de vuestros respetables derechos: cooperad con la unidad de vuestros sentimientos a los justos deseos que han animado nuestra timidez a encargarse del grave empeño a que nos sujeta el honor de la elección; entregaos a la más estrecha fraternidad en la tierna efusión de estos efectos y en la firme confianza de que un celo activo por la quietud y prosperidad común, dará alientos a nuestras tareas para sacrificarlas gustosos a los intereses de la patria con aquella publicidad que desconocieron los déspotas y que afianza el crédito de los gobiernos y el dulce placer de los pueblos.

Rosales.- Encalada.- Benavente.- Doctor Marín.- Doctor Argomedo, Secretario.

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