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Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Capítulo IX. Predominio de la Idea de Independencia. Persecución a los Realistas
Documento 23. Manifiesto de la Junta de Penco

Cuando[1] de la instalación del Congreso del reino, esperaba su tranquilidad, su seguridad y su dicha, las intrigas de una facción criminal le han burlado en sus esperanzas y poco faltó para que le arrojasen en los desastres de una guerra civil.

Para dar a v. ss. una clara idea de aquel triste suceso, es preciso tomar las cosas desde su origen.

En la instrucción que dispuso y circuló la Junta Provisional[2] para la elección de diputados, se fijó el número de los que debía elegir cada partido y éste se reguló por la población que se consideraba en cada uno de ellos.

A la capital se le señalaron seis y aunque este número era exorbitante, habida consideración al resto de habitantes de las demás provincias del reino, ellas convinieron y se conformaron y en este supuesto procedieron a la elección de los suyos.

En el Cabildo de la capital habían [sic] hombres inocentes y virtuosos; habían [sic] también hombres facciosos que abrigaban en su corazón designios perjudiciales a la patria y éstos eran los que llevaban la voz. Cuando ya se trataba de hacer las elecciones, el Cabildo pretendió en la Junta, que la capital en lugar de 6 debía elegir 12 diputados.

Meditaban ya los facciosos hacerse elegir a estos oficios y con el número excesivo de vocales formarse un partido que ahogase la voz y los votos de las otras provincias del reino.

La Junta por consideraciones del momento se vio obligada a condescender con esta maliciosa pretensión; pero también cuidó de no comunicar el resultado a las provincias, para que ellas pudiesen reclamar cuando lo estimasen conveniente.

Se debieron hacer las elecciones el día 1º de abril; los facciosos se ligaron con los enemigos naturales de nuestra libertad, y de nuestra justa causa para hacerse de más voto; ellos debían presidir las elecciones, ellos formaban las listas de electores, ellos calificaban los votos y repartían las esquelas; y cuando en todo hacían de jueces, ellos a rostro descubierto y con una impudencia sin ejemplo hacían de agentes en su propia causa, y no omitían arbitrios, pasos ni maniobras, por vergonzosas que fuesen, para ser elegidos: calumnias chocantes, imposturas groseras y cuantos arbitrios puede sugerir el artificio, todo lo prodigaron para ganar la elección.

El traidor Figueroa creyó que podía aprovecharse de esta división y del fermento que causaba en el pueblo para trastornar el Gobierno; creyó tal vez que tendría un apoyo en los facciosos del Cabildo que le estaban en oposición, y uno de sus primeros pasos fue solicitarlo, como solicitó a los ministros de la Real Audiencia; pero la energía del pueblo y de nuestros valerosos soldados, hicieron inútiles sus depravados designios.

Este terrible incidente hizo que por entonces se defiriese la elección, la que, al fin, se verificó después de algunos días; las mismas maniobras, las mismas calumnias, el mismo descaro desenfrenado y escandaloso, hicieron que saliesen elegidos 6 diputados, o más individuos del Cabildo, y los otros a quienes ellos designaron y pusieron el nombre; habían [sic] entre ellos algunos enemigos declarados de nuestra sagrada causa.

Los diputados de todo el reino se incorporaron en la Junta y en el mismo acto los de las provincias reclamaron y protestaron contra el aumento de los seis, pero inútilmente; la facción ya estaba formada y el excesivo número de votos sofocaba y burlaba las más justas y equitativas instancias.

Desde entonces todo fue desorden y anarquía y nuestra sagrada causa recibió heridas tan graves que sólo han podido curarse con cauterios.

El Comandante de Artillería que el 1º de abril había dado orden para que las tropas sublevadas se recibieran en el Parque, se hallaba por este hecho y por otros muchos gravemente indiciado de complicidad en el atentado de Figueroa; y a pesar de esto se corta, se sofoca su causa, y se le nombra Comandante de las Armas; habían [sic] otros indiciados, acusados y procesados y todos se ponen en libertad, sin poner en estado sus causas y sin seguirlas.

El Erario ya exhausto y quebrado en cerca de medio millón de pesos, se disipa en sueldos y erogaciones que se hacían a instancia o en provecho de los mismos diputados.

Los oficios y empleos de confianza y de más riesgo, si se procedía de buena fe, debían conferirse a los patriotas y a los que habían demostrado más interés y adhesión a nuestra sagrada causa; éste era el único medio de hacerla prosperar, de apartar todos los riesgos y de afianzar el sistema sobre bases estables; más no era éste el plan de los diputados: los patriotas, los oficiales veteranos, los más decididos, los más esclarecidos y que más habían trabajado por la justa causa, y en salvar la patria, son olvidados, son calumniados, son perseguidos y por un plan sistemático se dan todos los empleos y oficios de confianza a los enemigos de nuestra libertad, o lo que no es menos, a los que jamás habían demostrado el menor interés por ella, y aun en estas provisiones sólo regía el egoísmo y la parcialidad más desenfrenada sin que se atendiese al mérito y aptitud de los provistos.

Para precaver las funestas consecuencias del egoísmo, algunos de los trece nobles diputados proponen en la Junta que se acuerde por regla invariable, que ninguno de los vocales podría solicitar ni admitir empleos hasta un año después de concluido el Congreso.

La moción era de manifiesta justicia y de una conveniencia indubitable y era conforme a la disposición de nuestras leyes y a los principios de la buena política; mas, no era del agrado ni del interés de los diputados de la facción y esto bastó para que se hubiese rechazado; querían no cerrar la puerta a los efectos funestos del egoísmo; querían no perder el cebo con que atraían y seducían a los débiles para aumentar sus votos.

El generoso pueblo de Santiago consultando a su propia seguridad y a la del sistema, pide permiso para formarse en un Batallón o Cuerpo de Patriotas, en que quería alistarse una gran parte de la nobleza; el pensamiento era laudable y de una utilidad notoria; se lo concede la Junta, mas, estos mismos diputados poco después suspenden el permiso con pretextos frívolos; ofrecen organizarlo oportunamente, engañan al pueblo y el Cuerpo de Patriotas no ha existido.

El derecho de representar es tan sagrado que ni se puede enajenar ni se puede perder con el tiempo; ni puede ser sospechoso o temido a otros gobernantes que a los déspotas o tiranos, pues estos mismos diputados prohíben por un edicto al generoso pueblo de Santiago, de quien tenían toda su autoridad y facultades que pueda representar sus agravios o pedir lo que juzgue conveniente a la felicidad general y quieren que sólo pueda hacerlo por medio del Procurador, que era un joven muy mal opinado por sus principios, que ellos hicieron elegir, y que aquel pueblo acaba de deponer por esta razón.

Se instaló, al fin, el Congreso, y aquel día que debió ser de gozo, de confianza y regocijo, fue de luto, de tristeza y de temores para toda la ciudad; una gran parte del vecindario se retiró a los campos; una gran parte de los diputados no asiste al acto solemne de la instalación; todos temían; la plaza y las calles se cubrieron de tropas que llevaban cargados los fusiles e iban municionadas con diez cartuchos; la contradicción más obstinada de los diputados amantes de la patria, no bastó para que el mayor número de los facciosos desistiese de esta medida, que puso en consternación a todos los buenos ciudadanos.

Desde aquel momento los vocales de la Junta Provisional se retiraron a sus casas y no volvieron a la sala del despacho; los diputados del Congreso no tuvieron la advertencia de decirles si debían o no continuar en sus funciones, ni les escribieron una letra.

Se trató en seguida de nombrar dos secretarios; habían [sic] en el Congreso hombres ilustres por su literatura y patriotismo y los únicamente capaces de desempeñar tan grave encargo, y esta era una razón que obstaba a su nombramiento.

Los diputados don Manuel Salas, don Agustín Vial y don Agustín Eyzaguirre se ofrecían a servir sin sueldo la Secretaría; no era posible hallar unos sujetos capaces de desempeñarla mejor; los pedían además los otros diputados que sostenían la justa causa; pero el mayor número de la facción toma el partido extraño de preferir y nombrar a dos curas de los partidos, los arranca de sus parroquias, a pesar de la prohibición de las leyes y de los cánones y les señala sueldos considerables; desde entonces se acrecentó el desorden, si era capaz de recibir aumento; habían ya corrido cerca de dos meses y aún no se había extendido la [el] Acta de la instalación, ni se había escrito en los libros un acuerdo, una providencia, una resolución; los curas al fin reconocen su insuficiencia, la exponen al Congreso, hacen sus renuncias y después de haberlas repetido, se les admiten.

Los diputados patriotas que proceden de buena fe, piden y proponen que las sesiones se tengan a puerta abierta, para que el pueblo concurra y oiga sus deliberaciones, como se practica en todas partes donde hay semejantes asambleas y como lo hacen las actuales Cortes de la Península; mas los diputados de la facción, quieren que sus opiniones, sus discusiones, sus resoluciones se oculten al pueblo a quien representan y que sean la obra del misterio, del secreto y de la reserva, propios de los tiranos, sin advertir que por solo este hecho se hacían gravemente sospechosos a la patria; y así fue que se opusieron fuertemente a su moción; las puertas quedaron cerradas y el pueblo excluido de una prerrogativa o de un derecho que le era interesante en sumo grado, y de que nadie lo podía privar, ni había razón para que se le privase, a menos de que fuese para encubrir designios depravados que les fuesen perjudiciales.

Las tropas de la capital, los Granaderos, los Húsares y la Brigada de Artillería, fueron formadas para el sostén de nuestra sagrada causa; sus oficiales eran patriotas recomendables por su nacimiento y demás prendas personales; y estas cualidades personales debían hacerlos sospechosos a los que no las tenían.

El Congreso desconfiando de estos cuerpos que habían salvado la patria el 1º de abril y que en nada más se podían interesar que en la defensa y conservación de nuestro actual sistema, pone sobre las armas cuatrocientos hombres del Regimiento de Milicias del Rey y los acuartela en el palacio de los señores obispos, a pesar del estado ruinoso en que se hallaba el Tesoro Público, como que era un medio de introducir la confusión y el desorden, la disipación de los miserables restos del numerario que se hallaba en cajas.

A nadie se ha dado razón de los motivos que obligaron a tornar esta medida inútil, que de muy poco podía aprovecharles, sean los que fueren sus designios, que nadie ha creído rectos ni favorables a la causa común.

Los diputados de esta provincia y no pocos de la otra quisieron contener este tren de desórdenes que tan de cerca aumentaba la ruina de todo el reino y volvieron a insistir, representar y protestar contra el aumento de los seis diputados, que les daba a la votación, a que se reducían todos los negocios, una preponderancia decidida.

Insistieron también en la institución de la Junta o Poder Ejecutivo en quien debía recaer el Gobierno del reino, porque el Congreso sólo era instituido para formar la Constitución y la ley y no para otra cosa; ni era posible sufrir por más tiempo la coalición de los tres poderes que había retenido y que parecía determinado a conservar.

Nuestros diputados como los de Valparaíso, San Fernando, Quillota, Aconcagua, Copiapó y Coquimbo, sostenían que el Gobierno, o Poder Ejecutivo que se nombrase, debía ser representativo y componerse de los vocales que eligiesen las provincias, así como el Congreso o Poder Legislativo es representativo y se compone de los diputados que han nombrado las mismas; que por consiguiente la provincia de la Concepción debía nombrar un Vocal, uno la de Santiago y otro la de Coquimbo; o si eran cinco, dividirse en cinco partes el reino y cada una nombrar el suyo.

Nada era más justo ni más conforme a los principios de equidad y de política y a la naturaleza y esencia de nuestro actual Gobierno; pero los diputados de la facción y parcialidad se negaron absolutamente y decían que el Congreso debía nombrar todos los vocales; porque asegurados con el mayor número de votos, también lo estaban en que el nombramiento lo haría recaer en sujetos que pensasen y obrasen a la medida de sus designios.

Los trece diputados volvieron a protestar sobre los dos puntos indicados y no pudiendo conseguir que se les diese satisfacción, se retiraron del Congreso hasta informar a los partidos a quienes representaban y saber qué era su voluntad.

En este número no entraron los diputados de esta ciudad y el del partido de Cauquenes, porque adherían en un todo a la facción preponderante, aunque injusta, sospechosa a la justa causa.

Aunque retirados los trece diputados no estaba representada en el Congreso ni la mitad del reino, o por mejor decir, ni la mitad de sus provincias, los que quedaron procedieron el día siguiente a nombrar el Poder Ejecutivo; bien que por consecuencia necesaria del egoísmo imperdonable de que habían dado tantas pruebas, lo despojaron arbitrariamente de las funciones y facultades que les eran propias y naturales y se las reservaron para sí, con especialidad en la parte que tocaba a la provisión de empleos, que era el gran negocio de todas sus atenciones, en vez de ceñirse al grande objeto de su misión, que era muy diverso.

Ni pararon en esto sus tropelías; quieren despedazar la conducta y buena opinión de los trece diputados; quieren libertarse de unos ciudadanos y patriotas recomendables, o de unos testigos que les eran molestos y que les iban a mano en sus diarios excesos y expiden un papel a manera de proclama o manifiesto, en que aglomerando calumnias y hechos falsos, hieren el carácter y procedimientos laudables de aquellos dignos patriotas y excitan y mandan a los pueblos que elijan otros en su lugar, procediendo a su deposición sin causa, proceso ni audiencia.

Nada les interesa ni perturba la pérdida de unos hombres que servían de ornamento a su cuerpo, ni el que no tuviesen cómo suplir los conocimientos literarios de muchos de aquéllos, tan necesarios para la grande empresa en que se hallaban empeñados; querían caminar directamente a su fin y no les detenía la desgracia de quedarse a obscuras y sin las luces y talentos que sólo podían salvar la patria.

Los dignos habitantes de las provincias de Buenos Aires defienden con nosotros una misma causa, y han adoptado el mismo sistema; son por consiguiente nuestros aliados naturales contra los enemigos comunes; lo son y deben serlo por nuestro propio interés; mientras que subsista el Gobierno y sistema que han adoptado las provincias del Río de la Plata, nosotros a nadie tenemos que temer y viviremos en una perfecta tranquilidad.

Si somos atacados por la marina, lo que es muy remoto porque la empresa es muy difícil y aventurada, tendremos una potencia amiga que nos dará graciosamente todos los auxilios que le pidamos y que no podremos ni pedir ni obtener de ninguna otra parte de nuestro continente; mas si Buenos Aires cede, si Buenos Aires sucumbe a los esfuerzos del despotismo, el suntuoso edificio de nuestro sistema y de nuestra libertad, se desplomará por su propio peso y todos pereceremos en sus ruinas; los chilenos asilados, abandonados a sus fuerzas individuales y separados por los mares y por inmensas distancias de las naciones del globo, no podrán resistir por mucho tiempo a los esfuerzos combinados de los dos virreinatos que lo rodean, para desconocer unas verdades tan evidentes es preciso no tener ojos o carecer del sentido común.

Tenemos, pues, el mayor interés en la subsistencia y conservación del Gobierno y sistema de Buenos Aires; interés que nada menos importa que nuestra existencia política, nuestra libertad y el goce de los derechos sagrados a que nos hallamos restituidos.


Si tenemos tan alto interés en que se conserve y subsista, debemos cooperar con el mayor esfuerzo a su conservación; debemos auxiliarlo cuando necesite de nuestra ayuda.

Buenos Aires es la puerta de la gran fortaleza de este reino; si ésta se franquea a los enemigos comunes, muy en breve nos hallaremos envueltos en mil riesgos y peligros, perdiendo todas las ventajas de nuestra posición geográfica; si allí estamos amenazados del enemigo, allí debemos volar a defendernos; si se incendia una casa del barrio, concurren todos los vecinos a apagar el fuego para que no trascienda a las suyas; y cuando queremos discurrir como egoístas y sin generosidad, será para nosotros una felicidad incuestionable hacer la defensa de nuestros derechos y de nuestra causa en un territorio ajeno, separando así del nuestro los horrores de la guerra.

No es esto lo que parece bien a los enemigos declarados de nuestra sagrada causa, ni a los traidores hipócritas que piensan como ellos, que tienen los mismos deseos y aún no se declaran; quieren ser los testigos, los verdugos o instrumentos vergonzosos de nuestra ruina y desolación y dicen con, alborozo y alegría: "Buenos Aires se halla en peligro, Buenos Aires se halla atacado y amenazado por enemigos feroces e intratables que también lo son del sistema chileno y que van a entronizar el despotismo y la desolación; no se le auxilie, ni se le ayude, déjesele perecer; que perezca Buenos Aires, que se reponga y restituya el Gobierno del terror y de la servidumbre y luego lo veremos restituido en este reino".

Así discuten estos viles, estos pérfidos enemigos de esta sagrada causa cuando se les habla de auxiliar a los patriotas del Río de la Plata, sin poder ocultar el veneno que encierra su corazón dañado, se exaltan, maldicen, llaman excomulgados a los que no piensan como ellos; y a las ridículas y despreciables razones con que intentan cubrir su alevosía, añaden calumnias indecentes e imposturas groseras con que pretenden alucinar a los menos advertidos; nuestros diputados del Congreso han imitado su conducta en este punto.

Buenos Aires se halla atacado por todas partes de los comunes enemigos y sólo debe su conservación y nuestra tranquilidad exterior a sus esfuerzos heroicos y a su constancia.

Una potencia extranjera lo amenaza de muy cerca y con sus tropas invade su territorio; se halla escaso de pólvora para defenderse y defender la causa común; la pide a los diputados del Congreso y estos tigres, estas fieras decretan la ruina y la muerte de sus amigos, de sus aliados, la de su patria y la de nuestros valerosos soldados que mandamos en su auxilio y tratan de negarla, cuando hasta aquí no han tenido ni tendrán en adelante otra madre a quien ocurrir por los socorros que le ha prestado generosamente.

Por fortuna, o por acaso para la última decisión de este grave negocio se hicieron venir al Congreso los tres individuos del Poder Ejecutivo que había nombrado, cuales eran don Martín Calvo Encalada, don Miguel Benavente y don Juan José Aldunate; los dos primeros son patriotas conocidos y a esta feliz ocurrencia se debió el buen suceso del día; se entró en votación y por sólo un voto se ganó el auxilio de la pólvora; esto quiere decir que la mitad del Congreso se componía de enemigos declarados de nuestra sagrada causa; con todo, el auxilio de ochenta quintales que se decretó será tan corto que ligando el reino a las resultas de este paso, el beneficio real que se hacía de la patria y a nuestros aliados, era de muy poca importancia y los dejaba en la misma necesidad y peligros.

El pueblo noble y generoso de Santiago, que ya oída [oía] discurrir sobre el proyecto inicuo de sujetar el reino a un cetro extranjero, era testigo ocular de tantos desórdenes, de tanta anarquía y sentía todo el peso de la opresión, arbitrariedad y despotismo de sus mandatarios y representantes; el pueblo ya no dudaba de los designios depravados que abrigaban en su corazón y tomando su partido, proclama su ruina y escarmiento; no todos eran igualmente culpados, cuatro o seis eran los autores del complot y llevaban la voz; los demás seguían por espíritu de facción y de parcialidad, sin saber lo que se hacía.

Las tropas veteranas que salvaron la patria el 1º de abril, la vuelven a salvar el 4 de septiembre.

A las 12 de este día toman el Parque de Artillería y se presentan en la plaza mayor en auxilio del vecindario, con quien procedían de acuerdo; el pueblo numeroso reduce el número de los doce diputados de la capital al de seis del Reglamento y expulsa y destierra a los otros seis, entresacando a los más culpados; de los seis que quedan depone a otros dos y nombra en su lugar vecinos de conocida probidad, ilustración y patriotismo; llama a los trece nobles diputados que se habían retirado del Congreso y los repone con honor y aplauso a las sillas que dignamente ocupaban; anula el nombramiento que se había hecho en tres vocales del Poder Ejecutivo, nombra en su lugar cinco individuos que tenían la confianza pública y sólo conserva de los primeros a don Martín Calvo Encalada, que también la tenía; en fin, depone y destierra al Comandante de Artillería y toma las otras medidas de seguridad pública que afianzarán para siempre la estabilidad de nuestro sistema y de nuestra justa causa.

El nuevo Poder Ejecutivo, deseando instruir a los pueblos de los motivos de este grande acontecimiento, ha expedido la proclama que acompañamos a v. ss. y la ha remitido con orden de que se haga circular en los partidos y se lea a sus vecindarios.

La Junta de esta provincia ha tenido por conveniente explicar en este oficio las causales que allí se refieren por mayor, a fin de que se hagan perceptibles a todos los que no se hallen impuestos del por menor de los antecedentes de este gran movimiento.

La ciudad de Concepción, que observaba de cerca los males que se hacían y preparaban a nuestra sagrada causa y que también ya sentía sus resultas, casi al mismo tiempo tomó sus medidas para embarazarlos y precaverlos.

Un día después, esto es, el 5 del corriente, instaló su Junta Provisional y las manda formar en las villas cabeceras de los partidos; revoca los poderes de sus diputados, los cita y emplaza para que vengan a responder a los cargos que se les hagan y nombra en su lugar otros que mejor correspondan a su confianza; escribe y excita al Cabildo de la capital para que como representante de aquel pueblo oprimido, interponga su autoridad e influjo para cortar el curso a tantos daños y con estas medidas y las demás que se acordaron, dio los primeros pasos para realizar las que han tomado y en que se nos adelantaron nuestros generosos hermanos de la capital; ellos han prevenido nuestros deseos sobre los puntos más interesantes a la provincia; ellos han reducido el excesivo número de sus diputados y en la Proclama se fija como un principio la necesidad y la justicia de un Gobierno representativo.

Adoremos los designios y las providencias del Altísimo, que tan manifiestamente nos declara su protección; el Congreso nacional purgado de los malos genios que lo degradaban, se halla restituido a toda su dignidad; el Poder Ejecutivo, compuesto de ciudadanos de esclarecido y probado patriotismo, nos debe inspirar la mayor confianza. Cooperemos todos a sus altas y benéficas ideas con el ejercicio de las virtudes sociales; que entre los habitantes de ese partido reine la unión, la tranquilidad y el orden y la más estrecha fraternidad; que se fomente y promueva el espíritu público; que se obedezca a la ley con sumisión y se respeten los magistrados y las autoridades establecidas; esto es lo que la Junta recomienda a v. ss. con el mayor encarecimiento.

Dios guarde a v. ss. muchos años.

Concepción y septiembre.

Benavente.- Rosas.- Cruz.- Vergara.- Novoa.

Señores Subdelegado, Cabildo y vecindario de la ciudad de Chillán.

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Notas

[1]

Martínez enuncia este texto, pero no aparece incluido en la edición de 1848. Feliú Cruz lo copia de la obra de Talavera, Revoluciones de Chile. (N. del E). Volver.

[2]

Se refiere a la Junta Gubernativa formada el 18 de septiembre de 1810. (N. del E). Volver.

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