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Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Capítulo XIII. Carrera Árbitro de la Suerte del Infeliz Reino de Chile
Documento 10. Vista del Fiscal

Con la pronta deferencia que me impone a su cumplimiento el antecedente Decreto de V. S. S., entro a evacuar el informe que pide sobre la solicitud del Cónsul de los Estados Unidos, acerca de que ningún buque de Lima sea admitido en estos puertos, siempre que venga equipado o con armamento de corso.

Es el primer paso que ha dado, y acaso el más escabroso y difícil de tener efecto.

Los buques de Lima penden de aquel apostadero, único que reconoce el Mar Pacífico.

Sus instrucciones, armamento, navegación y órdenes penden del Tribunal de Marina: de allí salen equipados o armados en corso; argumento del respectivo permiso que se les concede.

La negativa y repulsa en los puertos del reino a los buques de esta naturaleza, sería romper la recíproca relación de este Gobierno con aquél; sería turbar la paz y un modo indirecto o al menos que por un motivo cierto promover la desavenencia política, destructora de las relaciones de su comercio.

Este mal es el primero que amenaza trascendentalmente a la extracción de nuestros frutos, al entorpecimiento de nuestro tráfico mercantil, y a nuestro propio interés; reflexión que, por sí sola, hace inaccesible la solicitud del Cónsul.

El ultraje cometido a la bandera de los Estados Unidos, atroz atentado contra la neutralidad de ambas naciones por la persecución que hizo un buque corsario limeño, parece que no está bastantemente justificado.

Lo que se sabe es que la Bretaña persiguió a la vista de Coquimbo al bergantín Potrillo.

Cuál haya sido la causa se ignora acertivamente.

Por ordenanzas de corso y marina, en el encuentro de dos buques en la mar, el mayor y de más fuerza debe fijar su bandera con un tiro de cañón, y requerir al menor por el pabellón de su nación, su procedencia, cargamento y destino.

SI el buque es de nación aliada, o de la propia, ni ofende la neutralidad ni los derechos que debe respetar cuando a igual obedecimiento y por la misma ley, están obligados nuestros buques menores cuando son requeridos por los extranjeros de mayor fuerza.

¿Qué ofensa podrá haber cuando una misma ley consolida los derechos de distintas naciones?

Si en cumplimiento de las ordenanzas que deben regir generalmente, el bergantín Potrillo resistió el homenaje debido a nuestro pabellón; si lejos de allanarse a las prevenciones de un positivo derecho de gentes se resistió burlando con la fuga el justo requerimiento de la Bretaña, ¿qué mucho es que tomando, sus aguas le persiguiera precipitadamente?

En el mismo acto si no se declaró buque enemigo positivamente fulminó contra si las presunciones más vehementes para tenerle por tal, o a lo menos de que aquella deliberación era para abrigar y ocultar los contrabandos que acaso habría hecho en nuestras costas.

Sobre la materia, sólo habla el Síndico por conjeturas prudentes respecto de que nadie puede acertivamente saber lo que sucedió en la mar aunque fuese a la inmediación de la costa y a la vista de tierra.

Lo cierto es que ni del capitán del Potrillo tenemos relación positiva, ni sobre ello se ha oído, ni requerido al de la Bretaña.

Sus operaciones aún no se han examinado por el nivel de la justicia.

La audiencia del reo es de necesidad y no menos indispensable su defensa; el delito no se puede caracterizar sin estos principios; y sin la realidad del crimen, no puede imponerse la pena; ni de personal hacerse trascendental a todos los buques de la procedencia de Lima, que no han tenido igual parte en la complicidad.

El armamento de que usan muchos buques de la carrera, no parece tiene la intención e idea de saquear ni estorbar el comercio de Chile con los americanos.

Antes del comercio libre, nuestros buques usaron de iguales armamentos.

Ellos tienen su objeto y particular tendencia.

Los mares ciertamente son pacíficos, pero no son pacíficos todos los que navegan, o pueden navegar por ellos; están libres de enemigos, pero no de todos; lo es el pirata que puede llegar a nuestros mares; la Francia nos tiene declarada la guerra y sus buques no han jurado no tocar el Mar Pacífico; antes bien, Napoleón, con halagüeñas promesas, ha prometido a las Américas sus escuadras y sus auxilios, acaso, y sin acaso, para con aquel malicioso pretexto extender aquí su dominación y su imperio.

Ninguna precaución  más cuando el tirano se desvela, y no dispensa arbitrio para incomodar y subyugar nuestra nación.

Aún hay otro motivo tan poderoso o acaso más que los antecedentes.

La experiencia ha testificado, y muchas veces, los repetidos comercios que se han hecho con destinos a nuestras costas por buques ingleses y angloamericanos, con grave detrimento de nuestro erario y de nuestro comercio.

La libertad que se ha concedido para éste a las naciones extranjeras no puede poner a cubierto al reino de iguales perjuicios.

El arrojo individual no puede precaverse por las providencias del gabinete.

Aquél mira el particular interés, y se desempeña sobre los riesgos donde puede incrementarle, aunque sea con infracción de todas las leyes.

Esta es la conducta del contrabandista, y ésta necesita que en nuestras costas y en nuestro Mar Pacífico tengamos buques armados en corso para reprimir este atentado y guardar el orden público.

De lo contrario el temor de perder sus propiedades no retraería al buque extranjero de entrar a las caletas, abras, ensenadas y demás puertos negados al comercio libre, ni tendrían lugar las demás precauciones de los artículos cuarto, quinto y sexto.

Estos y cuanto contiene el reglamento del comercio libre, necesitan de una fuerza armada; sin ella, el reino no se habría hecho respetar, y ni podrá precaver su propio perjuicio con el decoro y dignidad que corresponde.

Bien pública y bien reciente es la experiencia de que la fragata Cazador, angloamericana, ha sido sorprendida por la fragata Tagle en el acto de estar haciendo contrabando de un cargamento de cacao, en la punta de Santa Elena frente de Guayaquil, y que conducida a Lima, se disputa en aquel Gobierno sobre si sería o no buena presa.

¿Qué mucho es que temamos el mismo curso en las diferentes caletas de nuestras costas en precaución de libertar los efectos de los derechos que deben contribuir o de embarcar el dinero y frutos de su valor sin reportar el gravamen de su extracción?

Puede suceder, y esto basta para que la prudencia anticipe sus precauciones.

Por último, no puede menos que advertir el Síndico la equivocación con que procede el Cónsul en su representación, aseverando que los buques de su nación emprenden sus viajes y vienen desarmados.

La especulación de la Vista parece que en la materia remueva todas dudas.

El bergantín Potrillo vino armado de veinte cañones, y tan pertrechado que podía sostener cualquier combate.

Raro será, y muy, raro, el buque americano que haya arribado al puerto de Valparaíso de más o menos fuerzas sin armamento.

El que acaba de llegar de Talcahuano hasta ha tratado de vender los cañones que traía.

¿A qué pues conducen aquellos armamentos si se destinan a viajes pacíficos y a puertos de plena paz?

¿A qué, si se conducen a unos mares libres de enemigos?

Está prerrogativa, en la convulsión de todo el orbe, sólo puede contar la América Septentrional, pues en medio de tantos movimientos sola ella descansa en la amena y deliciosa sombra de la paz; y si aun así no les ha excusado el armamento de sus buques para tocar en nuestros mares pacíficos, parece que el motivo en nosotros es más poderoso para que los nuestros no trafiquen sino con ese requisito, o que en la materia franqueen V. S. S. el arbitrio que dicte su notoria justificación, prudencia y luces.

Santiago de Chile y marzo cuatro de mil ochocientos doce.

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