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Fuentes Bibliográficas
Julio Bañados Espinosa. La Batalla de Rancagua. Sus Antecedentes y sus Consecuencias
Capítulo III

CAPÍTULO III
Lo que significaron para Chile los Tratados de Lircay.- Espíritu que guió a los jefes patriotas al firmarlos.- Fueron solo un armisticio.- Documentos que comprueban este aserto.- Efectos que produjeron en ambos campamentos.- Demostraciones hostiles de los patriotas.- Esfuerzos de los jefes de ambos ejércitos.

 

Los tratados de Lircay serían un mancha indeleble, si hubiesen tenido los patriotas la sincera resolución de cumplirlos y si hubiesen alimentado en sus corazones de hombres de honor y de valientes soldados la idea de volver a poner a Chile el grillete de ignominiosa esclavitud.

Al aceptar los tratados fue porque envolvían una tregua, una suspensión de armas que permitía al país organizarse y que le daba medios para borrar en parte siquiera las hondas huellas que tras sí deja una guerra llevada a cabo sin gran respeto a las leyes internacionales.

Así lo demuestran documentos que por felicidad ha salvado el tiempo que se han conservado para minorar la falta que cometieron los próceres más queridos de nuestra independencia. No hay que olvidar por un solo instante que entre los autores de la paz de Lircay están Camilo Henríquez, el primero en Chile que tuvo la varonil audacia de pedir en alta voz y en medio de la vacilación general la proclamación de la independencia; Bernardo O’Higgins, el famoso soldado de nuestra revolución que hizo del heroísmo un deber y del amor a la patria un culto; Juan Mackenna, el más instruido de los jefes de aquel tiempo, oficial pundonoroso y bravo; Lastra, honrado ciudadano cuya falta de carácter desaparece ante sus nobles sentimientos y su sincero cariño al país; y tantos otros que como Errázuriz, Echeverría, Irisarri habían dado y darían elocuentes pruebas de odio a la esclavitud y de entusiasmo por la libertad.

Pero de todos modos, los tratados de Lircay entrañan una vacilación en los principios, una duda, aunque aparente, sobre la justicia de una causa santificada ya con la sangre preciosa de muchos mártires, afianzada con promesas solemnes hechas con las armas en la mano al mundo civilizado, y bendecida con las lágrimas derramadas a raudales en el seno de muchos hogares que habían perdido numerosos deudos en defensa de la independencia nacional.

Sin embargo, la posteridad tiene que perdonar con largueza esta falta a los que la cometieron y a los que más tarde la aceptaron, porque ellos supieron antes y después probar que el temor no cabía en sus pechos y que la fe por la revolución ardía inextinguible en el alma.

¿Qué efecto produjo en los beligerantes el tratado de Lircay?

El más triste y doloroso.

Los realistas quisieron hasta sublevarse contra Gaínza y los patriotas amarraron en la cola de sus caballos las escarapelas, emblemas de antigua servidumbre, que les dieron para colocarlas en lugar de las que habían brillado en sus kepis en crudas campañas y fieras luchas.

La bandera española fue despedazada por algunos oficiales y en Santiago fue puesta por el espacio de dos días en la horca destinada a ultimar a los criminales. En cambio la joven tricolor, ese bello jirón que los había guiado en las batallas y consolado en las fatigas, ese estandarte que parecía reflejar en sus matizados pliegues el azul del cielo, el blanco de las nieves eternas y las rojas llamas de nuestros volcanes, esa bandera, decimos, no quería ser soltada por los valientes que habían asistido a su bautismo de fuego y que a habían ilustrado con glorias inmarcesibles.

En balde Lastra y algunos jefes hacían esfuerzos para ocultar la pública indignación. Los murmullos que como en mar embravecido se dejaban oír en las reuniones populares, y la oposición que levantaba sus ardientes protestas en los corrillos, los salones, las tertulias y la plaza de Santiago; minaban la autoridad del Director Supremo y hacían presagiar días de rebelión y tormenta.

Lastra, abrumado con la responsabilidad que pesaba sobre su conciencia de honrado patriota, y lleno de zozobras, no sabía qué hacerse con un poder que lo tenía desesperado. “Esto no es para hombres de bien y de honor, decía a O’Higgins, sino para granjearse el descrédito y perder su reputación. Ambicionen enhorabuena este lugar de disgustos y sinsabores, que yo lastimaré siempre al infeliz que por comprometimiento ocupe su asiento”.

Los señores Amunátegui en su obra, La Reconquista española, se empeñan por probar que Lastra y su círculo obraron de buena fe al celebrar el tratado de Lircay y “que los gobernantes chilenos de entonces, aunque se hallaban decididos a conseguir por la razón o la fuerza una constitución liberal que diese a los naturales del país una grande injerencia en la administración de los negocios públicos, no pensaban de ninguna manera en desconocer los derechos del monarca legítimo” (1).

En una palabra, creen que sinceramente rechazaban la independencia, Henríquez, lrisarri y demás inspiradores del Director Supremo.

A nuestro juicio, los señores Amunátegui experimentan una paralogización proveniente de la suma importancia que han dado a las notas públicas y oficiales de Lastra, olvidando que ésta es sólo una de las fases del negocio.

Gracias a Osorio y a la casualidad se han salvado dos notas privadas que Lastra, en nombre del Gobierno de Chile, envió en un mismo día a dos de sus agentes diplomáticos en el extranjero.

La primera es dirigida al Enviado Extraordinario de Chile en Londres, don Francisco Antonio Pinto, y dice:

“Acompaño a U. duplicado de el que dirigí por la fragata Phoebe, con los más documentos, que glosa, y el impreso de tratados de paz, que también duplico en ésta.- Como dicha correspondencia fue por conducto extranjero, y que se decidía tanto por España, fue preciso prever contingencias, acomodarse a su opinión, y expresar con rebozo y sin franqueza el concepto de Chile; pero esté U. cierto que no sucumbe; que está resuelto a ser libre a toda costa, que mientras más conoce sus derechos, más odia la esclavitud; que ha olvidado absolutamente el sistema antiguo, que apetece un sistema liberal, y que proporcione a esta parte de América, la más abandonada y abatida, las ventajas que hasta hoy ha desconocido. Estos son los íntimos y verdaderos sentimientos de Chile, y estos los principios liberales, bajo que se ha propuesto sostenerse. Si en la correspondencia oficial notase U. alguna ocasión expresiones que digan otro sentido, debe U. creer, que la variación es accidental, porque las circunstancias o conducto así lo exigen.- Por este seguro antecedente dirija U. todas sus operaciones y planes, y sólo cuando U. vea en estos reinos tanta fuerza que no podamos resistir, dirá U. que Chile cederá al exterior con interior oposición  y violencia que harán algún día su efecto. Al efecto cuando sólo puede este gobierno explicarse con generalidad, sin excusadas prevenciones, es preciso que las principales obras de Chile sean de U. que ve de más cerca lo que le conviene y cuanto puede avanzarse a favor en que jamás habrá exceso. Para otra ocasión diré con más extensión lo que ocurra, y U. hará lo mismo, aprovechando cuantas se proporcionen para dar el pormenor de todo. Dios, etc. Santiago, Mayo 27 de 1814.

Francisco de la Lastra.

Señor don Francisco Antonio Pinto (2)”.

La otra nota es dirigida al diputado de Chile en Buenos Aires. En ella, después de exponerle la manera cómo se está dando cumplimiento a las cláusulas de los tratados de Lircay y después de manifestarle que había enviado por conducto extranjero una nota a don Francisco A. Pinto, le dice:

“Como aquella correspondencia (la mandada a Pinto) fue por conducto extranjero (por intermedio del Comodoro Hilliar), que manifestó tanto interés por la España, fue preciso que Chile, previendo contingencias, expresase con tino y sin libertad su concepto. U. que puede proporcionar segura ocasión de escribir a dicho Pinto, bajo de cubierta de algún comerciante de honor, no se cansará de prevenir lo que Chile está resuellto a ser libre a toda costa que mientras más conoce sus derechos, más odia la esclavitud, que ha olvidado absolutamente el sistema antiguo, que apetece un sistema liberal, y que proporcione a esta parte de América la más abandonada y abatida, las ventajas que hasta hoy ha desconocido, y cuanto más concurra a descubrirle nuestros íntimos y verdaderos sentimientos.- Acompaño a U. duplicado de la carta que a él se escribe, y otra de esta fecha, de ambas dejará U. copia para su inteligencia.

(A continuación le habla de la fuga de los Carrera de la cárcel de Chillán y de las medidas que ha tomado para hacerlos aprisionar). Dios guarde, etc. Santiago, Mayo 27 de 1814.

Francisco de la Lastra.

Señor don Juan José Pasos” (3).

Estas notas demuestran con claridad los móviles verdaderos que animaban en sus actos a los caudillos patriotas. Pero la prueba más evidente que hay contra la opinión de los señores Miguel Luis y Gregorio Víctor Amunátegui, es la opinión sustentada por el mismo don Miguel Luis en La Dictadura de O’Higgins. En la página 103 de la 3ª edición de este libro, se lee:

“Ni el general Gaínza, ni los mandatarios chilenos habían estipulado estas condiciones de buena fe. Ni una ni otra de las partes contratantes estaban dispuestas a darles cumplimiento.

Para Gaínza aquel convenio era sólo un pretexto mentiroso, un ardid fraguado para retirar con descanso las aniquiladas reliquias de su ejército a Chillán, donde pensaba rehacerse para recomenzar la campaña. Sin este embuste, no podía dar un paso, y era exterminado dentro de la ciudad de Talca.

Para los caudillos insurgentes era una hipocresía, una simple suspensión de armas con el objeto de orientarse de la situación de la metrópoli y tomar consejo.

El tratado de Lircay no era para ellos sino un descanso que habían menester para observar bien lo que había en realidad”.

Los historiadores que, sin espíritu de partido y sin animosidades, han estudiado esta parte de la Revolución de la Independencia, están acordes con las últimas ideas del señor Amunátegui, como basta consultar al señor Barros Arana, a Gay, a Vicuña Mackenna y a varios otros.

El hecho es que el tratado fue cumplido en su mayor parte: los prisioneros fueron puestos en libertad, Talca fue evacuada por los realistas y ocupada por O’Higgins.

Gaínza, sin embargo, resuelto a no dejar a Chile sin que previamente tuviese la contestación del virrey del Perú acerca de los tratados, presentaba a cada paso dificultades, enviaba notas, pedía plazos, exigía auxilios y ponía en juego cuantas dilaciones le sugerían su ingenio y sus consejeros. Las cosas llegaron al extremo de obligar a O’Higgins a mandarle un ultimátum. Este jefe patriota esperaba ansioso la autorización del gobierno de la capital para romper las hostilidades y abrir de nuevo la campaña (4).

Fue en estas circunstancias cuando llegaron a su conocimiento graves noticias de Santiago que lo detuvieron en su propósito y cambiaron de un modo radical la faz de los acontecimientos.

 

Notas.

1. La Reconquista española, página 279 de la colección de memorias universitarias reunidas por el señor Vicuña Mackenna.

2. El señor Barros Arana pone a esta nota fecha 28 de mayo. Como la hemos copiado de la especie de memoria que Osorio publicó en 1814 y que está en la Biblioteca Nacional, hemos preferido tomar la que tiene en dicho opúsculo.

3. El Señor Barros Arana dice que esta nota fue dirigida a José Miguel Infante, quien era diputado de Chile en Buenos Aires. Como no tenemos los originales de las notas copiadas, seguimos la dirección que aparece en el folleto recordado de Osorio.

4. Creemos importante reproducir aquí, para que se conozcan las intenciones de O´Higgins la nota que éste dirigió a Lastra desde Talca en julio de 1814. Héla aquí copiada de los documentos justificativos publicados por don Manuel Gandarillas en El Araucano, a continuación de los artículos que dedicó a O’Higgins con marcada parcialidad:

“Excmo. señor: El día de esta fecha ha llegado a esta ciudad el licenciado don Miguel Zañartu, mañana entrará el cura don Isidro Pineda: por la correspondencia que estos señores han tenido con el general Gaínza, y que acompañó en testimonio, quedará V. E. cierto hasta la evidencia, que los recelos que desde el principio tuvimos de la poca fe de dicho general se hallan hoy realizados a pretextos fútiles, ridículos y despreciable, queriendo sólo ganar tiempo para saber del virrey de Lima si ha de dar cumplimiento a los tratados, o si ha de seguir en el propósito de la desolación del reino, único objeto de estos tiranos insaciables de la envidia de los virtuosos americanos: V. E. verá cuán claramente se lo expongo en contestación al oficio de anoche que separadamente he recibido de Gaínza, y que acompaño igualmente en testimonio; desentendiéndome de la llegada de Zañartu por esperar la de Pineda que trae un oficio de aquel general que contestaré igualmente tan claro como deseo, y de todo notificará a V. E. inmediatamente”.

Con lo dicho sólo habría un suficiente motivo para que VE. inmediatamente hiciese la formal declaración de guerra; pero aún hay más, que como aquel general ha tenido siempre dobles intenciones, ha procurado en tiempo hacer cuantas hostilidades le ha suscitado su tiranía en perjuicio de los patriotas de la provincia que ocupa: la casa de Mendiburu ha sido obligada por este pirata a contribuir con diez mil pesos, la de Benavente con cinco mil, y así sucesivamente hasta haber dejado los campos sin ganados, y sus habitantes sin socorro alguno para la mantención necesaria para sus familias, pues a pretexto de las necesidades de su ejército ha hecho un saqueo general, con el que es de inferirse quiere sostener la guerra, o cuando menos aprovecharse de todo como buen ministro del señor virrey de Lima;  y supuesto pues que ya chile en la línea de condescendiente toca los limites de humillación indecorosa que le denigrará a la presencia de los pueblos que sostienen y han sostenido a toda costa su libertad sagrada, es de necesidad, es precioso, y no hay otro medio sino que V. E., a la posible brevedad, haga que se acopie en cajas públicas de esa ciudad hasta medio millón de pesos, exhibidos por los infinitos enemigos de nuestra causa, a quienes inmediatamente se les deberá poner en la más estricta captura, hasta consumirlos y exterminarlos al todo, pues es el único medio de que la patria se salve; yo al par el día de hoy, y por medida de precaución, les echaré de mano a cuantos en esta ciudad se y me consta deben pagar con sus bienes la vida las perfidias y traiciones que han fomentado y fomentan contra su suelo, contra la humanidad y contra la quietud pública.

Defendido así, señor Excmo., y tomando V. E. inmediatamente las más serias providencias para surtir al ejército de armeros, cureñas, obuses, fusiles, y cuantos útiles de guerra sean en abundancia bastantes para una guerra decisiva; con el apresto de cuantas tropas hay en esa capital para que caminen a primera noticia mía: afirme desde ahora V. E., como yo lo hago con mi vida, que no sólo haremos cumplir a Gaínza con lo estipulado, sino que obligándole cuando menos a dejar el armamento y sin necesidad de mandar mártires a Lima, daremos muy en breve un ejemplo al mundo, y recogeremos todas las glorias, que habíamos sacrificado en las aras de la humanidad, con asombro eterno de los tiranos del mundo, y bajo el supuesto que las naciones cultas con la Inglaterra bendecirán las huestes de Chile, que así saben hacer respetar el orden sagrado de los pactos.

No es hora ya, Excmo. Señor, de trepidar un momento en esta materia, ni V. E. crea en protestas, simulaciones y cuantos más arbitrios quieran dictar los tiranos de este país. Tenga V. E. entendido, que aquéllos son la causa de todo, y que cuantos males se les irrogue en sus bienes y personas, sin respetar casados ni solteros, son otros tantos grados de honor y gloria, que adquirirá Chile en su sistema y obligará a las generaciones posteriores a bendecir con alegría las sabias manos que fabricaron el firme edificio de su felicidad.

Bien sabe V. E. que nuestros mayores apuros en la guerra pasada han sido sólo por falta de fusiles; y suponiendo en el día que a nuestros hermanos los de Buenos Aires les sobra demasiadamente armamento de toda clase, soy de parecer que V. E, inmediatamente le haga un expreso a aquel Excmo. Director, significándole la falta que tenemos de este armamento, y los motivos que nos obligan a ponernos a cubierto de las insidias de los tiranos, de nuestros sagrados derechos, con cuyas razones y el interés formal que aquel estado tiene en la conservación del nuestro, no dudo que rápidamente socorrerá con dos mil fusiles, que considero muy bastantes para doblados enemigos: asegurando a V. E. que pondré en esta ciudad tantos soldados de línea, cuantos fusiles sean los que se me remitan.

“Nuestro Señor guarde, a V. E, muchos años, Talca y Julio 26 de 1814.- Excmo. Señor.

Bernardo O’Higgins.

Excmo. Supremo Director del estado chileno”.