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Fuentes Bibliográficas
Julio Bañados Espinosa. La Batalla de Rancagua. Sus Antecedentes y sus Consecuencias
Capítulo V

CAPÍTULO V
José Miguel Carrera, de acuerdo con varios partidarios de la capital, hace los preparativos de una revolución.- Se conquista algunos cuerpos para la guarnición.- Golpe de Estado dado a las 3 de la mañana del 23 de julio de 1814.- Carrera se apodera del palacio de Gobierno.- Prisión de muchos patriotas.- En Cabildo abierto se nombra una Junta de Gobierno.- Destierro de varios jefes y ciudadanos.- El nuevo Gobierno aprueba los tratados de Lircay.- Causas de la revolución.

 

Los disgustos de los que de buena fe rechazaban los tratados de Lircay, de los opositores que siempre tiene un gobierno y de los que anhelaban empujar con más energía la revolución, crecieron en número en lugar de disminuir una vez que supieron que José Miguel Carrera se había fugado de la prisión y se encontraba en las cercanías de la capital. La exaltación subió poco a poco como hinchada ola impelida por el viento. Los conciliábulos se sucedían unos a otros en los hogares de los corifeos de la oposición. En la atmósfera de la política centelleaban los relámpagos precursores del rayo.

Lastra, de corazón bondadoso, un poco débil, cansado de los negocios públicos, abatido con los ataques incesantes de que era blanco y sin el temple que da la costumbre de resistir las asperezas y veleidades de las luchas políticas, vacilaba, tenía conocimiento de las conspiraciones que germinaban a su lado y a pesar de esto no se atrevía a ahogarlas en la cuna; sabía que muy luego se desencadenaría sobre él la rebelión que ya regía en el espacio y en los oleajes de la cual el poder que investía se evaporaría como un sueño, y sin embargo le faltaba coraje para cortar el mal de raíz detenerlo antes de que tomara cuerpo y fuera incurable.

Era juguete de las impresiones que aquejaban su corazón de chileno, al verse expuesto ante la opinión como enemigo de la independencia nacional por haber inspirado los tratados de Lircay.

José Miguel Carrera, audaz hasta la temeridad, revolucionario por temperamento, despechado por las persecuciones de que era víctima, ambicioso por naturaleza, lleno de cólera por los castigos con que lo amenazaban sus enemigos, por la prisión de su hermano, por las vicisitudes que le hacían soportar, por el abandono en que querían dejarle, y por la dolorosa situación que se le había creado, se propuso al fin arrojarse en los quemantes brazos de la revolución, no antes de haber medido bien el campo de sus próximas operaciones y de reflexionar con la altivez que desplegó César al pasar el Rubicón.

Concebir el proyecto y ponerse en movimiento fue algo simultáneo en aquella cabeza llena de recursos, en aquel carácter lleno de avilantez y en aquel corazón lleno de pasiones.

Lo primero que había que hacer, era conquistarse las tropas que guarnecían la capital. Sin soldados nada se podía pensar ni resolver. Los amigos de José Miguel Carrera que hora a hora tenían citas con él, ya en el fondo de una quebrada, ya en la miserable cabaña de algún campesino, ya a toda intemperie, ya en un bosque, lo pusieron en relación con algunos oficiales entre los cuales figuraba Arenas que le aseguró el Cuartel de Artillería, depósito de las principales provisiones de guerra de Santiago.

Ayudaban a Carrera, incansable conspirador que tenía algo de la audacia de Catilina y algo del orgullo de Escipión el Africano, varios jefes distinguidos, que, como Diego José Benavente, se habían cubierto de gloria en las primeras campañas. Más tarde se atrajo a varios oficiales que, como Toribio Rivera, Eugenio Cabrera, y el alférez Toledo, pertenecían a los cuerpos de la capital. Lo secundaron también con suma actividad, sirviendo de agentes en aquella misteriosa maquinación, el tremendo fraile Julián Uribe, Manuel Novoa, Juan Esteban Manzanos, Manuel Muñoz Urzúa, Marcelino Victoriano, Miguel Ureta y los hermanos Manuel, Carlos y Ambrosio Rodríguez.

Después de largas conferencias y de numerosos viajes, se acordó dar el golpe el 23 de julio. “A las tres de la mañana, dice José Miguel Carrera en su Diario que en copia tenemos a la vista, se resolvió debía ejecutarse la revolución. Arenas franqueaba el Cuartel de Artillería, el alférez Toledo el de Granaderos, y el teniente Toribio Rivera el de Dragones. Para posesionarse de ellos se encargaron los sujetos siguientes: el cura Uribe con su partida, a la Artillería; Miguel Ureta a los Granaderos, y para los Dragones el mismo Toribio Rivera, de acuerdo con su hermano Juan de Dios quien lo mandaba. Todo se ejecutó puntualmente. La actividad y decisión de Uribe lo allanaba todo”.

En efecto, a la hora convenida, el presbítero Julián Uribe se apoderó del Cuartel de Artillería e hizo apostar en la plaza varios cañones custodiados por milicianos traídos de San Miguel. Dueños los revolucionarios de los cuarteles de la ciudad y contando con la guarnición, apresaron al Director Supremo, Francisco de la Lastra, al brigadier Juan Mackenna, al ex-intendente de Santiago Antonio José de Irisarri y a otros conspicuos personajes adeptos a la administración caída.

Al amanecer, Carrera había tomado ya posesión del Palacio de Gobierno e iniciaba su Dictadura.

Sus partidarios, deseando dar el movimiento un carácter popular y procurando revestirlo de cierto aire de legalidad, convocaron un Cabildo abierto, al cual asistieron muchos curiosos y los amigos de Carrera encabezados por Carlos Rodríguez, joven vehemente como su desgraciado hermano Manuel.

La discusión no fue larga. No hubo más incidente que la enérgica protesta de los defensores del gobierno derrocado, Gaspar Marín y Manuel Antonio Recabarren, protestas que fueron ahogadas por los gritos de la multitud y las amenazas de los contrarios por cuya razón se vieron obligados a abandonar la sala.

El Cabildo abierto nombró en el acto por aclamación una Junta de Gobierno compuesta de José Miguel Carrera, del Presbítero Julián Uribe y del teniente coronel de milicias Manuel Muñoz Urzúa.

El primer paso de la nueva Junta de Gobierno fue llamar del destierro a Juan José Carrera y enviar a Mendoza a comer el amargo pan de duro ostracismo a los principales y más influyentes sostenedores de la administración pasada, como ser Juan Mackenna, José Antonio de Irisarri, José Gregorio Argomedo, Hipólito Villegas, el coronel Fernando Urízar y ocho personajes más.

Dicen que cuando estos patriotas cruzaban los hielos de la cordillera, se encontraron con Juan José Carrera a quien narraron los acontecimientos que habían tenido lugar en Santiago, Fue en ese momento cuando el altivo brigadier Mackenna, apostrofando al hermano del que lo enviaba al destierro con manifiesta injusticia, le dijo estas proféticas palabras:

-- Ud. vuelve a Chile cuando nosotros salimos de él; antes de cuatro meses todos los patriotas chilenos que escapen del campo de batalla vendrán a juntarse con nosotros. Veo muy próxima la ruina de la patria y el triunfo de los godos (1).

Los procedimientos de la Junta que comenzaba desprendiéndose de notables auxiliares, daban derecho a una profecía tan siniestra como la dada por Juan Mackenna en la cumbre de los Andes.

La Junta recién constituida no tenía más que una voluntad, un pensamiento, una ambición: la voluntad, el pensamiento y la ambición de José Miguel Carrera.

El presbítero Uribe, unido al anterior jefe por una amistad y un cariño exagerados, era hombre que había errado su profesión. Había en él tela bastante para hacer un conspirador de inagotables recursos; pero de ningún modo un manso fraile. En su alma ardía una hoguera de pasiones mundanas, sin una chispa de fervor religioso. Tenía más de Bruto que de San Juan.

Muñoz Urzúa era un honrado comerciante que contaba con crecido caudal y que no haría más que lo que le ordenasen.

José Miguel Carrera a los pocos días de subir al poder escribió a O’Higgins una carta en estos términos:

-- “Mi amigo: no sé si puedo aún hablar a Ud. en este lenguaje: lo fui verdadero y no disto de serlo a pesar de los pesares. No sé si es Ud. o soy yo el loco y desnaturalizado chileno que quiere envolver a la patria en ruinas: lo cierto es que no procederé y que Ud. no debe proceder sin que antes nos estrechemos e indaguemos a verdad. En manos de Ud., y mías está la salvación o destrucción de un millón de habitantes que tanto han trabajado por su libertad. Maldecido sea de Dios y de los hombres el que quiera hacer infructuosos tantos sacrificios. Salvemos a Chile o seamos odiados eternamente”.

¿Cuál había sido la divisa del motín encabezado por José Miguel Carrera?

Exclusivamente los disgustos producidos por los tratados de Lircay. No podía existir otra dentro del patriotismo y de los hechos. No podía ser la dirección de la guerra, porque, aun cuando a nuestro juicio en los últimos tiempos nada podía ser criticado con justicia, estaba concluida y pasada en autoridad de cosa juzgada por la sencilla razón que ya se había celebrado la paz. Las victorias sucesivas de Quilo, Membrillar y Quechereguas habían puesto al ejército patriota en oportunidad de tomar la ofensiva y de merecer justos aplausos.

Tenemos, pues, que el único motivo justificable a los ojos de la historia y de la posteridad, lo único que habría dado legalidad y prestigio a la revolución, era el que Carrera hubiese declarado nulos los pactos y hubiese levantado en alto la insignia de vencer o morir libres, pero nunca esclavos.

¿Qué pasó, sin embargo?

Que uno de los primeros actos de la Junta y en consecuencia de José Miguel Carrera, fue aceptar de un modo categórico los tratados de Lircay. Remitámonos a la prueba.

Constituido el gobierno revolucionario, se envió al Sur a Diego José Benavente con dos notas: una para O’Higgins y otra para Gaínza.

La de O’Higgins iba destinada a comunicarle el cambio de gobierno y a pedirle su aprobación y apoyo.

La de Gaínza no se ha conservado; pero hay otra que confirma la extraviada y que transcribimos a continuación:

“Sobre una silla de gobierno a que generosamente me han ascendido mis conciudadanos, y con toda la dignidad de su representación, aseguro a V. S. que conozco la responsabilidad de mi comisión: que se mis deberes: que nunca abusaré de su confianza. Chile será feliz en cuanto alcance a mis facultades: y quisiera cubrirlo, quisiera asegurarlo a costa de mi propia sangre.

A la entrada de gobierno escribió a V. S. la Junta su deferencia a los pactos que nos impone la capitulación de mayo, y protesta siempre soldar su cumplimiento, si es posible enmendar sin indecencia la disolución que V. S. nos anuncia penosamente.

Tales son los sentimientos que nos animan, tal es mi verdadero empeño. V. S. los leerá más expresivos en los pliegos que firma el gobierno.

Bien convencido de las obligaciones de mi magistratura, no necesito para ellos la experiencia, el honor, ni el talento, de que V. S. me escribe con la larga franqueza que reconozco. Creo los recomendables de V. S. y todas sus virtudes dispuestas al mismo fin. Seremos pues felices, y llevaremos a los pueblos la quietud y la conveniencia enterando sus relaciones y su comercio.

Dios guarde V. S. muchos años. Santiago 19 de agosto de 1814.

José Miguel Carrera.

Señor don Gabino Gaínza, brigadier y general en jefe del ejército de Lima”.

Para mayor confirmación de lo que hemos sostenido, reproducimos un Decreto y un Bando de la Junta de Gobierno, que contienen iguales ideas y sentimientos. Helos aquí:

Decreto del Gobierno.

Santiago, agosto 19 de 1814.

“Visto con lo expuesto por el senado que representó al Directorio desde 4 de julio y ha repetido; por el cabildo; conforme al clamor general, y en efecto de la conveniencia convencidas en diversos serios acuerdos del gobierno, se declara libre y franca la carga y salida de los buques anclados en Valparaíso, y su comercio con los puertos del virreinato del Perú. ¿Para qué la paz, si corren los años sin sentir su fruto? Las últimas comunicaciones del señor general don Gabino Gaínza ratifican la duración de nuestras capitulaciones. Publíquese en bando esta providencia, imprimase, y circúlese al reino.

Carrera.- Uribe.- Muñoz.- Díaz.”

Bando.

“Silencio: las razones a la razón de la necesidad y la conveniencia. Desde hoy es libre la carga y salida de los buques anclados en Valparaíso y su comercio con los puertos del virreinato del Perú.

Así ha declarado el gobierno en efecto de la Capitulación de Mayo, en atención a representaciones que ha repetido el Senado desde 4 de julio, a los informes del Cabildo, y al clamor general.

Sientan el Perú y Chile el fruto halagüeño de una paz celebrada tantos meses ha, descansen ambos pueblos en su duración que ratifican las últimas comunicaciones del general Gaínza. Sala de despacho de Santiago, agosto 19 de 1814.

José Miguel Carrera.- Julián de Uribe.- Manuel Muñoz y Urzúa.- Agustín Díaz, Escribano de Gobierno.”

¿Puede darse una aceptación más explícita de los tratados de Lircay?

Imposible.

Por la inversa, ¿hay algún decreto, oficio, carta o nota que haya mandado la Junta en contra de ellos?

Los parciales de Carrera, jamás han presentado ni un indicio siquiera de que se haya procedido contra dichos pactos. En balde hemos buscado hasta en la correspondencia privada de ese caudillo que nos ha proporcionado el señor Vicuña Mackenna.

Es un punto histórico, pues, que no admite dudas de ningún género el que José Miguel Carrera ratificó solemnemente los tratados de Lircay.

¿Qué motivos tuvo entonces para hacer la revolución? ¿Por qué atentó contra el orden establecido? ¿Qué móviles tan poderosos tuvo hasta para castigar con el destierro a distinguirlos patriotas?

Ninguno que merezca los aplausos de los hombres que estudian los sucesos del pasado sin espíritu de círculo (2).

Mientras Carrera y la Junta se empeñan por organizar elementos de guerra y tropas, veamos lo que pasó en el ejército del Sur cuando se supo el cambio de gobierno.

 

Notas.

1. Este dato fue contado por Antonio José de Irisarri al señor Barros Arana.

2. Con sobrada razón, dice el señor Vicuña Mackenna en una de las notas puestas a la Memoria de Benavente:

“La revolución del 23 de julio, juzgada políticamente, no fue sino un afortunado motín de cuartel. Habría sido noble y patriótica, tal cual el autor (Benavente) la pinta, si Carrera, correspondiendo a los móviles a que decía obedecer, hubiese declarado nulos los pactos de Lircay y hubiese roto la tregua a nombre de la independencia que invocaba. Pero documentos irrefutables publicados por el señor Barros Arana (los que ya hemos reproducido) ponen de manifiesto que Carrera se hizo cómplice del mismo doblez que reprochaba a sus enemigos, y aunque se preparaba como éstos para contrarrestar a Gaínza, escribió a éste haciéndole presente su deferencia a los tratados de Lircay, publicó bandos abriendo el comercio de los puertos de Chile a los del Perú, y en todo lo ostensible sostuvo la política contra la cual había alzado el estandarte de una verdadera y funesta rebelión, causa inmediata del desastre de Rancagua y de la pérdida de Chile”.