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Camilo Henríquez. Ensayo Acerca de las Causas de los Sucesos Desastrosos de Chile.
Camilo Henríquez. Ensayo Acerca de las Causas de los Sucesos Desastrosos de Chile.

ENSAYO ACERCA DE LAS CAUSAS DE LOS SUCESOS DESASTROSOS DE CHILE

Primera parte. Causas más inmediatas
Si con tanta razón se dijo que es muy difícil, si no imposible, descubrir la verdad por medio de la historia, porque la imparcialidad apenas se halla entre los hombres, más dificultoso es descubrir y aclarar unas causas envueltas en sombras impenetrables por las facciones y opuestos intereses, y fijar unos hechos cuyos testigos son palpablemente parciales. El único camino que hay que seguir es afirmar sólo aquello en que unos y otros convienen, dejando al lector toda la libertad de su pensamiento. Para dar algún orden a1 asunto conviene proceder por épocas.

Invasión bajo el general Pareja.
En estos peligrosos instantes la única fuerza con que podía contenerse esta invasión, era la que residía en la capital, formada por los ciudadanos Carreras, contra el gusto del pueblo, que la juzgaba innecesaria y opresora. Sin esta pequeña fuerza, el enemigo no hubiera hallado la menor oposición. Ella consistía en el batallón de granaderos de mediocre disciplina militar, y en la guardia nacional aun sin disciplina. Desde las primeras operaciones, se palpó la inutilidad de las decantadas milicias de caballería, siempre insubordinadas, prontas a dispersarse e incapaces de avanzar en las acciones. De la sorpresa de Yerbas Buenas no se sacaron las posibles ventajas por el desorden de las tropas y mala comportación de los oficiales subalternos, nulidad de las milicias y no haberse previsto las cosas de antemano. En la acción de San Carlos no fue menor el desorden de la tropa y mala comportación de los oficiales subalternos: el cuadro enemigo no pudo romperse. El enemigo se retiró precipitadamente a Chillán donde habría sido vencido si inmediatamente lo hubiéramos atacado, pues en San Carlos se burló de la misma fuerza con que debíamos atacarlo. El general Carrera se dirigió a Concepción y Talcahuano, se apoderó de estas plazas y en seguida de los auxilios y oficiales que enviaba a1 enemigo el virrey de Lima Abascal. Parece que debimos nosotros haber ocupado y guarnecido la frontera, colocar los diferentes puestos militares en dirección de Santiago y dejar a1 enemigo encerrado en Chillán sin esperanza de ser auxiliado de parte alguna. No se hizo. En este periodo la rapacidad de la tropa y su no enfrenada licencia, y la perversa comportación de algunos oficiales y milicianos, obstinaron con sus violencias y rapiñas los ánimos de los pueblos de Penco. El sitio de Chillán en el rigoroso invierno fue tan intempestivo como infeliz: sus resultados fueron pérdidas, atrasos y desalientos. Ya desde entonces llovieron en el gobierno y senado quejas y delaciones contra la conducta y calidades militares del general Carrera y acerca de la insubordinación de uno de sus hermanos. El enemigo por medio de libelos infamatorios esparcidos contra aquel general, difundió y avivó artificiosamente los recelos y la desunión. Algunos juzgan que fue imprudente haber separado a Carrera del generalato: no puede negarse que era el único hombre de genio y actividad que había, y es cierto que había reorganizado el ejército y acopiado los necesarios caudales, y que imperaba en el ánimo de las mejores tropas.

Refuerzo del enemigo bajo el general Gainza.
En este periodo nada intentamos ofensivamente. El enemigo nos atacó en varios puntos, y fue rechazado; mas de estas acciones parciales no se siguió consecuencia alguna de provecho.

Director de Chile. Tratados con el general Gainza.
Perdida la plaza de Talca por estar sin guarnición, se creó tumultuariamente un Director en Santiago juzgándose, como se hace siempre, que mudando de gobierno se compone todo y esperando mucho de talentos no experimentados. Se procedió luego a celebrar con Gainza tratados de amistad creyéndose que con ellos se evitarían nuevos atentados de Abascal y que enviase el refuerzo de tropas europeas que le había llegado. Es cosa muy notable que Gainza no mostrase a los plenipotenciarios O’Higgins y Mackenna las facultades que tenía para tratar, ni hubo poderes comprendiendo el tratado artículos acerca de los cuales no podía por sí tratar ni estipular nada Gainza.

Consecuencia del tratado.
El nuevo director, confiado en unos tratados aun no sancionados por el gobierno de Lima, se entregó a una seguridad letárgica. El erario se exhaustó; se disminuyó por si misma la fuerza militar; no se dio un paso para levantar tropas y prepararse para lo futuro; no se enviaron a Lima diputados para negociar la paz, y llegó a tal punto la inacción, que ni aun se escribió a aquel gobierno.

Revolución en Santiago. Llegada de Osorio.
Depuesto justa, pero ilegalmente, el Director Lastra, y colocado al frente de los negocios públicos el ciudadano José Miguel Carrera, desplegó este nuevo magistrado la pasmosa actividad de su genio en levantar tropas, recoger dispersos y engrosar el erario. Mas no era lo mismo levantar tropas que disciplinarlas y formarlas, ni se puede en pocos días ni en circunstancias difíciles crear oficiales de honor y pericia.

Desgraciadamente el ejército que residía en Talca al mando del general O’Higgins no reconoció el nuevo gobierno; se puso en marcha contra Carrera que acopiaba tropas en la capital, y entretanto el general Osorio avanzó hasta treinta leguas de Santiago sin hallar resistencia alguna, porque nuestro mal aconsejado ejército abandonó la posición del río Maule, distante ochenta leguas de Santiago, donde se pudo detener a1 enemigo y disputarle el terreno recibiendo refuerzo de Santiago. Muchos, y los mis condecorados del malhadado ejército, preferían la dominación española a la de Carrera, si no para sí mismos, a lo menos para el país, sacrificando la gran causa a intereses del momento sin advertir cuan fecundas en sucesos inesperados son las revoluciones y que nuestro único objeto debe ser la libertad nacional e independencia, dejando para mejores tiempos todo lo concerniente a la libertad civil y al establecimiento de la conveniente forma de gobierno que deben dictar las existentes circunstancias, costumbres, vicios y preocupaciones, y que por si misma establezca la madre naturaleza.

Derrota de Rancagua.
Este artículo es odiosísimo; no se sabe por qué nuestra fuerza se encerró en Rancagua, y no se reunió con la tercera división en la ventajosa posición de Mostazal. Se aseguró que el general Carrera, que se hallaba en este punto, no fue obedecido. Sea lo que fuere, lo cierto es que es extraño este descalabro, y que después de la derrota no se reuniesen los que salieron de Rancagua a la tercera división en la Angostura o en otro punto. Atendiendo a la indisciplina e insubordinación de nuestras tropas y a otras causas que se exponen en la segunda parte de este ensayo, es un asombro, como dijo el general Carrera al gobierno, el que hubiésemos tardado tanto tiempo en ser subyugados.

Segunda Parte. Causas morales.
Las semillas de los sucesos futuros están comprendidas en sus causas morales y remotas; por su observación predice el filósofo las revoluciones que han de acaecer con su último desenlace.

Es axioma establecido en la historia y la experiencia, que el estado en que se encuentra un pueblo en el momento de una revolución indica el paradero y fin que ella ha de tener. Atendiendo pues al estado y circunstancias en que sorprendió a Chile su no meditada y repentina revolución, no era difícil anunciar su resultado y la serie de sucesos intermediarios. Si se hubiese pedido entonces a algún observador imparcial y reflexivo que señalase el camino que debía seguirse para evitar los futuros males, él debía haber dicho a los chilenos:

“Las formas republicanas están en contradicción con vuestra educación, religión, costumbres y hábitos de cada una de las clases del pueblo.

“Elegid una forma de gobierno a la cual estéis acostumbrados.

“Es indispensable que la autoridad suprema resida en persona de muy alto, y si es posible de augusto nacimiento, para que se concilie el respeto interior y sea reconocida y no despreciada de las provincias. Es indispensable revestirla de poder y fuerza para que se haga obedecer y temer.

“Si formáis congresos legislativos, ellos ni serán respetados, ni regulares, ni duraderos.

“Aunque llaméis populares a vuestros gobiernos, ellos no serán más que unas odiosas aristocracias: no temáis a los nobles que las crearon, ni a los soldados que las destruirán cuando quieran; porque la masa de la población jamás se interesará en sostener la forma aristocrática, establecida por estos últimos, que no comprenderá, porque será nueva para ella.

“A la aristocracia sucederá necesariamente un gobierno militar, a quien le anuncio el odio de casi todos, la envidia de muchos y la falta de obediencia de parte de las tropas a las cuales necesita lisonjear y regalar para elevarse, y de que siempre necesita para sostenerse.

“El estado eclesiástico os hará una oposición muy dañosa; y vosotros la toleraréis porque las resoluciones saludables y terribles que debían adoptarse para destruirla son incompatibles con un gobierno compuesto de varios individuos, unos supersticiosos, y otros ignorantes y otros dominados por mujeres fanáticas.

“Por ahora no hagáis más que elegir a un hombre de moralidad y genio, revestido con la plenitud del poder con título de gobernador y capitán general del reino, y que él adopte libremente las medidas que estime oportunas para prevenir lo futuro.

“No os detengan los envidiosos recelos de que se haga monarca: no lo intentará si tiene prudencia; si no la tiene, caerá; y en fin dejad que lo sea, si como Augusto, Constantino y Gustavo tiene destreza para sostenerse.

“La población de Chile se divide en dos clases, en nobles y plebeyos. Aquellos son en general hacendados, y todos entre sí parientes. Los plebeyos por vivir precisamente en las posesiones de los nobles por ser jornaleros y paniaguados suyos, están sujetos a una total dependencia de aquellos, la cual verdaderamente es servidumbre. Casi ninguno de los nobles tuvo educación: unos pocos recibieron en el seminario y conventos una instrucción monacal. Exceptuando como seis de ellos, nadie entiende los libros franceses: ninguno los ingleses; así pues las obras filosóficas liberales les eran tan desconocidas como la geografía y las matemáticas. Ni sabían qué era libertad, ni la deseaban. Mayor era aún la ignorancia de la plebe; y como ella ha permanecido, fue imposible sacarla de su letargo. Esto es obra de largo tiempo y de la política. La plebe adora el nombre del rey, sin saber qué es: ella juzga que únicamente debe pelearse por la ley de Dios, sin observarla y sin saber qué es ley y qué es Dios. Se ve pues claro que presentando Chile toda la fisonomía de los países de Alemania, no podía erigirse con suceso una república en este país. Con todo se le quiso elevar a la dignidad de los Estados Unidos de Norte América, sin advertir la inmensa variedad de circunstancias.

“La veneración al nombre real, que describí en la plebe chilena, coincidía con la ciega y obstinada adhesión de los clérigos y frailes al sistema antiguo; y como los reyes no tienen trono donde los dioses no tienen altares, como una revolución en las ideas religiosas ha precedido siempre a las conmociones políticas que restablecieron la libertad, como la religión católica ha enseñado constantemente desde sus principios una pasiva e irresistente obediencia que debe humillarnos bajo el yugo de la opresión; como deriva la institución de los gobiernos, no del asentimiento popular, sino de los derechos del cielo recibiendo el carácter de vicegerente de la divinidad cualquier usurpador elevado aún por la traición y los asesinatos, enseñándonos que los reyes sólo pueden ser juzgados por Dios del abuso de su poder y que el juramento de fidelidad liga a los vasallos aunque el rey rompa todas las leyes; habiendo predicado el apóstol en el mismo reinado de Nerón la obligación de una obediencia absoluta e incondicional; en fin, habiéndose demostrado en el parlamento de Londres en estos últimos años, con todos los ejemplos y documentos de la historia, que la doctrina cristiana o católica en esta parte está en contradicción con las prerrogativas sociales y libertad de las naciones, éstas y otras cosas que me han persuadido de que la forma de gobierno debe acomodarse a la religión del país, y que las opiniones del nuestro no eran análogas al establecimiento de un sistema popular.

“Las aristocracias de Venecia y Génova tuvieron el nombre de repúblicas y todos los horrores de la esclavitud. En la revolución francesa se armaron por el altar y el trono un número muy considerable de departamentos y perecieron en combates civiles más de cien mil republicanos y de doscientos mil fanáticos. Finalmente los pueblos peninsulares cada día están más incapaces de sufrir una constitución liberal, y la semejanza de circunstancias de los demás pueblos españoles persuade que es locura querer establecer repúblicas donde se hable la lengua española.

“En medio del funesto imperio de ideas rancias, nació en Chile una idea nueva y perniciosa, causa principal de sus desastres. Ella envolvía el germen de la discordia: ella condujo armada toda la provincia de Concepción a las orillas del Maule, bajo el mando del finado Rozas, y al ejército que mandaba O’Higgins del Maule a las orillas del Maipú: ella como un contagio infesta a otros pueblos revolucionados seguida de la anarquía, y es conductora de la servidumbre. Esta fatal idea es la del gobierno representativo, y la del federalismo. Siendo palpable la necesidad de que gobernase uno solo, se creyó que la suprema dicha del país consistía en el establecimiento de un gobierno representativo, compuesto de tres personas, elegida cada una por uno de los tres departamentos en que se imaginaba dividido el reino. Aquellos en cuyas cabezas bullía la legislación de Norte América no advertían que allí sólo es representativo el cuerpo legislativo: ni conocían a los departamentos bárbaros y pobres de que hablaban, ni echaban de ver las semillas de la discordia que envolvía este orden de cosas.

“La sola idea dividió, debilitó y arruinó el país. Otros más delirantes respiraban federalismo; no advertían su falta de recursos y dividían el reino en tres estados soberanos e independientes: no advertían el tiempo en que vivían, ni que cada estado debía de arruinarse más fácilmente por las discordias internas y desórdenes necesarios. Si el federalismo se hubiese adoptado en Francia contra el parecer de Marat y otros, más pronto se habría acabado la república: cada estado habría sido un caos más oscuro que el de París. Los efectos de las pasiones son más violentos, a proporción de la estrechez de su teatro. La experiencia de la parcialidad, injusticias y odios personales mostraron en Chile que era un fatal absurdo confiar el gobierno municipal y la administración de justicia a individuos de los pueblos interiores.

“Es ya una máxima admitida, generalmente apoyada en la historia y a la que da un gran peso la autoridad del venerable Washington, que la duración de una república es incompatible con la existencia de un gran número de tropas regulares y permanentes, sean cuales fueren las precauciones que se adopten. Era pues preciso que nuestra forma de gobierno fuese compatible con el gran número de tropas permanentes que necesitábamos, y esta observación huyó de nuestras cabezas y de la de nuestros correvolucionarios. Las razones alegadas por Smith en su Riqueza de las naciones y otras muchas que trae uno de los primeros números de la Aurora acerca de la necesidad de tropas de línea para establecer y conservar la libertad nacional, ponen fuera de duda esta necesidad de tropas permanentes. La experiencia hizo palpable la solidez de estos principios, pues nuestras milicias de caballería fueron tan inútiles como numerosas. Esto mismo se vio en Estados Unidos en la guerra de la independencia, y ahora en la guerra actual con la Gran Bretaña ha sido preciso separarse de las máximas sacrosantas de la república, y se ha formado un ejército de tropas regulares de más de treinta mil hombres.

“También debió tenerse presente que la formación de un gobierno debe ser de la aprobación de las naciones que pueden prestar auxilios, y si ellas se horrorizan con el nombre de república, debe olvidarse este nombre.

“Todos tienen en sus labios los Estados Unidos, pero su historia, las cartas de Washington y las instrucciones con que envió a París a un coronel, sobrino suyo, nos enseñan que ni se vence a los enemigos con sólo los esfuerzos patrióticos ni se sacan los necesarios caudales de las arcas de los patriotas, y que el fuego patriótico se acaba con los empréstitos, papel moneda y otros arbitrios. A pesar de aquel tan decantado patriotismo, fue preciso traer de Francia un millón de pesos, dos millones más en libranzas cobrables, veinticinco navíos de línea, y siete mil hombres de tropas escogidas componiendo el convoy doscientas velas, para vencer al lord Cornwallis. Vencido Cornwallis, se halló que sólo tenía ocho mil hombres, y de ellos cinco mil fuera de estado de tomar las armas por enfermos. Todo esto se lee en la vida de Washington publicada en estos últimos años en Norte América”.