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Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Capítulo II. Causas Parciales que Influyeron en la Revolución de Chile
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1. Crisis que padeció La Europa desde 1790.
Desde la terrible crisis que padeció la Europa en el año de noventa del siglo pasado con la Revolución de la Francia, adquirió la filosofía llamada impropiamente moderna, pues cuenta muchos siglos de antigüedad, un ascendiente imponderable sobre la razón humana que no sin causa se puede ya llamar desde, aquel tiempo la ciencia, única y universal de los hombres. Hágase una ligera observación sobre todas las producciones literarias que desde aquella época se han dado a luz y se hallará mi aserción bien probada. La prodigiosa copia de escritos que se han esparcido y publicado en los veinte años anteriores, no creo es comparable con lo que publicaron todos los sabios en siglo alguno de los que precedieron.

El entendimiento y estudio de todos los hombres literatos de nuestros tiempos se puede probar que está formado en molde más frágil y viciado que los que servían a formar los otros hombres sabios que nos antecedieron; porque cortados de raíz y destruidos los principios y sólidos fundamentos que guiaban la razón humana, al verdadero conocimiento de las verdades naturales y sobrenaturales, ha conseguido la falsa y seductora filosofía sustituir en lugar de aquéllos unas máximas más halagüeñas y adaptables a la corrupción del hombre, las que por nuestra miseria hallan siempre, mejor cabida y aprobación, causa eficaz y principal de su rápida propagación y generalización.

Si algún ingenio a propósito tomara el empeño de hacer un análisis, o enciclopedia, recopilación (o llámensele como quieran) de los escritos publicados en estos tiempos, que con entusiasmo proclaman ser sumamente ventajosos a los que hasta ahora se han conocido, según afirman y creen los llamados modernos y de buen gusto; es innegable resultaría la obra más monstruosa que desde el principio del mundo se hubiera presentado a los mortales.

En ella, sin duda, se hallarían todas las contradicciones imaginables probadas y apoyadas en sus dos extremos o partes opuestas, que es el imposible natural del entendimiento.

Veríamos probado y persuadido que un tirano usurpador tiene derechos para apropiarse los bienes ajenos y privar de ellos a sus verdaderos dueños; que los vasallos y súbditos pueden juzgar y dominar a sus legítimos superiores; que la religión no es otra cosa que una invención humana para abusar de la libertad del hombre; que los hombres no pueden ser ligados ni obligados a ley ni precepto alguno contra su voluntad... ¿Pero cuándo tendría fin el catálogo de máximas y principios divulgados por la falsa filosofía? Veamos luego establecidas por la misma doctrina las propuestas contradicciones. Aclama y convence a su modo la filosofía en Francia que ningún hombre debe aspirar a la superioridad y dominación de un reino sin ser su opresor y tirano de sus semejantes, y sin destruir la igualdad y libertad de sus conciudadanos; en demostrar estos principios se emplean cuantos discursos y doctrinas alcanza a discurrir toda la sabiduría de todos los filósofos. Se aplauden, se persuaden; se creen por errores crasos y preocupaciones todos los opuestos convencimientos y les parece que el entendimiento humano se excedió a sí mismo en el alcance y descubrimiento de unas verdades tan ciertas, naturales y conformes.

En medio de esta persuasión se eleva Napoleón a la silla del Imperio francés y estableciendo su despótico y usurpado imperio, no sólo no halla oposición en las máximas dominantes y triunfantes de la filosofía, sino que esta misma se dedica con mayores esfuerzos a sostener su tiranía, y luego se esparcen innumerables escritos probando hasta la evidencia la legitimidad y razón con que procede, destruyendo y ridiculizando los principios en que se apoyaba el sistema que precedió.

La sagrada Religión, que perseguida y desacreditada sólo existía oculta y tímida en lo más retirado del corazón de los verdaderos fieles, es llamada y traída de los mismos filósofos como medio único y necesario a constituir la verdadera y sólida felicidad de los hombres.

Estos y otros infinitos absurdos son el fruto de la ilustración que nos ponderan tanto los filósofos modernos como arcanos únicamente reservados al alcance de su adorada filosofía. Esta no obstante, la experiencia nos demuestra el aplauso y séquito que todos estos errores han merecido en nuestros infelices tiempos sirviendo de único y exclusivo pábulo y alimento al estudio de los hombres de letras. ¿Y qué se ha seguido de esto? La corrupción casi universal de las buenas costumbres; la subversión del buen orden; el trastorno general de las sociedades, provincias, reinos, imperios.

Todo lo hemos visto confundido y costará infinito trabajo para restablecerlo. Pero nada hay que admirar, pues de unos principios falaces y de una ciencia seductiva y destructora, nada debe esperarse sino destrucción y ruina.

Todas las artes y ciencias humanas y sobrehumanas tienen por objeto principal dirigir y arreglar el entendimiento, y rectificar la voluntad para que ni el primero se equivoque en el conocimiento de lo verdadero y bueno, ni la segunda pueda amar ni seguir sino la verdad y bondad y por esta razón todas son edificantes, peleando siempre con las armas del desengaño contra las pasiones que son como las nieblas que procuran oscurecer la luz de dichas potencias.

Por el contrario, la llamada filosofía moderna sólo se ocupa en fomentar las pasiones más criminales del hombre. La soberbia, madre fecunda de todas, con que atribuye al entendimiento servil y limitado el conocimiento y juicio de todas las cosas naturales y sobrenaturales a pesar de que no alcanza ni a conocer la estructura del más despreciable insecto[1]. La libertad, la independencia, la igualdad e indiferencia del bien y del mal, en las acciones humanas; los derechos imprescriptibles del hombre, con otra caterva de máximas, constituyen un agregado de principios opuestos diametralmente a los de una verdadera y sólida filosofía, y por consiguiente sólo enseña a los hombres el vicio, el desorden y la destrucción de todo.

Antes de dicha época, sólo existía oculta y encerrada en la infame cárcel de sus inicuos profesores, hasta que saliendo a luz con la Revolución Francesa consiguió establecerse como en su centro en París, y desde aquella cátedra ha inundado con sus fatales doctrinas a casi todo el orbe que está gimiendo y padeciendo sus funestos efectos.

Nada tienen de nuevo ni admirable sus rápidos progresos a quien conoce la debilidad y ceguera del entendimiento humano, pues siempre que los errores adquieren libertad de presentarse, hallan acogida en él o desconociéndolos o amándolos por mala inclinación sin excepción de ignorantes y sabios, porque todos son susceptibles de engaño. La Sagrada Escritura nos dice que Dios prohibió al pueblo Ismaelítico los enlaces con mujeres idólatras y da la razón; porque sabe certísimamente que su compañía y trato, los arrastraría a la idolatría, y este precepto no excluye a los sabios, pues Salomón, el más sabio de los mortales, que quebrantó el precepto, incurrió y abrazó el error de la idolatría seducido por sus mujeres y con las circunstancias de estar advertido del peligro.

2. Las Américas y el sistema de la Revolución Francesa.
Las Américas recibieron desde los principios el sistema de la Revolución Francesa como el más análogo y conforme a sus deseos, pues este Nuevo Mundo cree que ya llegó al estado de la pubertad y que puede muy bien regirse sin tutores ni curadores que lo sostengan; cuyo concepto halagüeño, abrigado y fomentado en el seno de la América hace algunos tiempos, ha recibido cuerpo y robustez últimamente en el ejemplo constante y manifiesto de los Estados Unidos que siendo una pequeña parte de su vasto cuerpo, ha conseguido su independencia. Esta República, que abrió la primera puerta a la libertad americana y rompió los lazos que la unían a Europa, se ofrece como modelo a todas estas dilatadas colonias, sirviendo como de levadura que, aunque en pequeña porción, fermenta y convierte en su gusto y naturaleza, un cuerpo muy crecido de masa.

3. La República Bostonesa y las posesiones ultramarinas.
La semejanza de esta comparación me parece la más propia para explicar el estado actual de las posesiones ultramarinas y la parte o causa principal que en todas las novedades actuales influye con poca esperanza de remedio.

La República Bostonesa, aislada y rodeada de tantos pueblos deseosos de imitar sus ideas de libertad, considera y teme al mismo tiempo la debilidad de su existencia, y por esta razón excita sus mayores esfuerzos para engrandecer su pequeñez y generalizar su sistema como medio único de su firmeza y subsistencia.

A este fin pone en movimiento todos los resortes imaginables, sin escrupulizar en los más inicuos e inmorales, para atraer a los americanos a su depravado intento.

La libertad de conciencia y de imprenta le sirve para publicar y esparcir los principios y máximas subversivos y sediciosos que siempre hallan acogida en la mayor parte de los hombres dominados de la ignorancia y de la malicia.

El comercio clandestino y el permiso de la pesca de ballena, los introduce en todas las costas, puertos, islas y demás posesiones españolas, dándoles ocasión a persuadir a los americanos el floreciente estado y ventajosa situación de su país, afeándoles como una ignominiosa esclavitud el gobierno colonial y la sujeción a la matriz de Europa.

Ponderan las riquezas y proporciones de estas provincias, afirman la injusticia y tiranía con que son arrebatadas a enriquecer la Europa y el estado de oscuridad, desamparo y nulidad civil en que yacen las Américas.

Ofrecen con desvergüenza todos los auxilios de su gran poder a los pueblos que quieran sacudir el yugo de la legítima y justa dominación.                                                                                               

Además, han adoptado y puesto en ejecución el más poderoso arbitrio para minar y destruir el edificio político y religioso de las colonias españolas, enviando clandestinamente a todas y cada una de estas posesiones, sujetos a propósito que se establezcan y avecinden en ellas, con el fin de pervertir la opinión pública y adhesión a la matriz europea, a cuyo efecto estos detestables espías no omiten medio para enlazarse con las familias principales y que tengan influjo en los gobiernos, sin que les sirva de embarazo la diferencia de religión, pues como ésta para ellos es indiferente, abrazan la católica en el nombre y de este modo adquieren seguridad y libertad para insinuarse y tomar parte activa en la seducción de éstos habitantes.

Este es el medio más eficaz y común que ha producido las actuales convulsiones de la América y que la tendrá siempre si no se remedia al borde del precipicio en próxima disposición de su ruina.

4. Métodos de los bostoneses.
En todos estos puertos, ciudades, y especialmente en las capitales, conozco establecidos muchos de estos bostoneses que, además de cultivar las semillas seductoras verbalmente, mantienen correspondencia con su república, encargan y reciben los escritos libertinos de su patria, los esparcen, persuaden y descifran como buenos apóstoles de tal secta. Redarguyendo a uno de éstos en cierto concurso, y diciéndole que se abstuviera de proferir y propagar doctrinas sediciosas después de convencer los principios erróneos en que las fundaba, concluyó diciendo: que ya los americanos no necesitaban regirse ni mendigar la cultura de Europa, pues tenían la fuente de la ilustración y las luces en su propio suelo y continente. Y a la verdad está de manifiesto este aserto, porque aquella república ha servido de cátedra magistral, para corromper y pervertir todos estos pueblos americanos, disponiéndolos y preparándolos con sus falaces máximas a sacudir el yugo legítimo de su antiguo Gobierno y de la verdadera doctrina de su sagrada y católica religión, a cuyos dos fines se encaminan directamente todos los esfuerzos de aquel inicuo sistema.

Estos gravísimos y efectivos males se podían remediar en grande parte prohibiendo a dichos bostoneses la pesca en estos mares del sur, especialmente de esta banda del Cabo de Hornos, pues con dicho permiso arriban frecuentemente a nuestras costas, introducen géneros de contrabando, entran con frecuencia en los puertos simulando escasez de aguada, alguna pequeña avería y otros infinitos pretextos, y permaneciendo en ellos entablan conexiones y amistades, traen y llevan correspondencias, se quedan muchos de ellos en tierra con título de desertores, enfermos, médicos, artistas, etc., siendo los más emisarios y espías dirigidos a introducir el disgusto y discordia entre estos habitantes y el Gobierno, y haciendo (como me respondió uno de ellos), el oficio de abogados y defensores de la dignidad del hombre, dándole a conocer la independencia y libertad que le compete; pero su principal objeto es que toda la América adopte el sistema republicano separándose de la Europa, en cuyo caso esperan ellos su engrandecimiento y permanencia, apoderándose desde luego de todo el comercio y riquezas americanas. Además de dicha prohibición, debía impedirse como delito capital contra el Rey y el Estado, la admisión y permanencia en estas colonias de individuo alguno súbdito de aquella república, cómo perjudiciales a nuestra sagrada religión, a la paz y seguridad de la Monarquía, a las buenas costumbres, al comercio, a la buena fe y al buen régimen de estas posesiones.

5. Seducción de los espíritus ante la idea de independencia.
Preparados los ánimos de estos habitantes con la noticia de los progresos que en cuasi todos los estados adquiría la seductora idea de independencia y libertad, llegaron a persuadirse que se les presentaba la ocasión más oportuna de mejorar su suerte, manía universal de los hombres que más están contentos con la actual, y les fastidia el bien mientras sin oposición lo poseen.

6. Triste y melancólica situación de España.
La España, en la realidad, presentaba la perspectiva más triste y melancólica que podía imaginarse. Las intrigas de la Francia habían logrado minar los cimientos más sólidos de su Constitución. La corte, o por mejor decir, el mismo palacio y domicilio de nuestros reyes, estaba convertido en un caos de discordia y confusión, de donde como de centro se difundían por todas las dilatadas líneas de tan vasta monarquía los mismos o peores defectos conociendo todos que a pasos agigantados caminábamos al último precipicio.

Un soberbio y caprichoso ministro obtenía el dominio y Gobierno casi sin límites de toda la gran nación, abusando de su poder con tanto escándalo que no se hallará ejemplar semejante en las historias de todo el universo.

Sus miras ambiciosas y destructoras apagaban la lealtad y amor a nuestros reyes, y sólo este contraste pudo dar a conocer los subidos quilates de la fidelidad española.

En estas remotas distancias, recibíamos más abultadas las noticias de sus violentas y despóticas disposiciones de su perverso gobierno, y los infinitos enemigos del ministro, que es lo mismo que decir, todos los amantes de la justicia y de la nación, trabajábamos incesantemente, aunque con inútil esfuerzo, por derribar aquel ídolo colosal que nos devoraba.

En este reino era sumo el descontento y universal la abominación del Gobierno supremo. Las conversaciones públicas no resonaban otra cosa que quejas exaltadas del despotismo de Godoy, y estos gobernantes, aunque celosos y fieles al Rey, no podían conciliar la lealtad con la tolerancia de tantos males. Entre los muchos motivos de disgusto que conmovían diariamente los ánimos de los chilenos, fue uno de los principales el establecimiento del Tribunal de Consolidación, y fue necesaria toda la prudencia y fortaleza del señor Presidente y Capitán General don Luis Muñoz de Guzmán, para contener el descontento público. Los destierros y la separación de los más acreditados y fieles ministros Florida Blanca, Conde de Aranda, Jovellanos, etc.; la intrusión de otros ineptos y malignos; los continuados empréstitos y donativos con la noticia de su pésima inversión, mantenían en tal agitación los ánimos, que anunciaba muy próxima la ruina del Estado.

En medio de tantos males no se descubrió otro remedio ni consuelo que la remota, al parecer, esperanza de la ocupación del trono por el más inspirado y deseado sucesor Fernando, cuando repentinamente nos hallamos con la funesta noticia de su extremado peligro. Ya éramos sabedores de la opresión y casi degradación en que el Privado le tenía constituido; pero no podíamos concebir que la malicia, la crueldad y la impiedad, llegaran a tan alto punto como maquinar la más horrorosa escena que han visto los siglos, imputando al inocente y justo príncipe los delitos más execrables, presentándolo a la faz del universo como reo de parricidio y regicidio, que sólo podían caber en la infame y negra conciencia y conducta del perverso maquinador Godoy.

La comunicación con la Península se hallaba entonces interceptada con la guerra de los ingleses, y sólo parece que obtenían pasaje las noticias más funestas y deplorables que nos inspiraban la desesperación.

Se me figuraba este estado a las tentaciones del Santo Job, porque para agravarle el sentimiento de sus desgracias, sólo se libertaba de ellas el nuncio que las había de comunicar. Con este motivo permanecimos largo tiempo sin saber la suerte y éxito de nuestra única esperanza, Fernando.

Llegó, por fin, el deseado paraninfo anunciando la libertad del Príncipe y respirando algún tanto nuestros corazones dimos gracias al cielo por haber librado al justo de sus perseguidores, y ofrecíamos nuestros votos incesantemente para que se acercase el día feliz y deseado de su exaltación al trono.

7. Fallecimiento del Presidente Luis Muñoz de Guzmán y advenimiento de Francisco Antonio García Carrasco.
En estas críticas circunstancias nos hallábamos al principio del año octavo de este siglo, y para cúmulo de tantos males por lo respectivo a este reino, falleció el jefe que con acierto y sabiduría lo gobernaba. Este fue el señor don Luis Muñoz de Guzmán. Teniente General de los Reales Ejércitos, Capitán General de este reino y Presidente de su Real Audiencia, quien en el espacio de seis años que obtuvo el mando, acreditó la política, prudencia, sabiduría y virtud que siempre harán grata y honorífica su memoria.

La subrogación de este empleo debía recaer por Real Cédula expedida el año de 1806, en el oficial de mayor graduación empleado en el servicio del Rey y existente en este reino, ínterin venía el propietario nombrado por su Majestad. Don Francisco Antonio García Carrasco, Brigadier del Real Cuerpo de Ingenieros, residente en la ciudad de Concepción, era sin duda el sucesor interino del mando por ministerio de la citada ley, y en esta virtud fue llamado por la Real Audiencia para ocupar el Gobierno. Ocurrieron algunas leves dificultades y contestaciones que luego se conciliaron; y el día 22 de abril de 1808, fue recibido dicho señor en esta capital, y se posesionó del Gobierno con todas las formalidades de estilo.

Este caso poco ordinario elevó al señor García Carrasco a la primera silla de este reino y no fue recibido de sus habitantes con disgusto, porque los hombres se lisonjean siempre con tales mudanzas, con esperanzas nuevas de adquirir mejor fortuna. En efecto, el Cabildo de esta capital deseando la continuación de su nuevo jefe, extendió un reverente escrito en forma de súplica, informando al Soberano la buena aptitud y virtudes propias para gobernar de dicho señor, y pedía encarecidamente a su Majestad se dignase conferirle la propiedad y continuación de mando.

Este paso, que para la inteligencia de los sucesos futuros es importante y notable, nos consta de su certidumbre por testimonio indubitable de los dos alcaldes capitulares que lo presenciaron y ejecutaron, y por confesión del mismo personaje don Manuel Fernández, que escribió y dirigió el Memorial a su Majestad, sujeto del primer rango y autoridad de esta capital.

No dudamos de la buena intención y sinceridad del Cabildo, pero el tiempo y la conducta sucesiva de este respetable cuerpo, nos desengañará de la inconstancia y perfidia humana, contradiciéndose enormemente en todas sus operaciones.

8. El Consejero de García Carrasco: Martínez de Rozas.
Hallábase en la ciudad de Concepción como particular vecino, el doctor don Juan Martínez de Rozas al tiempo del ascenso del señor Carrasco, y pareciéndole a dicho señor que era sujeto adecuado para servirse de sus consejos, se entregó a su dirección y le trajo en su compañía.

El doctor Martínez de Rozas había sido muchos años asesor de la intendencia de Concepción, y de esta Capitanía General durante los respectivos Gobiernos de Avilés y Pino, por cuya razón estaba bien impuesto en el manejo administrativo; pero su conducta fue siempre displicente y poco satisfactoria al común de las gentes, y así se notaba casi un general disgusto del nuevo Gobierno por esta circunstancia.

Este nuevo y particular consejero inspiró al jefe como necesarias algunas providencias ruidosas, y de esta clase fue la separación del asesor propietario don Pedro Díaz Valdés en cuya ejecución se suscitaron altercados y disputas muy reñidas, teniendo en su defensa el asesor los grandes apoyos de la Real Audiencia que en repetidos acuerdos declaró la ilegalidad de esta separación, y reconvino al jefe de la importunidad de tal providencia como ajena de sus facultades. Dicho asesor gozaba el crédito público y aprecio de todo este vecindario, estando además enlazado con una de las principales familias, que por sus ramificaciones se extendía e interesaba en esta causa [y en] otras muchas de esta capital.

Ninguno de estos reparos aterró la constancia o terquedad del Presidente, y por un decreto separó del despacho y asesoría del gobierno a don Pedro Díaz Valdés, colocando en su lugar interinamente al doctor Campos, sujeto a quien había distinguido y favorecido desde su llegada como recomendado y propuesto por el doctor Martínez de Rozas.

Este fue un golpe mortal que enajenó los ánimos del actual Gobierno y dio motivo a la desunión de la Real Audiencia, a cuyo tribunal trataba el Presidente desde entonces como enemigo declarado suyo, según lo explica en repetidos escritos dirigidos al Real Acuerdo. Pero el doctor Martínez de Rozas le sostenía y fomentaba estas discordias como dispuestas a los fines que tenía meditados y se irán desenvolviendo y aclarando en lo sucesivo.

Conseguido el primer triunfo de la privación del asesor, empezó con el nuevo empeño de establecer al interino Campos con las mismas prerrogativas y preeminencias que gozaba el propietario nombrado por el rey y especialmente la presidencia del Cabildo. Opúsose fuertemente este cuerpo, defendiendo sus antiguos y legítimos privilegios, y suplicando se esperase la resolución de la corte sobre el caso; pero sin condescender en punto alguno, valiéndose de su autoridad, ordenó concurriese el Cabildo a su palacio y le obligó en los términos que pretendía a la admisión y recibimiento del interino.

No es de mi resorte el juicio de la injusticia o equidad de estos procedimientos. De todos ellos se apelaba a su Majestad, y sólo sirven de objeto a mi narración en cuanto eran golpes impolíticos y separaban los miembros principales de la unión e identidad que debían tener con la cabeza, máxime en unos tiempos tan críticos y delicados en que la desunión aceleraba la pronta ruina del Estado.

En efecto, este procedimiento irritó al Cabildo de tal modo y se declaró abiertamente rival y enemigo del jefe; y ya tenemos a la Real Audiencia y la Municipalidad fuera de la confianza y cooperación del buen Gobierno y por consiguiente la debilidad y partidos del público que separados de la cabeza empezaban a meditar ideas de venganza y destrucción.

El director y principal resorte de todos estos hechos, doctor Martínez de Rozas, mantenía al Presidente en la falsa idea de que éste era el mejor plan de Gobierno y más conveniente en las actuales circunstancias, diciéndole que convenía sujetar y deprimir la autoridad y demasiadas facultades que tanto la Audiencia como el Cabildo tenían como usurpadas al Gobierno por omisión y condescendencias de sus antecesores, y que era preciso reasumiese la cabeza todo el respeto y honor que había perdido.

Estos, que eran los medios más propios para desacreditar y desautorizar al jefe lo aplaudían como los más específicos y proporcionados a sostenerse, procurando retirar de su compañía y trato a todos los sujetos que por sus luces y fidelidad al Rey, pudieran desengañarle, infundiéndole  sospechas y temores de todos los buenos.

9. Escándalo de la Escorpión.
Otro nuevo accidente promovió el descontento del pueblo y también fue dispuesto y dirigido por manos del doctor Martínez de Rozas. Una fragata inglesa navegaba estas costas introduciendo en este reino géneros de contrabando y para sorprenderla y aprovecharse de la presa se formó una compañía de armadores cuya cabeza inmoderada era Martínez de Rozas. Atraídos con engaño los ingleses, saltaron en tierra y con la gente armada y emboscada que tenían los armadores fueron sorprendidos y muerto su capitán con muchos de los marineros, y asaltando luego la embarcación que estaba allí cerca fondeada, se hicieron dueños de una buena presa en términos que sólo al doctor Martínez de Rozas se asegura tocaron ochenta mil pesos.

De este hecho no sólo era sabedor y consentidor el jefe, sino que es opinión pública que recibió su cuantioso regalo y lo que no tiene duda era que todos los armadores eran de la tertulia y amistad de palacio, en donde se fraguó y maquinó toda la trama de La Escorpión.

10. Se redoblan los enemigos del Gobierno.
El común de las gentes llevó muy a mal este hecho y con él se redobló el número de enemigos del Gobierno, pues la muerte del capitán inglés y aun la de todos los marineros se aseguraba fueron sin necesidad, supuesto que los pocos ingleses desarmados que saltaron en tierra, se rindieron desde luego al verse rodeados de más que cuadruplicado número de españoles armados y prevenidos. Pero el desorden y la esperanza en la protección de Martínez de Rozas, que es lo mismo que decir del Gobierno, los ponía a cubierto de toda resulta. Los más sensatos decían que el Gobierno debió y pudo ejecutar la aprehensión de dicho buque con utilidad del erario; pero yo prescindo de dar sentencia en tales hechos y sólo los trato de motivos de discordia y ajenos de los tiempos en los cuales más importaba la prudencia y la buena política que todas estas contiendas. Ínterin el Presidente y su despacho ocupaban el tiempo en tan importunas diligencias, no cesaban de llamar la atención los más urgentes y gravísimos negocios de Estado, recibiendo diariamente noticias de los alborotos y peligros en que se hallaba la Monarquía, tanto en su cabeza como en todas las provincias de la América.

11. Renuncia de Carlos IV y advenimiento de Fernando VI.
A mediados de agosto de 1808 recibimos la agradable nota de la renuncia del señor Rey don Carlos IV y la colocación en el trono de nuestro amado Fernando Séptimo, a quien desde luego se reconoció, proclamó y juró en 26 del mismo, con el más extraordinario entusiasmo, y regocijo. Pero estos rápidos y breves júbilos sólo sirvieron para hacernos más sensible y dolorosa la inesperada y funesta escena de Bayona en la que, privado el Rey de su corona y libertad a impulso de las pasiones más injustas y criminales que pudieron caber en el corazón más depravado, se convirtió nuestra alegría en llanto inconsolable cerradas al parecer del entendimiento humano todas las puertas del remedio de tantos males.

La ocupación inevitable de la Península por los franceses se nos anunciaba y presentaba como caso de hecho indubitable. La traición de los principales ministros Azanza, Cabarrús, O' Farril, etc.; el desamparo y debilidad de toda la España; al mismo tiempo que veíamos el inmenso poder y preparativos irresistibles de la Francia apoderada ya de las más fuertes plazas y de la misma Corte; todo conspiraba a infundirnos una total desesperación. A pesar de todo lo dicho se abrigaban en nuestro leal corazón algunas esperanzas de consuelo, fundadas en el socorro del cielo que sabe y puede sacar bien de los males, y suele conseguir sus fines por los medios que nuestra limitada inteligencia juzga los más opuestos y desproporcionados.

En efecto, la incontrastable fidelidad de la nación española, la general alarma de todas sus provincias, la alianza de la Inglaterra, la formación de un Gobierno representativo en la Junta Central, y los triunfos conseguidos por nuestros bisoños ejércitos en Bailén y otros puntos, fueron los primeros consuelos que erigieron nuestro abatido corazón; todo lo cual se comunicó a este Gobierno oficialmente por el señor don Silvestre Collar, Ministro Secretario de Estado e interino de Indias, según consta del escrito siguiente:


Todas las noticias contenidas en el anterior oficio, ya las habíamos antes recibido por comunicaciones particulares, pues la alianza con la Inglaterra no sólo dejó franca la correspondencia con Europa, sino que de los mismos buques ingleses eran los avisos más frecuentes de todo lo que sucedía en Europa.

En estas circunstancias nada importaba tanto al Gobierno de Chile como una suma vigilancia y sabia política para conservar el orden debido y la fidelidad del reino que daba manifiestas señales de peligro en los diversos partidos y opiniones que públicamente se ventilaban con increíble acaloramiento y libertad.

El Cabildo ofendido de lo que llamaba ultrajes y tropelías del Gobernador, se oponía a cuantas providencias éste libraba para desairarlo y frustrar sus intentos, procurando desacreditarlo como inútil e incapaz de gobernar en la crisis actual.

Este cuerpo que en los tiempos pasados miraba con mucha tibieza e indiferencia la cooperación al buen régimen de la ciudad y mucho menos al común del reino y en el que apenas se hallaban vecinos nobles de distinción que ocuparan los honrados empleos de alcaldes y regidores, lo vemos de repente, y no sin admiración, empezar a figurar y tomar un influjo y tono tan activo y extraordinario, que causó grandes sospechas a los advertidos y temor al mismo Gobierno.

Se hallaban vacantes tres varas de regidor y el día 23 de diciembre de 1809 fueron con empeño rematadas y ocupadas por el Conde de Quinta Alegre, el mayorazgo Cerda y don José Ignacio Aránguiz, sujetos todos tres de distinción y ajenos en otro tiempo ni aún de pensar en tales empleos.

A pocos días se verificó la elección de procurador y alcaldes, cuyos empleos recayeron con mayor admiración, el primero en don Juan Antonio Ovalle, hombre rico, anciano y amante con extremo de su comodidad, que solía ridiculizar con desprecio a los que admitían esos cargos; y los segundos, en don Agustín Eyzaguirre y don N. N.

12. Conducta del Cabildo de Santiago.
Aspirando el Cabildo a los fines y planes que la mayor parte de sus miembros tenían ocultamente tramados, buscaba cada día mayores apoyos y nuevos aliados que sostuvieran sus ideas, y a pocos días solicitó del Gobierno facultades para agregar a su cuerpo doce vecinos principales con título de regidores suplentes, alegando que en los apuros actuales y peligros en que se hallaba el reino, era precisa esta providencia.

Conseguida la pretensión era increíble la aplicación y actividad con que celebraba sus juntas tomando tal empeño y acaloramiento que manifestaba bien a las claras el resultado y novedades que luego veremos.

13. Advertencias de trastornos y revoluciones.
Volvamos ahora la atención al Gobierno que apurado y confuso cada día se hallaba más amenazado y rodeado de peligros recibiendo avisos domésticos y extraños que le advertían el trastorno y revolución que en esta capital se estaba disponiendo.

El señor Virrey de Buenos Aires le escribe dándole noticia de los partidos y sediciosas ideas que aquí se maquinaban.

El del Perú advierte de iguales ideas que de esta capital le habían comunicado.

El mismo señor Presidente conoce la verdad de estos denuncios; pero se halla solo, odiado y sin tener quién lo apoye, desconfiando de los sujetos que pudieran darle luces y ayudarle, especialmente de la Real Audiencia, con la que nada quiere comunicar por la repugnancia y oposición a dicho Tribunal y a todos sus individuos procedente de las controversias anteriores y actuales.

Don Luis Onís, Embajador de España en los Estados Unidos de América, comunica a este Gobierno la multitud de emisarios que el intruso José Bonaparte tiene destinados para sublevar todas y cada una de las posesiones americanas, siendo el punto céntrico de reunión y depósito de todos los malvados satélites, la capital de Filadelfia, de donde debían esparcirse como ministros infernales a sus respectivos destinos a contaminar y corromper con errores, intrigas y engaños el orden, la paz y subordinación de todos sus infelices habitantes.

El celo y vigilancia que tanto honor hacen al señor Onís no pueden explicarse
mejor que insertando a la letra sus repetidos Avisos, como podrán leerse más adelante.
El marqués de Casa Irujo desde el Brasil y la señora Infanta de España y Princesa del Brasil, doña Carlota Joaquina de Borbón, conociendo el peligro en que se hallaba este reino, despachan un correo de gabinete con instrucciones y noticias concernientes al desengaño de los alucinados y consolatorias para los fieles y constantes. Los revolucionarios de esta capital, que ya tenían más que concebido y en embrión el inicuo proyecto de sacudir el yugo de la subordinación al Gobierno y del Rey, noticiosos de estos repetidos avisos y con temor de ser descubiertos y sorprendidos, interpretaban estas precauciones siniestramente, divulgando y persuadiendo al público que el gobernador trataba con la Princesa del Brasil el modo de entregar a Portugal este Reino, suponiendo y asegurando la pérdida de la España, en cuyo caso decían no quedaba otro heredero de la corona.

Con este motivo aparente y por hacer más sospechoso y aborrecido al gobernador, procuraban aumentar su partido y acelerar los momentos de un rompimiento declarado, incitando al pueblo con pasquines insolentes en que trataban de traidor al jefe que disponía vender el reino a una potencia extranjera, a cuyo fin estaba mancomunado con su secretario don Judas Tadeo Reyes, el provisor don José Santiago Rodríguez y otros muchos sujetos de carácter y representación, a quienes por conocer eran fieles y constantes vasallos del Rey y como tales opuestos y enemigos declarados de los perversos designios que disponían ejecutar, los difamaban y procuraban hacer aborrecibles llamándolos Carlotinos. Pero para demostrar con evidencia la falsedad de tales calumnias, basta manifestar sencillamente toda la correspondencia que el mencionado correo condujo del Brasil y las contestaciones que de aquí se dieron, que sin ocultar una letra, son las siguientes:

14. La Real Orden de 23 de octubre de 1808 sobre subrogación en  el mando de la Capitanía.
A principios de 1808, falleció en esta ciudad el señor Presidente y Capitán General, don Luis Muñoz de Guzmán, quien por espacio de seis años gobernó este reino con la prudencia, política, desinterés y sabiduría, que tanto honor dieron a su persona y harán siempre grata su memoria. La subrogación de este empleo debía recaer en el militar de más alta graduación que actualmente se hallase empleado y existente en el reino, según novísima Real Orden fecha en Aranjuez a 23 de octubre de 1806; y siendo esta la primera vez que ocurría poner en práctica la referida ley, que privaba a la Real Audiencia del Gobierno interino, suscitó este Tribunal algunas gestiones que dificultaban la pronta ocupación de la Presidencia.

Hallábanse a la sazón en el Reino tres brigadieres, a saber: en Concepción, el señor don Francisco Antonio García Carrasco, del Real Cuerpo de Ingenieros; el señor don Luis de Alava, de artillería; y en esta capital, el señor Conde de la Conquista don Mateo Toro. El primero, sin duda, el llamado al mando interinamente por ministerio de la citada ley, por la antiguedad de sus despachos, en cuya virtud después de consultar este oficial el Consejo de Guerra, residente en Concepción, dirigió un escrito a esta Real Audiencia alegando los derechos que le competían a la sucesión del mando, y aunque intervinieron algunas contestaciones y dificultades, todas se conciliaron brevemente, y el día 22 de abril de 1808, fue recibido el señor Carrasco en esta capital y se posesionó del gobierno con todas las solemnidades y formalidades de estilo.

Un agregado de raros accidentes elevaron al señor don Francisco Antonio García Carrasco a la primera silla de este reino; en la que no fue recibido con disgusto de sus habitantes, siendo manía general de casi todos los hombres, prometerse mejor fortuna en la mudanza de superiores. En efecto, el ilustre Cabildo de esta capital, queriendo dar al nuevo jefe un testimonio nada equívoco de su estimación y aprecio, acordó suplicar al Soberano, le confiriese la continuación y propiedad del gobierno, a cuyo fin extendió y dirigió un expresivo y reverente escrito en forma de súplica, en que después de elogiar y recomendar las virtudes y talentos que caracterizaban al señor Carrasco, como sujeto el más a propósito para gobernar con acierto y felicidad el reino, piden a su Majestad se digne librarle el título y despachos de propietario. La noticia de este suceso que la iniquidad de los tiempos ocultó al público, es importante y notable para lo sucesivo; y nos consta de su certidumbre, aunque en los acuerdos del Cabildo no quedó auténtico; por testimonio de los dos alcaldes capitulares que lo presenciaron y actuaron, y por confesión del caracterizado y verídico sujeto que lo escribió y dirigió a su Majestad.

No criticamos por ahora la intención y fines que pudieron ocultarse en este procedimiento del Cabildo; pero la conducta posterior y sucesiva de este respetable cuerpo nos desengañará de la inconstancia, liviandad, y perfidia de los hombres que no caminan por la senda recta de la sinceridad y verdad.

Desde el primer punto en que el señor Carrasco se vio llamado por la ley a la sucesión del mando, se halló en la necesidad de buscar un facultativo en leyes, que esclareciese sus derechos contra la Real Audiencia, que pretendía obscurecerlos, y dirigiese sus primeros pasos y gestiones que no eran de menos importancia que del Gobierno superior de todo el reino.

15. Martínez de Rozas deposita semillas de cizaña.
Residía en la actualidad en aquella ciudad de Concepción, como particular vecino, el doctor don Juan Martínez de Rozas, que por muchos años había obtenido y ejercido el empleo de asesor de aquella Intendencia y también de la Capitanía General del Reino, durante los dos gobiernos de los señores Avilés y Pino, sujeto que por estas circunstancias le pareció a propósito para su director, como en efecto después de una repugnancia aparente de parte de Martínez de Rozas, se entregó enteramente a su dirección y lo condujo en su compañía a esta capital.

Este particular consejero halló, desde luego, campo desocupado y dispuesto en que depositar las semillas de cizaña que tenía prevenidas y dispuestas muy de antemano para sembrarlas en todo el reino, y conducirlo cuanto antes a su ruina; y para este fin informó y previno al jefe con las siniestras ideas de que era preciso reformar la administración del Gobierno y tomar unas prontas y ruidosas providencias que no podían tener otro resultado que el disgusto general del público y la desconfianza mutua entre los súbditos y la superioridad, como veremos a su tiempo, pues ahora nos llama el orden de la narración a manifestar el aspecto político que en esta época presentaba el reino.

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Notas

[1]

El párrafo anterior fue insertado por Guillermo Feliú Cruz y se encuentra en el manuscrito que perteneció a Diego Barros Arana. Volver