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Diarios, Memorias y Relatos Testimoniales
Capítulo IV. Los Comienzos de la Revolución. 1810
Texto

1. Arbitrio del Cabildo para Adquirir Representación y Autoridad.
Casi disuelto y atenuado dejamos a este cuerpo en el año anterior por la providencia que dijimos del Gobierno; pero cavilando los novadores en adelantar sus ideas, no hallaban instrumento más a propósito para adelantarlas, que esta  corporación, instruidos por la correspondencia  y principios observados en Buenos Aires, que de antemano tomaron por modelo, caminando acordes y conformes  con aquellos revolucionarios.

Se hallaban vacantes tres varas de regidor en este año, y en 27 del mismo noviembre fueron compradas y ocupadas por tres sujetos de la principal nobleza y conexión de este reino: el Conde de Quinta Alegre, el mayorazgo de Cerda, y don Agustín Eyzaguirre, hombres ricos y poseedores de grandes haciendas, que en los tiempos pasados miraban estos empleos como degradantes de su carácter e incompatibles con la administración de sus muchas posesiones.

A los pocos días, que fueron los primeros del año de diez, se celebraron las elecciones de alcaldes y procurador, y para perfeccionar el plan que tenían combinado, recayeron éstas en otros tres sujetos de la misma clase y circunstancias que los enunciados, con cuya diligencia volvió el Cabildo a tomar el tono y energía que necesitaba para llevar al fin su meditada revolución.

Esto no obstante, existían en este cuerpo dos partidos, aunque  muy desiguales; el uno se componía de cuatro capitulares antiguos, de buenos y fieles sentimientos, y el otro nuevo y numeroso, que por precisión prevalecía en todas las decisiones en términos de humillar y mortificar a los pocos buenos hasta conseguir con éstos, o comprometerlos y atraerlos, como lo verificaron con uno, o atemorizarlos y excluirlos  del despacho y concurrencias, como  sucedió generalmente con los otros.

Era el antesignado y director del plan, don Francisco Pérez García, abogado hábil y de crédito, rodeado de conexiones con  muchas y principales familias de esta ciudad, y especialmente con la numerosa y temible de Larraín, que abraza una gran parte del vecindario, y abunda de sujetos tanto eclesiásticos como seculares, todos cortados a una medida, y los más a propósito para la obra que  sin intermisión estaban maquinando sin descuidarse en estrechar los lazos de amistad y unión de ideas con el doctor Martínez de Rozas, centro universal de todo revolucionario.

Poco menos activo y proyectista era, el nuevo procurador, abogado también, don Juan Antonio de Ovalle, aunque sin ejercicio en la Facultad por ser hombre rico, anciano y orgulloso, grandemente pagado de su sabiduría y estadística; pero que ahora, adulado y aplaudido por los cabildantes, desplegaba sus raras y extraordinarias ideas, a mi parecer inocente y engañado de fin a donde lo conducían la malicia y seducción de los facciosos, pues en efecto he conocido y tratado íntimamente a este sujeto y reconozco su carácter y candor natural, ajeno de la conducta y malicia de los otros.

El nuevo alcalde don Agustín Eyzaguirre, entroncado también y apoyado de su noble y extendida familia, se prestaba con la actividad y valor de un Marcelo para ejecutar y llevar a debido efecto cuanto su senado decretaba, ya que por su mediana instrucción no podía aspirar a formar la nueva legislación; pudiéndose decir de los restantes que no hacían más que pronunciar el amén a los predichos y completar la caterva del Cabildo.

Todas estas novedades eran notadas con admiración de los advertidos, y mucho más del Gobierno que nada ignoraba, noticioso al mismo tiempo de las reuniones y conventículos que a deshora y con frecuencia se juntaban en las casas del Conde de Quinta Alegre cerca y extramuros de la ciudad, y otras veces en las del Alcalde Eyzaguirre y de los Larraínes.

Para investigar y tener noticias de las materias que se agitaban con tanto ahínco en las repetidas sesiones del Cabildo, intentó el Gobernador dar la presidencia de este cuerpo a su interino Asesor el Doctor Campos, según la había obtenido el propietario don Pedro Valdés; pero fue resistido con tal tenacidad, como se puede ver en el expediente y repetidas protestas que produjo esta ruidosa contienda, la que  introdujo para siempre una declarada discordia  y enajenamiento entre el Cabildo y el jefe, después de haber sido causa de la disensión y desunión con la Real Audiencia, la privación del antecesor de Campos.

No es objeto de mi narración la justicia o iniquidad de estas competencias y sólo las refiero, por el aspecto importuno e impolítico de su versación en unos tiempos que necesitaba el Gobierno identificar su autoridad y darle fuerza con la unión de todos los tribunales subalternos, para oponerse a las nuevas ideas de los revolucionarios que de todo esto sacaban muchas ventajas haciendo aborrecible al Presidente y tratando abiertamente de su deposición, como primer paso necesario al verificativo de su meditado trastorno.

Desde este período ya dirigieron todas las máquinas y resortes  del Cabildo al descrédito y abatimiento  del Gobernador y cuantas providencias emanaban de está autoridad, eran combatidas como de un enemigo declarado.

2. Discordia del Gobierno con la Real Audiencia.
Desde el principio de su gobierno determinó el señor Carrasco, como medida necesaria, la remoción del antiguo y propietario Asesor don Pedro Díaz Valdés, por inepto para el despacho, según informes del doctor Martínez de Rozas, introduciendo por sustituto en su lugar al Doctor Campos que era de la aceptación y aprobación de Martínez de Rozas.

Tomóse con empeño la disputa de que se originó un expediente tan reñido como lo demuestran los muchos escritos y acrimonia que en todos ellos se vierte.

Apeló Díaz Valdés a la protección de la Real Audiencia, y declarado este tribunal en su defensa empezaron las competencias con ardimiento.

El Gobernador alega que la providencia es pura gubernativa y económica, y como tal privativa de su autoridad, y ajena de la jurisdicción del tribunal. Este defiende con firmeza que debe dispensar su protección a la causa, fundándose en leyes y razones que allí expone.

El estilo y expresiones con que ambas partes litigaban, apenas puede ser más iracundo y exaltado, vertiendo y connotando personalidades y amenazas insultantes, según se puede inferir de las últimas cláusulas del escrito contestado con fecha 4 de abril de 1810, que son las siguientes:

"Tenga, pues V. S. la mano, y absténgase en lo sucesivo de soltar los diques a la distancia que me profesa, y no dar lugar a que salga de ellos la moderación que por ahora me sujeta para no usar de las facultades que las leyes me franquean".

Estos son los términos con que el Presidente explica hasta qué punto llegaba su ira con el tribunal de quien era cabeza.

3. Decreto de Privación del Asesor Valdés.
Por último, con decreto de 9 de abril de 1810, suspendió del empleo al dicho asesor  general. Así tuvo fin la disputa  de  papeles recurriendo todos a la Corte, pero no lo tuvo la discordia, aversión y desconfianza, con indecible perjuicio de la causa pública del Estado que pedía y necesitaba una acorde y eficaz cooperación en todos los depositarios de la autoridad, en la que consiste la fuerza para oponerse a los infinitos enemigos de que por todas partes está rodeado el Gobierno.

Los romanos legisladores conocieron bien los daños que resultan de la discordia entre los magistrados, y así no podían obtener empleo o judicatura, aquellos sujetos que aunque fuesen hábiles y beneméritos, por otra parte eran rivales o tenían motivos de enemistad, la que debían deponer si querían ser colocados en concurso y sociedad de sus opositores y enemigos.

Muchos Estados se pierden por inobservancia de estas, máximas y ojalá no fuera tan frecuente esta experiencia.

Celébranse interiormente como triunfos los yerros del enemigo y se miran con complacencias sus desaciertos, teniéndolos como comprobantes calificados de la justicia con que se detestan; y todo cede en perjuicio del bien público, que debe ser el principal objeto y móvil de todos los empleados en la administración del Estado.

4. Discordias del Gobierno con el Cabildo Eclesiástico.
El cabildo eclesiástico, por otra parte, estando en sede vacante, se hallaba dividido en parcialidades escandalosas, y siéndole  preciso al vice‑patrono sostener  al  vicario capitular, incurrió en las mismas desavenencias y desafecto de que resultó una discordia general y una persecución absoluta, reduciéndose todo a recursos a la corte y a esperanzas de mudar de Gobierno, pues a nadie podía darse gusto por un jefe odiado y desamparado.

5. Indicios Manifiestos de Próxima Revolución.
Cuéntase de la indiscreción de un piloto que avisado simultáneamente de la quiebra de un mastelero, y de un incendio peligroso, se aplicó con preferencia al remedio del primero, dando tiempo al segundo que consumió toda la nave.

A esta semejanza procedía nuestro Gobierno, ocupándose con el mayor afán en impertinentes contiendas, al tiempo que estuvo ardiendo la casa y propagándose el fuego por todas partes. Desde la distancia de Buenos Aires fue avisado el jefe que en esta ciudad existían partidos sediciosos que maquinaban contra el Gobierno según consta de la contestación al señor Cisneros, virrey de aquellas provincias.

6. Inconsciencia.
Miserable suerte de los que gobiernan sin talento propio, entregados al dictamen ajeno, pues regularmente les sucede lo que explica aquel antiguo axioma: damna domus nostre vicinis camentibus ignoramus.

No había cosa más vulgarizada y pública que lo que avisa el señor Cisneros y los mismos sujetos que lo comunicaron al señor virrey de Buenos Aires, se lo habían participado con más individualidad verbalmente al señor García Carrasco, pero despreciados y expuestos al odio y venganza de los culpados por la falta de sigilo, arbitraron éstos medios que les parecían más proporcionados aunque ni de este modo evitaron el peligro de ser descubiertos y perseguidos.

7. El Autor Instruye al Jefe con Datos Positivos.
El escritor por falta de conocimiento con, el jefe se valió de un sujeto íntimo confidente de ambos y les instruyó con datos positivos e individuales de todo el plan revolucionario, quiénes eran los autores, en dónde se tenían las juntas, los que tenían la correspondencia con los novadores de Buenos Aires, el modo, el tiempo, los medios de que se valían, los remedios que se podían aplicar con infinitas reflexiones sobre el inminente y próximo trastorno.

Todo se lo relacionó el sujeto en muchas ocasiones y discursos, pero la respuesta que el interlocutor me daba se reducía a desesperación de remedio; y no hallaba sujeto, que apenas se separaba del jefe comunicaba éste aquellas especies con otros que los disuadían y engañaban con mil sofisterías, y por último que estaba en tal incredulidad e irresolución que nada creía llegando al extremo de repetir muchas veces que no tenía de quién fiarse y que aún de sí mismo desconfiaba.

Conociendo el mal irremediable después de practicar cuantos arbitrios estaban a mi alcance, tomé el partido que juzgué más prudente, ausentándome y ocultándome en un asilo de campaña, distante treinta leguas de esta capital, dejando antes  avisados y prevenidos del daño próximo  a  los partidarios de ambos sistemas, antiguo y nuevo, o por mejor decir, bueno y malo.

Pero, ¿cómo podía yo ignorar el cierto estado de las cosas teniendo íntima confianza y comunicación con dos individuos principales autores de la revolución, que no me ocultaban paso ni palabra de sus proyectos? El uno lo hacía por vía de consulta y el otro por atraerme, confiados en mi sigilo, me hacía sabedor de todo, cuya comunicación conservaba por tener ocasión de combatir y desvanecer sus errores, poniéndoles a la vista los precisos y ciertos resultados de anarquía y ruina inevitables a pesar de todas las precauciones y seguridades que me decían entrar en sus planes, que ellos afirmaban ser arreglados a la razón, a las leyes y a las demás circunstancias del lugar y del tiempo.

Les proponía innumerables ejemplos de la Historia Antigua y Moderna en confirmación de mis asertos; les hacía presente que el proyecto era un precipicio del que no se podía librar retrocediendo después de haber dado los primeros pasos, porque el movimiento violento no admite moderación, según ellos pensaban darla con sus insuficientes medidas; en fin, más de seis meses se pasaron en estas reñidas controversias, hasta que viendo la proximidad del peligro, lo evité con la retirada tan a tiempo que el mismo día que llegué a mi desierto, se verificó el primer movimiento popular de esta capital.

A consecuencia del recibido aviso de Buenos Aires, le dirigió el Gobernador a la Real Audiencia con el oficio siguiente:

8. Comunica al Virrey de Lima la Situación del Reino.
Con igual fecha da parte el jefe al señor Abascal, Virrey de Lima, y al mismo tiempo le impone de sus angustias y falta de medios para ocurrir a los males que amenazan sobrevenir, buscando apoyo y consejo en la prudencia y poder de S. E.; pero el daño es doméstico, está dentro de casa intus est hostis, y así el remedio.

9. Sumaria al Procurador de Ciudad Juan Antonio Ovalle.
Excitados los cuidados del Gobierno por tantos avisos, se empleó alguna más diligencia en averiguar de dónde se originaban estos rumores; y notando que algunos sujetos se explicaban con más libertad y altanería que la ordinaria, se les espiaron sus procederes, de que resultó la formación de una sumaria al Procurador de ciudad don Juan Antonio Ovalle, de quien declararon algunos testigos.

10. Avisos y Noticias Fatales de la Península.
En estos días nos tenían sumamente contristados y temerosos los repetidos avisos y noticias fatales de la Península.

Los franceses habían vencido y penetrado los pasos de Sierra Morena, inundando las Andalucías como un impetuoso torrente que todo lo arrastra y lo confunde.

La Junta Central residente en Sevilla, fugitiva y disuelta, perseguidos  sus  miembros y atropellados, caminaba  a refugiarse del último asilo que en España quedaba.

Nuestros sorprendidos y dispersos ejércitos poseídos del pavor y del desorden se retiraban a diferentes puntos; todo anunciaba el total exterminio, y la última ruina de la nación.

De la América sabíamos que el fuego de la sedición estaba ardiendo en muchas partes: Caracas, México, Quito, La Paz y otras provincias se hallaban revolucionadas; en fin, faltaba el ánimo y el consejo a vista de tantos males; y lo que más contristaba era ver el gusto, la gratulación y alegría con que  los  innumerables descontentos de nuestro Gobierno celebraban y aplaudían el triste y miserable estado de la España, como la `ocasión más oportuna a sus depravados fines y  deseos.  El semblante de cada individuo manifestaba claramente la rectitud o malicia de su corazón, sin dejar duda al menos advertido en el juicio acertado que debía formar.

Los buenos y leales vasallos, amantes de la nación, del rey, del orden, de la humanidad y de su honor, macilentos, tristes, pensativos, sin hallar gusto ni consuelo alguno, no nos atrevíamos a levantar los ojos ni podíamos contener los suspiros y aun las lágrimas.

El infinito número de los necios y malvados, por el contrario, respiraba un aire o aspecto  insultante  y

placentero, deleitándose en los males de sus semejantes y aumentando el dolor al afligido, preguntaban con desprecio y ultraje ¿dónde está la gran monarquía de España y el rey de ella y de las Indias? Heccine et urbis perfecti decoris, gaudium universe terrae. Así se burlaban nuestros enemigos y se complacían en nuestras desgracias haciéndonos beber el cáliz de amargura hasta las heces.

11. Prisión de los Tres Reos Ovalle, Rojas y Vera. 25 de Mayo de 1810.
En estos días, velando el Gobierno (aunque tarde), sobre la conducta de los que le parecían más sospechosos y temibles formó una sumaria al Procurador de ciudad, abogado don Juan Antonio Ovalle, al de la misma profesión don Bernardo Vera, y al mayorazgo don José Antonio Rojas, sujetos todos tres, de bastantes luces, poder e influjo en esta capital, y con acuerdo de la Real Audiencia fueron sorprendidos y arrestados el 25 de mayo por la noche.

Conducidos de allí a pocas horas al puerto de Valparaíso; se depositaron en la fragata Astrea de S. M., hasta que de orden del Gobierno fue el señor Oidor Basso y Berri a recibirles  las  declaraciones,  lo  que efectuado  se desembarcaron y quedaron comunicados entre si y con el pueblo, en casas particulares del puerto.

Indecible es el sentimiento y alboroto que causó en esta ciudad el suceso.

Reclamó el cabildo la inoportunidad, según decía, de este procedimiento del Gobernador, y no resonaban otra cosa las conversaciones y tertulias que el despotismo, tiranía, atropellamiento del jefe.

No sufría ya el estado de las cosas un procedimiento de esta naturaleza, y el Gobierno no tenía conocimiento de sí, del pueblo, ni del tiempo de todo el Estado.

El  Gobierno  desautorizado, sin apoyos en  las  demás autoridades, destituido de fuerzas, aborrecido y rodeado de enemigos, que no debía prometerse ni esperar otro resultado que la aceleración de su ruina y la de todo el reino.

En la misma fecha dirige al Gobernador de Valparaíso el oficio siguiente:

Pasados  cuatro  días, dio el Presidente  otro  oficio participando al cabildo la prisión de su procurador y

exhortándole procediese a elegir otro sujeto de probidad, que ocupase dicho empleo en cuya diligencia no se descuidó el Ayuntamiento, nombrando al doctor Argomedo, hombre inquieto y de calidades las más a propósito para vengar el desaire de su antecesor, y llevar adelante aún con más empeño los designios subversivos premeditados. También acompañó otro el mismo día comunicándole los avisos del señor Cisneros, Virrey de Buenos Aires disimulando sin duda su desconfianza.

12. Deposición del Virrey de Buenos Aires y Creación de un Gobierno. 25 de Mayo de 1810.
Por tener tanta conexión y aun identidad los sucesos de Buenos Aires con los de este reino, es preciso colocarlos, en este lugar, sin que se tenga por digresión importuna la narración sucinta de tales hechos, por el influjo activo y poderoso con que obraban en los ánimos de estos revolucionarios que convenidos y acordes en las mismas ideas, seguían enteramente sus pisadas. No puede dar más cierta y clara idea de este suceso que la que manifiesta el expediente original instruido por este Gobierno sobre la materia, que es el siguiente:

A mitad de junio, se supo en Santiago que el vecindario de Buenos Aires había depuesto al Virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros y en su lugar constituido una Junta Gubernativa. La gravedad del suceso no se ocultó al jefe y al Real Acuerdo, el que se reunió y levantó el acta que sigue:

El jefe consultó al Cabildo y este manifestó lo siguiente:

El Cabildo decía al jefe lo que sigue:

Interín se discurría en todos los tribunales la respuesta conveniente a la nueva Junta del Río de la Plata, no cesaban nuestros novadores de adelantar su deseado proyecto, apurando todos sus discursos y medidas que debían ser niveladas y regladas con aquel modelo, y viendo ya practicado y ejecutado el plan con tan buen suceso, no les restaba más, que la puntual imitación.

En efecto, estas eran las instrucciones y consejos que en las correspondiencias frecuentes y privadas recibían estos ecos de la imperiosa voz del doctor Casteli, con quien conservaba íntima amistad y comunicación el héroe idolatrado de los insurgentes chilenos, doctor Martínez de Rozas y otro abogado, órgano por donde el que escribe era sabedor de esta correspondencia.

Los primeros pasos del proyecto estaban ya llanos y expeditos y consistían en dividir y aun destruir la unión de las autoridades representativas del soberano y sembrar la discordia y desconfianza entre sí mismo, y con el pueblo.

No podía darse más bien establecida y ejecutada esta medida, pues el Gobierno, la Real Audiencia, y los cabildos eclesiásticos y secular, se hallaban extremadamente discordes sosteniendo cada uno sus querellas y recursos con el mayor empeño y encono publicando las injusticias del Presidente y aumentando el partido de descontento con infinidad de familias y parciales, que era muy fácil y natural adquirir por las muchas relaciones que todos estos cuerpos obtenían en esta capital y en todo el reino siendo casi todos sus individuos patricios y complicados con innumerables enlaces.

Sólo restaba por entonces remover al Gobernador de su empleo, para lo cual tenían lo más adelantado con el descontento, y aún mejor se puede llamar odio que le profesaban; y desde luego empezaron a dirigir a este punto todas sus ocultas y manifiestas máquinas, a que añadieron de nuevo la prisión y destierro de los tres principales vecinos, según dejamos apuntado.

Divulgaban descaradamente que el jefe era inepto; que el Gobierno actual era insuficiente para moderar el Estado en las extraordinarias circunstancias del día; que el reino se hallaba sumamente expuesto a ser presa de cualquier enemigo que lo invadiera; y muchas provincias americanas nos daban ejemplo y advertencia con los nuevos gobiernos que establecían; que la España había adoptado el método de Juntas en todas sus provincias como el más análogo al estado actual; y que la de Cádiz exhortaba a los pueblos americanos a que se gobernase de este modo; que los gobernadores de estos distritos eran hechuras de Godoy y de los mandones que en la Península habían sido traidores al rey y a la nación y que, sin duda, seguirían esos sus pasos; que por estos motivos debían ser despojados todos los europeos como sospechosos de infidelidad; por último, que impedido el rey y ausente en su cautiverio, residía en los pueblos la suprema autoridad y que la voluntad de éste debía ser consultada y seguida. Siendo sin duda general en todos los puntos de América este estado de agitación y peligros, no faltaban verdaderos y celosos españoles que se esforzaban a impedir las malas resultas de tan desgraciados tiempos, y entre ellos se distinguió con mucho honor el Marqués de Casa Irujo, Embajador de España en el Brasil, el cual dando explaye a los impulsos de su celo, dirigió en esta ocasión a este Gobierno la proclama del tenor siguiente:

Publicado y esparcido el anterior escrito, parece que debía calmar en gran parte la inquietud de estos habitantes, y minorar o retardar sus intentos; pero el caso es que los brutos habían ya mordido el freno fuertemente y no era fácil contenerlos en principada carrera con los medios ordinarios del arte.

Era ya preciso permitirles desfogar su cólera y aplicar los extraordinarios remedios de la fuerza y el castigo. Para esto último, no se hallaba vigor y fortaleza en el Gobierno que desamparado de todos y sólo entregado al consejo y dirección ‑-por estos días se ausentó Martínez de Rozas a Concepción-‑ de dos o tres empleados de mediana autoridad y aceptación se veía precisado a sostener con tan débiles

arbitrios el timón de la nave combatida por todas partes del furioso choque de tan desecha tormenta.

A esto debe agregarse que los comandantes de las pocas tropas que guarnecían esta capital estaban contaminados y acordes con los sediciosos (exceptuado el de artillería, a quien no pudiendo éstos atraer a su partido por entonces, lo supieron engañar) que para el efecto es lo mismo, todo lo ignoraba el jefe y los que lo rodeaban, o por lo menos aparentaban ignorarlo, según deducíamos de la serie y método de sus operaciones y providencias que demostraban  al  público bastante confianza y seguridad, fundadas, sin duda, en el apoyo y último recurso de las armas.

Este es el crítico y delicado estado de Chile en los días que llegaron a manos del capitán general los avisos de nuestro Embajador en Filadelfia, el señor don Luis Onis, quien como centinela avanzada, o por mejor decir, Argos que veía los infinitos enemigos y peligros que en aquel punto de reunión se disponían y preparaban para arruinar y pervertir todas las colonias españolas de este nuevo continente, prevenía con repetidos clamores los planes de nuestros enemigos, exhortando a los Gobiernos a la vigilancia y cuidado sobre sus respectivos distritos. Ninguna explicación puede dar igual idea que la lectura de los mismos documentos que copiados fielmente de su original, son a la letra como siguen:

13. Vacilaciones del Presidente García Carrasco. El Proceso Contra Rojas, Ovalle y Vera.
El conocimiento claro de los manifiestos peligros que tan de cerca amenazaban, debía producir naturalmente un sumo cuidado y vigilancia en el Gobierno, y para este fin eran comunicados los Avisos, pero cuando la enfermedad es mortal todas las medicinas se convierten en veneno.

El Presidente, confuso y falto de consejo, ocultó dichos papeles, y sólo los manifestó a dos sujetos de carácter muy en secreto, pidiéndoles le dijeren, cómo debía proceder o qué rumbo debía tomar.

Estos aconsejaron que debía consultarlos a la Real Audiencia y seguir su parecer como paso regular y conforme a lo que previenen las leyes; pero enojado respondió que no tenía confianza en el Tribunal, porque todos sus individuos eran enemigos suyos, considerando por inútil esta diligencia.

Así quedaban frustrados los medios y remedios más oportunos por falta de talento y energía en un tiempo en que todavía se podían precaver, o, por lo menos, minorar los males inminentes con una sabia y prudente política, según parecía a muchos hombres de buen juicio que observaban con dolor la arriesgada y vacilante conducta del Gobierno.

Este ocupado en esclarecer los delitos de los tres reos que dijimos quedaban en Valparaíso, determinó con acuerdo de la Real Audiencia remitirlos a Lima, pareciéndole que este hecho infundiría temor en otros, y conociendo riesgo en ejecutarlo con publicidad, comisionó ocultamente a un oficial para la ejecución de sus disposiciones.

Los interesados en impedir las providencias del jefe, que eran los innumerables revolucionarios, presentaron varios recursos ofreciéndose garantes de la justicia  que  se intentara con los reos saliendo fiadores y responsables de la quietud y fidelidad del reino, y por último pidiendo que se les  diese  defensa y se les juzgare y aplicare  las correspondientes dentro del reino, para evitar la divulgación e infamia que podía resultar a tan ilustres familias, todo lo cual deseaba evitar el cabildo a nombre de la ciudad, ofreciendo en rehenes de seguridad todas sus facultades.

No teniendo el señor Carrasco suficiente valor y constancia para resistir las repetidas súplicas del cabildo y de los principales vecinos en que veía declarada la voluntad de todo el pueblo y perseverando interiormente en el ánimo de castigarlos, resolvió el procedimiento que hemos indicado, temiendo que si se publicaban sus intentos serían impedidos por la fuerza, pero no reflexionaba que se exponía a peores resultas ejecutando ocultamente su determinación, como era consiguiente y natural.

A esto se agregan las promesas y esperanzas que a los suplicantes e interesados había ofrecido el jefe, diciéndoles que no tuviesen cuidado y que dentro, de pocos días serían restituidos a sus casas, libres los reos y ratificándolo bajo su palabra los llegó a persuadir y engañar con estas falsedades.

El día 10 de julio de 1810, estando pronta a darse a la vela para Lima la corbeta comerciante Miantinomo, presentó el oficial comisionado para el embarque de los reos, las órdenes reservadas que traía del Gobierno al Gobernador del puerto de Valparaíso, pidiendo que en vista de ellas se le entregasen dichos sujetos para conducirlos a bordo y recomendarlos al capitán del buque, cumpliendo con las instrucciones y mandatos que traía.

Ocurrió el embarazo de hallarse enfermo el doctor Vera, uno de los tres sindicados, y comprobada su enfermedad con certificación de médico, se procedió al embarque de los dos restantes, don Juan Antonio Ovalle y don José Antonio Rojas, los cuales interín se disponía su equipaje escribieron y despacharon cada uno por su parte un propio a esta ciudad, participando brevemente su viaje y expatriación.

A las seis de la mañana del día siguiente llegaron los dos propios a esta capital; y extendiéndose rápidamente la noticia de un procedimiento tan inesperado como sensible, sorprendidos y resentidos los ánimos, empiezan a reunirse en varios puntos y corrillos, en los que se ventila y trata de tomar satisfacción de los engaños y ultrajes que el jefe acaba de inferir a toda la ciudad.

14. Cabildo Abierto.
Con este ánimo y acaloramiento piden a los individuos del ayuntamiento que se junte, el cabildo en su sala capitular, y organizado este cuerpo, a las nueve de la mañana, se presentaron en él más de trescientos vecinos de lo principal de la ciudad, suplicando se les conceda un cabildo abierto.

Concedido éste, empezaron a proponer los sentimientos y quejas que todo el vecindario manifestaba por el extraño y falaz proceder del jefe y que para poner remedio a tales atropellamientos, al mismo tiempo que para cerciorarse de los motivos o causas que pudo tener, era necesario dirigirle una diputación en nombre del cabildo y del pueblo reunido para que se personase en la sala capitular en donde inmediatamente todos lo esperaban.

En efecto, fueron diputados el Alcalde de primer voto don Agustín Eyzaguirre y el Procurador de ciudad don José Gregorio Argomedo, quienes después de referir al jefe todo lo sucedido, le expusieron la solicitud del cabildo y el fin de su comisión.

Con desprecio y poco miramiento contestó el Presidente a los diputados, diciéndoles que se retirasen, y que intimado el pueblo de su parte, hiciesen lo mismo, retirándose todos y cada uno a sus respectivas casas.

Regresaron los comisionados al cabildo y expuesta a presencia de todos la repulsa del Gobernador, irritados con el nuevo desaire, se encaminaron todos precedidos del cabildo a la sala de la Real Audiencia, y entrando casi tumultuariamente, levantaron una confusa gritería que no costó poco trabajo para silenciarla.

Conseguido un breve intervalo de sosiego, tomaron la voz los dos alcaldes, y haciendo una sucinta relación de todo lo sucedido y de los motivos que había reunido al pueblo, concluyeron instando a nombre de todo el cabildo y vecindario, que se obligase a comparecer al jefe,  para que después de oir los cargos y querellas de todos, diese la debida satisfacción.

El Real Acuerdo conoció la necesidad de condescender a esta súplica y comisionó en el instante al señor Oidor don Manuel de Irigoyen, para que acompañado con el escribano de cámara, hicieran presente al Gobernador la decidida voluntad del pueblo.

Acompañados del Presidente volvieron luego los comisionados al Real Acuerdo, a cuya vista excitado de nuevo el confuso clamor del pueblo, cuyo número se aumentaba por instantes, daba a conocer el general resentimiento con próximo peligro de mayores demostraciones, hasta que dando un corto intervalo de tiempo, pudo ser atendido el procurador Argomedo, que a nombre del cabildo y del pueblo empezó a perorar, dando principio por los impropios y falaces procedimientos con que había engañado y desairado al cabildo y a todo el pueblo a quien éste representaba, faltando a las promesas que a todos había hecho en orden a la causa de los nobles vecinos que inicuamente había desterrado; que por éste y otros muchos sucesos de su mal gobierno, era sumo el descontento en todo el reino; y, por último, que la decidida y resuelta voluntad de todos era, que inmediatamente decretase la restitución y libertad de dichos compatriotas, y en caso de haber marchado la embarcación, se dirigiese oficio al señor Virrey de Lima, para que al punto los reembarcase y restituyese a este reino, cuyos oficios y despachos los debía extender allí a presencia y satisfacción del pueblo y entregárselos en propia mano, bajo la protesta de que nadie desampararía la sala antes del verificativo de sus propuestas.

Luego prosiguió el procurador pidiendo a nombre del pueblo la deposición y privación de empleos del Secretario de Gobierno don Judas Tadeo Reyes, del Asesor interino don Juan José del Campo, del Escribano sustituto de Cámara doctor don Juan Francisco Meneses, a cuyos consejos atribuían el mal proceder del Gobierno.

Para resolver con algún sosiego y reflexión lo conveniente en tan críticas circunstancias, se retiró el Real Acuerdo con el Presidente a una pieza interior de la Audiencia, y consultando allí los medios de seguridad en los peligros de que se hallaban rodeados, se acordó condescender con todo lo pedido por el procurador; pues aunque el jefe, confiado en la poca tropa había dado órdenes para que ésta viniese a sostenerle y defenderle, los señores oidores le advirtieron que los oficiales y comandantes estaban allí presentes, mezclados con los demás vecinos apoyando las solicitudes populares, en cuya inteligencia se convino a lo acordado y se extendieron las providencias en la forma y modo que el pueblo había pretendido.

Además  de  conceder todo lo pedido  por  el  pueblo, reflexionando la Real Audiencia el desamparo y orfandad en que quedaba el jefe, imposibilitado para su despacho por la privación y despojo de los tres empleados, asesor, secretario y escribano, acordó agregar al decreto el nombramiento de asesor interino, con la condición de a no poder despacharse providencia alguna sin su intervención, en  el  Oidor decano don José Santiago Concha, sujeto acreditado, patricio, y que goza de la aceptación del pueblo por sus distinguidas prendas de modestia, prudencia y moderación.

Efectivamente, como a la una y media del día se despachó y publicó el Real Acuerdo concediendo al pueblo todas sus peticiones y añadiendo la providencia del nuevo Asesor señor Concha, que fue recibido con aplausos y gusto general, con lo que se aquietó la multitud y entre vivas y aclamaciones de contento se disolvió el congreso retirándose todos a sus casas.

15. Verdadero Concepto del Estado de la Ciudad de Santiago.
Es preciso advertir, para formar verdadero concepto del estado de la ciudad, que interín el congreso o reunión popular presidida del cabildo se hallaba ventilando con el Gobierno sus pretensiones, era tal la multitud de toda especie de gentes que se iba reuniendo en la plaza mayor, en donde estaba la Real Audiencia, que parecía un enjambre en el murmullo y número desmedido, acudiendo especialmente toda la juventud, no sin prevención de armas cortas, tanto de fuego como blancas, resueltos a sostener y amparar las miras del pueblo contra el Gobierno, y los más persuadidos de que en el día se depondría al Presidente y se instalaba Junta; propuestas que por muchos jóvenes se proferían y gritaban; pero observando que el cabildo y principal vecindario se daban por satisfechos con lo actuado, se contuvieron por entonces y se retiraron gozosos de su primer triunfo.

A las dos de la tarde, salió para Valparaíso el Regidor y Alférez Real don Diego Larraín, diputado por el cabildo para poner en libertad y traer a esta ciudad a los tres reos Ovalle, Rojas y Vera, acompañados de diez o doce vecinos principales, parientes y amigos de los expresados; bien que desde las diez y media de la mañana habían ya anticipado un emisario con orden de detener el buque, caso que no hubiese salido; pero todas estas diligencias se frustran, pues la Miantinomo navegó desde las cuatro de la tarde anterior, sin quedar embarcación alguna en el puerto con que poder darle alcance y remitir los pliegos para Lima.

16. Conducta Incivil e Importuna del Presidente.
Para dar testimonio a la imparcialidad y verdad, no se debe omitir una prueba evidente de la conducta impolítica e ignorancia del señor García Carrasco, que en esa misma noche del día once en el que había sido degradado de su autoridad con tan manifiestos desaires y ultrajes, queriendo dar a entender su incivilidad o estupidez, dispuso en su palacio un concierto de música como celebrando su deshonra y excitando con esta burla la cólera del pueblo que no necesitaba de estos impulsos para proseguir la principiada obra de su total deposición y ruina. Así lo verificó con admiración de los sensatos, no hallando razón ni título con que  poder cohonestar tan extraña conducta en ocasión tan propia para cubrirse de luto y tristeza por ver ya atropellada y hollada la obediencia y subordinación a su Gobierno.

17. Rumores Peligrosos y Agitación del Vecindario.
Pareció a muchos que no pasaría adelante el rompimiento, satisfecho el público con la reforma del día once, pero dado el primer paso en el precipicio, no es fácil contener el progreso, pues la misma gravedad natural del cuerpo, impele y lleva hasta lo profundo.

Así se experimenta en tales casos, y a pesar de la aparente quietud y sosiego se empezó a divulgar, a los dos días, que el Jefe en venganza de sus agravios disponía sorprender y castigar con el último suplicio a los dos Alcaldes Eyzaguirre y Cerda, al Procurador de ciudad Argomedo con otros varios personajes principales, por haberse distinguido en la libertad e intrepidez con que hablaron en el Real Acuerdo, acaudillando y patrocinando al concurso tumultuario.

A las primeras horas de la noche del 13 de julio, se veían ya frecuentar las calles varias tropillas de gentes del pueblo, dirigiéndose todos a la plaza mayor, a donde concurriendo también la principal nobleza, se compuso un concurso como de mil hombres, que todos o los más venían prevenidos con toda especie de armas, unos a pie y muchos a caballo.

Desde este punto se distribuyeron varios destacamentos a custodiar las casas de los sujetos que creían amenazados y también a los dos cuarteles para observar si las tropas se movían.

Lo restante de los tumultuantes se repartieron en diferentes cuadrillas o patrullas por varios puntos de la ciudad, precedidos y comandados todos los dichos destacamentos por los dos alcaldes y por otros sujetos de su posición.

En esta vigilante diligencia sufrieron toda la noche que fue de las más rigurosas de aquel invierno, sin ocurrir la menor novedad ni desorden; pero no cesando de aumentarse los rumores, se repitió la noche siguiente la misma comedia hasta que, considerando la Real Audiencia el riesgo tan inminente que amenazaba al Estado, se juntó en Real acuerdo el día 15 en casa del señor Regente, para meditar los medios más oportunos a la seguridad del reino.

En este acuerdo se propuso que constando con certidumbre que la fermentación y descontento del público, no se dirigía a otro objeto que a deponer del mando al Capitán General, y que los inquietos tenían determinado ejecutarlo el día 17, a las nueve de la mañana, teniendo ya convocados de las campañas y lugares inmediatos dos mil quinientos hombres armados, para que unidos con el vecindario de esta ciudad, ayudaran al proyecto, era preciso acordar lo conveniente antes de aquel término.

Convocaron al Real Acuerdo a los dos alcaldes y al procurador general, quienes después de confirmar la grande agitación en que el pueblo se hallaba, aseguraron que era cierta y decidida la resolución de deponer con la fuerza al Capitán General, caso que éste no renunciara voluntariamente.

18. Se Pide la Abdicación del Presidente.
En esta inteligencia convinieron acordes en exhortar al Presidente a la abdicación del mando, como único remedio de los grandes males que amenazaban, y para este fin les ocurrió el arbitrio de llamar al Reverendo Padre Cano, confesor del jefe, para que con suavidad persuasiva lo redujera a la renuncia voluntaria, exponiéndole las razones más convincentes al caso.

Dicho religioso desempeñó en cuanto pudo su comisión, pero no pudiendo persuadirlo plenamente, se retiró a su convento tarde de la noche.

Al día siguiente 16, considerando la Real Audiencia que el mal  crecía, pues también aquella noche veló todo  el vecindario sobre las armas, determinó pasar en cuerpo al palacio del jefe (en medio de ser día feriado), y después de proponerle con sagacidad y blandura la necesidad de abdicar el mando y subrogarlo en el sujeto a quien correspondía por la ley, costó mucho trabajo para reducirle, eludiendo las muchas reflexiones que se le hacían con varios pretextos insubsistentes, hasta que convencido enteramente vino a resolverse en la abdicación.

Vencida  esta grande dificultad, inmediatamente fueron convocados a Junta de Guerra todos los oficiales a quienes corresponde, y asimismo se citó al cabildo, los cuales cuerpos reunidos a la Real Audiencia y presididos del jefe acordaron y aprobaron la resolución que luego explicará la [el] acta de renuncia.

El Presidente consultó y preguntó primeramente a todo el congreso antes de declarar su abdicación, le informasen si este hecho se oponía a las leyes así civiles como militares, o si de ello resultaría algún mal servicio al rey o al Estado que lo hiciese responsable.

Se le respondió con uniformidad de pareceres que no hallaban inconveniente ni embarazo alguno en esta resolución que se opusiera a las Reales Ordenanzas, y antes bien juzgaban era ajustada al tiempo y a la razón.

En segundo lugar, preguntó en quién debería subrogar sus empleos respecto de hallarse dos señores brigadieres en el reino; a saber el señor Conde de la Conquista don Mateo de Toro, y el señor don Luis de Álava, Intendente de Concepción.

Fuele respondido con mayoría de votos, que en el primero, por la razón de antigüedad en que precedía al otro, y en esta virtud hizo la renuncia y entregó el bastón al señor Conde de la Conquista.

Como a la una y media de la tarde se dio noticia al público de todo lo actuado en el Real acuerdo y se publicó la [el] acta en que por extenso se contiene del tenor siguiente:

El 7 de agosto de 1810, el cabildo de Santiago formuló contra el Presidente García Carrasco la puntualización de varios hechos que comprobaban la arbitrariedad y despotismo que usó en el discurso de su mando, y estos se encuentran en el documento siguiente: